María Corina Machado: Un Nobel a la resiliencia, la valentía y la esperanza

Perseguida, separada de su familia y condenada al exilio interno, eligió quedarse y resistir. Su lucha no busca poder, sino libertad; no exige venganza, sino justicia.

El ingeniero Enrique Machado Zuluaga y la psicóloga Corina Parisca tuvieron cuatro hijas: María Corina, Mariana, Ana Teresa y Clara Luisa. En ese hogar caraqueño, donde la educación, el trabajo y el servicio fueron pilares, se forjó la idea de que “quien más tiene es el que más tiene que dar”. De su familia —emprendedores que apostaron históricamente por el desarrollo de Venezuela—, María Corina aprendió que el éxito personal solo tiene sentido si se pone al servicio del bien común.

Por eso, su lucha política no se limita a lo partidario, porque en el fondo Machado pelea por algo tan íntimo como universal: que sus propios hijos —exiliados por seguridad— puedan volver a casa. Ese anhelo resume su causa y también el costo que ha debido pagar desde julio de 2024: vivir aislada de los suyos por una causa mayor, la libertad.

El chavismo siempre ha intentado deslegitimarla atacando su origen —en la última campaña, incluso “sus apellidos”—, como si el hecho de provenir de una familia de empresarios fuese un pecado. Pero su historia familiar es, en realidad, un testimonio de esfuerzo y coherencia: su padre, hoy fallecido, y su madre, forzada al exilio tras un férreo asedio, representan el ejemplo de una generación que creyó en Venezuela y se negó a verla derrumbarse sin luchar.

La madrugada del 10 de octubre de 2025, desde la clandestinidad, María Corina recibió la llamada de Kristian Berg Harpviken, secretario del Comité Noruego del Nobel, quien le anunciaba que sería galardonada con el Premio Nobel de la Paz “por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. Su voz, emocionada y adormecida, conmovió al mundo. Pero sus palabras reflejaron la grandeza de quien ha aprendido que el liderazgo se ejerce sirviendo: “No tengo palabras. Muchas gracias, pero espero que pueda entender que este es un movimiento, este es un logro de toda una sociedad. Yo soy solo una persona; definitivamente no merezco esto”.

De la política a la ética

El texto del Comité Noruego convierte la trayectoria de Machado en una lección ética sobre la integridad, la coherencia y el costo personal de la libertad. No celebra un triunfo electoral, sino una victoria moral.

La irrupción de María Corina Machado en los asuntos públicos comenzó en 2002, cuando, junto a un grupo de ciudadanos de la sociedad civil, fundó Súmate, una asociación destinada a promover el ejercicio y la defensa de los derechos políticos, y a acompañar los procesos electorales desde la ciudadanía. Su principal hazaña fue organizar una consulta nacional mediante la recolección de firmas que permitió convocar el referéndum revocatorio del mandato del presidente Hugo Chávez. En esta organización ocupó la vicepresidencia desde sus inicios y luego la presidencia entre 2008 y 2009, hasta su renuncia para postularse como precandidata a diputada.

Su trayectoria legislativa, aunque intensa, no completó un período, reflejo de cuán peligrosa puede resultar la discrepancia en los regímenes totalitarios. En 2014, Diosdado Cabello le retiró el escaño tras denunciar ante la OEA las violaciones de derechos humanos en Venezuela. Antes, había defendido la soberanía del Esequibo, denunciado corrupción, expropiaciones y escasez, y promovido la unidad opositora a través de La Movida Parlamentaria y La Salida, junto a Leopoldo López y Antonio Ledezma. Desde su curul llevó la crisis venezolana a foros internacionales y, pese a agresiones físicas —incluida una fractura de nariz durante una redada chavista—, nunca abandonó su rol ni su voz como diputada, elevando con su profesionalismo y convicciones el nivel del debate parlamentario venezolano.

Pero sus detractores, antes y ahora, no solo provienen del PSUV. También los hay entre quienes se dicen opositores al régimen. En una entrevista con el periodista Luis Olavarrieta, reconoció un error que marcó su aprendizaje político: “Yo subestimé al régimen en su maldad y sobrestimé a algunos actores de la oposición, que creía que eran compañeros de lucha (…). A mí me sacó la oposición de la Asamblea Nacional, de acuerdo con el chavismo, pero yo les era incómoda”.

