Venezuela y el amor a la vida

Este texto propone una lectura profunda de nuestra historia reciente, más allá de la política, desde la resistencia silenciosa, el vínculo entre iguales y la decisión ética de cuidar la vida. Frente a la tanatosis del poder, emergieron Eros, la philia y la posibilidad del ágape como caminos de reconstrucción.

La verdad y el amor vencerán a la mentira y al odio
Václav Havel

En 1970, Erich Fromm escribió en su libro La Revolución de la esperanza, «No que sea optimista respecto de las oportunidades de tener éxito, sino que creo que no se puede pensar en términos de porcentajes o de probabilidades mientras haya una posibilidad real —por pequeña que sea— de que la vida triunfe». Los venezolanos, 55 años después, podemos suscribir enteramente estas palabras. Que la libertad, la democracia, y, finalmente, la paz, triunfen en nuestro país, es una posibilidad que, aunque aún neblinosa, es completamente real, porque llevamos décadas luchando para que la vida triunfe

Es así como más allá del ámbito de la política, sus explicaciones, pronósticos y prescripciones, es la vida misma la que ha continuado terca abriéndose paso, y trayendo nuevas luces a esta tierra sembrada de oscuridades diversas. A veces, mediante modos explícitos, sonoros o eufóricos; a veces, de maneras sigilosas, silenciosas, casi subterráneas, y siempre, intentando mostrarnos de qué se trata verdaderamente esta larga o desigual batalla: ¡de luchar por mantener viva la vida!, lo cual ha sido de por sí milagroso. Como si los venezolanos, no solo hubiéramos comprendido profundamente las palabras de Albert Einstein, «Solo hay dos maneras de vivir tu vida: una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro», sino que fuéramos la encarnación de su sentido.

 Porque no otra cosa es lo que aquí ha ocurrido. La naturaleza de lo que ascendió del subsuelo, y manchó de negro/rojo casi todos los ámbitos y desgastó los cimientos de lo que hasta entonces nos sostenía -no completamente, hay que decirlo, aunque no por no desearlo, sino por no poder conseguirlo- es tanática. El afán por aniquilar ideas y cuerpos, ha terminado por convocar a su opuesto, Eros. Esa fuerza vital que une, vincula, conecta y genera vida, y que, en última instancia, aspira a la totalidad y a la conexión con lo trascendente, es lo que va prevaleciendo entre los estertores del odio indiferenciado.

Después de largos años, durante los cuales vimos a la abominación despojándose de máscaras y dejando cadáveres de diversa índole -institucionales y humanos- en el camino, también supimos propiciar e invocar la philia, elafecto profundo entre iguales, y su aparición ha sido la derrota contundente de la agenda opuesta, que intentó -aún lo hace- dividir, fracturar e inventar diferencias esenciales donde no las hay.

En los días finales de 2025, cuando en Venezuela aún sangran las heridas, duele el derrumbe y siguen acechando las dudas, es preciso que insistamos en la vía contraria: que Eros continúe cerrándole las fauces al poder de apetito voraz, que la philia se siga esparciendo y que continuemos avanzando hacia el ágape -la forma superior de amor, no como emoción, sino como decisión que procura el mayor bien para todos- para que se termine de restaurar, y despunte, esa humanidad                      -magullada, pero no vencida-, que somos, y que deberá ser el origen de las formas que adoptemos como sociedad cuidadora de la vida, de regreso del encono, en adelante.

Lo que ha quedado prístinamente claro, después de más de un cuarto de siglo de la pretensión en contra, es que lo que más desea el venezolano actual es volver a tener un país -no una tierra devastada- que lo reciba, lo contenga y del cual sentirse orgulloso. La recuperación de un gentilicio, que ha sido golpeado por propios y extraños, como resultado del esfuerzo individual y colectivo de sus ciudadanos, es lo que nos urge hacer. Será enorme la satisfacción de pertenecer a un pueblo que se levanta sobre los escombros, otea el horizonte, eleva la mirada al cielo, respira hondo, se remanga e inicia (o continúa) el trabajo de convertir en presente el futuro, uno al que el sufrimiento de infinitas limitaciones y despojos le ha hecho merecedor: próspero, retador, creativo, libre y digno. 

Para cerrar el año en que nos convertimos en receptores del Premio Nobel de la Paz, tengamos presente esa verdad permanente del Eclesiastés 9:4, «Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos». Y, nosotros, a pesar de tanta muerte, estamos más que dispuestos a defender y amar la vida, lo cual nos traerá, finalmente, la paz.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.