
Las entrañas de la dictadura
Lo que parece invencible, en realidad está corroído por dentro. La fractura es inminente. La oportunidad para la democracia está más cerca de lo que parece.
Lo más importante para un atinado tratamiento médico es el diagnóstico que dé con la patología exacta que se debe erradicar. Mutatis mutandis, del mismo modo debe hacerse un diagnóstico certero sobre las autocracias para poder derrotarlas. La pregunta que corresponde plantearse hoy es esta: ¿cómo son las entrañas de la dictadura de Nicolás Maduro en cuanto régimen, en cuanto corporación, en cuanto enfermedad política?
La dictadura no es un ente abstracto ni un poder incorpóreo. Tiene capas, estratos y tejidos. Y en ellos se encuentran los resortes que la sostienen y, al mismo tiempo, las debilidades que pueden desmoronarla. Examinemos esas capas.
Ambición neta de poder
La primera capa es la ambición neta de poder. La dictadura se erige sobre la obsesión de Maduro y su camarilla por mantenerse en el mando a toda costa. No se trata de un proyecto político de largo alcance ni de una visión de país. Es, pura y simplemente, la fijación por la permanencia. Esa ambición se traduce en pactos espurios, elecciones fraudulentas, manipulaciones constitucionales y en una constante persecución en contra de quienes les representan un obstáculo.
Crimen organizado
La segunda capa es el crimen organizado. La dictadura de Maduro no se entiende sin el narcoestado. El Cártel de los Soles, las redes de contrabando de oro y coltán, el lavado de dinero y la relación con grupos armados irregulares son el combustible que mantiene al régimen. No gobierna un partido: gobierna una organización criminal que colonizó al Estado.
Potencias dictatoriales del mundo
Una tercera capa la conforman las potencias dictatoriales del mundo. Cuba, Rusia, China, Irán y Turquía sostienen a Maduro como pieza útil en la geopolítica autoritaria. Le ofrecen armas, asesoría, respaldo diplomático, inteligencia y oxígeno económico. Son los patronos internacionales de una dictadura tropical con los que Maduro comparte una misma intención: dinamitar el orden liberal y debilitar a Occidente. En ese entramado se insertan también el fundamentalismo islámico y el antisemitismo, que han encontrado en Caracas un terreno fértil para financiarse, articular operaciones y proyectar odio contra Israel y contra los valores de la civilización occidental.
Militarismo sin gobierno militar
Como cuarta capa aparece el militarismo sin ser un gobierno militar en sentido clásico. Venezuela no está dirigida por una junta castrense, pero el poder real de los militares atraviesa cada decisión del régimen. Los altos mandos disfrutan de privilegios, empresas estatales, concesiones mineras y, sobre todo, impunidad. El régimen no puede prescindir de ellos y ellos no pueden romper con el régimen sin arriesgarlo todo.
Órganos de seguridad e inteligencia anárquicos
En quinto lugar se muestra la capa de órganos de seguridad e inteligencia anárquicos. DGCIM, SEBIN, PNB y otros cuerpos menores se disputan territorios de poder y competencias. Funcionan como aparatos autónomos que se vigilan entre sí y compiten en brutalidad. Son el rostro más visible de la represión, pero también la prueba de que la dictadura no logra controlar a sus propios verdugos.
Partido único y odio interno
La sexta capa es el partido único: el PSUV. Se presenta como una maquinaria unificada, pero en realidad es un conglomerado de facciones dispares que se detestan entre sí. Radicales ideológicos, burócratas corruptos, sindicalistas sometidos, ex militares reciclados y operadores civiles conviven en una cohabitación forzada. La cohesión no es producto de una doctrina, sino del miedo y de la necesidad de sobrevivir.
Enchufados y bolichicos
La séptima capa está conformada por los enchufados y los llamados bolichicos. Son el símbolo de la corrupción social y de la tolerancia a lo mal habido. A través de contratos inflados, negocios ilícitos y privilegios estatales, estos grupos han amasado fortunas obscenas mientras la mayoría del pueblo se hunde en la miseria. No solo sostienen al régimen con recursos y lealtades interesadas, sino que han creado una cultura de resignación frente al saqueo, normalizando la riqueza obtenida a costa de la ruina nacional.
Auxiliares de dictadores
Sólidamente emergen como octava capa los auxiliares de dictadores. Son figuras que, con disfraz de opositores o mediadores, trabajan en realidad para perpetuar al régimen. Se prestan a mesas de negociación amañadas, a recibir curules gratuitos, a pactos parciales, a procesos que solo buscan tiempo para Maduro. Venden su falsa practicidad como virtud, cuando en realidad son comparsas de la tiranía.
Radicales de centro
Finalmente, la novena capa: los radicales de centro. Intelectuales, dirigentes, analistas y políticos que, en nombre de una supuesta sensatez, terminan relativizando los crímenes del régimen y legitimando sus posiciones. Se escudan en el lenguaje del diálogo y del equilibrio para esconder su colaboracionismo. En la práctica, le hacen el juego al dictador.
Apariencia de invencibilidad
Todas estas capas se presentan bajo una misma apariencia: la de la invencibilidad. El régimen pretende proyectar fortaleza, control absoluto, capacidad para aplastar cualquier resistencia. Pero esa imagen se nutre del miedo, de la persecución, de la cárcel y del exilio. El país, sin embargo, se observa agazapado, esperando su momento para liberarse con el apoyo de la comunidad internacional.
La dictadura de Maduro es la peor de nuestra historia republicana. Pero nunca sus capas interiores habían estado tan móviles, tan amenazadas y tan presionadas. El desgaste es real. La fractura es inminente.
Una oportunidad para la democraciaEn este contexto, cualquier personero de esas capas puede reaccionar. Algunos, por conveniencia; otros, por instinto de supervivencia; pocos, quizás, por auténtico despertar democrático. Lo cierto es que hay espacio para que surjan méritos democratizadores, para que ciertos actores internos busquen un lugar en la reconstrucción de la democracia constitucional. La historia enseña que las dictaduras suelen quebrarse por dentro cuando la presión interna y externa se encuentran.
Por eso, son momentos de esperanza. La dictadura es más débil de lo que aparenta. Su arrogancia esconde fragilidad. Sus discursos ocultan miedo. Sus capas, aunque aún encajan, muestran fisuras cada vez más profundas.
Lo que corresponde es no dejarse engañar por la fachada. No confundir represión con estabilidad, ni propaganda con fuerza. La tarea es seguir diagnosticando con precisión, apuntando a la patología exacta, hasta lograr erradicarla.
La tiranía de Maduro no es eterna. Está corroída por dentro. Y la Venezuela democrática, que aguarda su momento, está más cerca de volver a respirar en libertad.