Por tu libertad y la de todos los presos políticos: Feliz Navidad, Carlitos

Esta Navidad, Venezuela vuelve a tener mesas incompletas. Carlos Marcano, periodista y profesor universitario de 31 años, lleva más de siete meses secuestrado por el régimen chavista sin orden judicial ni pruebas. Como él, entre 914 y 1.084 personas permanecen presas por razones políticas.

La Navidad suele ser el tiempo de los abrazos. De las mesas largas. De los ausentes que duelen, pero que al menos podemos nombrar o hablar desde una videollamada. En Venezuela, desde hace años, la Navidad es otra cosa: es el recordatorio brutal de que hay ausencias que no son naturales, que no son destino ni tragedia inevitable, sino decisión política. Secuestro de Estado. Castigo ejemplar.

Carlos Rafael Marcano Mogollón tiene 31 años. Uno menos que yo. Es periodista. Es profesor universitario. Es comunicador. Es, sobre todo, una buena persona. Y por eso mismo está preso.

El 23 de mayo de 2025, dos días antes de unas —falsas— elecciones regionales y parlamentarias que el chavismo necesitaba blindar con miedo, funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana allanaron su casa y se lo llevaron. No fue una detención. Fue un secuestro. Ese mismo día secuestraron también a Juan Pablo Guanipa. Dos comunicadores de los más de 20 secuestrados. Dos voces. Un mensaje claro: callen o paguen.

Durante días, Carlos estuvo desaparecido. Nadie sabía dónde estaba. Luego se supo: Tocorón. Una cárcel que no es solo un lugar físico, sino un concepto. Un verdadero centro de tortura. Hoy, cuando escribo estas líneas, han pasado más de siete meses. Siete meses en los que su rostro quedó tatuado en la memoria de quienes lo quieren. Siete meses de preguntas sin respuesta. Siete meses de arbitrariedad pura.

Carlos (o Carlitos, para sus amigos) es de esos tipos que no hacen ruido al entrar a un lugar, pero cuya ausencia se vuelve ensordecedora cuando no está. Es fanático del Atlético de Madrid y de los Tiburones de La Guaira. Siempre elige causas difíciles, por lo visto. No por masoquismo, sino por convicción. Cree en lo improbable. Cree en la constancia. Cree en eso que Diego «el Cholo» Simeone a veces repite como mantra: partido a partido.

Luis, uno de sus amigos más cercanos, lo define con una palabra que en tiempos cínicos parece anticuada, pero es revolucionaria: lealtad. Carlos es leal a sus ideas, a sus amigos, a su familia, a las causas justas. Es tranquilo. Es irónico. Tiene un humor ácido que aparece cuando menos lo esperas. Es ese amigo con el que chismeas, con el que te ríes, con el que te quedas hablando en círculos mientras el mundo pasa. Es comunicador por oficio y por vocación. Es palmero de Chacao. “Donde había una necesidad, él estaba”, dijo Luis.

Por eso su secuestro no solo es injusto. Es obsceno.

Estefanía, otra de sus grandes amigas, habló durante más de siete minutos cuando le pregunté por él. Y aun así quedó corta. Porque cuando el Estado te roba a alguien así, no te roba solo a la persona: te roba planes, rutinas, risas, futuros compartidos. Te roba la normalidad.

Desde que Carlos está detenido —sin orden judicial, sin pruebas, sin expediente, sin explicación— los días están incompletos. Falta ese amigo al que le cuentas el día. Falta el que te acompaña incluso a la distancia. Falta el que te hace reír de lo que no deberías reírte. Falta el que te ayuda a vivir poquito a poquito.

La crueldad mayor no es solo el encierro. Es la incertidumbre. No saber por qué está ahí. No saber cuándo saldrá. No saber si come bien. Si duerme. Si resiste. No tener una fecha, un proceso, una lógica mínima a la cual aferrarse. Esa incertidumbre es una forma sofisticada de tortura psicológica. Para él. Para los suyos.

Y, aun así, Carlos sigue estando. Está en cada denuncia. En cada post. En cada nombre pronunciado en voz alta para que no lo borren. Porque hay algo que todos los que lo conocen repiten con una certeza que no admite discusión: Carlos nunca deja solo a nadie. Y por eso nadie lo va a dejar solo ahora.

Esta Navidad, en Venezuela, hay, según Foro Penal, 914 presos políticos. Según Justicia, Encuentro y Perdón, 1.084, incluyendo más de 80 extranjeros o personas con doble nacionalidad. Detrás de cada número hay una mesa incompleta. Un hijo esperando. Una madre rezando. Una esposa resistiendo.

Escribo desde Buenos Aires, y no puedo no mencionar a Nahuel Gallo, gendarme argentino secuestrado desde hace más de un año. Conozco a su esposa. Conozco a su hijo Víctor, que cumplirá tres años en enero. No conoce realmente a su padre. Porque el chavismo no solo secuestra cuerpos: secuestra infancias, futuros, navidades. Y no distingue pasaportes.

Por eso esta no es una tragedia solo venezolana. Es una herida moral.

Quiero aprovechar este espacio para desearle a Carlitos una feliz Navidad. No en el sentido edulcorado de la frase. No como consuelo vacío. Sino como promesa. Con la esperanza de que la próxima sí lo sea. En libertad. Con los suyos. Escuchando la samba de los Tiburones en el estadio. Viendo a su país recuperar la democracia por la que tanto luchó, como tantos de nuestra generación.

Esto no va de héroes abstractos. Va de personas concretas. Va de amigos. Va de mesas vacías. Va de un régimen que necesita encarcelar a los mejores para sostenerse. Y va también de nosotros: de no acostumbrarnos, de no callarnos, de no mirar para otro lado.

Partido a partido, Carlitos.

Vamos a ganar. Y vamos a abrazarte de nuevo. A ti y a todos los presos políticos.

Salud.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.