Los “expertos” útiles del Cártel de los Soles

Se ha creado un ecosistema que moldea la opinión pública internacional con una narrativa funcional al régimen y completamente ajena al venezolano que sí enfrenta represión y hambre. Un secuestro del relato, tan peligroso como el secuestro político del país.

Hay algo llamativo en la conversación global sobre Venezuela: el país con una de las peores crisis humanitarias del mundo, con millones de migrantes, una economía colapsada y un régimen que combina dictadura y crimen organizado, suele ser explicado en los grandes medios por un grupo muy pequeño de “expertos” que repiten, con matices, el mismo libreto. Uno que no resiste argumentos pero que, sin contrapesos en esas notas, es el que queda.

Son, casi siempre, los mismos nombres. Podemos mencionar a Phil Gunson, Geoff Ramsey, David Smilde, Chris Sabatini, Juan González (a los que se suma en esta nueva fase Elías Ferrer y su plataforma, Guacamaya, que en la práctica opera como herramienta propagandística de determinadas narrativas). Son ellos quienes aparecen una y otra vez en el New York Times, Washington Post, Financial Times, The Economist, o como voces autorizadas en NPR, AP, Reuters, The Guardian, Vox, etcétera.

Son ellos quienes tratan de “explicar” Venezuela al mundo. Son ellos quienes intentan definir, para audiencias internacionales, qué es “razonable”, qué es “peligroso”, qué es “realista” y qué es “ingenuo”. Son ellos quienes siguen moldeando el marco interpretativo desde el cual los grandes medios occidentales evalúan la ofensiva de Estados Unidos contra el Cártel de los Soles —hoy designado formalmente como Organización Terrorista Extranjera (FTO)—, la mayor estructura de crimen organizado estatal del hemisferio, según múltiples investigaciones judiciales y periodísticas.

A lo largo de once meses realicé una revisión de sus apariciones públicas en entrevistas, columnas, monografías, foros, paneles y análisis televisivos, únicamente a partir de fuentes abiertas. El patrón que emerge es nítido: no son tan “analistas” y, desde luego, no son neutrales. Son, cada uno a su manera, actores dentro de un tablero narrativo, político y —en algunos casos— económico, cuyos incentivos, argumentos, silencios y patrones verbales terminan siempre, siempre, alineándose con los intereses de la tiranía venezolana.

Lo inquietante no es sólo lo que dicen: es lo que omiten, cuándo lo dicen y por qué.

EL AUMENTO SIGNIFICATIVO DE SUS APARICIONES

La investigación registró 76 intervenciones directas en medios de prestigio entre enero y noviembre de 2025 (cifra aproximada, reconstruida a partir de hemerotecas digitales y archivos públicos).

Los números son reveladores:

14 veces en el New York Times

11 veces en el Washington Post

9 veces en Financial Times

6 veces en The Economist

4 veces en The Wall Street Journal

32 en AP, Reuters, NPR, The Guardian, Bloomberg Línea, Latin America Reports y otros

Cuando el presidente Trump activó la ofensiva contra el Caribe, sus apariciones aumentaron alrededor de un 41% en pocas semanas. Cuando se supo que el Cártel de los Soles sería designado como Organización Terrorista Extranjera (FTO), sus intervenciones subieron otro 29%.

Cuando finalmente se publicó la designación, dos de ellos (Gunson y Sabatini) fueron citados en un intervalo de 48 horas por el New York Times, Bloomberg Línea, Latin America Reports y Veja.

Ningún académico venezolano, activista de derechos humanos, economista independiente ni periodista de investigación dentro o fuera del país alcanzó un nivel de exposición comparable en esos mismos medios durante el mismo período.

El relato sobre Venezuela no lo cuentan los venezolanos. Lo cuentan voceros globales que orbitan alrededor de think tanks, consultoras, fondos de inversión y estructuras mediáticas que jamás enfrentan directamente el peligro chavista, y que rara vez revelan de forma transparente todos los intereses que rodean su propia producción de “análisis”.

