Para la paz, libertad

El cambio doctrinario transforma el mapa del continente y coloca al narco-Estado venezolano en el centro del conflicto.

La guerra que ya comenzó

El 2 de octubre, el presidente Donald Trump notificó al Congreso de Estados Unidos que el país se encuentra en un “conflicto armado no internacional” contra los cárteles de la droga declarados combatientes ilegales. Dicha definición jurídica, aparentemente técnica, encierra un cambio doctrinario de enorme alcance: ya no se trata de perseguir criminales, sino de enfrentarlos como enemigos militares.

Ese giro transforma el tablero regional. Desde ahora, los grandes carteles —y los Estados que los amparan— dejan de ser materia penal para convertirse en blancos legítimos de la defensa nacional estadounidense. En otras palabras, el conflicto deja de pertenecer al ámbito policial y entra en el dominio estratégico de la guerra irregular.

El mensaje hacia Venezuela es inequívoco: el Cártel de los Soles —y por extensión el Tren de Aragua— son considerados estructuras narco-terroristas dirigidas desde la cúpula del régimen de Nicolás Maduro. Ya no se los ve como órganos de un gobierno ilegítimo, sino como componentes de un aparato criminal de alcance transnacional.

Por eso el 28 de julio (28J) no fue un evento electoral más, sino el acto que despojó al chavismo de su última pretensión de legalidad. Así fue pensado por María Corina Machado y ejecutado por el movimiento social que lidera. Desde entonces, el poder de facto en Caracas se percibe en Washington (y en la mayoría del mundo libre) no como un Estado, sino como una organización insurgente armada, susceptible de ser tratada bajo la misma lógica que Al Qaeda o ISIS.

El lenguaje del poder

Veinticuatro horas después de la notificación al Congreso, el secretario de Guerra, Pete Hegseth, anunció —por órdenes directas del presidente— un ataque letal contra un buque narco-terrorista frente a las costas venezolanas. “Estos golpes continuarán hasta que los ataques contra el pueblo americano terminen”, declaró. Luego de ese, hubo otro más.

El mensaje fue doble: primero, que la ofensiva no es simbólica; y segundo, que ya existe una doctrina en marcha, no improvisada. Que el comunicado haya provenido del propio secretario de Guerra, indica que la fase operativa comenzó y la lidera él mismo.

Casi en simultáneo, el FBI desmanteló una red internacional de lavado vinculada al entorno directo de los hijos de Maduro. Las piezas encajan: acción cinética, acción judicial, acción financiera. Un tablero coherente donde cada frente busca degradar la estructura del narco-Estado.

El 6 de octubre, filtraciones confirmaron dos piezas adicionales del rompecabezas. CNN reveló la existencia de un dictamen clasificado del Departamento de Justicia (DOJ) que autoriza el uso de fuerza letal contra operadores del narcotráfico bajo el concepto de “amenaza inminente”. El documento, elaborado por la Oficina de Asesoría Legal (OLC), habilita además una ampliación de las facultades de la CIA para ejecutar operaciones encubiertas en América Latina. Ese mismo día, el New York Times informó que Trump ordenó a su enviado Richard Grenell suspender todo contacto con el régimen venezolano. La diplomacia quedó subordinada a la estrategia military y allí Jorge Rodríguez ya no tiene maniobra alguna. Los puentes se rompieron y solo queda una puerta: la de salida.

El fin del tiempo de los diálogos

La lectura es evidente: Washington ha decidido escalar. No para improvisar, sino para ejecutar una política acumulada desde hace meses.

El equipo actual —Marco Rubio, Peter Hegseth, Michael Waltz, Christopher Landau y otros— ya no es un grupo de contención interna del presidente, como en su primer mandato, sino una maquinaria coherente de doctrina disuasiva activa, cuyo principio rector es hemispheric defense through kinetic deterrence: defensa hemisférica mediante disuasión cinética.

Venezuela es el epicentro de esa doctrina. Y si se analiza el mapa, la presencia militar en el Caribe no es decorativa: más de 10.000 soldados desplegados, la mayoría en bases de Puerto Rico, garantizan capacidad inmediata de acción. La presión diplomática se transformó en poder de fuego latente.

Por eso la pregunta ya no es si habrá acciones, sino cuándo, cómo y contra quiénes. Y esas preguntas sin respuestas (por ahora) giran alrededor de la cabeza de la nomenklatura chavista, hoy encerradas en búnkeres oscuros. Falta vitamina D, pero no nerviosismo.

La convergencia perfecta

Por primera vez en décadas, los objetivos estratégicos de la Casa Blanca y los del pueblo venezolano coinciden:

  • Para Washington, desarticular el Cártel de los Soles y cortar los flujos de narcotráfico y migración.
  • Para Venezuela, desmantelar la tiranía que secuestró el país y reconstruir la República.

Esa convergencia no es sentimental, sino utilitaria: una oportunidad histórica. La liberación de Venezuela dejó de ser una causa solo moral para convertirse en un asunto de seguridad hemisférica.

El chavismo se encuentra en su punto de mayor vulnerabilidad. La “revolución” ya no tiene aliados confiables: los gestos desesperados de Maduro —como ofrecer a Trump acceso total al petróleo, al oro y hasta la ruptura con China, Irán y Rusia— solo confirmaron su colapso político. Estados Unidos los rechazó sin pestañear pero Vladímir Putin, Xi Jinping y Masoud Pezeshkian ahora saben que “su hombre” en Venezuela, cuando siente miedo, traiciona. 

