Cronología mínima de una escalada anunciada

El chavismo ya no es tratado como un gobierno, sino como lo que siempre fue: una estructura criminal. Y aunque el muro se agrieta desde afuera, se romperá desde adentro.

El 2 de octubre, Donald Trump notificó al Congreso de Estados Unidos que el país se encuentra en un “conflicto armado no internacional” contra los cárteles de la droga declarados “combatientes ilegales”. Esto marca un cambio fundamental: ya no se trata de perseguir criminales, sino de enfrentarlos como enemigos militares. En términos jurídicos y estratégicos, implica el reconocimiento de un escenario de guerra irregular.
Para Venezuela, el mensaje es inequívoco. El Cártel de los Soles —y por extensión el Tren de Aragua—, estructuras dirigidas por Nicolás Maduro y su círculo, no son vistos como parte de un gobierno legítimo, sino como un aparato narcoterrorista. Aquí radica la importancia del 28 de julio (28J): ese día se consolidó el mandato democrático que despojó al régimen de su última pretensión de legalidad. La consecuencia es que, en este nuevo marco, el chavismo puede ser tratado bajo la misma lógica que organizaciones como Al Qaeda o ISIS.

El 3 de octubre, el secretario de Guerra, Pete Hegseth, anunció que, por órdenes directas del presidente, Estados Unidos lanzó un ataque letal contra un buque narco-terrorista en aguas internacionales frente a las costas venezolanas. “Estos golpes continuarán hasta que los ataques contra el pueblo americano terminen”, declaró. Que la comunicación haya venido del secretario de Guerra, y no de un vocero secundario, es un mensaje en sí mismo: la acción no fue un episodio aislado, sino el primer movimiento visible de una doctrina ya en marcha.

El sábado 4 de octubre, Fox News informó que el FBI desmanteló una red internacional de lavado de dinero vinculada al narcorégimen de Maduro. El esquema, según la investigación, operaba en múltiples países y estaba asociado a personas del entorno directo de los hijos del dictador. Los acusados enfrentan cargos por haber movido millones de dólares mediante bancos y empresas fachada para ocultar fondos provenientes de la corrupción y del narcotráfico.

El domingo 5 de octubre, Trump confirmó un nuevo ataque —el sexto— contra una narcolancha, y adelantó que su administración evalúa la “fase dos” de la estrategia contra el narcoterrorismo. Es decir, una escalada.

Finalmente, el lunes 6 de octubre, dos informaciones complementarias salieron a la luz, ambas filtradas de forma significativa.

Primero, CNN reveló que un dictamen legal clasificado del Departamento de Justicia (DOJ) autoriza el uso de fuerza letal contra cárteles y operadores narcotraficantes bajo el argumento de que representan una “amenaza inminente” para los estadounidenses. El texto fue elaborado por la Oficina de Asesoría Legal (OLC) y se integra a una estrategia más amplia que amplía las facultades de la CIA para realizar operaciones encubiertas y acciones letales en América Latina. Y segundo, según The New York Times, Trump ordenó a Richard Grenell —su principal negociador para Venezuela— suspender toda comunicación con la narcotiranía de Maduro.

La lectura es clara: la decisión de escalar militarmente ya fue tomada. La fase diplomática, aunque no cerrada, se ha subordinado al objetivo político-militar de desmantelar la estructura criminal que sostiene al régimen. Grenell cumplió su rol hasta el punto límite: negociar la única transición posible, la que implica el fin del sistema narcoterrorista. Si esa puerta se cerró, al menos temporalmente, es porque Maduro aún no acepta —o no puede aceptar— el desenlace inevitable.

El actual equipo de la Casa Blanca (Rubio, Landau, Hegseth…) no busca contener a Trump, como ocurrió en su primer mandato. Al contrario: son impulsores de una doctrina de disuasión activa, que combina contrainsurgencia, antiterrorismo y control marítimo bajo un principio rector: hemispheric defense through kinetic deterrence. En esa estrategia, Venezuela es el epicentro del problema y, por tanto, también del desenlace.

Por eso Jorge Rodríguez, visiblemente nervioso, intenta fabricar puentes donde solo queda una salida: la de la capitulación.
Nadie puede anticipar qué, cuándo o cómo ocurrirá lo que viene. Pero hay una diferencia sustancial respecto al pasado: hoy la incertidumbre es de ellos. Son los jerarcas del régimen quienes no duermen, encerrados en búnkeres donde ya no entra el sol.
El muro se agrieta desde afuera, pero se romperá desde adentro. Porque la sociedad venezolana, esa que votó el 28J y no ha dejado de exigir libertad, sigue siendo el factor decisivo de toda transformación política. Y esta vez, a esa sociedad unida, la encabeza un liderazgo que tiene un objetivo irrevocable: rescatar la República.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.