LA PRIMERA PIEZA DEL ROMPECABEZAS: NEGAR EL CRIMEN ORGANIZADO

La ofensiva estadounidense de 2025 no cayó sobre un vacío conceptual. Cayó sobre un ecosistema intelectual que llevaba casi una década produciendo una idea muy simple: “Venezuela está mal, pero no es un Estado criminal”. Y esa frase, con todas sus variaciones, apareció repetida una y otra vez.

1. Phil Gunson (Bloomberg Línea, 24/11/2025)

Dijo:

“Si por cártel entendemos algo parecido a lo que tenía en su momento Pablo Escobar, no, el Cártel de los Soles no existe”.

No dijo “no está bien definido”. No dijo “es más complejo”. No dijo “opera de manera distinta a los carteles clásicos”. Dijo: no existe.

Justo la misma semana en la que Estados Unidos, tras un proceso de inteligencia y recopilación de pruebas de años, formalizaba su existencia como organización terrorista, Gunson aseguraba al público latinoamericano que todo era una exageración, una etiqueta peyorativa, un exceso semántico. En la práctica, deslegitimaba la acción de Estados Unidos y diluía la noción de un cartel incrustado en el Estado venezolano.

El mensaje no es inocente: si el Cártel de los Soles “no existe”, entonces la designación es histrionismo de Trump, la escalada militar es puro teatro electoral y la idea de un régimen narco-terrorista es exageración interesada. Quien desaparece de la ecuación es el venezolano de a pie que lleva décadas viviendo bajo un Estado capturado por una red criminal.

2. David Smilde (New York Times, 10/04/2025)

Sobre el Tren de Aragua, afirmó:

“El Tren de Aragua no está invadiendo Estados Unidos… lo que vemos es un pánico moral clásico”.

Lo dijo después del secuestro, tortura y asesinato de Ronald Ojeda en Santiago de Chile, atribuido por la Fiscalía chilena a miembros del Tren de Aragua que ejecutaron una operación con precisión cuasi militar. Lo dijo después de que el gobierno de Gabriel Boric —un gobierno de izquierda— advirtiera vínculos directos entre la estructura criminal venezolana y ese crimen de alto impacto político.

3. Chris Sabatini (Veja, 21/11/2025)

Sobre la designación FTO del Cártel de los Soles:

“Parece tratarse más de una demostración de fuerza destinada a minar el apoyo de los militares y del círculo íntimo de Maduro que de una respuesta a una amenaza criminal concreta”.

Es la clásica maniobra de relativización. La traducción política es transparente: los criminales no son tan criminales; el exagerado es Estados Unidos. Es un giro retórico que pretende transformar una estructura de crimen organizado estatal —profundamente documentada desde hace más de una década— en un problema de “percepciones” o “movimientos geopolíticos”.

Pero la evidencia es abrumadora y no depende de Washington ni de ninguna administración de turno.

Diversas investigaciones independientes han perfilado al Cártel de los Soles como una organización criminal incrustada en el aparato estatal:

Insight Crime ha detallado su funcionamiento interno, sus rutas, su estructura jerárquica y la participación activa de altos mandos militares venezolanos.

CSIS (Center for Strategic and International Studies) ha advertido sobre el riesgo hemisférico que representa la convergencia entre narcotráfico, militarización y alianzas con actores extrahemisféricos.

Armando.Info, en su investigación “Rayas y Soles”, documentó la relación directa entre generalatos venezolanos y el tráfico de cocaína.

Transparencia Venezuela cuantificó que solo en 2024 el régimen obtuvo más de USD 8.200 millones como ingreso bruto por drogas, consolidando a Venezuela como un eje clave del narcotráfico global.

La exjefa de la ONA, Mildred Camero, lo dijo sin ambigüedades: “En Venezuela el gobierno se convirtió en un cártel”. Y lo dijo hace muchos años.

Y desde Colombia, el entonces ministro de Defensa fue explícito a La Gran Aldea: “Los mayores círculos del mal en mi país tienen relación con Venezuela”.

