El Béisbol en Venezuela: Regresa el ¿mismo? Magallanes (y II Parte)

En 1964 volvió el Magallanes, aunque no era el mismo equipo. El “Catire” Istúriz compró la franquicia de Oriente y rescató un nombre que pesaba más que cualquier estadio o uniforme. Fue otra empresa, otro plantel, otro destino, pero la misma pasión.

Comienza el año 1964 y Leones del Caracas se proclama campeón. Un mes después, Raúl Leoni asume la presidencia del país de manos de Rómulo Betancourt, concretándose así la primera transferencia de poder pacífica con origen en el voto directo, secreto y universal en Venezuela.
El país seguía avanzando en su proyecto democrático, brega que obtendría frutos, al menos por unas décadas. Sin embargo, 1964 fue un año atareado en el terreno político, con una actividad guerrillera que alcanzaba sus momentos de mayor violencia. Ese año Pompeyo Márquez y Eleazar Díaz Rangel serían enviados tras las rejas, al igual que, una vez más, el recordado Teodoro Petkoff.
Adelante aguardaba un período de abundancia económica, pero para eso habría que esperar un poco. El equipo Indios de Oriente, nacido en 1956 luego de que un grupo de empresarios adquiriese la nueva franquicia que ofertó la LVBP por la anulación de la que ocupaba el fallecido “Magallanes”, había pasado en 1963 a manos de Rafael “Fucho” Tovar con un nombre nuevo, el de “Estrellas de Oriente”. Sin embargo, en lo económico, la zafra 63-64 no reportó mejora alguna para la franquicia, y el margariteño y su grupo decidieron vender.

Es entonces cuando el “Catire” Antonio José Istúriz Romero, un locutor que para el momento ya transitaba el camino de empresario en el mundo de la radiodifusión, vino al rescate. El Catire era dueño de Radio Ondas Porteñas de Puerto La Cruz, de Radio Tropical en Caracas, y estaba al frente, en rol de arrendatario, de Radio Cultura, la cual terminó comprando en 1967 y que, con los años, se transformó en YVKE Mundial.
Resulta que Antonio José decidió incursionar en la pelota venezolana y compró a Oriente. Y es aquí cuando sucede la magia. El Catire le montó, según los rumores de la época, tremenda cacería a su amigo Don Lavaud, quien conservaba los derechos del nombre “Magallanes”, para que este se los vendiera. Algo debe haber hecho bien el Catire, porque logró convencer al eléctrico y este terminó pasándole el tesoro por 150 mil bolos —el equivalente a 335 mil dólares de hoy—, aunque otras pistas históricas apuntan a que no medió dinero en la transacción.

¡Voilà! Así, de la nada, el nombre Magallanes había regresado a la LVBP. Eso sí, era otra empresa, otra franquicia, pero el mismo nombre. ¿Suficiente para considerarlo el mismo equipo? En términos formales, no. En cariñito de aficionado, claro que sí. Incluso la Liga le reconoce a la nueva franquicia los tres títulos conquistados por la anterior. Esto no sucede en ningún otro lugar, pero ¿quién quiere ser común?
Para ilustrar los hechos, imaginen que alguien compre hoy el equipo Bravos de Margarita y decida ponerle el nombre “Industriales”, y que con eso su empresa arranque con cinco títulos de la LVBP y una Serie Interamericana. ¡Qué manguangua! Bueno, Istúriz lo hizo, y nadie lo va a pelear. ¿Para qué entrar en cosa tan antipática e impopular? En lo personal, sabiendo que no es lo que procede, estoy de acuerdo con que se les reconozcan esos tres títulos. Al final, se trata de uno de esos casos en los que la fuerza del imaginario colectivo derriba las barreras de la formalidad. La mayoría unida gana: ¡Fuenteovejuna, todos a una! O al menos en este caso, funcionó así.

Tenemos entonces que el nombre “Magallanes” estaba de vuelta, esta vez —al menos hasta el día de hoy— para no irse más. También la divisa jugaría en Caracas, cuna de la denominación. Y la fanaticada, enguayabada por ocho años sin ver aquellas letras en el terreno de juego, saltaba de felicidad desde Catia hasta Petare, con el Ávila de testigo.

Eso sí, Istúriz pensó que eso de muchacho con un solo nombre no era adecuado, y lanzó una encuesta por Radio Cultura para elegir uno más. El resultado fue una abrumadora paliza a favor de “Navegantes”, mote que el equipo empezó a usar en su camisa de home club, mientras que el “Magallanes” luciría en la de visitante. De cualquier manera, lo de “turcos” —por el origen del dueño del bar donde nació el nombre en 1917— no se lo han quitado nunca de encima como el apodo más popular. Por su parte, “Eléctricos” poco a poco cayó en el olvido, aunque algunos nostálgicos aún lo utilizan.

Magallanes se mediría en la 64-65 con Leones, Valencia y el joven La Guaira, que entraba en su tercer año en la Liga y que no sería “Tiburones” sino hasta la siguiente campaña. Sin embargo, la expectativa principal de la nueva zafra era, por supuesto, los encontronazos entre turcos y felinos. Porque si Fuenteovejuna impuso la continuidad sentimental del Magallanes, una horda mayor impondría la continuidad de la antaña rivalidad caraqueña, esa que aún hoy hace erizar la piel del más experimentado jugador.

