
Los izquierdistas del Cendes, a la picota por pensar y preocuparse
Artículo dedicado al arrepentimiento, a los tuiteros que no piensan antes de escribir, a Margarita López Maya, al cineasta Carlos Azpúrua pero, sobre todo, a Martha Lía Grajales, activista de los Derechos Humanos quien ha sido liberada gracias a cierta presión internacional que el gobierno de Nicolás Maduro (suele no escucha a nadie) sí ha escuchado.
Una noticia: el régimen de Nicolás Maduro ha intensificado su ofensiva contra sectores de la izquierda y ahora apunta contra cinco académicos que se distanciaron del chavismo y han expresado críticas a las políticas gubernamentales. Dice la nota en Instagram que «en un artículo publicado por Radio Nacional de Venezuela (RNV), el aparato de propaganda oficial acusó a los sociólogos Alexandra Martínez, Emiliano Terán Mantovani, Edgardo Lander, Francisco Javier Velasco y Santiago Arconada de operar bajo una fachada académica y ambientalista para actuar como instrumentos de injerencia política y articulación internacional contra el Estado venezolano». Eso es lo que dice el post o entrada en Instagram que a su vez reproduce un artículo de Radio Nacional de Venezuela. Todos los nombrados al parecer están relacionados con el Cendes o Centro de Estudios del Desarrollo, el instituto de la Universidad Central de Venezuela que una vez albergó a Jorge Giordani. «Pensaron que el chavismo era otra cosa. Pobrecitos.», me pone el amigo que me envía el enlace a Instagram.
Le pregunto a otro amigo, que escribe en El Nacional, sobre este asunto de los académicos perseguidos. Me dice que le parece muy oportuno que escriba sobre ello y me sugiere señalar que los ataques de Maduro pretenden descalificar su caracterización de «izquierda», pero lo hace desde posiciones claramente retrógradas, de derecha, denunciando el movimiento ecológico, las universidades y el Cendes. «Creo», me dice, «que es expresión de la extrema vulnerabilidad en que se encuentra [Maduro]. Siente que las críticas de estos señores están mellando su supuesto perfil de izquierda a nivel internacional».
Debe tener razón, este amigo, aunque a uno le pueda costar imaginar a Nicolás Maduro sopesando, evaluando, barruntando o meditando sobre algo que se encuentra más allá de las paredes del salón donde intente ejecutar tales funciones, sea en Miraflores o en Fuerte Tiuna o dondequiera haya aparcado sus posaderas. Debe tener a un cubano cerca sopesando lo que haya que sopesar, en todo caso.
Lo que uno se pregunta, al saber de estas personas calificadas, que gozan o han gozado de la estima de sus pares, ¿por qué alguna vez apoyaron o admiraron a un golpista militar que había engañado a un grupo de jóvenes para asaltar el poder con las armas que el Estado venezolano le había confiado? ¿Cómo es posible que una académica brillante como Margarita López Maya haya caído bajo esa fascinación? ¿Lo ha explicado alguna vez? No le he seguido la pista, acaso lo haya hecho con suficiente transparencia y uno, aquí, hablando pistoladas de ella. Ahí está su cuñado Edgardo, en peligro, porque ahora algún cubano en la penumbra ha calculado que su rebeldía desde la izquierda desprestigia al régimen (como si el régimen necesitara de elementos adicionales para desprestigiarse más todavía).
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Hay que llamar la atención, detrás de esta oleada represiva contra izquierdistas que alguna vez creyeron, por ingenuidad o por interés o por lo que fuese, en la «revolución bonita», sobre el caso específico de Martha Lía Grajales, activista de la ONG SurGentes (ver página web https://surgentes.org.ve/), la joven que el 5 de agosto participaba en una vigilia organizada frente al Tribunal Supremo de Justicia, pidiendo la revisión de expedientes y la liberación de presos políticos. Aparecieron activistas motorizados no identificados, por denominarlos de algún modo. A las valientes que allí se encontraban les fueron robados sus celulares y documentos de identidad entre golpes y porrazos. Una salvajada ejecutada por malandros a sueldo. Luego, Grajales intentó interponer la denuncia del ataque ante el Ministerio Público y el CICPC pero ambos entes se negaron a recibirla. Y el 8 de agosto fue detenida frente al PNUD. Hay mayores detalles en internet.