Hace unas semanas, desarrollé una investigación exhaustiva con fuentes judiciales, periodísticas y de inteligencia que explica no solo que el Cártel de los Soles existe, sino que es la estructura que sostiene a la tiranía chavista y permite su supervivencia.

LA SEGUNDA PIEZA: LA NARRATIVA DEL MIEDO

(“SI CAE MADURO, VENEZUELA COLAPSARÁ”)

Este es el giro más revelador. Hasta junio, estos sujetos repetían que “no pasará nada”: Washington no escalaría, Trump no movería portaaviones, el Pentágono no presionaría en el Caribe, la FTO no avanzaría.

Pero cuando Trump, Rubio, Hegseth y Miller sí escalaron (portaaviones, drones MQ-9, operaciones marítimas, designación terrorista, ruptura diplomática parcial) la narrativa cambió de inmediato: ahora no decían que no pasaría nada. Decían que, si pasaba, sería peor.

La frase clave está en el artículo de Phil Gunson en el New York Times (21/11/2025):

“Si el señor Maduro finalmente cae, Venezuela podría hundirse en un colapso potencialmente violento”.

No hay un solo párrafo en el análisis de Gunson que reconozca que Venezuela ya vive un colapso humanitario; que el caos no es un riesgo futuro sino una realidad presente; que el país ha perdido cerca de ocho millones de ciudadanos por el éxodo; que el régimen ha secuestrado a niños, ancianos y opositores; que existe tortura sistemática documentada por la ONU y por misiones internacionales independientes; que el 28 de julio de 2024 los venezolanos eligieron un presidente y ese presidente fue arrebatado mediante un golpe electoral acompañado por una intensificación del terrorismo de Estado.

Lo más llamativo es que Gunson vive en Venezuela y, a diferencia de decenas de periodistas y trabajadores humanitarios, no enfrenta censura, ni persecución, ni los patrones represivos que sí han significado más de 80 extranjeros secuestrados, más de 20 periodistas desaparecidos o detenidos, y un ecosistema de censura que roza abiertamente el totalitarismo. Esa contradicción revela más sobre el lugar desde el cual escribe que sobre la realidad que pretende describir.

Desde el punto de vista politológico, está claro que no existe análisis alguno allí, puesto que, al estudiar diferentes escenarios, algunos pueden ser más positivos y otros más negativos. Corresponde, según los elementos del análisis, asignar probabilidades a esos escenarios. Lo que sucede con Gunson y el resto de este elenco, es que jamás contemplan un escenario diferente al “caos” postchavismo. Raro, por decir lo menos. Inexacto, rigurosamente hablando.

Para Gunson, la estabilidad —esa palabra mágica— está con el “señor” Maduro.

El argumento, reducido a su núcleo, es simple: la tiranía podrá ser atroz, pero la libertad es peor. O, por lo menos, los venezolanos no la merecemos todavía, quizá nunca.

Es la doctrina del miedo.

La doctrina del dictador necesario.

La misma que usó Somoza, que usó Stroessner, que usó Pinochet, que usa Ortega.

Y ahora la repiten “expertos”.

EL TERCER ACTO: EL GRAN SILENCIO SOBRE LO QUE IMPORTA

Los datos duros son imbatibles —y casi siempre ausentes en sus intervenciones:

Más de 1.000 presos políticos, muchos en centros clandestinos, según organizaciones de derechos humanos.

Más de 300.000 millones de dólares saqueados desde 1999, de acuerdo con diversas estimaciones sobre corrupción y fuga de capitales.

Más de 8 millones de migrantes y refugiados.

La Corte Penal Internacional investigando crímenes de lesa humanidad presuntamente cometidos por el régimen.

El robo electoral del 28 de julio de 2024, donde Edmundo González ganó por amplio margen, según el consenso de la oposición democrática y múltiples análisis independientes.

La Nobel de la Paz, María Corina Machado, en la clandestinidad, perseguida por un régimen acusado internacionalmente de graves violaciones de derechos humanos.

