A medio año del secuestro de Juan Pablo Guanipa: lo que no he podido olvidar

Este texto revela al ser humano detrás del liderazgo: el padre separado de sus hijos, el esposo marcado por la ausencia, el dirigente que resistió diez meses de clandestinidad y aun así siguió luchando por Venezuela.

Hoy se cumplen seis meses de la detención arbitraria de Juan Pablo Guanipa. Compartí con él su clandestinidad hasta que las fuerzas del terror lo secuestraron la madrugada del 23 de mayo. Esa noche no estuve con él. Supe que se lo habían llevado horas después.

Hoy quiero contar lo que vi.

Para esos días tuvimos nuestra última conversación.
Juan Pablo me miró con esa mezcla extraña de desgaste y entereza que aparece cuando uno ya lo ha dado todo, y me dijo:

“Verga… ¿cómo me ves tú, chamo? ¿Tú crees que soy soberbio por seguir en esto? ¿En luchar por Venezuela?”

No era una pregunta cualquiera. Venía de alguien que sabía el precio que estaba pagando por cargar, junto a María Corina Machado, la esperanza de todo un país. De un padre que pasaba su clandestinidad lejos de sus hijos, quienes apenas estaban aprendiendo a enfrentar la ausencia de su madre, fallecida por un cáncer un año antes.

Respondí sin dudar:
“Juan Pablo, no eres soberbio. Eres un guerrero. Este país tiene una deuda gigante contigo. Algún día Venezuela va a reconocer lo que has entregado. Tu fe, tu serenidad, tu energía, esa espiritualidad tuya que pocos entienden, es justo lo que más molesta al régimen”.

Ese hombre, cansado y golpeado por diez meses de resguardo, no respondió con palabras. Lloró. Eran lágrimas de ausencia, de extrañar a su amada Begoña y de sentirse lejos de sus muchachos.

Respiró hondo para contenerse. Intentó marcar a sus hijos para confirmar que estuvieran bien. Apretó la mandíbula y siguió.

Muchos de los que lo difamaron con “fanático”, “radical” o “exagerado” nunca estuvieron con él entre esas cuatro paredes.
No escucharon su silencio, no sintieron su miedo, no lo vieron rehacerse cada noche para no rendirse.

Acompañarlo me enseñó que resistir también puede ser llorar en silencio; que el coraje muchas veces habla bajo; que la fe a veces se sostiene con las uñas. Y aun así, él seguía. Y sigue. Desde su secuestro, sigue resistiendo por una Venezuela libre. Lo hace por convicción, por amor y por la conciencia de su rol frente al momento histórico.

Hoy escribo del ser humano: del padre que se desvive por sus hijos; del esposo que carga la ausencia de su compañera de vida; del hijo y el hermano que sostiene a los suyos; del venezolano terco —en el mejor sentido— que no se dobla.

La historia contará los logros, golpes, victorias y derrotas de Juan Pablo Guanipa. Yo me quedo con lo que vi de cerca: la respiración medida, el miedo a la tortura y a la muerte, la fe que lo mantiene en pie y un espíritu indoblegable que irrita a los esbirros.

Juan Pablo cumple seis meses injustamente preso, pero nunca será derrotado. La dictadura secuestró su cuerpo, pero no su causa.

Hoy me quedo con su grito, que resuena en la mente de millones:

¡Viva Venezuela libre!

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.