
Contra la propaganda, la indiferencia y la cobardía internacional: un ensayo sobre la verdad, la resistencia y la libertad venezolana
Desmontando mentiras sobre una Venezuela que quiere libertad
Durante más de dos décadas, el chavismo transformó al Estado en una estructura criminal: narcotráfico, represión, propaganda y saqueo. Lo más grave no es solo la tiranía, sino quienes la blanquean: periodistas, analistas y académicos que disfrazan el crimen de “complejidad política”.
El fracaso de los intérpretes
Pocas tragedias contemporáneas han sido tan analizadas y, al mismo tiempo, tan mal comprendidas como la venezolana. Desde hace años, una porción considerable de escritores, analistas y periodistas internacionales ha insistido en describir el fenómeno chavista con categorías insuficientes o directamente erróneas. Sus textos, cuando no son propaganda, son síntoma de una pereza intelectual que confunde complejidad con indulgencia y convierte la barbarie en “modelo político alternativo”.
Hay un grupo no menor de escritores, analistas y periodistas internacionales que escriben sobre Venezuela con errores garrafales que, a estas alturas, ya no pueden justificarse apelando —como solía hacerse— a la complejidad que implica comprender lo ocurrido en el país durante las últimas tres décadas. El origen de esos errores no es siempre el mismo. Algunos escriben con una profunda pereza intelectual e intentan —sin éxito— analizar al chavismo como si se tratara de una dictadura convencional o, peor aún, de una autocracia en desarrollo. Otros, para poder entrar al país con la bendición del régimen, terminan suavizando y edulcorando la barbarie, mientras omiten deliberadamente un sinfín de hechos que han ocurrido y siguen ocurriendo. Y están, desde luego, los que cobran por mentir: los propagandistas internacionales —algunos viviendo en Venezuela— e incluso venezolanos con acceso a medios importantes, que venden al mundo la versión del régimen. Son fáciles de reconocer: sus textos no son fruto de la ignorancia, sino parte orgánica de la narrativa chavista. A veces disfrazada de academicismo; otras, simple copia y pega. Nos toca a nosotros, constantemente, explicar. Hay que hacerlo siempre. Aún más ahora, cuando el chavismo ha intensificado su maquinaria propagandística a nivel internacional. Ellos tienen millones de dólares provenientes de la corrupción y el narcotráfico, pero nosotros tenemos la verdad. Es un reto; es agotador, pero es parte de esta lucha.
La excusa habitual —“Venezuela es difícil de entender”— ha perdido toda validez. Tras más de un cuarto de siglo de chavismo, no hay complejidad que justifique la ceguera ni neutralidad que excuse la omisión. Quienes siguen interpretando el régimen como una dictadura convencional ignoran el hecho central: el Estado venezolano fue deliberadamente convertido en una estructura criminal de poder, no en una autocracia en desarrollo, sino en una maquinaria híbrida de crimen transnacional, represión y control social. Hay que volver sobre todo lo que hemos hecho durante estos 26 años y también sobre las atrocidades cometidas por el chavismo. Explicar cómo destruyeron la democracia, las instituciones, la sociedad, la infraestructura, los servicios públicos, los hospitales y las escuelas. Hay que hablar de los montos de la corrupción —acudan siempre a Transparencia Venezuela—, porque hablamos de cientos de miles de millones de dólares robados y utilizados para el control social, la compra de medios, partidos, dirigentes y organismos internacionales.
El 28J y el colapso del mito “a la chilena”
El 28 de julio de 2024, Nicolás Maduro perdió las elecciones por cuarenta puntos de diferencia y, aun así, decidió desconocer la voluntad de casi todo el país, instaurando un terrorismo de Estado sin precedentes. Aquella tesis de “ganar por goleada para lograr un escenario a la chilena” quedó sepultada. Desde el 10 de enero de 2025, el régimen se transformó en una fuerza de ocupación que mantiene secuestrada a la nación y utiliza el territorio, junto con sus socios criminales, para cometer delitos transnacionales.
Esa realidad llevó a la administración de Donald Trump a cambiar su paradigma frente al narcotráfico y asumir como prioridad hemisférica el desmantelamiento del Cártel de los Soles. El despliegue es inédito: operaciones conjuntas, sanciones específicas y presencia naval en el Caribe, incluso con un portaaviones en curso. Aun así, la narcotiranía chavista se mantiene ilegal e ilegítimamente en el poder, torturando a más de mil inocentes secuestrados en sus campos de concentración, desapareciendo a opositores, traficando drogas, oro y personas, y reprimiendo a toda disidencia.