Ella, antes, también formó parte de la estructura chavista, también creyó en la revolución bonita, al menos hasta cierto punto. Debe seguirse el curso de estos acontecimientos. Por ahora bastará anotar la reacción en redes ante la amenaza que se cierne sobre miembros o no miembros del Cendes: la verdad es que los tuiteros del ritmo muestran una saña hueca y estéril contra estos académicos. En resumidas cuentas, dicen que se lo tienen bien merecido.
Creo que para pensar correctamente, hoy en día, basta ver lo que dicen los venezolanos en redes sociales con el exclusivo fin de proponerse uno pensar exactamente lo contrario. Es una lástima pero el zuliano Miguel Ángel Campos, ensayista de la cultura petrolera, sigue teniendo toda la razón del mundo al decir lo que dice sobre la clase media venezolana. La periodista Carla Angola, fiel representante de ella, debe tener una gran cantidad de seguidores pues lo que dice, aunque sean sandeces, lo dice con tal convicción que parece la reencarnación de aquella cándida ama de casa a quien escuché decir, tan temprano como en 2003, en La Colina Creativa: «Tengo la corazonada de que Chávez va a caer en quince días».
¿Dónde estará esa señora hoy en día? ¿Seguirá con sus pálpitos?
La única que tiene derecho, dentro o fuera de Venezuela, a mencionar como talismán de la esperanza al delincuente Donald Trump es María Corina Machado, y esto sencillamente porque no le queda alternativa en tanto líder de un pueblo sobre el que se han cerrado todas las salidas. Ella tiene un deber ineludible, un discurso predecible que machaca porque es necesario, porque está tan acorralada como aquellos que han depositada su fe en ella.
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¡Ay, los izquierdistas renegados, los que votaron por Chávez e incluso por Maduro y ahora andan de regreso! Ya han tenido suficiente escarmiento en la realidad cotidiana, no les hace falta la cuchilla de palo de los talibanes digitales. Sencillamente, creo que ellos no oyeron una voz adecuada en el momento oportuno. No tuvieron esa suerte. Yo la tuve. A los 14 años, una edad donde alguien te puede marcar para bien (o para mal), incluso sin advertirlo, sin proponérselo. Había un afiche en mi casa, no sé quién lo puso, supongo que mi hermano: estaba pegado con teipe en la puerta corrediza de un clóset y era del Che, sí, el Che Guevara con la cabeza en alto mirando a los celajes y un letrero entrecomillado abajo, frase inolvidable: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por un profundo sentimiento de amor». Un día entró el novio de una de mis hermanas mayores a esa habitación, vio el afiche y comentó, no en alta voz pero sí con naturalidad: «Este sí es marico».
En Venezuela, ese epíteto no tiene necesariamente ―nunca ha sido así― un sentido homofóbico; es, más bien, sinónimo de cursi, afectado, remilgado y eso mismo: ridículo.
Yo no sería tan implacable con los izquierdistas que vienen de regreso y se enfrentan al madurismo; dejo un margen, recuerdo con aprecio y consideración a Santiago Arconada en el Centro Gumilla. Supongo que no tuvieron a nadie cerca que les dejara caer que ese hombre que aparecía en pantalla, el de la boina, el de la amenaza del «por ahora», ese mismito, Santiago, Edgardo, ¿saben lo que es en verdad?
Hay otros «intelectuales» que no se devuelven, se mantienen en sus trece. Como el poeta Luis Alberto Crespo o el reputado director cinematográfico Carlos Azpúrua. ¿Son más listos que estos otros o carecen totalmente de moralidad? Por lo pronto, acaban de premiar con un cargo internacional a Azpúrua. De él se decía, en tiempos prechavistas, que durante la filmación de su mediometraje Yo hablo a Caracas había utilizado a los indígenas como burros de carga para sus carpas y enseres cinematográficos, prometiéndoles una paga en especies: su reivindicación pública en festivales internacionales.
Solo una acotación final: la contestación del poeta Rafael Cadenas a la frase de su colega sueco Artur Lundkvist puede encerrar una lección para académicos y otros profesionales que antes dieron sus afanes y sus votos al chavismo y luego se han arrepentido. La frase del sueco es: «Estoy con los revolucionarios hasta que llegan al poder»; y la frase del venezolano: «Cuando ya no hay remedio».