Arreaza y las voces que hablan como él

Jorge Arreaza pasó de mostrar las últimas fotos de Chávez en 2013 a caer en un hueco en La Victoria en 2025. Y ahora pretende salvar al mundo con un podcast.

Dos grandes momentos mediáticos ha tenido Jorge Arreaza. El primero ocurrió el 15 de febrero de 2013, cuando apareció como “invitado” en la cadena nacional en la que el entonces ministro de Comunicación, Ernesto Villegas, leyó un parte médico enviado desde La Habana sobre el estado de salud de Hugo Chávez, a dos meses de haber sido sometido a una intervención quirúrgica.

De acuerdo con lo leído por Villegas, el paciente en recuperación se mantenía “consciente, con integridad de las funciones intelectuales” y al frente de las tareas “inherentes a su cargo”. Arreaza —según se entiende— habría sido enviado desde la capital cubana con el encargo de mostrar lo que ellos consideraban una evidencia suficiente para despejar toda duda y rumor sobre la condición del presidente, y se aseguró de protagonizar el histórico momento.

Como quien revela una gran verdad, Arreaza mostró a cámara cuatro fotografías en plano cerrado en las que se veía a Chávez en cama, con el rostro notoriamente hinchado, flanqueado por sus hijas mayores, Rosa Virginia y Rosa María, los tres sonrientes. Entre ellas estaba la famosa imagen en la que se supone que sostiene un ejemplar del diario Granma del día anterior.

El entonces yerno presidencial intentó insuflar emoción a su tono de voz monótono y aplanado para convencer al país de que el comandante permanecía con las riendas de la revolución bien sujetas, aun desde su cama en el CIMEQ —considerado el mejor y más avanzado hospital de la isla—. Pero ni las fotos ni el vocero lograron convencer a nadie.

El segundo momento estelar de Arreaza no fue preparado. De hecho, lo tomó por sorpresa y más bien parece una secuencia de vieja película muda: una cosa quizás marxista, pero no relacionada con Karl, sino con Groucho y Harpo.

El vicepresidente de Consejos Comunales y Comunas, y para el momento aspirante a diputado, visitaba un barrio en La Victoria, estado Aragua, en una noche de mayo de 2025. Lo vemos avanzar entre la gente, siguiendo a la candidata local que decide entrar a una casa y, en el momento en que le abren la puerta, parece que a Arreaza se lo “traga” la tierra.

Él mismo posteó el video en su cuenta de Instagram explicando el incidente: cayó en un pozo abierto a la entrada del humilde hogar en la Comuna La Guacamaya, lo que le produjo una lesión en la pierna izquierda.

La Guacamaya, la pierna izquierda… el destino tiene sus cosas.

La verdad es que Arreaza ha puesto mucho empeño en proyectar su desangelada presencia: desde su papel como conductor de un programa en horario estelar en Venezolana de Televisión, pasando por el impacto de su matrimonio con Rosa Virginia Chávez —que duró hasta 2017— y que le aseguró un lugar especial en la familia presidencial; por haber sido el primer candidato chavista en perder la gobernación de Barinas; hasta el accidente en La Victoria, que supo aprovechar con buen humor, porque es mejor reírse de uno mismo que ser objeto de la burla colectiva.

Ahora, apartado del verdadero centro de poder en la discreta posición de rector de eso que llaman la Universidad Nacional de las Comunas, Arreaza decidió sumarse a la onda de los podcasts. En marzo anunció el lanzamiento de Nuestras voces, al que define como un espacio para abordar “temas de relevancia como el internacionalismo, la lucha contra el imperialismo y el colonialismo, la defensa de los derechos de las comunidades vulnerables, y la urgencia de enfrentar las crisis climáticas y humanitarias”. En pocas palabras, el privilegiado Arreaza parece que quiere salvar al mundo frente a un micrófono.

Estrenó su espacio el 13 de abril con un capítulo sobre Palestina, directamente antiisraelí, que ha tenido 566 vistas y 16 comentarios. Para el segundo episodio eligió como tema el feminismo y, como atuendo, una chaqueta verde militar y una franela negra con el estampado de lo que parece ser el rostro de Hugo Chávez envuelto en una kufiya palestina. Este episodio tiene 356 vistas y ningún comentario.