Lo ocurrido demuestra que las hipótesis de “vías suaves” para “hacer entrar en razón” al chavismo fueron y son falsas. El 28J cerró definitivamente ese capítulo. Solo la presión absoluta, interna y externa, podrá derrumbar el muro. Por eso quien lidera hoy el proceso político y moral en Venezuela es María Corina Machado, porque su fundamento político ha sido, desde el inicio, el cambio mediante la firmeza.
Hemos protestado, gritado, denunciado, votado, defendido el voto y demostrado la victoria. Hemos hecho mucho. Y no hemos logrado la libertad, porque el chavismo no es un adversario político: es una organización criminal que debe ser derrotada desde adentro, pero también desde afuera.
La distorsión como política exterior del régimen
En su ensayo It’s Maduro Who Dragged Venezuela and the Region to This Critical Juncture, Juan Carlos Gabaldón observa que muchos analistas internacionales siguen interpretando la crisis venezolana desde la política interna estadounidense, desplazando la atención del crimen a la reacción. El resultado es perverso: se acusa a la respuesta internacional de militarizar el Caribe, cuando la militarización comenzó en Caracas, en las calles, en las cárceles y en las minas del sur.
Gabaldón advierte que Venezuela no es una anomalía, sino un foco de desestabilización regional. El régimen usa su territorio como plataforma logística del delito, mientras compra voluntades y silencios mediante recursos provenientes del narcotráfico y del oro extraído a sangre y fuego. La propaganda exterior busca siempre el mismo efecto: revertir la causalidad moral, presentar al verdugo como víctima y a los resistentes como provocadores.
La metamorfosis del Estado
Durante 26 años, el chavismo ha transformado el Estado en una corporación criminal con fachada institucional. No es un poder que viola la ley, sino uno que vive de violarla. Los hospitales, las escuelas, la infraestructura y los servicios públicos no son víctimas colaterales, sino herramientas de control. Los fondos públicos —centenares de miles de millones de dólares— fueron destinados a comprar lealtades, financiar aparatos de propaganda y sostener alianzas criminales internacionales.
El resultado es la creación de un narco-Estado tiránico, sostenido por redes delictivas internas y externas, en el que el sufrimiento de los ciudadanos se convierte en instrumento de poder. La categoría “dictadura” no alcanza: el chavismo combina los crímenes de las juntas militares con los métodos del crimen organizado. El Cártel de los Soles existe, y el Tren de Aragua también. Los nexos con las FARC, el ELN, Hezbollah, Hamás, y con los cárteles mexicanos y brasileños, son reales. El narcotráfico es real. El tráfico de oro —producto de un ecocidio— es real. El tráfico de armas es real. El tráfico de personas es real. Hablar de estos hechos no es simplificación: es describir la sustancia criminal del poder que hoy gobierna.
Autoritarismo de nueva generación
El historiador Armando Chaguaceda, en su entrevista titulada María Corina Is Expected to Play with a Decorum and Finesse That Her Enemies Lack, explica que el chavismo no se parece a las dictaduras del Cono Sur. Se asemeja más a los regímenes revolucionario-militares o a los sistemas postsoviéticos de poder mafioso. Es un autoritarismo de nueva generación: ideologizado, criminal y con proyección geopolítica.
En este contexto, hablar de “diálogo” o “negociación” como si existiera paridad moral entre las partes es una falacia de falsa equivalencia. El problema no es la palabra “negociación”, ni la idea de diálogo —ambas esenciales en democracia—, sino que no hay democracia ni República. La narcotiranía utiliza cada mesa de negociación para ganar tiempo, apagar protestas y proyectar una imagen de apertura. Negociar, sí, pero sobre una base inalterable: el respeto a lo decidido el 28J. Negociar la transición a la democracia, no la perpetuación de la tiranía. Negociar los términos del fin del régimen, no las condiciones de su supervivencia. Todo lo demás es colaboración involuntaria con el crimen.
