
No jodas con el pacifista: también sabe desobedecer
Ni mártires ni ingenuos: los movimientos noviolentos han desafiado imperios y desmontado discursos sin disparar una sola bala. La historia está llena de desacatos lúcidos: Gandhi, Mandela y Luther King entendieron que el desacato inteligente podía hacer tambalear imperios. Hoy, esa lucidez es tan urgente como mañana.
La imagen más extendida de la noviolencia sigue siendo la de alguien dejando que le peguen. O peor aún: la de quien está acostumbrado a poner la otra mejilla. El pacifista como mártir, el manifestante como florero, el desobediente como ingenuo.
Y no, no estamos aquí para besarle las botas a la represión ni para escribirle cartas a Papá Estado invitándolo a recapacitar. La noviolencia no es desobedecer y ya. Es desacatar con inteligencia. Porque ser noviolento no significa quedarse quieto, sino moverse en otra dirección. Y esa dirección no es hacia el teclado, sino hacia el corazón del conflicto.
La noviolencia activa —como estrategia y no como adorno moral— implica desobediencia, boicot, acción directa creativa. Significa decir que no con el cuerpo, con el arte, con la risa y con el riesgo. Porque sí, la noviolencia también se juega el pellejo. Solo que lo hace sin armas.
El problema es que nos educaron para asociar la paz con la pasividad. Como si ser decente fuera agachar la cabeza; como si resistir implicara perder. Nos lo dijeron desde la escuela: “no respondas”, “no te metas en problemas”, “ignora al agresor”.
Pero hay violencias que no se pueden ignorar, porque nos atraviesan el cuerpo y el pasaporte. En ese sentido, la noviolencia también consiste en decir algo que moleste, sin reproducir el daño. Pelear sin parecerse al enemigo.
Gandhi lo sabía y lo puso en práctica deteniendo trenes, rompiendo leyes coloniales y convirtiendo la sal en estrategia política. Lo mismo Luther King, arrestado más de treinta veces por boicotear empresas y por enfrentarse al statu quo.
Eran noviolentos, sí. Pero de pasivos, nada.
En tiempos de represión maquillada y de discursos de odio disfrazados de libertad de expresión, la noviolencia activa sigue siendo una herramienta de supervivencia. No para ganar likes ni premios de ciudadanía ejemplar, sino para desarmar estructuras de poder desde sus grietas más simbólicas.
Un discurso, una manifestación, un sándwich en el aire: formas distintas de recordar que no todo acto de resistencia necesita fuerza bruta para ser brutal.
¿Quién dijo que para ser rebelde hay que ser violento? La historia está llena de desacatos lúcidos que, hasta hoy, nos siguen sorprendiendo. No se trata, entonces, de evitar el conflicto, sino de evitar que el conflicto nos destruya a todos.