
¿Por qué Venezuela no es Haití?
No será fácil reconstruir un Estado arrasado por el chavismo, pero Venezuela no está condenada al destino de Haití. Tiene una reserva moral e histórica que puede devolverle la libertad y ofrecer al continente un nuevo ejemplo de transición pacífica.
El 7 de julio de 2021, un grupo armado asesinó a Jovenel Moïse, presidente de Haití. Lo que ocurrió en el país después de su muerte está muy lejos de la democracia. Cuatro años después, Haití es un Estado fallido en el que predominan el caos y la miseria.
Este caso ha vuelto al debate público a propósito de las acciones que ha adelantado la administración Trump en el mar Caribe. Se teme que la salida del poder de Nicolás Maduro pueda abrir las puertas a un escenario de violencia y descontrol similar al que experimentó el país caribeño.
Este artículo es una reflexión sobre las condiciones predemocráticas que tiene Venezuela y las capacidades que pudiera tener la oposición para asumir el desafío de reinaugurar la democracia en el país, ofreciendo paz y estabilidad a la región.
La pregunta central que guía este artículo es: ¿Está lista la oposición venezolana para asumir el poder después de la salida de Maduro? Para responderla, se describen las condiciones estructurales y coyunturales que podrían favorecer un eventual proceso de democratización. También se señalan los obstáculos, que, sin duda, no serán pocos.
¿Qué son las condiciones predemocráticas?
Las condiciones predemocráticas son un concepto introducido en los estudios de Ciencia Política por Seymour Martin Lipset en Some Social Requisites of Democracy: Economic Development and Political Legitimacy (1959) y The Social Requisites of Democracy Revisited (1994). Se refiere a las realidades estructurales y coyunturales que tienen las sociedades y que pueden favorecer —o no— su desarrollo democrático.
Recientemente, estudios sobre autoritarismos han destacado la importancia de estas circunstancias como soporte para la estabilidad política después de una liberación democrática (Robinson y Acemoglu, 2019).
La Primavera Árabe (Fukuyama, 2015), la liberación en Sudán (Diamond, 2020), las elecciones presidenciales en Bielorrusia (Sahuquillo, 2020) y el regreso de los talibanes a Afganistán (Rice, 2021) indican que las precondiciones democráticas son un ámbito de trabajo necesario para gestionar los procesos de liberación, inauguración y consolidación democrática en distintas latitudes.
En concreto, se pueden identificar dos tipos de condiciones predemocráticas: estructurales y coyunturales. Las primeras pueden ser la historia, la cultura, la economía, la religión y la ubicación geográfica, entre otras. Las segundas pueden ser el liderazgo, el apoyo popular, el orden internacional y los imponderables que pueden irrumpir en el escenario político.
Estructurales: memoria democrática, cultura partidista y sociedad homogénea
Veamos las condiciones predemocráticas estructurales que están presentes en Venezuela después de veintiséis años de chavismo-madurismo. Las principales refieren a su memoria democrática, a su cultura político-partidista y a su sociedad homogénea.
Comencemos por la memoria democrática. En este apartado se abordan tres asuntos relevantes: tradición democrática, experiencia exitosa de transición y vínculos con Estados Unidos.
Tradición democrática
En Venezuela hubo democracia. Hubo un tiempo en el que había elecciones, los venezolanos votaban y había alternabilidad de poder. Después de cada comicio, el perdedor se iba a su casa y el ganador asumía el poder. Esta dinámica se inauguró en 1958 y duró 40 años.
Este periodo de estabilidad política, económica y social no fue perfecto, pero dejó una huella profunda en la cultura política de los venezolanos. Esos años marcaron sus modos de socialización política y de resolución de conflictos.
En cuatro décadas, los venezolanos comprendieron que la mejor manera de solucionar sus problemas era a través del voto. Quizás eso puede explicar dos realidades del presente: primero, su insistencia en la ruta electoral; y segundo, la ausencia de brazos armados que confronten a la dictadura.
Transición democrática y vínculos con Estados Unidos
Venezuela volvió a la democracia en 1958, después de una década de feroz dictadura militar. Fue uno de los primeros países de la región en salir exitosamente de un régimen militar. Y lo hizo pacíficamente, a través de la creación y suscripción de cinco acuerdos de gobernabilidad que ofrecieron estabilidad al nuevo sistema democrático. Este logro cívico está latente en la memoria política de los venezolanos y es una precondición cultural que podrá abonar en el momento oportuno.
Venezuela está ubicada a 1.950 km de Estados Unidos. A ambos países los une una larga tradición cultural y comercial, relacionada con la producción de hidrocarburos. Por ejemplo, la primera concesión petrolera que otorgó el Estado venezolano, en 1911, se la dio a la Caribbean Petroleum Company, filial de la General Asphalt de Nueva York. De esta manera, “los gringos” llegaron a Venezuela y trajeron su idioma, su cultura y sus deportes. ¡El béisbol es el deporte favorito de los venezolanos!