No podemos dejar de repetir lo elemental: el chavismo ha sido, y es, la mayor barbarie que ha padecido Venezuela. Por mucho. Nada ha sido tan salvaje contra los venezolanos, en toda nuestra historia, como lo ha sido el chavismo. Enfrentamos a un régimen que comete los mismos crímenes que Jorge Videla y Augusto Pinochet, pero que además utiliza al Estado para ejecutar los mismos delitos transnacionales que Pablo Escobar y Joaquín Guzmán. Y todo esto, sostenido durante dos décadas y media.
Cuatro puntos para desmontar la propaganda chavista
No se trata de “tumbar un gobierno”, porque el chavismo no lo es. Se trata de desmantelar una estructura narcoterrorista que secuestró a toda una nación y utiliza su territorio para delitos transnacionales, desde el tráfico de drogas y oro hasta el asesinato político, como el del teniente Ronald Ojeda en Chile, o el intento de este, contra Luis Peche y Yendri Velásquez hace apenas semanas en Bogotá.
Nada de lo que ocurra será “contra Venezuela”. El enemigo está identificado: un cártel narcoterrorista. Para Estados Unidos, son criminales que envenenan a su población; para la región, un foco de desestabilización; para los venezolanos, una fuerza de ocupación.
El caos no comenzará con la caída del chavismo: el caos es el chavismo. Su final será el inicio del orden, la reconstrucción y la justicia.
Edmundo González es el presidente electo y la premio Nobel de la Paz, la líder del país, porque casi toda la nación, dentro y fuera del territorio, respalda el proyecto de libertad. Venezuela no es Afganistán, Vietnam, Libia ni Haití: es una sociedad unida, con liderazgo, plan de transición y apoyo internacional.
La política como resistencia integral
La lucha por la democracia venezolana requiere una estrategia de Estado frente a un Estado criminal. Implica articular presión diplomática, judicial y social, al mismo tiempo que se mantiene viva la conciencia moral de una nación herida. Como señala Gabaldón, la amenaza no es la intervención externa, sino la indiferencia internacional. Y como advierte Chaguaceda, los instrumentos del siglo XX ya no sirven frente a un autoritarismo de laboratorio, tecnificado, que mezcla ideología, crimen y desinformación.
Hay que seguir diciendo todo esto, una y otra vez. Porque en el mundo sobra gente que ignora nuestro drama, pero escribe sobre él. Y otros tantos que viven de ese drama. Estamos cansados, sí. Pero no podemos permitir que se mienta sobre Venezuela, sobre nuestra lucha y sobre nuestro derecho a ser libres.
El deber del pensamiento
La degradación del análisis sobre Venezuela no es solo un problema ético, sino un síntoma de la crisis del pensamiento político contemporáneo. El relativismo moral y el falso equilibrio periodístico han legitimado el crimen con el lenguaje de la neutralidad. Repetir los hechos, denunciar el saqueo, exponer la tortura y nombrar a los responsables no es insistencia: es resistencia.
Quienes suavizan la verdad —por pereza, por interés o por lucro— no cometen un error inocente: colaboran con la reproducción del daño. Hay que desenmascarar a los propagandistas que cobran por mentir y a los intelectuales que, bajo etiquetas de sofisticación, blanquean lo injustificable. No es sólo que discrepen: es que falsean. Y esa falsedad tiene víctimas: familias que no vuelven, presos políticos que no salen, centros de tortura que no se cierran.
Verdad, fuerza y reconstrucción
Venezuela enfrenta el desafío de reconstruir la República y la libertad frente a una tiranía que ha institucionalizado el crimen. Quienes dudan o relativizan este hecho son parte del problema. Frente a semejante barbarie, hay que hacer todo lo posible para recuperar la democracia. Todo.
Porque el enemigo no es un “proyecto político alternativo”, sino una estructura narcoterrorista que ha usurpado la nación. Porque la verdad no se negocia. Y porque, como recordaba Václav Havel, “vivir en la verdad” es la forma más radical de resistencia.
No podemos permitir que la mentira —sea por omisión, por comodidad o por interés económico— reescriba la historia de lo que aquí ocurrió. Hay que hablar de los asesinatos en las protestas, los asesinatos de presos políticos, los centros de tortura y los campos de concentración que han creado. Hay que exigir que la Justicia, la comunidad internacional y las instituciones multilaterales no se dejen enceguecer por eufemismos. Y hay que recordar: el 28 de julio no fue una anomalía electoral; fue un punto de inflexión que expuso, sin maquillaje, la verdadera naturaleza de la narcotiranía.