En las 76 apariciones examinadas, el número de menciones a presos políticos, a la investigación de la CPI, al 28 de julio, a las desapariciones forzadas, a la tortura, a la corrupción estructural y a un largo etcétera de esta índole tiende a cero o es completamente marginal.

Pero sí mencionan, una y otra vez:

Sanciones: 43 veces.

Riesgos de intervención: 28 veces.

Supuesto “radicalismo” de la oposición: 17 veces.

Y esto es profundamente revelador: la dulzura casi poética con la que describen a Maduro contrasta con la dureza con la que atacan a quienes encabezan la lucha por la libertad del país. En su marco conceptual, lo “radical” es exigir democracia; no torturar. Lo “peligroso” es plantear una transición; no mantener una estructura de terror y criminalidad.

En estas narrativas, lo que no se dice es tan importante como lo que se dice. El silencio estratégico también es una forma de mentira o, al menos, una forma de distorsión deliberada.

El historial de negociaciones fallidas: un patrón sistemático

Lo más extraordinario es que este “silencio selectivo” también omite un elemento clave para entender la dinámica del conflicto venezolano: todas las negociaciones, sin excepción, han sido saboteadas o desconocidas por el chavismo.

El profesor Miguel Ángel Martínez Meucci, en sus análisis sobre los procesos de México y Barbados, demostró con rigor que:

Cada ciclo de negociación fue utilizado por el régimen como un mecanismo táctico, no como una vía estratégica para transitar hacia la democratización.

Hubo incumplimientos sistemáticos de compromisos asumidos por el chavismo, incluyendo acuerdos humanitarios, garantías electorales y compromisos institucionales.

El régimen usó los diálogos como pausas instrumentales para recomponer fuerzas, ganar tiempo, dividir a la oposición y disminuir la presión internacional.

En México y Barbados, cuando se acercaba la posibilidad de avances concretos, fue el chavismo —y solo el chavismo— quien pateó la mesa.

Esto no es una interpretación: es un patrón. Y está documentado con detalle en los análisis de Meucci:

Negociaciones en México: un primer balance y perspectivas (I)

Negociaciones en México: un primer balance y perspectivas (II)

A ese patrón general se suma el caso específico de Barbados, que hoy algunos citan como si hubiese sido un esfuerzo “sincero” por parte del régimen. Varios trabajos periodísticos y de análisis han documentado que el gobierno de Maduro incumplió puntos clave del acuerdo, especialmente en materia electoral: respeto a la selección de candidatos, levantamiento de inhabilitaciones, garantías reales para la competencia y condiciones básicas para el voto dentro y fuera del país. Diversos reportes han descrito cómo al menos tres puntos centrales del Acuerdo de Barbados fueron “irrespetados” por el chavismo, entre ellos el tema de candidaturas opositoras, el cronograma y la liberación de presos políticos.

Organizaciones y centros de estudio han advertido que, aunque Barbados podía abrir la puerta a elecciones más competitivas, la ruta hacia unos comicios creíbles era “sinuosa” precisamente porque no existían garantías de cumplimiento por parte del régimen.

Análisis posteriores sobre el fracaso del Acuerdo de Barbados han sido claros: el chavismo no solo incumplió los compromisos adquiridos, sino que avanzó en la dirección contraria, consolidando un fraude electoral y dejando sin consecuencias internas sus propias violaciones al pacto.

Incluso informes de derechos humanos han señalado explícitamente el desconocimiento de los Acuerdos de Barbados y la ratificación de la inhabilitación inconstitucional de María Corina Machado como parte del andamiaje represivo que enmarcó el proceso electoral posterior.

Aun así, en las intervenciones que analizamos, la responsabilidad de los fracasos se sugiere, insinúa o desliza sobre la oposición, mientras se evita cuidadosamente señalar al único actor que ha roto una y otra vez cada proceso de diálogo: el régimen.