Istúriz se preparó bien. El fuerte de la propuesta se basó en el plantel criollo heredado del Oriente: el “Carrao” Bracho, que estuvo con el equipo solo ese año; el “Chico” Carrasquel, también en la nave solo por esa temporada, en la que además terminó siendo su mánager; “Camaleón” García, emblemático magallanero, quien el último día de la campaña asaltó el liderato de bateo; Luis Peñalver, que permaneció en el equipo dos años antes de pasar al Caracas; Oswaldo Blanco, en apenas su cuarta temporada en la Liga, ya en camino a convertirse en una de las grandes figuras de nuestra pelota; Víctor Colina, en su año de debut en la LVBP, quien jugó diez temporadas con Navegantes antes de pasar a La Guaira; y el carismático “Látigo” Chávez, en su primera temporada completa en la Liga, campaña en la que se alzó con el premio Novato del Año, y que, luego de cuatro años de éxitos con el equipo, y a un año de haberse convertido en el venezolano número quince en llegar a la Gran Carpa, falleció en un accidente aéreo en Maracaibo.

Para dirigir la novena, el Catire trajo del norte a Sparky Anderson, un joven que había jugado solo un año en las mayores (1959), temporada en la que deslució lo suficiente como para ser despachado al Toronto Maple Leaf, clase Triple A de la Liga Internacional. Con los Maple jugó cuatro años, hasta que en la pretemporada de 1964 el dueño del equipo le dijo algo así como: “Pana, como pelotero no tienes vida, pero como dirigente te veo potencial, ¿quieres dirigir este equipo?”. Sparky aceptó la oferta y así comenzó el oficio que lo llevaría, décadas después, al Salón de la Fama de Cooperstown. Luego de culminada esa temporada 1964, su primer año como dirigente en Triple A, Sparky Anderson tomó un avión para vivir la experiencia en la pelota caribeña.

Listo entonces, mesa servida. Los fanáticos volvieron al estadio para ver el nombre “Magallanes” de regreso en el terreno de juego. “¡Play Ball!”, se escuchó en el Universitario, y el camino —o más bien, vía crucis— comenzó para Sparky y el Magallanes. Resulta que el equipo perdió trece encuentros de manera consecutiva, estableciendo una marca que permaneció vigente por 29 años, hasta que los malucos Tiburones se la arrebataron al hilar catorce reveses en la temporada 93-94.

Bueno, al mejor estilo de The Matrix, “Goodbye, Mr. Anderson”. Don Sparky fue despedido y se marchó de vuelta a los Estados Unidos para ganar cuatro campeonatos en fila en las menores (65-68) y, años después, tres Series Mundiales de la MLB: dos con la Maquinaria Roja de Cincinnati y una con los Tigres de Detroit. Se retiró en 1995 con 2.194 victorias como mánager, lo que hasta hoy es la sexta mayor colección de triunfos por un dirigente de la MLB. Su debut como mánager en la Gran Carpa lo hizo con tan solo 35 años —el más joven en hacerlo hasta ese momento—, una zafra antes de la llegada del “Rey” David Concepción al equipo grande. Eso sí, Mr. Anderson no se volvió a acercar nunca más por el Caribe.

Ido Sparky, el “Chico” Carrasquel tomó las riendas de un Magallanes que exhibía 3 victorias y 14 derrotas en el foso de la tabla de posiciones. Sin embargo, la suerte no cambió mucho. Navegantes terminó allí mismo, en el último puesto, con 13 ganados y 36 perdidos.

La cosa tampoco mejoró los años siguientes. La nave turca no logró ni siquiera un subcampeonato en cinco torneos. No es fácil aguantar aquello, y si lo intentas, las finanzas tarde o temprano te van a recordar las penas del corazón. Istúriz puso fin a la aventura en 1969, cuando vende la franquicia a un grupo de empresarios de Carabobo. El plan de los nuevos dueños era mudar el equipo a Valencia, plaza que había quedado sin béisbol con la venta de Industriales, equipo que ese mismo año, luego de pasar una temporada como Llaneros de Acarigua, aterrizó en Maracaibo como Águilas del Zulia.

La negociación para comprar Magallanes fue a crédito, con una inicial y giros que terminarían de pagarse en 24 meses. Los empresarios emitieron bonos de 1.000 bolívares para levantar el capital necesario y poner a funcionar el equipo en su nueva sede: el antiguo Estadio Cuatricentenario de Valencia, que cuatro años antes (1965) había sido rebautizado como José Bernardo Pérez, en homenaje a este pionero e impulsor del béisbol en el estado Carabobo.

Al momento de la compra, los nuevos dueños de la franquicia contemplaron usar el nombre “Valencia” para la divisa. Por un lado, tenía sentido, ya que Magallanes era un nombre con origen caraqueño, pero, por otro, hacerlo significaba renunciar a una legión de fanáticos y al bono comercial que representaba la rivalidad con Leones. Ya sabemos qué privó, y el Magallanes continuó en escena, aunque en otra ciudad.

Y bien, magallaneros, así fue como el nombre de sus amores regresó y eventualmente se estableció en Carabobo. Pudo haber tenido otros destinos. Por ejemplo, cuando La Guaira iba a ser fundado, “Magallanes” fue uno de los nombres contemplados por los promotores. También Istúriz pudo haber elegido algún otro y, más cerquita aún de la tragedia, la franquicia que se mudó a Valencia por poco termina llamándose como la ciudad que la albergaría. Sin embargo, los dioses del béisbol hicieron su magia y hoy, mañana, y esperemos que siempre, tendremos al Magallanes y a los magallaneros por estas calles.

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