El deseo agazapado

Ese discreto encanto de la burguesía cuando anhela su oscuro objeto de deseo, diría Luis Buñuel. En estos días de fin de año, anima secretamente a los venezolanos de bien, y probablemente a muchos de los que no lo son, una promesa pospuesta. La espera es un tormento, la esperanza también puede ser agotadora.

Se trata de una esperanza incierta, una paramnesia tipo Rambo que traspasa las redes sociales sin hacerse nítidamente explícita. Esto es, que por fin el inquilino de la Casa Blanca deje que la tropa y la flota apostadas al borde de Suramérica hagan el trabajo para el cual se han venido preparando, al menos, desde agosto pasado. Que los drones y los bombarderos ejecuten las tareas para las cuales fueron diseñados. Sí, debe convenirse en que el individuo color naranja es un granuja, un xenófobo, un sinvergüenza, uno que en su otra vida debe haber sido miembro honorífico del KKK, ok. Pero es nuestro miembro honorífico del KKK, qué le vamos a hacer.  

«Que entren de una vez y los den de baja, como dice Jaime Baily», habrá dicho un venezolano en Tacarigua o La Puerta; «que entren y apunten accurately para que no se lleven por delante a ningún inocente», habrá murmurado otro en Miami o Bogotá. En estos días, todo venezolano con corazón en el pecho suspira por una operación de carácter bélico a la que prefiere no dar nombre. Puede que, apenas lo piense, las palpitaciones suban a millón y esté a punto de gritarlo por la ventana: «¡Cooooño…! ¿Para qué tanto despliegue si al final no van a actuar?» Lo cierto es que el venezolano de dentro y el de fuera coinciden; no es el mejor deseo para una Navidad, ni tampoco un augurio de buen gusto para el próximo año («Hermano, te deseo una buena invasión para el 2026»). En todo caso, es un hecho la expectativa y su esperanza implícita. El pueblo venezolano le ha pedido al Niño Jesús una sonora invasión pero el Niño Jesús parece haberse retrasado en su entrega. Concreta y terrenalmente, la US Army, comisionada por el Niño Jesús, se toma su tiempo.

¡La US Army, o sea, el gobierno de los Estados Unidos! El mismo que está echando a patadas, sin piedad cristiana alguna, a miles de compatriotas de su territorio, o dejándolos desamparados de TPS. ¿No es un mundo contradictorio?

El discreto deseo de la invasión se reduce, a fin de cuentas, a imaginar un bombardeo sobre la pústula que le salió al país por culpa del mismo país y nada más que por su culpa. «No atacarán Venezuela sino al Cártel de los Soles», se convencerá un venezolano de Carora o Santiago o Lima. Y llevará razón, claro; pero estas cosas no terminan con un punto y aparte ni vienen solas. Esta clase de cosas deja marca. Un personaje de Victoria de Stefano llamado Mario, cuenta ella en El Desolvido, se ha vuelto un escéptico. «Siempre fue un tipo dado a predecir catástrofes, pero ahora está peor. Es que ha cambiado, no es el mismo que tú conociste. Antes participaba con reservas, es verdad, pero actuaba y era útil. Si hubiera sido un tipo cualquiera, un incapaz y un chorreado, no me importaría tanto», dice uno de sus narradores, probablemente basándose en alguien real. Son fragmentos de la sedición de índole castrista durante los años sesenta en Venezuela.

Un pueblo entero no puede marcharse al infierno, encerrarse allí durante una larga temporada ―unos veinticinco años― y devolverse como si no hubiese pasado por nada. ¿Aquí no ha pasado nada, como decía Ángela Zago? Sí ha pasado y pasa no otra cosa sino lo patético y descorazonador de un pueblo esencialmente bueno e ingenuo esperando por un desalmado como quien espera a Godot.  

El mundo de hoy está lleno, más todavía que ayer, de crueles ironías. María Corina Machado nada en una de ellas, entre el agradecimiento a Donald Trump (aunque en realidad vaya dirigido a Marco Rubio) pues «antes que él nadie había entendido la estructura criminal que encierra el Estado venezolano» (como le dijo a la enviada especial de la BBC a Oslo que la entrevistó junto a Jørgen Watne Frydnes) y la certeza de que sin una fuerza bruta mayor a la del régimen es imposible arrancar la pústula enquistada sobre una población inerme. MCM sabe mejor que nadie que solo por las armas saltará por los aires el artefacto criminal chavista.

En toda esta historia, sin embargo, el más elemental de los personajes, el más obtuso, ciego y sordo ante las cosas, no es Maduro ni Trump ni Rubio ni el venezolano de Carora ni el otro que vive en Lima o donde sea. Mucho menos Mario, el militante del «desolvido» que se jugó el físico y el equilibrio mental en la vana causa de la guerrilla castrista de los sesenta.

El más elemental y enajenado de esta historia es el izquierdista español cabezón. Se ha quedado varado en el odio a Franco y no puede sacar su cabezota del espeso lodo memorioso. Por lo tanto, le es imposible entender a María Corina Machado. No puede asimilarla porque la ha visto retratada junto al partido Vox. De esa imagen no lo sacará nadie.

A Víctor Manuel, exitoso compositor de delicadas armonías del destape, le calza lo que le calza y nunca se molestará en enterarse un poco más. Igual que su compañero de ruta Gran Wyoming, ancla de la TV de opinión y chistecitos. En el lóbulo parietal izquierda llevan ―ellos y otros como la escritora Rosa Montero―  el «NO PASARÁN» y en el derecho algún fusilamiento a manos del falangismo. Cualquiera les sirve. En el caso de Víctor Manuel, ha difamado a MCM en uno de esos programas vomitivos que ha dispuesto la televisora del Estado español bajo mandato indirecto de Pedro Sánchez. Hay una categoría de izquierdistas intelectuales y artistas, sufrida y colmada de moralina. No les ha gustado para nada el Premio Nobel de la Paz de este año: no les ha hecho gracia. Por eso suben al púlpito de la oportunidad televisiva, o la que ofrece una cuenta en X. En España, el país que hizo presidente a Rodríguez Zapatero, la causa venezolana no tendrá ni vida ni fortuna mientras gobierne el PSOE. 

Según Víctor Manuel, María Corina ha aplaudido públicamente la atrocidad de fulminar «narcolanchas» con todo y sus tripulaciones en el Caribe y en el Pacífico. La exmiss que lleva el programa «Al cielo con ella» no fue capaz de preguntarle de dónde había sacado el dato.

Víctor Manuel y sus congéneres se encuentran incapacitados para intuir por qué una líder como María Corina ha necesitado presentar las cosas de la manera en que ella las ha presentado. El exdiputado Íñigo Errejón, la vicepresidenta Yolanda Díaz o el tertuliano Pablo Iglesias posiblemente coincidan con los otros en esto: la causa chavista es la tercera gran causa latinoamericana de todos los tiempos, después del castrismo y el zapatismo. Total, ¿no son tales experiencias una antítesis del franquismo? ¿Hace falta tener en cuenta algo más? Lo único es que Nicolás Maduro, caramba, se desvió un poquito del camino.

Ver el mundo desde tu circulito de panas debe ser castrante, ¿no? La izquierda española cree que la ética está de su parte. En realidad, lo que está de su parte yace enterrado en La Habana.

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