BONISTAS, PETROLERAS Y THINK TANKS

1. Juan González y Greylock Capital

La Human Rights Foundation (HRF) envió el 19 de noviembre de 2025 una carta a Christiane Amanpour (CNN) advirtiendo sobre un “posible conflicto de interés material” de Juan González, a quien la periodista había invitado en dos ocasiones recientes como “experto” sobre Venezuela.

HRF señala que González podría estar trabajando bajo la dirección o en coordinación con Hans Humes, CEO de Greylock Capital Management, uno de los principales acreedores de la deuda venezolana. Si eso es cierto (y HRF pide que se transparente), cada intervención pública de González sobre Venezuela estaría condicionada por incentivos financieros directos:

Preservar la arquitectura autoritaria actual —o una transición pactada que deje intacto el andamiaje del régimen— es funcional a quienes quieren que esa deuda se pague sin demasiadas preguntas.

Un cambio de régimen genuinamente democrático podría implicar investigar, cuestionar o anular parte de esas deudas por ilegítimas.

HRF lo dice sin rodeos: esa estructura de incentivos ayuda a explicar por qué González trabaja sistemáticamente para desacreditar a la oposición democrática, presentar cualquier transición fuera de Maduro como un escenario de caos y argumentar que la única vía viable es negociar con el régimen.

Eso no es un simple matiz analítico: es un conflicto de intereses no revelado que condiciona lo que se le transmite al público global como “análisis experto”.

El señor González niega estas acusaciones, hay que destacarlo, al igual que Ferrer, otro involucrado. Sin embargo, HRF asegura que tiene todavía más información al respecto. Y la captura de pantalla del chat los une ambos… y a otros.

Lo cierto es que esta narrativa repetida por González, tiene el agregado de responsabilizar a las sanciones de casi todo y al régimen chavista de casi nada. Sin embargo, ha sido refutada con argumentos empíricos sólidos por los profesores Ricardo Hausmann y Dany Bahar en su investigación Las sanciones a Venezuela no impulsan la migración hacia la frontera suroeste de Estados Unidos: una evaluación empírica.

Su conclusión central es demoledora para el relato dominante: la evidencia desmiente la idea de que las sanciones económicas agravan la crisis migratoria; de hecho, ocurre lo contrario. Cuando aumentan los ingresos petroleros del régimen, más venezolanos huyen del país.

El estudio sobre los flujos migratorios y los ingresos petroleros entre 2020 y 2024 muestra que la migración crece cuando el régimen obtiene más recursos, ya que estos refuerzan su aparato represivo, consolidan su poder y destruyen cualquier esperanza de cambio. Cuando el venezolano promedio percibe que el chavismo es inamovible, opta por escapar.

Y aquí es indispensable agregar lo que casi todos los relatores omiten, y que desmonta la premisa completa del discurso anti-sanciones: el colapso de la economía venezolana ocurrió antes de las sanciones sectoriales y petroleras.

Existe una amplia literatura —nacional e internacional— que documenta esto:

Entre 2013 y 2014, antes de cualquier sanción relevante, Venezuela ya había entrado en hiperinflación temprana, contracción del PIB, caída abrupta de la producción petrolera y destrucción del aparato productivo.

El Banco Mundial, la CEPAL y estudios como los de Hausmann & Guerra, Baptista, Monaldi, Piñeiro y Toro Hardy demuestran que el desplome económico es consecuencia directa de: la estatización masiva, la destrucción institucional de PDVSA, el colapso del Estado de derecho, el control de precios y de cambio, la corrupción sistémica, y la militarización del aparato productivo.

Entre 2012 y 2016, antes de las sanciones estadounidenses, Venezuela ya había perdido más del 30% de su PIB; la producción petrolera cayó en más de un millón de barriles diarios; y se inició la mayor contracción prolongada de la historia contemporánea de América Latina.

Es decir: las sanciones no destruyeron la economía venezolana; la sanción fue la economía chavista.

2. Atlantic Council y Chevron

Carrie Filipetti, exfuncionaria del Departamento de Estado y exintegrante del Venezuela Working Group del Atlantic Council, denunció públicamente su renuncia a ese grupo por un pronunciamiento que, en sus palabras, “parecía encubrir el robo de democracia, libertad y futuro de millones de venezolanos por parte de Maduro”.

