El Béisbol en Venezuela: Nace La Guaira

La historia de los Tiburones de La Guaira es la de un litoral que nunca quiso quedarse sin béisbol. Desde los Sabios del Vargas que vencieron a los Yankees, pasando por Santa Marta y Pampero, hasta la épica venta por un bolívar a José Antonio Casanova en 1962, todo fue fortuito y apasionante. Con esfuerzo, aliados inesperados y mucho corazón, nació La Guaira BBC, que poco después se transformaría en la divisa más carismática de la LVBP.

La historia del origen y consolidación del equipo Tiburones de La Guaira está llena de hechos fortuitos y mucha adrenalina. Esa misma adrenalina que acompaña a su barra en las tribunas del Estadio Universitario de Caracas cada vez que la novena salada salta al terreno.

Desde que la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP) fue fundada en 1945, el litoral central ha estado representado en ella. Si bien los cuatro equipos originales de la liga tenían por sede el Estadio Cervecería Caracas en San Agustín, solo tres de ellos, Magallanes, Venezuela y Cervecería, se vendían como capitalinos. La cuarta franquicia, Sabios del Vargas, tenía sus raíces en la costa vigilada por el Ávila. 

Los primeros años de Sabios en la LVBP fueron exitosos. La franquicia ganó los dos primeros torneos de la liga y llegó segundo en su tercera participación. Y como si eso fuese poco, el Vargas es aún hoy el único equipo criollo en la historia en ganarle a una divisa de la Major League Baseball (MLB), nada más y nada menos que a los Yankees de Nueva York. Luego de estos laureles, el rendimiento del Vargas decayó y nunca más logró levantarse. En 1954, con las finanzas en rojo y con un Caracas y Magallanes que habían logrado acaparar el mercado de la pelota, Sabios desaparece dando paso al Santa Marta BBC. Y vaya que era un mercado difícil. Santa Marta, que representaba también al litoral, logró sobrevivir tan solo un año en la liga. En 1955, con más pena que gloria, el debutante se desvanece para dar paso a Industriales de Valencia, que representaba, bueno, sí, a la ciudad de Valencia. La Guaira podría entonces haberse quedado sin divisa, pero no fue así. Ese mismo año otro equipo, Patriotas de Venezuela, bajó la santamaría y la divisa que los sustituyó, Licoreros de Pampero, decidió aprovechar el vacío que Sabios dejaba y se presentó como defensor del litoral central. 

Pampero nació como iniciativa y entusiasmo del empresario Alejandro Hernández, fundador de Industrias Pampero. Su debut fue notorio, haciéndose del subcampeonato de la liga. Buen inicio, ¿verdad? Pues fue todo lo que consiguió. En 1962, luego de siete temporadas dando tumbos, el empresario Hernández decide salir del equipo y concentrarse en su negocio del ron y en la política, que bien convulsionada se encontraba esos años con hechos como los alzamientos militares de Carúpano, Puerto Cabello y Barcelona y la posterior inhabilitación de los partidos comunistas, que terminaron armándose bajo el nombre de Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). También hubo cosas bonitas ese año. En mayo nació Kiara, la novia eterna de mi papá. Bueno, ella no lo sabía. Aunque, haciendo memoria, sí lo supo. Papá se lo dijo un día en el que la casualidad les hizo encontrarse entre la maraña de gente en una marcha en la autopista de Prados del Este. Ella lo abrazó y le dio un beso. La calidad humana es difícil de ocultar cuando está presente y llena el alma.

Ahora bien, lo que ocurrió con Pampero fue peculiar. En lugar de buscar compradores, Hernández se reunió con quien desde 1959 había sido el mánager del equipo, el histórico José Antonio Casanova, y le vendió la franquicia por la simbólica suma de un bolívar, “…en reconocimiento a la excelente labor que prestó al frente del “Pampero” Baseball Club y sus relevantes méritos deportivos …”, como reza la comunicación que la Junta Directiva de la empresa envió a Casanova. Eso sí, había condiciones, y en esto el acuerdo era claro: José Antonio debía buscar una denominación propia para el club, y no podía vender la franquicia por un período de cinco años. 

