
Periodistas venezolanos fuera, periodistas venezolanos dentro: ¿dónde está la historia?
La amenaza de Estados Unidos sobre el régimen madurista sigue en progreso; pase lo que pase, el periodismo ―o las hilachas de periodismo que quedan― seguirá dando cuenta de los sucesos, a pesar de las trabas o a pesar de la lejanía. ¿Qué tienen que ver unas palabras de un entrevistador de la radio caraqueña con la proliferación de youtubers y la dificultad para hallar el camino del oficio? He aquí un acercamiento al tema
¿Cuál es el papel de los periodistas venezolanos en estos días de incertidumbre? ¿Cómo escapar de la molienda cotidiana marcada, sobre todo, por el histerismo de las redes sociales?
Los periodistas venezolanos están dentro y fuera del país. Los que están dentro no pueden ejercer su oficio, o lo hacen de manera muy limitada, bajo un estado de pánico que los inhibe. O se adaptan. Los que están afuera ya no son periodistas sino huérfanos en busca de asilo o, al menos, de un trabajo que los sostenga: camarero, chofer de Uber, repartidor de pizzas en bicicleta. Un periodista venezolano en el exterior no tiene ni recursos ni músculo para revertir la realidad de su país, solo puede asistir como un testigo más a un proceso muy azaroso y triste, aquel en que a un pueblo entero no le queda otra opción sino implorar al cielo para que un delincuente (señalado así por la justicia norteamericana) se decida a ejecutar una acción bélica y ponga término al régimen chavista, abriendo el camino a un abismo insondable al que llaman «transición».
Hoy precisamente, con unos aviones sobrevolando la costa venezolana, ese camino parece haber empezado. Pero esto no hará sino poner más a prueba el periodismo. El problema es preservar tres cosas, pase lo que pase: el decoro, el rigor y la honestidad. Ya decía Oriana Fallaci que no creía en la objetividad, pero sí en la honestidad. La honestidad debe mostrarse en todo el proceso. Empezando por lo que escoges como punto de partida para tu trabajo: tu tema, tu personaje, tu búsqueda. El rigor se muestra en el tratamiento del material informativo. Y el decoro, sobre todo, cuando comprendas el momento de callarte. Hay gente de radio acostumbrada a perorar, les da miedo un vacío ante el micrófono, cuando los vacíos y las pausas son lo mejor que hay para crear drama, promover tensión o dejar caer un sentimiento que no merece ser estropeado con palabras. El entrevistador Román Lozinski acaba de desperdiciar una ocasión para quedarse callado: ha protestado, ante el colega Unai Amenábar, porque cierta vez, en un chat, algunos amigos, desde fuera del país, protestaron porque había escamoteado una noticia del día en su programa radial. Argumentó que no fue así, que sí dijo aquella noticia, solo que no la completó con una entrevista. «¿Me va usted a decir a mí cómo hacer mi trabajo en Venezuela? No; véngase de vuelta, lo conversamos en el programa y usted asume su responsabilidad». Se refería a sus compañeros en la diáspora.
De modo que, en los hechos, parece haber una ruptura velada o ya explícita entre periodistas venezolanos que se han ido y periodistas venezolanos que se han quedado. Al señor Lozinski habría que decirle que, en todo caso, el primer deber de un periodista es mostrar consecuencia con el derecho universal a la libertad de expresarse. O sea, ¿quiénes se fueron del país no tienen derecho a criticarlo?
Uno tiene derecho a decir lo que piensa, esté donde esté. Ese es el punto Nº 1.
El punto Nº 2 es el desarrollo de una nueva profesión, la del youtuber. Se puede ser youtuber dentro o fuera de Venezuela, igual que se puede ser periodista dentro o fuera de Venezuela. Pero hay cosas que no tienen tanto que ver con lo político o lo geográfico sino con el sentido común y con la preservación del sentido del oficio. El youtuber representa la democratización de la arbitrariedad. El trabajo de un youtuber no tiene alcabalas: ni editor, ni jefe de Redacción, ni director que le devuelva su texto o speech y le exija que lo mejore. Un youtuber es un tirador solitario. Le basta un ordenador. Un youtuber que se precie es, por lo general, un analista de vocación; incluso, si lo apuran, un politólogo, un estratega, un futurólogo. La diferencia entre un periodista y un youtuber es que el primero ha aprendido que debe tener siempre en su boca más preguntas que respuestas. En el periodismo hay fuentes dignas de crédito y también, por supuesto, rumores que pueden ser recogidos y presentados como tales. Un youtuber pronostica. Lo exprese con esa palabra o no, el delirio de un youtuber es pronosticar. Supongo que hay cientos de miles de expertos en tarot y borra del café con neuronas en común.
Los pronósticos de un youtuber pueden coincidir, perfectamente, con las esperanzas más caras de sus followers. Bajo la idea, más o menos subyacente, Venezuela va a ser liberada, ¿cuánta expectativa falsa puede crearse? Naturalmente, uno consigue información veraz y opiniones moderadas, informadas y sustentadas en medio del maremágnum de Youtube. He escuchado con atención al exembajador estadounidense James Story, quien habla perfecto español por su propio interés en la región; ha sido diplomático entre Venezuela y Colombia desde hace varios años. Por cierto, en una de sus apariciones en algún programa colombiano, asomó la posibilidad de que los lanzamisiles portátiles que le dio Rusia a Venezuela caigan en manos de los elenos, si Venezuela es finalmente liberada del chavismo.
Lo más grave fue lo que dijo a continuación: algo así como «esos tipos [los del ELN] son capaces de lanzarle un misil a un avión comercial de pasajeros en el aire».
En fin; por primera vez en casi treinta años de historia del periodismo venezolano bajo la tragedia chavista, los pronósticos de nuestros youtubers se están verificando: pueden otearse en el aire límpido de la costa caribeña. Habrá muchos, empezando por Carla Angola y terminando en Casto Ocando, pasando por Sebastiana Barráez y otros diez mil expertos, que pongan en sus redes la frase que hará justicia y producirá más «me gusta» y clics del mundo digital: «¿No se los dije?»
El periodismo no es eso. El periodismo venezolano, el de adentro o el de afuera, debería fijarse en las víctimas. Las víctimas de todo esto constituyen un filón inabarcable. Es hora de acercarse a esa historia, poniendo el foco. En ese sentido, el portal La Historia de Nos debería ser premiado. Hay varios portales valiosos, la oferta informativa no está hecha solo de mediocridad. Hay que volver a creer en el trabajo en equipo, sin estrellas ni futurólogos. Trabajar con las víctimas es un reto. Allí está la lección. Hay que buscar a los familiares de los muchachos que Donald Trump mandó a asesinar en el Caribe sur. Son más de ochenta, ¿no? Ahí hay más de ochenta historias. Claro que es difícil pisar ese terreno, los familiares deben de estar paralizados del miedo.
Sí, seguro eran traficantes… ¿todos, todos absolutamente, de verdad?
Como lector, me gustaría saber, por ejemplo, cuál era la edad promedio de ellos: ¿20? ¿25? ¿Esa es la edad de un narcotraficante de verdad, o los narcotraficantes que mandan, los que realmente tienen con qué comprar justicia y mandatarios, suelen tener como cuarenta o más? No lo sé a ciencia cierta. Uno no tiene respuestas. Uno solo tiene preguntas. Y así debe ser.