El costo de su lucha ha sido más profundo que la pérdida de cargos o de oportunidades. A María Corina le arrebataron la posibilidad de ver a sus hijos crecer y desarrollarse en libertad. Sus tres hijos tuvieron que exiliarse para que ella pudiera continuar su misión sin ser extorsionada. Y mientras defendía los derechos de un país entero, le negaron los suyos: asistir a las graduaciones, a las fiestas o incluso al matrimonio de su hija, eventos que solo pudo presenciar a través de una pantalla, seguramente con un nudo en la garganta. Con su libertad condicionada por causas judiciales espurias, Machado encarna el sacrificio íntimo por un ideal colectivo.

El retorno de la democracia como una causa de la paz

El Comité rescata un principio esencial pero muchas veces subestimado —especialmente donde existe—: no hay paz duradera sin democracia ni instituciones libres. La defensa del Estado de derecho no es un asunto meramente político, sino una causa de humanidad y convivencia.

Si Chávez, y luego Maduro con su séquito, no hubiesen desmantelado el Estado desde adentro, utilizando las mismas herramientas que la democracia venezolana les otorgó, millones de personas no habrían sido empujadas a una catástrofe humanitaria deliberada, ni al éxodo de más de ocho millones —entre ellos este autor y su familia—. Tampoco existirían las desapariciones forzadas, los presos políticos, las torturas ni la persecución a la disidencia, que hoy incluso trasciende las fronteras venezolanas.

Machado recibe el galardón mientras permanece en la clandestinidad, una condición que el Nobel convierte en acto de heroísmo civil y pertenencia nacional. Su decisión de quedarse en el país, pese al riesgo, simboliza la resistencia de millones que no se resignan.

Es probable que María Corina dedique, en la intimidad, este reconocimiento a sus compañeros de lucha hoy privados de libertad —muchos en El Helicoide, el mayor centro de torturas de la región—: Henry Alviarez, Dignora Hernández, Gabriel González, Catalina Ramos, Luis Tarbay, Perkins Rocha, María Oropeza, entre otros venezolanos libres cuyo único “delito” ha sido soñar y trabajar incansablemente por una Venezuela Tierra de Gracia, el proyecto de reconstrucción que inspira a Vente Venezuela.

La transición democrática en Venezuela no representa solo el anhelo de su pueblo, sino también una condición de estabilidad y paz para toda la región. El colapso institucional y la entrega del territorio a grupos armados, carteles y redes criminales transnacionales han desbordado las fronteras venezolanas, afectando la seguridad hemisférica. Esta realidad —conocida por el Departamento de Estado y compartida por aliados democráticos en toda Iberoamérica— explica por qué el reconocimiento a Machado trasciende lo simbólico: es un llamado urgente a restaurar el orden, la libertad y la paz en el continente.

Ella también lo sabe. Sus mensajes no son improvisados: están guiados por una estrategia que combina realismo y propósito. Por eso, en su primer mensaje tras recibir el Nobel, publicado en X, destacó: “Estamos en el umbral de la victoria y hoy más que nunca contamos con el presidente Trump, el pueblo de los Estados Unidos, los pueblos de América Latina y las naciones democráticas del mundo como nuestros principales aliados para lograr la libertad y la democracia”.

Una declaración que sitúa la lucha democrática del país dentro de una coalición global por la libertad, consciente de que la recuperación de Venezuela también se disputa en el tablero geopolítico del hemisferio.

“Votos sobre balas”: la frase que define una era

Venezuela conoció a Hugo Chávez la madrugada del 4 de febrero de 1992, cuando encabezó, junto a otros miembros de las Fuerzas Armadas, un intento de golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Aunque su posterior llegada al poder se dio por vías democráticas, el propósito siempre fue refundar la República bajo un nuevo orden. Con la tutela de Cuba, y como en el experimento de la rana que no percibe el agua al hervir, las instituciones venezolanas fueron corroídas lentamente, mientras las voces disidentes eran silenciadas.