Su testimonio expone algo que rara vez se cuenta al público: dentro del grupo se ejercía presión recurrente para favorecer licencias petroleras a Chevron en Venezuela.

Incluso cuando la mayoría de los miembros no apoyaba esa posición, el staff insistía en sostenerla.

Más adelante comprendió por qué: en la terraza del nuevo edificio del Atlantic Council brillaba, en letras gigantes, el nombre Chevron, donante de más de un millón de dólares en el último año.

¿Casualidad que uno de los voceros más visibles sobre Venezuela en ese think tank —hasta su reciente salida— haya sido Geoff Ramsey, quien aparece reiteradamente en medios opinando sobre sanciones, sobre despliegues militares y sobre la necesidad de “prudencia” frente a cualquier cambio de régimen?

El punto no es acusarlo de mala fe personal. El punto es más simple y más grave: el público nunca ve el mapa completo de intereses, incentivos financieros y posicionamientos institucionales que rodean a quienes se presentan como “expertos” que explican Venezuela al mundo.

A esto se suma otro elemento clave, siempre omitido: Ramsey y Smilde son de los poquísimos analistas extranjeros que pueden entrar y salir de Venezuela cuando quieren, mientras periodistas, activistas, académicos y hasta cooperantes humanitarios han sido detenidos, deportados o desaparecidos.

Esa anomalía ¿o privilegio? no es irrelevante: dice mucho sobre qué voces tolera la narcotiranía y cuáles considera una amenaza.

3. Guacamaya y Elías Ferrer

Guacamaya nació en 2025 y su primera señal editorial fue inequívoca: una entrevista exclusiva con Juan González, firmada por Elías Ferrer, en la que el exdirector senior del NSC defendía por qué era “imprudente” endurecer sanciones, por qué —según él— no había base para designar al Cártel de los Soles como organización terrorista y por qué la oposición democrática venezolana estaba “equivocada” al buscar presión internacional.

Esa conversación inaugural lo presentaba como el arquitecto del giro de Biden hacia el “compromiso estratégico” con Maduro, tras el supuesto “fracaso” de la máxima presión. No fue un gesto casual; fue una declaración de principios editoriales.

Meses después, en otra entrevista a Jimmy Story, Guacamaya regresó al mismo libreto: defender la idea de un cambio gradual, de una transición lenta, negociada, casi terapéutica, y advertir que apostar por una salida rápida en 2024 era una ilusión peligrosa. La plataforma insistía en el mismo tridente conceptual que González había articulado: que las sanciones “no sirven” y sólo castigan al pueblo, que el crimen organizado de Estado está sobredimensionado, y que lo realmente “racional” es aprender a coexistir con Maduro, normalizar la tiranía como si fuera un hecho geopolítico inevitable.

Desde su fundación, Guacamaya no ha hecho otra cosa que consolidar una narrativa que minimiza el crimen estatal, ataca cualquier forma de presión internacional, descalifica a la oposición democrática y legitima la permanencia del régimen bajo el disfraz del análisis técnico. Nada es accidental. Todo es coherente. Y todo apunta a lo mismo: convertir la resignación en estrategia y la claudicación en sentido común.

4. La sombra del “empresario venezolano” que nadie nombra

Hay un elemento adicional que aparece de manera recurrente en estos artículos de la prensa internacional y que completa el cuadro: la figura del “businessman venezolano” citado bajo anonimato, presente en piezas del New York Times, Financial Times y otros medios. Nunca dicen su nombre, pero su relato es invariablemente el mismo: que las sanciones han destruido la economía (aunque el colapso comenzó una década antes); que “no hay alternativa real a Maduro”; que presionar por una transición “desataría el caos”; que la oposición democrática “no entiende la complejidad del país”.

Esa voz anónima (o no tanto) funciona como la octava nota de la misma melodía. Su aparición recurrente no es casual: completa el dispositivo discursivo que mezcla expertos, consultores, think tanks y una “voz privada” que valida, desde la supuesta racionalidad empresarial, la idea de una coexistencia permanente con la tiranía.

