La intervención en Venezuela, ¿es inevitable?

El mundo enfrenta una decisión: seguir conteniendo el desastre o enfrentarlo de raíz. La legitimidad ya está en manos del pueblo venezolano. El tiempo del chavismo se agota.

Actualización de un artículo publicado en 2020 en el Movimiento Libertario de Venezuela

El operativo antinarcóticos que ha desplegado Estados Unidos en el Mar Caribe, alrededor de las aguas territoriales de Venezuela, ha despertado nuevamente el debate sobre una intervención militar contra el régimen chavista encabezado por Nicolás Maduro. El Cártel de los Soles —organización clasificada por Estados Unidos, Ecuador, Paraguay, Argentina, República Dominicana y por el Parlamento Europeo como organización terrorista— está en el punto de mira de este operativo en el Caribe. Esta organización está encabezada por Diosdado Cabello.

Durante estas últimas dos décadas de régimen chavista se han evidenciado las diferentes vinculaciones tanto bajo el gobierno de Hugo Chávez (1998-2013) como del sucesor Nicolás Maduro, con el narcotráfico y los grupos terroristas de la región. Los lazos con organizaciones como las FARC y el ELN en Colombia, sumados a los grupos terroristas de Oriente Próximo como Hezbolá, evidencian la naturaleza de estas relaciones. Estas van más allá de un planteamiento político como el socialismo del siglo XXI, transformándose en una relación económica y criminal.

Ante esta situación, los medios políticos e institucionales, que ya habían demostrado su agotamiento tanto interno como externo, han terminado de cerrar cualquier camino no confrontativo con el régimen socialista que encabeza el chavismo. Lo evidencian las últimas intercepciones y ataques a lancheros que los grupos criminales —como el Tren de Aragua— utilizan y que han sido eliminados en el operativo.

La cuestión ahora será analizar por qué lo que está ocurriendo no solo era inevitable, sino que constituye una obligación si se quiere plantear el fin del régimen chavista: la intervención en Venezuela.

La crisis de refugiados

Los números no mienten: los venezolanos que han salido del territorio ya suman aproximadamente 9,4 millones de refugiados. Diversas razones, tanto la persecución política —profundizada desde las elecciones del 28 de julio— como las condiciones de vida degradadas por la pobreza extrema y la falta de servicios, han generado un impacto en todos los niveles de los países vecinos. Actualmente, parte del presupuesto de estas naciones se destina a dar una respuesta a la crisis venezolana, ya sea con asistencia migratoria e integración, o con el endurecimiento de los controles migratorios, como ocurre en Estados Unidos.

Ante esta situación, muchos han requerido imponer visado a los venezolanos que intenten ingresar; además, han realizado deportaciones y aplicado políticas restrictivas contra los programas de asilo político y asistencia humanitaria, como el Estatus de Protección Temporal (TPS). Quienes conocemos la realidad sabemos que el flujo de personas no disminuirá: aumentará, y la presión sobre los gobiernos de la región no dejará de crecer.

El crimen organizado

En los últimos años se han confirmado las denuncias que se venían realizando ante las instancias internacionales sobre la presencia de grupos paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes en el territorio venezolano.

Recientemente, la confirmación de la presencia de las FARC-EP y el ELN ha encendido las alarmas en los países vecinos. Desde Venezuela ya han realizado operaciones que amenazan la paz y la seguridad de la región. El narcotráfico se ha convertido en una fuente de ingresos para el régimen venezolano y actualmente se sostiene bajo este esquema. Venezuela sirve de puente para los carteles desde Centroamérica y Colombia hacia Europa.

El terrorismo internacional

Venezuela funciona como centro de expansión de grupos yihadistas comandados desde Irán y Líbano, en particular Hezbolá. Aunque ha generado debate, no hay duda sobre su presencia ni sobre el apoyo del régimen venezolano a sus aliados de Oriente Próximo.

Los vínculos de Venezuela con el terrorismo internacional no se limitan a la cooperación política con el régimen de los ayatolás; también incluyen su relación con el régimen ruso de Vladimir Putin, quien encabeza un Estado terrorista. Esta colaboración se ha intensificado debido al aislamiento internacional que enfrentan tanto Caracas como Moscú.

La brisa bolivariana

La dictadura ha utilizado en repetidas ocasiones a sus aliados, tanto criminales como políticos, en la región para mantener una guerra asimétrica contra los defensores de la libertad. Podemos observar cómo el chavismo agrede a la región: manifestaciones, movimientos civiles, organizaciones políticas, bandas criminales, grupos terroristas y narcotraficantes han desatado el caos en las calles de las naciones democráticas de América Latina.

Santiago de Chile, Bogotá, Quito y La Paz, entre otras, han sido víctimas de los ataques de los grupos bolivarianos y de las bandas delictivas asociadas al chavismo venezolano. El líder del Cártel de los Soles, Diosdado Cabello, ha afirmado en diversas ocasiones que “la brisa bolivariana recorre América Latina”.

¿Qué respuesta han generado estas acciones en las democracias aliadas? Una política de contención, la cual ha fracasado ante la magnitud de la situación. Esto solo genera conflicto: una guerra entre polos enfrentados. La intervención llegará, pero a un costo mayor.

La intervención será de naturaleza defensiva: tras las próximas agresiones del régimen socialista, la región no tendrá otra opción.

La Habana

Dentro del escenario político de América, la región aún conserva el mayor error que pudo “contener”: la isla gobernada por el Partido Comunista de Cuba, que ha mantenido el poder durante más de seis décadas.

Venezuela no es un problema de origen local: es una conquista cubana, la muestra del poder comunista de la isla. El conflicto, aunque se desarrolle en el territorio venezolano, trae como consecuencia un choque en todos los niveles con Cuba.

La isla tiene como objetivo usar sus satélites políticos, incluso sus vínculos con partidos en democracias liberales —como el PSOE en España, el Pacto Histórico en Colombia y el Partido Justicialista en Argentina—, para garantizar su supervivencia. Por eso, la región debe estar preparada para lo inevitable: una guerra geopolítica sin cuartel contra el régimen comunista.

La legitimidad de una intervención

El resultado de las elecciones del 28 de julio dio paso al reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente electo y movilizó a la población venezolana de una manera no vista en varios años. La ciudadanía se volcó al cuidado y digitalización de las actas que permitieron dinamitar al chavismo, y también a las protestas posteriores al resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral (CNE).

María Corina Machado es la líder indiscutible de esta tarea que ha marcado un antes y un después. Ahora estamos ante la encrucijada de una intervención que se desarrolla de manera no directa, como resultado de este esfuerzo.

Existe la legitimidad democrática e institucional necesaria para una entrega efectiva del poder, ya sea porque la intervención se produzca en profundidad o porque la presión militar que ejerce Estados Unidos en este operativo contra el narcoterrorismo genere grietas internas que logren el fin de la dictadura.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.