Ciertamente, ha sido una relación con altibajos. En democracia, no estuvo exenta de tensiones, pero nunca escaló hasta los niveles del chavismo-madurismo. Con Hugo Chávez Frías se caldearon los ánimos y con Nicolás Maduro se rompieron. Aun así, en la memoria del país permanecen los vínculos descritos anteriormente.
Cultura partidista
En Venezuela, los partidos políticos están consustanciados con la vida democrática. La Constitución de 1961 los reconoció como instituciones fundamentales para el sistema que se estaba inaugurando y, por eso, se erigieron como escuela política para los ciudadanos.
Años después, cuando los partidos entraron en crisis, la democracia retrocedió. Aun así, los venezolanos guardan modos y procedimientos propios de la vida partidista: el despliegue territorial, los tipos de activismo, la organización estructural y la movilización y defensa del voto, entre otros.
Sociedad homogénea
A diferencia de otros países, Venezuela no presenta clivajes étnicos, raciales ni religiosos. Es un país uniforme en términos demográficos. Por ejemplo, 70% de los venezolanos se identifica como católico y 15% como evangélico; es decir, 85% de la población es cristiana.
Desde el punto de vista etnográfico, encontramos un fenómeno similar: 53% de los venezolanos son mestizos, 42% son blancos-europeos y 5% son indígenas, afrodescendientes y otros. A diferencia de otras sociedades que se han enfrentado al desafío de reinaugurar la democracia, Venezuela no enfrenta riesgos de luchas tribales, raciales o religiosas.
Coyunturales: liderazgo, partidos y comunidad internacional
En Venezuela existe un liderazgo político legitimado en las urnas. María Corina Machado ganó la primaria de la oposición realizada el 22 de octubre de 2023.
Cuando la dictadura le impidió postularse para la elección, propuso a Edmundo González Urrutia como su candidato sustituto. De esta manera, González ganó la elección presidencial del 28 de julio con el apoyo de Machado, de la Plataforma Unitaria Democrática y de las organizaciones civiles.
Además, María Corina Machado recibió el Premio Nobel de la Paz, lo que ha tenido consecuencias políticas inmediatas. Podemos mencionar tres: primero, blinda la legitimidad política interna y externa de Machado; segundo, aumenta para el régimen los costos de la represión en su contra; y tercero, representa una derrota moral sin precedentes para la dictadura de Nicolás Maduro.
Quince meses después del fraude electoral y de la instalación de un sistema de terror dentro del país, María Corina Machado sigue siendo el principal liderazgo político de Venezuela. Una encuesta reciente reveló que 70% de los venezolanos se identifica como no chavista, y 55% de este grupo se siente representado por la voz de Machado.
Veamos qué ocurre con los partidos políticos. En Venezuela, las organizaciones con fines electorales de oposición están agrupadas en la Plataforma Democrática. Esta coalición, integrada por ocho partidos políticos, tiene un alto grado de institucionalidad.
Es decir, sus miembros se reúnen regularmente, tienen reglas de funcionamiento interno, deliberan asuntos de interés y toman decisiones por consenso. Esta dinámica no está libre de tensiones ni de problemas operativos. Sin embargo, debe destacarse que es una coalición política formal que funciona en un contexto autoritario. Es un caso atípico, pero real.
La encuesta referida también revela que 14% de los no chavistas se sienten representados por los partidos políticos de la Plataforma Unitaria. Este número es considerablemente alto si se compara con contextos similares como Cuba, Nicaragua o Haití, donde este tipo de organizaciones nunca han existido o casi han desaparecido.
La sociedad civil también es una fuerza relevante. En Venezuela hay un músculo social vibrante y organizado, fundamentalmente dedicado a la denuncia y defensa de los derechos humanos. Estos grupos han desempeñado un rol fundamental en el trabajo de la Misión de Verificación de Hechos de Naciones Unidas.
Esta disposición de trabajo y entrega puede explicar el acoso al que han sido sometidos: la prisión de Rocío San Miguel (Control Ciudadano) y de Javier Tarazona (Fundaredes); el exilio de Transparencia Venezuela; y, recientemente, el atentado perpetrado en Bogotá contra Yendri Velásquez y Luis Peche, siendo este último episodio el segundo caso de represión transnacional registrado recientemente.
Durante las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, el liderazgo, los partidos políticos y la sociedad civil demostraron alta capacidad de cooperación y operatividad. Llevaron adelante una campaña electoral heroica y superaron todos los obstáculos que les impuso la dictadura. En pocas palabras, demostraron ser altamente resilientes.