La élite política e intelectual se rindió ante el proyecto populista; la económica, y muchos gobiernos de la región, lo hicieron seducidos por los petrodólares. Quienes se atrevieron a resistir pagaron un alto precio: la jueza María Lourdes Afiuni, el productor Franklin Brito y el concejal Fernando Albán son solo algunos de los nombres grabados como castigos ejemplificadores del poder autoritario.

Pero más allá de la maldad ejercida desde el Estado, María Corina Machado planteó desde el inicio una verdad incómoda: el régimen es fuerte para reprimir y mentir, pero débil para sostener una verdad. Por eso, la gesta detrás de la primaria opositora —organizada sin el aparato del Estado y con un profundo carácter civil— y la posterior elección de Edmundo González Urrutia como “candidato tapa”, respaldada por una red ciudadana de resguardo de actas y boletas en todos los centros de votación, desnudó al régimen, al Consejo Nacional Electoral y a su maquinaria propagandística.

Esa también fue una decisión estratégica de Machado: que el inicio de la transición fuera pacífico y negociado, que la voluntad popular se impusiera sobre las balas y el hambre, dos de los instrumentos más feroces de control del poder. El Comité del Nobel rescata esta expresión —“votos sobre balas”— como síntesis del dilema venezolano y, al mismo tiempo, como brújula ética universal.

Elegir las urnas sobre las armas es, en esencia, un gesto poderoso en una democracia acosada y en una sociedad reprimida que, día tras día, expulsa a sus hijos por aeropuertos y fronteras terrestres.

La unión y la esperanza como un acto revolucionario

Durante mucho tiempo se creyó que la unidad necesaria para una transición debía surgir de los líderes opositores de distintas corrientes ideológicas e intereses —algunos cómodos como opositores conformes con las dádivas del régimen—, pero nunca fue suficiente. En la atomización de la oposición venezolana, el chavismo siempre salía vencedor.

El rol de María Corina Machado como figura unificadora de una oposición históricamente fragmentada ha calado profundamente en la sociedad. El Comité destaca que, en tiempos de polarización, la unión por principios democráticos es presentada como el gesto más radical de todos.

La personalización de la esperanza

Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, reflexiona que “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Sobreviviente del Holocausto, Frankl comprendió que la esperanza no es una emoción pasajera, sino una decisión moral frente a la desesperanza.

En una nación como Venezuela, donde el silencio está impuesto, no existen medios independientes y pronunciar el nombre de María Corina Machado puede acarrear represalias, permanecer firme y proactiva es un acto de valentía. Hablar desde la clandestinidad y liderar un proceso de cambio cuando el miedo domina el espacio público es, a la vez, un acto de resistencia y una declaración de esperanza para una sociedad agobiada por la supervivencia diaria.

Tras más de dos décadas de desilusiones, millones de venezolanos se aferran a la convicción de que el final de este ciclo está cerca, que los hijos podrán volver seguros a casa y que ese proceso será liderado por “la mujer de hierro” venezolana.

Este premio es también un reconocimiento a la valentía política de las mujeres, protagonistas silenciosas de la historia venezolana. Aunque el país no ha sido generoso con ellas, son —como señalaba el padre Alejandro Moreno Olmedo (SDB)— el eje moral y afectivo de una sociedad matrifocal, en la que madres, abuelas e hijas sostienen la vida cotidiana y la esperanza colectiva.

El Nobel inscribe a Machado en una genealogía de mujeres que enfrentaron dictaduras con voz, no con violencia —de Aung San Suu Kyi a Malala Yousafzai—, reafirmando que la paz también tiene rostro de mujer.

En definitiva, el Nobel a María Corina Machado es un premio a la esperanza de un pueblo. No celebra una victoria consumada, sino una esperanza en construcción. Reconoce la valentía antes del resultado y recuerda que la paz auténtica es fruto de la persistencia y del coraje moral de quienes se niegan a rendirse.

El 10 de diciembre de 2025 será la ceremonia de entrega en Oslo. María Corina Machado ha afirmado que solo recibirá el premio si, para entonces, el régimen chavista ha llegado a su fin.

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