Casanova había dirigido por varios años el equipo doble “A” Cartografía Nacional. Cuando esta divisa desaparece, el dirigente es contratado para encargarse del OSP Locomotora de La Guaira, otro equipo doble “A” con sede en el litoral. Ahí conoce de cerca a la fanaticada de la costa y se encariña con ella. Así que, años después, cuando el estratega sale a la calle con el documento que lo nombraba propietario de una franquicia de la LVBP, y quedando vacante la representación del antiguo Departamento Vargas con la salida del Santa Marta BBC, la única sede que pasaba por su cabeza era La Guaira.

Sin embargo, el héroe del 41 no contaba con los recursos para salir adelante con tal empresa. Así que por un lado le dio las gracias al licorero y por el otro salió a buscar ayuda. La recomendación de algunos amigos llevó a Casanova hasta Jesús Morales Valarino. A Morales le entusiasmó la idea y ambos se fueron al litoral a buscar apoyo. Ahí hablaron con Manuel Antonio Malpica, Sabino Marín Salazar, y un pelotero amigo de Casanova, Joseíto Márquez. Luego se incorporan a las reuniones Manuel Teodoro Muñoz, y el gran músico venezolano, Vinicio Adames, que para el momento ya era director del Orfeón Universitario, agrupación con la que catorce años después perdería la vida en la tragedia aérea de las Islas Azores. 

El grupo pronto entendió que había un problema que debía ser solventado antes de continuar.  La condición de “no venta” de la franquicia, que por cinco años imponía el acuerdo entre Industrias Pamperos y José Antonio Casanova, era un obstáculo para convencer a futuros socios. Entonces Casanova y los suyos decidieron constituir una compañía a la que Casanova, bajo contrato celebrado entre las partes, otorgaría el derecho de administrar todo lo referente a la operación de la nueva divisa. El acuerdo tendría vigencia de cinco años. Al terminar este período, la compañía entregaría a Casanova el 50% de las ganancias de la gestión y el pelotero, a su vez, cedería a esta la mitad del valor de la franquicia. Casanova planteó la situación a Alejandro Hernández y este, en nombre de Industrias Pampero, estuvo de acuerdo con el convenio.

El camino para la búsqueda de inversionistas estaba pavimentado. En poco tiempo otros nombres como Héctor Hoffman, Luis Felipe Salazar, Julián Delgado, Tomás Borrás, Pérez Orta, José Antonio Díaz, González Guerra y Jesús Guillermo Gómez, se fueron sumando a la causa. Es a este último, Jesús Guillermo Gómez, a quien se le debe un hecho que terminaría definiendo la personalidad, desarrollo y éxito de la nueva divisa. Gómez, animado con el proyecto, insistió una y otra vez a su amigo magallanero, Pedro Padrón Panza, de 42 años, para que se uniera a la iniciativa. Al final lo logró. Padrón Panza compró diez acciones y ahí comenzó la historia de este empresario por la pelota profesional criolla. Con el tiempo, Pedro compraría todo el equipo y lo cuidaría hasta el final de su vida. 

¿Y qué nombre le pondremos? En un principio se manejaba la idea de “Santa Marta”, no por la efímera divisa que por un año sustituyó a Sabios del Vargas y que acababa de desaparecer, sino por aquella que nació en 1917 y que dominó la pelota central durante la década de los 20. Sin embargo, el grupo decidió no utilizar aquel nombre que evocaba recuerdos lejanos. En su lugar, Casanova puso sobre la mesa “La Guaira”, y este fue aceptado. Así nació el club de béisbol “La Guaira BBC”, cuya administración, como ya mencionamos arriba, estaría a cargo de una compañía a la que se llamó Compañía Anónima Deportiva “El Litoral”.

La carrera para dar vida a la divisa comenzó; o más bien, continuó. Para poner en contexto la premura con la que todo esto estaba ocurriendo, basta recordar que Alejandro Hernández le entregó la franquicia a Casanova el 3 de agosto de 1962, poco menos de tres meses antes del inicio de la temporada de la LVBP. Entonces, sí, a correr. Pero hagamos una pausa, que nosotros no estamos tan apurados como lo estaban los fundadores de La Guaira. Continuaremos narrando la carrera de estos entusiastas en la próxima entrega.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.