Venezuela subterránea

Un país que resiste desde abajo. Que ya eligió libertad, pero aún vive bajo la tiranía. Que sufre apagones, hambre, represión y miedo, pero no se rinde.

Un oxímoron expresa, en una sola frase, una contradicción aparente que revela una verdad más profunda. “Silencio atronador”, por ejemplo. Y no hay mejor forma de describir lo que hoy ocurre en Venezuela: una libertad que grita en silencio. Un país subterráneo que se rehúsa a morir, aunque viva en las sombras de la represión, el hambre y el exilio. Una nación que no se resigna a ser esclava.

Es la misma Venezuela que en 2023 se levantó contra el statu quo —rojo y azul— para decidir, en una elección primaria autogestionada, no solo un liderazgo claro, sino también un camino a seguir: el de la libertad como solución única e irremediable a todos los males que sufrimos los venezolanos dentro y fuera del país. Es la misma Venezuela desde donde, en 2024, se conformó un movimiento social (que trascendió por mucho lo político) y, frente al aparato tiránico de un régimen que buscó controlar una elección no democrática, se organizó de abajo hacia arriba, votó, defendió su voto, guardó su acta y derrotó, con una diferencia de casi 40 puntos, a la barbarie. Todo ello, hoy, claramente demostrado ante el mundo entero.

Ese país subterráneo es el que hoy sostiene, con una claridad solo comparable con su decisión libertaria, la legitimidad del presidente electo Edmundo González Urrutia y el liderazgo político de María Corina Machado. El primero, en el exilio, construyendo alianzas internacionales clave; la segunda, perseguida dentro del país, en la clandestinidad, pero convertida en símbolo de resistencia. Su presencia en el territorio nacional supone, en sí mismo, una presión constante sobre un régimen que cada día hace todo lo posible por obligarla a marcharse.

Sin embargo, también es cierto que, a casi un año del 28 de julio, el poder sigue en manos del chavismo. Por la fuerza. Un poder de facto que se sostiene solo mediante el terrorismo de Estado —tal y como lo describió la propia CIDH—, pero poder al fin. Y ese, al final, es el reto fundamental: quitárselo. Sacarlos de Miraflores. Dar inicio a una transición democrática que comience a revertir dos décadas de oprobio, miseria, corrupción y crímenes de lesa humanidad.

Pero, mientras esto ocurre, ¿qué pasa realmente en el país?

Venezuela no solo está en emergencia: está siendo destruida. El colapso no es accidental ni coyuntural. Es una estrategia de dominación. La crisis humanitaria es un diseño político. En 2024, el salario mínimo fue de apenas 2,5 dólares al mes, mientras que la canasta alimentaria superó los 498 dólares. La inflación alcanzó el 85%. Trabajar no garantiza comer. Vivir no garantiza derechos.

El régimen, en lugar de enfrentar esta realidad, criminaliza a quienes la denuncian. Economistas fueron secuestrados por explicar por qué sube el dólar y el bolívar se hunde. Pero la represión no estabiliza la economía. Porque no hay voluntad de resolver, sino de someter. Se administra la pobreza para perpetuar el control.

Y cuando la emergencia golpea, el Estado brilla por su ausencia. Las lluvias torrenciales en Mérida, Barinas y Táchira devastaron comunidades enteras. No hubo socorro oficial. Por el contrario, se impidió el paso de la ayuda civil. Porque esta tiranía, antes que ineficiente, es cruel. Odia a su propio pueblo. No lo cuida. Lo castiga.

La devastación estructural

La destrucción no es solo económica: es estructural. El 69% de los hogares sufre apagones diarios, con cortes de hasta 14,9 horas. Solo el 30% accede regularmente a gas doméstico. El 45,6% padece interrupciones frecuentes en el suministro de agua. El 55,9% de los venezolanos camina como principal medio de transporte. Venezuela ha sido reducida a escombros.