El “chaleco antibalas”

El 10 de octubre, el Comité Noruego del Nobel otorgó a María Corina Machado el Premio Nobel de la Paz. Y en una ironía de la historia, la mujer que simboliza la paz lo hace desde la clandestinidad, en un país devastado por la violencia del régimen, pero negado a vivir en el oprobio.

El galardón es más que un reconocimiento: es un blindaje político y moral. Un chaleco antibalas para quien deberá conducir la transición, junto con el presidente electo, cuando el muro se rompa.

La llamada de felicitación de Donald Trump y el apoyo público de Barack Obama y de líderes de todo el mundo consagran a Machado como interlocutora legítima ante la comunidad internacional. Ya lo era desde octubre de 2023, pero ahora, si quedaban dudas, ya no existen. En Europa, donde algunos intentaban vender un “chavismo maquillado” (hola, Henrique Capriles) como vía de transición, el Nobel sepultó esa narrativa.

Como bien escribió uno de los hombres más cercanos a Machado, Alberto Ray, “en tiempos de guerras multidimensionales, el Nobel de la Paz es el arma no convencional más poderosa que le han otorgado a los venezolanos”.

El premio abre un canal de interlocución directa y consolida la idea de que el liderazgo civil y democrático venezolano existe, tiene rostro y tiene plan. Esto último es fundamental, porque, aunque la propaganda (ya repetida hasta por alguna devaluada excandidata presidencial demócrata) sobre un posible “caos” si cae el chavismo, es absolutamente ridícula: el caso ES el chavismo. Machado y González, y sobre todo, la unidad en objetivo y en deseo de casi todo el pueblo venezolano, es la garantía del orden y la paz en el país —y en el hemisferio.

El nuevo mapa del poder

La claridad de la política estadounidense es transversal. Desde la Casa Blanca hasta el FBI, pasando por el Departamento de Estado, el Tesoro, la DEA, la Guardia Costera, el Comando Sur y el renombrado Departamento de Guerra, existe consenso: el chavismo es una organización criminal y terrorista.

Ese consenso implica que todo lo político que se podía hacer, ya se hizo. El 28 de julio consolidó un mandato popular irreversible; desde entonces, la lucha dejó de ser electoral y se volvió geopolítica y delincuencial.

Liberar un territorio secuestrado exige desmantelar la estructura que lo mantiene oprimido. Y eso requiere tres condiciones que hoy coexisten:

1. Un movimiento social que trasciende lo político (ya logrado).

2. Un apoyo externo duro, contundente y transversal (en marcha).

3. Un plan de reconstrucción inmediata, a mediano y a largo plazo (ya presentado).

    A esa sinergia se suma una estadista, no una dirigente más: una mujer que encarna la resistencia cívica y la legitimidad democrática. Y ahora, una Nobel de la Paz.

    La hora decisiva

    La nota de El País del periodista Juan Diego Quesada, que retrata a un Maduro confiado en que Trump “no se atreverá”, revela más que la intención propagandística: la negación psicológica del régimen. Porque mientras publicaban esa pieza, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López hacían simulacros militares para “repeler ataques aéreos”.

    El régimen siente el miedo, aunque no lo admita. Y Washington toma nota: cada gesto de soberbia del narcotirano se interpreta como un desafío.

    En paralelo, Politico filtró declaraciones de un alto funcionario del gobierno estadounidense: “Todos en la administración quieren que Maduro se vaya. Está muy débil. Contemplamos incluso acciones directas”.

    Las filtraciones no son casuales. Son parte de la preparación política, comunicacional y jurídica para la acción.

    La política y la fuerza

    Ninguna negociación ni elección bajo ocupación puede producir libertad. Pueden ser estratégicamente útiles, como ha sucedido hasta ahora, pero no son suficientes. Los regímenes mafiosos no se desmontan con diálogos, sino con fuerza. Y esa fuerza, por primera vez, existe en dos planos sincronizados:

    • La fuerza externa, que prepara el terreno militar, financiero y jurídico.
    • La fuerza interna, que mantiene viva, subterráneamente, la movilización social y el mandato popular.

    Liberar un país, se sabe, es más económico que invadirlo. Y Trump no gasta donde puede ganar con precisión.

    El punto de no retorno

    La era de los diálogos inútiles terminó. La era de la contención terminó.

    El mundo libre ha comprendido que Venezuela no vive una crisis política, sino una ocupación criminal. Y que la paz solo será posible cuando esa estructura sea desmantelada porque, como bien dijo María Corina, no hay paz sin libertad.

    Hoy confluyen todos los elementos: legitimidad democrática, liderazgo moral, consenso internacional, plan para la transición y poder militar. La libertad, hoy día, se puede saborear. Pero todavía no se ha logrado. Y esta vez no podemos perder, porque la lucha es existencial.

    María Corina Machado porta el manto sagrado de la paz y la legitimidad. Donald Trump y su equipo llevan el poder y la decisión. El pueblo venezolano, el mandato y el coraje.

    La historia rara vez ofrece sincronías tan perfectas. Aprovecharla es un deber, no una opción. Porque cuando la libertad llama, no se le responde con retórica, sino con acción. Y la acción, ahora, es clara: golpear desde afuera y presionar desde adentro.

    La única solución para todos los males originados en Venezuela, es el fin de la estructura narcoterrorista. No hay otro. Y no hay tiempo. La paz, como la libertad, se pueden —y esta vez, se deben— lograr así sea por la fuerza. Y quién sabe si esta vez, además, contamos con la fuerza espiritual de la que tanto ha hablado María Corina. No soy un tipo creyente, pero allí están José Gregorio Hernández y la Madre Rendiles, esperando a ser canonizados, como esperamos nosotros, los venezolanos, romper finalmente el muro.

    Martillo en mano. Seremos libres.

    La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.