Las presas de Maduro

Las presas de Maduro

Walter Molina Galdi | 03 MARZO 2023

El Día Internacional de la Mujer fue establecido por las Naciones Unidas cada 8 de marzo para conmemorar la lucha de las mujeres en el mundo por la igualdad, el reconocimiento y el ejercicio efectivo de sus derechos. Vaya palabra: derechos. Su origen es ese, pues fue un 8 de marzo, pero en 1908, cuando 129 mujeres murieron en un incendio en la fábrica Cotton Textile Factory de Nueva YorkEstados Unidos, luego de que se declararan en huelga con permanencia en su lugar de trabajo. Exigían una reducción de la jornada laboral, un salario igual al que percibían los hombres que hacían las mismas tareas y una mejora en las humillantes condiciones de trabajo que padecían.

Ese espíritu de lucha que mostraron aquellas mártires en Estados Unidos también fue mostrado por muchas mujeres en la historia de Venezuela. Mujeres que exigían tener más derechos, que fueron pioneras de logros que permitieron hacer de nuestra tierra una mejor nación. Parte de esas luchas permitieron que, en 1947, por ejemplo, la mujer venezolana ejerciera por primera vez en la historia su derecho al voto y ser elegida para los cargos públicos de elección popular. Y de allí muchos más avances que, aunque lentos e incompletos, marcaban un camino. Pero, como sabemos hoy, ese camino encontró una “calle ciega” llamada chavismo hace más de dos décadas.

La “revolución” llegó al poder hablando de derechos, de soberanía y de igualdad. Llegó hablando de los pobres, de los indígenas y llegó hablando, también, de la mujer. Fue un discurso bien elaborado y muy sentimental. También fue una gran mentira. Una que ha costado vidas y ahora mismo, libertades.

Nadie como la mujer ha sido tan golpeada en 24 años de los gobiernos chavistas-madurista. La igualdad nunca llegó, al contrario, las brechas se ampliaron cada vez más. En materia sanitaria la Emergencia Humanitaria Compleja las golpeó como a nadie, comenzando por la dramática situación de los -destruidos- hospitales donde deben dar a luz. La seguridad no existe y la justicia muchos menos; hablamos de un país donde ocurrió un femicidio cada 37 horas, en promedio, durante el 2022, de acuerdo con los datos de la ONG Utopix. Y las familias están rotas producto de más de siete millones de venezolanos migrantes y refugiados, madres despidiendo a hijos que no saben cuándo volverán a ver, o si algún día podrán verlos de nuevo. Pero la perversidad de quienes están en el poder no termina allí, porque lo suyo es violar flagrantemente los Derechos Humanos: hoy en Venezuela tenemos que hablar de las poco recordadas presas políticas.

De acuerdo con la ONG Foro Penal, de 269 presos políticos (hasta el 20 de febrero 2023), 13 son mujeres. Más de lo que había en 2021. Mujeres inocentes, desde luego. Mujeres que están allí por el deseo de algún poderoso, porque así ocurre en un país sin democracia y que ocupó el lugar número 11 de 163 en el ranking de los países con mayor impunidad del mundo, elaborado por el Eurasia Group y el Chicago Council on Global Affairs.

Es una práctica que ha tenido el chavismo desde siempre. No es nueva, aunque sí mucho más salvaje y peligrosa ahora. No podemos olvidar lo que le hicieron a la jueza María Lourdes Afiuni por la orden expresa de Hugo Chávez; ni tampoco el caso de Antonia Turbay, quien estuvo tras las rejas durante un año y dos meses (hasta agosto de 2020) por el simple hecho de ser vecina de Iván Simonovis. Tampoco hay que olvidar lo que le hicieron en 2021 a la escritora Milagros Mata Gil, de 70 años, llevada a la fuerza a un tribunal y amenazada por las fuerzas de seguridad por escribir (que es su trabajo) sobre un hecho verificado: los excesos de una fiesta en medio de la pandemia. “Fui detenida por una venganza personal de Tarek William Saab”, le dijo Mata Gil a Milagros Socorro en una entrevista.

Y no podemos olvidar porque esos hechos ocurrieron y nunca hubo justicia, pero las torturas a las 13 presas políticas siguen pasando ahora mismo. En El Helicoide, en Plaza Venezuela o en alguna casa clandestina destinada para dañar física y mentalmente a la disidencia del régimen de Nicolás Maduro, o a cualquier inocente que ellos elijan por mero placer. No podemos mirar hacia otro lado cuando leemos los nombres de los torturadores y de esa cadena de mando que la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela mencionó. No podemos apelar a la desmemoria, porque olvidar a un preso político es condenarlo a la muerte.

Hay que conocer la historia de Jennifer Osuna, “la azafata de Miraflores”; la de María Auxiliadora Delgado Tabosky; la de Emirlendris Benítez y su hermana Melania; y la de Stefania Migliorini del Foro Penal que tantas defensas ha hecho y hace ahora mismo a pesar del riesgo que supone. Las historias de estas mujeres, de sus familias y de aquellos abogados que han tomado sus casos -y causas- deben ser contadas. Y la exigencia de justicia y reparación debe ser una voz clara de todos y todas. Ahora, en el mes de la mujer, y cada día del año.

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