Tres cuartas partes de los no chavistas apoyan la política firme de la administración Trump con el objetivo de sacar a Maduro, y aprobarían una alianza con su gobierno. Además, solo 16% cree que debe realizarse una negociación entre Estados Unidos y la dictadura.
Junto a las variables descritas, encontramos otro dato clave: los planes para la transformación democrática del país. Vente Venezuela ha presentado un plan de reconstrucción nacional titulado Venezuela, tierra de gracia. Este documento es una propuesta de gobierno que deberá contrastarse con la realidad y estar abierta a las actualizaciones y recomendaciones de otros actores políticos y sociales.
Recordemos que la transición hacia la democracia demandará apertura e inclusión por parte del liderazgo. Por eso, Venezuela, tierra de gracia es un buen punto de partida para la transformación que demandará el país.
Precondiciones negativas: la destrucción del Estado
La dictadura de Nicolás Maduro ha hecho estragos en Venezuela. Más de ocho millones de venezolanos han sido expulsados del país. Los niveles de pobreza son exorbitantes, y la desigualdad, escandalosa. Además, hay territorios controlados por el crimen organizado e instancias del Estado que trabajan al servicio del narcotráfico. Con Maduro, Venezuela se ha transformado en un Estado gangsteril.
Esta realidad afectará y modelará el ritmo del regreso hacia la democracia. Los venezolanos enfrentarán grandes desafíos. En ese sentido, veamos algunos datos del Instituto FORMA en su estudio sobre condiciones predemocráticas.
De acuerdo con este tanque de pensamiento radicado en Caracas, se ha registrado una erosión en el compromiso democrático de los venezolanos. Cuando se les consultó sobre el sentido de la democracia, únicamente 22% respondió que es “respeto a la ley”. Los demás coincidieron en restarle importancia a esta dimensión fundamental del sistema.
Aunque permanecen los remanentes históricos y tradicionales descritos anteriormente, debemos reconocer que la dictadura chavista-madurista ha dejado rastros profundos en la cultura política del país, y solo el tiempo permitirá estimar su verdadero alcance.
El músculo económico y financiero también ha colapsado. La oposición recibirá un país con un sector privado reducido a su mínima expresión: solo 10% de los venezolanos trabaja en la empresa privada; cuatro de cada diez personas trabajan por cuenta propia; y cinco de cada diez tienen relación ocupacional con el gobierno.
A esta realidad se suma el colapso del Estado. Es decir, la empresa privada es frágil y no existe un aparato estatal capaz de cumplir sus funciones. En Venezuela hay vacío y desprotección; una economía con los motores apagados que sobrevive con fuentes de ingreso ilegales o informales.
Por estos motivos, la principal precondición negativa para la democracia que ha dejado el chavismo-madurismo es la destrucción y degradación del Estado venezolano. O, dicho de otra manera, el principal desafío del primer gobierno democrático será restablecer las capacidades del Estado venezolano.
Reflexiones finales
A pesar de haber sufrido un proceso prolongado de destrucción institucional, Venezuela conserva en su memoria colectiva los fundamentos de una nación democrática. La experiencia de cuarenta años de vida republicana bajo un sistema de libertades dejó una huella profunda en su cultura política.
Esa tradición democrática, unida a una sociedad homogénea y a un liderazgo opositor legítimo y articulado, constituye una base que diferencia a Venezuela de otros países que han transitado hacia el colapso estatal.
Otros países que han experimentado procesos de degradación similares nunca han gozado de una democracia consolidada ni de un sistema de partidos con arraigo social. Tampoco de una clase media amplia ni de instituciones con legitimidad. Venezuela, en cambio, cuenta con una memoria política que reconoce la alternancia, el voto y el acuerdo como instrumentos de convivencia.
No obstante, sería ingenuo ignorar los enormes desafíos que enfrentará la reconstrucción democrática. La degradación del Estado, la crisis económica y la pérdida de confianza en el valor del derecho suponen obstáculos significativos. La futura transición deberá ser paciente, inclusiva y sostenida en la reconstrucción de la institucionalidad y del tejido social.
Pero también hay motivos para el optimismo. Venezuela ha demostrado resiliencia, capacidad organizativa y vocación cívica incluso bajo represión. Su sociedad civil sigue viva; sus partidos, aunque golpeados, continúan funcionando; y su liderazgo político ha logrado mantener la cohesión en circunstancias extremas.
Por todo ello, Venezuela no está condenada al destino de Haití. El país posee una reserva moral, histórica y cultural que puede servir de cimiento para su reconstrucción. Si logra conjugar liderazgo, instituciones y ciudadanía, podrá no solo recuperar la democracia, sino ofrecer al continente un nuevo ejemplo de transición pacífica y de esperanza política en medio del autoritarismo.