Siempre es importante destacar, cuando se hable de la falta de gas, electricidad, agua por tubería, calles asfaltadas, viviendas, hospitales y escuelas, que de acuerdo con una investigación de la ONG Transparencia Venezuela (hoy en el exilio), las obras inconclusas y abandonadas durante los regímenes de Chávez y Maduro, han costado al país (hasta 2023), aproximadamente 316 mil millones de dólares, lo que es más o menos el doble de nuestra actual deuda externa.

Terrorismo de Estado

Pero, aun con lo terrible que es, lo más grave no es la precariedad y la corrupción, sino la violencia con la que se la imponen. En 2024 se registraron 522 ejecuciones extrajudiciales cometidas por cuerpos de seguridad del Estado, según PROVEA. La mayoría de las víctimas eran jóvenes pobres entre 18 y 30 años. Además, se documentaron 2.635 detenciones arbitrarias, de las cuales 2.501 fueron por razones políticas. Cerca de 150 de ellos fueron menores de edad. Cada día, entre 2 y 3 personas son detenidas arbitrariamente en Venezuela, como denunció la abogada Tamara Suju. Esto no es una dictadura cualquiera: es un régimen de represión permanente, que aplica un terrorismo de Estado como política pública, tal como lo ha señalado la CIDH.

Hoy, en Venezuela, casi mil presos políticos siguen encerrados. Están secuestrados en centros de detención donde no hay agua potable ni atención médica; donde las celdas se convierten en mazmorras y los custodios en verdugos. Desde el 29 de julio, cuando cayeron las estatuas de Hugo Chávez, al menos nueve presos políticos murieron encerrados en los centros de tortura. El último de ellos fue Wilmer García, preso político con autismo y enfermedad renal crónica, quien murió en mayo bajo custodia del régimen chavista tras ser detenido ilegalmente meses antes. Su salud se deterioró y no recibió atención médica. Lo asesinaron lentamente.  

La represión también es psicológica

La represión también es simbólica. Emocional. Cotidiana. Según un estudio de la ONG Mi Convive en Caracas, presentado a principios de este 2025, el 100% de los encuestados presentaba síntomas de estrés postraumático en 2025. La gente se autocensura. Usa VPN. Borra mensajes. Evita hablar. Se encierra. Pero, aun así, resiste.

Porque el miedo ya no alcanza. Porque el 28 de julio rompió el hechizo. La narrativa chavista colapsó. Nadie cree en su modelo. Nadie cree en sus farsas. Ni siquiera ellos. Se sostienen por el dinero sucio del oro y la droga. Y ahora, ni eso está garantizado. Y por las balas, esas que, si dejan de ser disparadas, pondrán el punto y final.

El subsuelo vibra

El chavismo y sus propagandistas (de nuevo, repito, azules y rojos) intentan vender la imagen de un país sumiso, resignado, vencido. Pero esa imagen es falsa. Tan falsa como aquella mentira del “Venezuela se arregló” y como la mentira de las farsas electorales donde sobran urnas, pero faltan votos. La Venezuela real no está dormida. Está en una cautela inteligente. No está vencida. Está esperando. Es la Venezuela subterránea, la que grita en silencio, la que se organiza en WhatsApp, la que recuerda lo que logró en 2024 y no olvida que tiene una causa, un liderazgo y una mayoría.

Los venezolanos esperan su momento para volver a alzar la voz en las calles, con fuerza, con convicción, con coraje. Mientras tanto, la tensa “calma” en Venezuela permite escuchar a un “pollo” que, en los Estados Unidos, canta a todo pulmón. Revela las rutas del narcotráfico y del tráfico de oro que sostienen económicamente a esta tiranía. Una tiranía que hace tiempo dejó de tener pueblo… y que pronto podría quedarse también sin dinero para mantener su maquinaria de cooptación, represión y miedo.

Sigamos martillando. Cada golpe acerca el momento en que ese muro, finalmente, caerá.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.