
Sobre análisis sin fundamento y opiniones aéreas
Entre la persecución a la oposición, la manipulación del régimen y las nuevas presiones externas, Venezuela es hoy un territorio donde la cautela es vital.
Es natural que las noticias o las opiniones no sean sólidas, ni estables, cuando se viven situaciones de incertidumbre. La realidad no muestra su cara como lo hace cuando se desenvuelve en el vaivén simple de la rutina. Uno se atiene entonces a los testimonios esenciales sin mirar a los rincones, en el entendido de que tales evidencias no pretenden mover el agua para su playa con intenciones oscuras. Entonces el libro de páginas sin tachaduras permanece abierto para la lectura de la confianza y para buscar o plantear conclusiones que no son urgentes, o de las que no dependen ni el destino personal ni el de los allegados. Nada qué ver con la situación que hoy vivimos en Venezuela.
No hay certezas en el país de nuestros días. Nadie está en capacidad de examinar una realidad que ofrece sin ambages las huellas de su comportamiento para que se consideren con tranquilidad, y para que orienten los pasos de quienes la forman. Todo lo contrario: la realidad es una maraña insondable que conduce a prevenirse frente a sus señales porque seguramente son equívocas, o dirigidas expresamente tras el objeto de invitar a los errores y a la vacilación. En consecuencia, todo lo que se afirme o proponga sobre su desenvolvimiento es una conclusión condenada al fracaso, o una muestra de irresponsabilidad o, más peligroso, un plan deliberado con el objeto de aumentar la confusión.
En la época ya lejana de la democracia representativa contábamos con una prensa periódica que cumplía cabalmente su obligación con el público. Hecha por profesionales formados en la universidad para el desempeño de su función y manejada por propietarios que generalmente contenían su interés frente a las obligaciones del oficio, los lectores navegábamos sin prevención en sus folios. Lo mismo pasaba con las emisoras de radio, en cuyos estudios se hacían buenos espacios informativos y secciones de opinión dignas de encomio. No era entonces cuestión de leer o de sintonizar con cautela, sino de entregar la confianza a un elenco de comunicadores a quienes el compromiso con su profesión libraba de sospechas. Supongo que el lector siente que hablamos de un pasado muerto y enterrado, con alguna excepción, y que también sabe exactamente lo sucedido con esa realidad expulsada del juego por los designios de una autocracia que persigue dos propósitos esenciales: el silencio y la unanimidad.
El vacío ha sido llenado por unos esmirriados periódicos que obedecen las órdenes de la dictadura que los paga, y por unos programas de radio y televisión a los cuales solo un idiota o un fanático sintoniza o celebra sin la debida prevención. Los cuatro dedos de la frente son el escudo adecuado frente a sus emisiones, pero a veces, lamentablemente, es más estrecha la medida para el cálculo de las dimensiones de la cabeza de los usuarios desprevenidos. Todo un reto para ellos, la verdad sea dicha en su disculpa, por la multiplicación de expertos, peritos, especialistas y eruditos sin diploma a los que se entregan en busca de luz cuando frecuentan las redes sociales; es decir, cuando se aferran el único elemento que tienen a mano para salir del limbo. Pero no salen de su seno, debido a que lo cambian por una sensación o por una ilusión de conocimiento que no les permite tocar tierra. No se trata de un fenómeno nacional, sino de una invasión mundial de babiecas con ínfulas, pero en lo que se ajusta a nuestro caso conduce a la creación del imperio redondo de las afirmaciones sin fundamento, avaladas por una falsa sabiduría, que le dan mayor profundidad a un agujero oscuro e inmenso.
El problema aumenta debido a las dificultades que tienen las fuerzas opuestas a la dictadura para comunicar ideas y decisiones. Se les hace cuesta arriba debido a la inclemente persecución que soportan, al riesgo que corren de la libertad y de la vida; o debido a la interferencia de factores que se muestran como piezas de la resistencia cuando en realidad son muletas del madurismo. Pero el rompecabezas se vuelve más arduo por las presiones cada vez más inminentes y descarnadas del gobierno de los Estados Unidos en nuestras decisiones políticas, que alimentan fantasías salvacionistas y pasiones nacionalistas que hacía tiempo no sonaban. El Tío Sam en la cabeza de Juan Primito, o la resurrección de don Cipriano porque volvió el gran garrote, como para no salir de la impresión. O lo que faltaba para que la maraña creciera y para que la broza nos asfixiara del todo.
De lo cual se desprende la necesidad de leer y escuchar con cautela, de separar el grano de la paja, de no adelantar el reloj y de no echarse de bruces en el regazo de los opinantes, incluyendo a quien termina ahora su artículo semanal.