La narrativa coincide palabra por palabra con la que sostienen Gunson, Smilde, Sabatini, Ramsey y González. Es, en esencia, la misma línea editorial, expresada desde distintos puntos del mismo ecosistema.

LA ÚLTIMA PIEZA: EL ATAQUE CONSTANTE A LA ÚNICA AMENAZA REAL PARA EL RÉGIMEN

En los grandes medios, María Corina Machado (líder democrática, mayoría moral, Premio Nobel de la Paz) aparece casi siempre descrita como: inflexible, maximalista, radical, peligrosa para la negociación, obstáculo para un acuerdo.

Mientras tanto, Nicolás Maduro (acusado en tribunales extranjeros y señalado en informes internacionales por narcotráfico, crímenes de lesa humanidad y secuestro político) aparece descrito como: el “señor Maduro”, líder fuerte, hombre de poder efectivo, figura de estabilidad.

Los roles están invertidos. El victimario es el hombre razonable. La víctima es la amenaza.

Este ha sido, desde al menos 2014, uno de los trucos comunicacionales más eficaces del chavismo: convertir en “irresponsable” a quien exige libertad. Y en 2025, ese truco lo repiten analistas que jamás han pisado una celda del DGCIM, aun cuando alguno de ellos vive en Venezuela y camina con más facilidad por las calles que un periodista venezolano promedio, de esos que secuestran por decenas y torturan en los centros clandestinos del régimen.

EL INTENTO DE CAPTURA DEL RELATO GLOBAL SOBRE VENEZUELA

Al final, lo que estos cinco analistas (que no son los únicos, pero sí los más repetitivos) han producido no es sólo análisis: es un andamiaje discursivo que opera como un apoyo para la narrativa del régimen, incluso si ellos mismos se niegan a verlo.

Durante once meses de presencia constante en los principales medios internacionales, negaron o minimizaron el crimen organizado de Estado, culparon a las sanciones por un colapso que comenzó una década antes, relativizaron al Cártel de los Soles y al Tren de Aragua frente a evidencia innegable, advirtieron que si la dictadura cae el país se hundirá en un caos apocalíptico, atacaron a la oposición democrática (con especial obsesión por María Corina Machado), evitaron cualquier mención sustantivaal 28 de julio, a la CPI, a los presos políticos, a la tortura, al hambre y a la represión, y protegieron —directa o indirectamente— los intereses económicos de bonistas, petroleras y élites internacionales. Incluso llegaron a humanizar a Maduro mientras criminalizaban, suavemente, a quienes buscan su salida.

Lo verdaderamente aterrador es lo que esto implica en términos democráticos: la opinión pública internacional está siendo informada por un ecosistema de “expertos” que casi nunca habla del venezolano como sujeto político, sino como una masa pasiva atrapada entre sanciones, “errores de cálculo” y supuestos riesgos de libertad. En esa visión, la libertad nunca aparece como una opción racional, sino como un peligro: un exceso, una imprudencia, una utopía que conviene postergar.

La conclusión de esta investigación (basada en un relevamiento sistemático de fuentes abiertas, cotejable por cualquiera que quiera revisar hemerotecas y registros públicos) es tan verificable como contundente: Venezuela no sólo ha sido secuestrada por una tiranía criminal; también ha sido secuestrada, en el discurso global, por un pequeño grupo que presentan su resignación como “pragmatismo”.

Mientras tanto, el pueblo venezolano ya decidió. Lo dijo el 28 de julio de 2024. Lo dice cada día en su resistencia. Lo dice su líder democrática, hoy perseguida. Lo dice la historia.

La pregunta es si el mundo está escuchando, o si seguirá oyendo, una y otra vez, la misma voz de siempre: la de quienes explican la tiranía sin denunciarla, describen el crimen sin nombrarlo y parecen temer más a la libertad que a la organización terrorista que mantiene secuestrado a todo un país.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.