The Last Showgirl: la tortura y el arte

Visualmente, la película es un deleite: rodada en 16 mm, logra que la decadencia de Las Vegas parezca un sueño. Anderson está brillante, incluso cuando el guion no está a su altura. Una obra sencilla, melancólica y visualmente poderosa.

En The Last Showgirl, dirigida por Gia Coppola, Pamela Anderson actúa en el rol de Shelly, una bailarina en un show de Las Vegas que se ha mantenido por más de treinta años. Ella ama ser una bailarina en Le Razzle Dazzle, y se siente orgullosa del legado que espectáculos “old school” como este heredan de los bailes que existían en Francia hace mucho tiempo.

Shelly pasa el tiempo con sus colegas: Jodie (interpretada por Kiernan Shipka), Mary Anne (Brenda Song) y su excolega Annette (la excelente Jamie Lee Curtis). Shelly tiene un buen carro, una linda casa y, a simple vista, una vida bastante cómoda. Por supuesto, esto no es completamente cierto. Shelly también tiene una hija, Hannah (Billie Lourd), con quien mantiene una relación bastante tensa. Es una consecuencia natural del hecho de que Shelly fue una madre ausente, eligiendo dedicarse a su arte en lugar de criar a su hija.

Si consideramos toda la trama, The Last Showgirl es una historia bastante tradicional, con una narrativa estándar. El show Le Razzle Dazzle va a cerrar, y Shelly debe lidiar con el final de sus treinta y ocho años de trabajo y dedicación en ese teatro. Es un relato directo y sencillo, sin giros completamente inesperados, lo cual resulta ligeramente decepcionante. En algunos aspectos, se habría beneficiado de ser una película un poco más experimental.

Lo más novedoso de The Last Showgirl es que es la historia de una artista torturada por su arte, pero desde la perspectiva de una mujer mayor. No es el tipo de protagonista que normalmente define este tipo de narrativa. Es cierto: Shelly no crió a su hija, pero ganaba dinero para proveerle una buena vida y, más allá de eso, creía profundamente en su arte y en su baile. Bailar en Le Razzle Dazzle es, de hecho, lo único que le importa. Cuando otros personajes critican su trabajo, ella lo defiende con pasión. Ve a los otros shows, más sexuales y explícitos, como vulgares y denigrantes, mientras que personas ajenas a su mundo considerarían su espectáculo igual de denigrante. Ese contraste es uno de los ángulos más interesantes del personaje, y el que más recompensa ofrece desde el punto de vista de su caracterización.

Sin embargo, en términos generales, el guion del filme es su parte más débil. Hay muchas escenas que sobreexplican los temas y las situaciones, de forma reiterativa, sin que parezca una repetición intencional para reforzar una idea. Más bien, la repetición se siente como una falta de confianza en el espectador, como si el guionista temiera que no comprendiera la trama. Quizás esto se deba a que la película fue adaptada de una obra de teatro —un medio más explícito y directo, menos sutil—, pero sigue siendo una debilidad del filme.

Shelly, como personaje, tiene muchos lados punzantes e imperfectos que prometen mucho, pero que la película no logra explorar a fondo, lo cual constituye su mayor decepción. Además, el uso de montajes a veces se siente más como una manera de saltarse momentos que valdría la pena desarrollar con mayor calma que como un recurso narrativo inteligente para condensar el paso del tiempo. Es una lástima, porque Pamela Anderson está verdaderamente espectacular en el rol: logra que Shelly se sienta real, simpática o antipática según la escena, en un nivel que el guion no alcanza.

El tercer acto, en particular, se siente como si la historia terminara justo antes del final que uno espera. Hay una falta de catarsis que quizá otros consideren interesante, pero que a mí, en lo personal, me resultó insatisfactoria. Por eso creo que The Last Showgirl es una película que, con ciertos ajustes, pudo haber sido un clásico moderno.

El elemento más llamativo del filme es su gran estilo visual. Fue grabado en rollo de cine de 16 milímetros, con cámara handheld (sostenida a mano) y lentes anamórficos diseñados especialmente para el rodaje. Todo esto le da un aspecto visual muy atractivo, con varias escenas grabadas casi al borde del desenfoque. Este estilo hace que Las Vegas parezca un lugar de ensueño, visto con la misma mirada idealizada con la que Shelly la contempla. Es un uso muy inteligente de un formato clásico.

Debo admitir que no tengo mucha familiaridad con la filmografía de Pamela Anderson, pero al terminar esta película me quedé con la impresión de querer verla en más roles dramáticos similares. Ojalá este filme le dé un nuevo impulso a su carrera, para que continúe explorando papeles de este tipo, tal vez con mejores guiones que The Last Showgirl.

Aun así, recomiendo la película: con las expectativas adecuadas, puede ser una buena experiencia para sumergirse en el mundo fantasioso de Las Vegas, Nevada.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.