
El feminismo ideologizado es indiferente ante lo que está ocurriendo en Venezuela
El feminismo ideologizado ha mostrado su peor rostro ante el Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado. En lugar de celebrar que una mujer desafíe a un régimen patriarcal, militar y narcotraficante, prefieren el silencio.
María Corina Machado se convirtió en la primera venezolana en recibir el Premio Nobel de la Paz, y la noticia debería haber encendido una celebración transversal. No solo por el reconocimiento a su lucha pacífica frente a un sistema autoritario, sino porque es una mujer la que ha liderado, desde el terreno, un movimiento de libertad en un país donde el poder se sostiene sobre estructuras profundamente patriarcales.
En una Venezuela libre, lo normal es que las calles se hubiesen llenado de carros haciendo caravanas para celebrar este Premio Nobel; que la marcha de Venevisión hubiese sonado desde muy temprano para darle cobertura a una de las noticias más importantes de la historia contemporánea del país. Seguramente cada medio de comunicación, cada artista, cada opinador y cada ciudadano se hubiese hecho eco de este momento e, incluso, quizás se hubiese decretado un día nacional de júbilo por parte del Gobierno de turno.
Sin embargo, en una Venezuela donde se ejerce el terrorismo de Estado, la autocensura se ha vuelto una herramienta de protección de libertades e intereses. Esto no ocurrió. Los medios de comunicación actuaron como si hubiese sido un viernes más, el régimen de Maduro nuevamente se mostró en armas y los ciudadanos que celebraban y lloraban lo hacían en silencio y en intimidad con personas de su confianza.
Este silencio es comprensible. Venezuela ha sido inyectada con dosis casi letales de miedo que la han llevado a hablar bajito, a escribir mensajes con tiempo de expiración y a enviar fotografías para ver una sola vez, todo esto con el fin de seguir luchando y expresándose, pero desde la clandestinidad.
El silencio incomprensible es el de algunos movimientos feministas y de mujeres en el poder que pretenden desconocer lo que está ocurriendo en Venezuela. Cuando la presidenta de México fue consultada sobre el premio, respondió: “Sin comentario.” Una frase que, más allá de su brevedad, revela la fractura profunda que recorre buena parte del feminismo, sobre todo del feminismo ideologizado, que es egoísta, porque solo abraza a quienes simpatizan con corrientes ideológicas de izquierda, pero ignora y rechaza lo que está fuera de ello. Gran parte del feminismo latinoamericano se ha forjado desde las corrientes de izquierda, en diálogo con causas sociales que, aunque legítimas, han terminado por condicionar su solidaridad al marco político. Y eso es un grave error.
María Corina Machado es la única mujer en la región que lidera un movimiento por la libertad no desde un despacho, sino desde la clandestinidad. Su liderazgo no es simbólico: es físico, es duro y noble. Camina entre amenazas, persecuciones y campañas de desprestigio. A María Corina el patriarcado ha pretendido callarla y acabarla. ¿Acaso esto es menos malo porque es liberal?
El régimen que enfrenta es militar, narcotraficante y profundamente masculino. Este régimen ha ejercido contra ella una violencia política de género: la ha llamado “histérica”, “Sayona”, “incapaz”, y la ha inhabilitado sistemáticamente para competir en elecciones, sin mencionar que ha ordenado palizas colectivas en su contra. En un país donde las mujeres cargan sobre sus hombros la supervivencia de millones de familias, su liderazgo representa una ruptura con la cultura del silencio y la subordinación.
Resulta paradójico que un movimiento que se reivindica como emancipador haya reaccionado con tanto recelo ante una mujer que encarna la resistencia frente a la opresión. Los grandes movimientos feministas del continente, tan activos frente a otros casos, han optado esta vez por la cautela o la omisión.
En esa lógica, una mujer liberal, empresaria o de oposición no encaja en la narrativa de la víctima estructural ni en el canon de la heroína colectiva. ¿Estamos reproduciendo el mismo sesgo que criticamos? Juzgar a las mujeres no por lo que hacen, sino por quiénes son o qué piensan.
Hay momentos en que los silencios pesan más que las palabras, y este es uno de ellos. Porque cuando los movimientos feministas callan ante una mujer que ha enfrentado a un sistema patriarcal autoritario, están enviando un mensaje devastador: los derechos de las mujeres son solo válidos si encajan en un dogma ideológico. Y eso no es feminismo. Eso es censura política con rostro de causa social.
El Nobel de María Corina Machado no premia a una tendencia. Premia la valentía de una mujer que se negó a aceptar la lógica de la obediencia. Y ese gesto, más que cualquier discurso, debería unir a todas las mujeres en una certeza simple y profunda: la libertad no tiene color político, y cuando la ideología decide a quién defender, el feminismo deja de ser una causa y se convierte en una barrera.