Ignorancia y mala fe: Maduro inventa que es bruja y le teme como si lo fuera

El feminismo acaba de perder una oportunidad crucial. Maduro, furioso por el Nobel de la Paz a María Corina Machado, la llamó “bruja demoníaca”. Pero esa palabra no es un insulto cualquiera: es una herramienta política con siglos de historia.

El feminismo acaba de perder otra ocasión de salirle al paso a Maduro, quien, furioso ante la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, tildó a esta de “bruja demoníaca”.
No es la primera vez que califica a su rival de bruja: la propaganda del oficialismo y su círculo cercano han recurrido a tachar a Machado de «loca» o «enferma mental»; una fraseología que, más allá del contexto venezolano, activa un patrón histórico de deslegitimación que ha sido utilizado por los poderes establecidos durante siglos para neutralizar a las mujeres que representan una amenaza política, intelectual o social.

Este lenguaje aspira a desplazar a la oponente del debate racional y situarla en el terreno de la patología o la maldad absoluta. Al hacerlo, se niega su condición de adversaria política con ideas legítimas y se la cataloga como una fuerza destructiva e irracional que debe ser aislada y extirpada. La etiqueta de «bruja endemoniada» o «loca» no es un insulto casual: es una técnica de control social con profundas raíces en la historia de la opresión de género.

Demonia no, sanadora

Para documentar la potencia de esta descalificación, es crucial entender quiénes eran, en realidad, las llamadas brujas. Como las silenciosas feministas deben saber, hay amplia bibliografía disponible. Para esta nota hicimos una consulta rápida de las autoras Silvia Federici, en su libro “Brujas, caza de brujas y mujeres”, y de Barbara Ehrenreich y Deirdre English, en “Brujas, comadronas y enfermeras”.

Ambos libros coinciden en que las «brujas» no eran siervas del diablo, ni criaturas oscuras, ni locas ni malvadas, sino mujeres empobrecidas, campesinas, sanadoras populares y parteras. Eran las guardianas de un conocimiento empírico sobre hierbas, anticoncepción y el cuerpo femenino, que les confería una autonomía peligrosa. Además, representaban la resistencia a las nuevas normas sociales y económicas: se oponían al cercamiento de tierras y a la regulación estatal de la reproducción.

Como conocían las plantas medicinales, las hierbas y las raíces, eran las médicas de la gente común en la Edad Media y el Renacimiento. Tenían un extenso y empírico conocimiento sobre partos, anatomía simple, huesos y músculos, que transmitían de generación en generación. Eran, de hecho, las únicas que ofrecían asistencia médica a los campesinos y las clases pobres.

Y, como tenían un conocimiento especializado del cuerpo femenino y los procesos de concepción, embarazo y parto, una de sus «transgresiones» más graves, a los ojos de la Iglesia y la incipiente profesión médica masculina, era el conocimiento y la posible práctica de anticoncepción y del aborto.

Al ser curanderas, herboristas, parteras y elaboradoras de filtros, tenían una comprensión especial de los secretos de la naturaleza; y esto era percibido por las altas jerarquías como una fuente de poder y empleo que las exponía a la venganza. La «racionalización» del mundo —precondición de la revolución científica— pasaba por la destrucción de la «bruja».

En suma, la «bruja» fue una figura ideológica creada, principalmente por la Iglesia, para criminalizar a la mujer políticamente subversiva y socialmente autónoma, convirtiendo el desafío de clase y de género en un crimen de herejía demoníaca. En eso está apuntado Maduro.

Enemiga del capitalismo y del patriarcado

Federici argumenta que la persecución masiva en los siglos XVI y XVII fue una condición necesaria para la acumulación originaria. Las mujeres pobres fueron tildadas de «brujas» por la Iglesia y el Estado con el propósito de eliminar la resistencia de clase y social de las comunidades campesinas y de las mujeres que se oponían a la privatización.

De manera que esta autora asegura que, en la base de la operación descalificatoria de las mujeres, lo que se mueve es el naciente y salvaje capitalismo, en su interés por acaparar tierras —que podían estar en manos de mujeres— y, de paso, imponer un control férreo sobre la capacidad reproductiva de estas, asegurando así una futura mano de obra para el naciente sistema capitalista.

La acusación de «loca» o «enferma mental», por su parte, sigue una línea histórica paralela y convergente con la demonización. El efecto político de tildar a una mujer opositora de «loca» es la anulación de su racionalidad. Si una mujer tiene un diagnóstico psiquiátrico implícito o explícito, sus argumentos políticos dejan de ser un programa ideológico para convertirse en un síntoma.

Esto permite a los autócratas desestimar a sus oponentes sin tener que refutar sus ideas, utilizando la patología como un arma política para justificar su exclusión y aislamiento.

El sombrero de pico

Es interesante que incluso la iconografía popular de la bruja tenga raíces en la exclusión. El sombrero negro de pico tiene probables orígenes en la descalificación social. Históricamente, este tipo de sombrero se ha vinculado a grupos marginados, como las cerveceras (competencia económica de los hombres) o la marca de segregación impuesta a los judíos (Judenhut) en la Europa medieval.

En todos los casos, el sombrero se convirtió en un símbolo visual de alteridad y peligro social, consolidándose como la vestimenta de la bruja. Hasta la fecha.

Los adversarios de Hillary Clinton no la llamaron loca, pero algunos imprimieron afiches y otras representaciones gráficas donde mostraban a la política demócrata estadounidense —fuerte candidata a la presidencia en su momento— tocada con sombreros de pico para vincularla con la maldad y la irracionalidad, socavando así su credibilidad como líder.

En todos estos casos, la táctica es la misma: si una mujer no puede ser derrotada en el campo de las ideas o la política, se la destruye en el de la moralidad, la racionalidad y el género, utilizando la demonización como una forma de control político.

El objetivo de esta retórica es el mismo que en siglos pasados: reducir una amenaza de poder a una aberración moral o patológica. El uso de la figura de la bruja y de la loca en la política contemporánea demuestra que, a pesar del avance de las estructuras democráticas, la estrategia de la demonización de la mujer con poder sigue siendo una herramienta disponible para quienes buscan imponer un monopolio de autoridad.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.