El más reciente, lanzado la noche del domingo 10 de agosto, le encuentra con un invitado estelar que seguramente le dará un buen rating: Roger Waters, a quien —explica— conoció en Nueva York. Para su encuentro a distancia con el músico inglés cofundador de Pink Floyd, eligió un curioso outfit: un saco formal sobre una franela negra estampada con la bandera palestina.

Arreaza, por supuesto, no necesitó traductor. Es un tipo con formación y mundo: sus padres —tíos de Alberto Federico Ravell, por cierto— eran diplomáticos; de niño vivió en Curazao y en Vigo; se dice que habla neerlandés e inglés; es graduado en Estudios Internacionales en la UCV y realizó un máster de Estudios Políticos Europeos en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra.

Waters parece estar en su estudio de grabación y, desde allí, se alegra por ver nuevamente el “rostro sonriente” del entrevistador, que conversa a su vez desde otro estudio muy bien montado. Ambos, por supuesto, se despachan a gusto en una narrativa común que habla de luchas, del declive del imperialismo, de los encuentros de Waters con los presidentes Gustavo Petro y Lula y, obviamente, sobre Israel y Gaza… sin ocuparse de Hamás.

Y no deja de ser curioso que, desde sus lugares, allí rodeados de costosa tecnología, hablen de lo socialistas que son con referencias tan trasnochadas como “el Tío Sam”.

El músico se muestra informado del panorama global, pero solo en lo que cuadra con sus preconceptos e ideología. Habla, por ejemplo, del dolor que siente porque el gobierno peruano —al que califica de ilegal— está “masacrando” a los mineros, pero no parece existir para él la devastación y la enorme criminalidad que azota a esa gran porción de Venezuela enmarcada dentro del invento chavista del Arco minero.

Waters, así parece, es un hombre convencido de estar en el bando de los buenos, de los que piensan, de los que aman al prójimo, de los que quieren un mundo de justicia y libertades. Es una especie de romántico. Un tanto conspiranoico, bastante antiestadounidense aunque vive en Nueva York. Elocuente, su discurso combina información y datos, fechas y referencias históricas, pero todo ajustado a su forma de ver el mundo y de no ver lo que podría desestabilizar sus convicciones.

Es un activista, pero es un músico: no está en una posición de poder político ni de toma de decisiones. Gracias a Dios —como diría él, pese a ser ateo—, porque no ha dejado de proyectarse como un antisemita (o antisionista, según él mismo) y apoya incluso la agresión contra Ucrania por parte de Rusia. Es un hombre que, sin mover un dedo, gana dinero todos los días por la extraordinaria música que hizo, todo gracias al sistema capitalista del cual denosta en su discurso siempre teñido de la romántica aspiración de libertad y respeto a los derechos humanos.

La paradoja es que su interlocutor es representante de un gobierno que lleva 25 años acumulando poder y sumando denuncias en todas las instancias internacionales por sus constantes violaciones a los derechos humanos. Arreaza, con todo y su banderita palestina, forma parte de una élite de poder político y económico que oprime, criminaliza y encarcela al que piensa distinto, al que levanta la voz para exigir sus derechos.

Y ahí están los dos, obsequiándose sonrisas, regodeándose autoconvencidos de que son justos y buenos, celebrando que Venezuela “escogió” ser “socialista” cuando, hasta la fecha, el CNE no ha podido demostrar que Nicolás Maduro ganó la elección del 28 de julio de 2024. Hubo detenidos, desaparecidos, torturados y asesinados por demostrar el fraude y por protestar para que se respete la voluntad del pueblo expresada en los votos.

Este episodio del podcast de Arreaza, al principio, da un poco de risa y mueve a la burla. Pero en realidad es una enorme manifestación de la clase de cinismo y delirio de esta casta dominante —no olvidemos que Arreaza llegó a ser hasta vicepresidente de la República— que no agota recursos ni maneras para manipular la verdad y apuntalar su propaganda.

Hasta el nombre del podcast muestra la vocación autoritaria: Nuestras voces, que equivale a decir, las voces de la casta, las que se alinean a sus intereses y a su discurso. Las voces que imponen su “verdad”. Aquí no hay espacio para otros, aunque sean mayoría.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.