
Ozzy Osbourne y los liberales
Ozzy Osbourne prolongó su vida loca y auténtica gracias a su esposa, la familia, los hijos y el dinero que permitió financiar sus excesos. Valores burgueses detestados por el radicalismo liberal gringo-europeo.
En sus últimos días, El Príncipe de las Tinieblas mostró toda la vulnerabilidad obvia en los comunes mortales, a pesar de la altisonancia de los títulos nobiliarios oscuros. Una vida disipada con excesos acompasados por locura, terminaron como termina todo, con la muerte. El más nivelador y democrático escrutinio al cual somos convocados tarde o temprano. Osbourne, sin embargo, intentó ser su hechura y figura hasta la sepultura. Genuino, único en su tipo. Y en buena medida casi lo logró.
Decimos que casi lo logró porque su trayectoria nos resulta incomprensible sin tomar en consideración la atmósfera contracultural, anti sistema, condicionante de su actuación. Hasta nos arriesgamos a señalar una paradoja muy frecuente entre las estrellas del firmamento rockero: su éxito se funda sobre lo que dicen detestar. Se cuestiona al sistema que concede la fama y el dinero para sostener la rebeldía dirigida contra el propio sistema. Es como el perro que muerde su cola atizado por la garrapata de la autenticidad contracultural.
Y es que, Ozzy Osbourne tras ser expulsado del Black Sabbat, terminó de hundirse en el laberinto de las drogas y la vida disipada para transitar un franco proceso de autodestrucción. Su rebeldía de iconoclasta habría terminado en algún basurero, en algún paraje oscuro, o en un Crazy Train conducido por los War Pigs tan detestado por Ozzi. ¿Y por qué no se perdió en la oscuridad de su locura rebelde?
Lo salvó el vetusto matriarcado y la no menos vetusta institución matrimonial. Justo cuando ya el feminismo lanzaba sus misiles demoledores contra las viejas estructuras de poder. Lo salvó la denigrada institución familiar, con hijos, su esposa, (mánager, por añadidura), guiándolo por el laberinto del mercadeo musical, otra instancia del sistema. Dicen que el amor de una mujer (Sharon Rachel) fue la fuerza capaz de recoger el desecho humano desde un vertedero. Lo limpió, lo acicaló para dejar al descubierto un diamante por pulir. El ChatGPT lo describe así:
“Ozzy y Sharon Osbourne se casaron el 4 de julio de 1982 en Maui, Hawái. La boda no fue un cuento de hadas para Ozzy, ya que estaba tan borracho que no pudo pasar la noche de bodas con Sharon. A pesar de este comienzo, su matrimonio ha durado más de 40 años, con altibajos, incluyendo problemas de adicción y un incidente de violencia, pero también con amor y apoyo incondicional”.
El propio artista parece que describe una dicotomía insalvable entre lo normativo-social y el ego del sujeto irreverente. En su anunciada obra póstuma, Last Rites (Últimos ritos) afirmó: “Si hubiera hecho cosas normales y sensatas, no sería Ozzy. Miren, si todo termina mañana, no me puedo quejar. He estado por todo el mundo. He visto muchas cosas. He hecho el bien… y he hecho el mal”.
La idea de haber hecho el bien y el mal no supone el arrepentimiento. Esto equivaldría a sacrificar un aspecto esencial para las estrellas rutilantes del arte irreverente representado por Osbourne: la autenticidad del metal, el género musical al cual dedicó su vida. Arrepentirse es doblegar el yo ante el nosotros, es concederle algo al establecimiento. Para las generaciones que bebieron la pureza del ideal contracultural, demostrar su autenticidad resultaba esencial pues el sistema estaba a la cazade su voluntad para domesticarlos, para triturarlos o conducirlos como rebaños hacia la cultura de masas y el consumismo enajenante.
La tal reafirmación, debía ser psicodélica y por tanto se reforzaba con alcohol, marihuana y LSD. Nos resulta difícil analizar a Osbourne fuera del contexto de la contracultura hippie. Es un hombre de su tiempo, pero a la vez, su permanencia por más de 60 años en el estrellato rockero ofrece la maravillosa ocasión de una visión panorámica de la cultura occidental en las últimas décadas. Como diría Alexis de Tocqueville, podemos ver las “rupturas y continuidades” a través de su trayectoria.
Y es que el movimiento contracultural operó como una matriz: paz, amor, libertad, y a la postre, tales palabras se convirtieron en misiles con alto poder disruptivo para Occidente. ¿Por qué?
1). Porque la paz que se proponen va más allá del rechazo a la guerra. Incluye la vida igualitaria y la oposición al consumismo. Esto es, el desprecio por el trabajo y la economía capitalista con base en la propiedad privada 2). El amor propuesto no incluye la responsabilidad individual en las consecuencias de su práctica. Se trata del amor sin barreras sexuales, abierto al experimento. 3). La libertad preconizada es una abigarrada mezcolanza que rebasa los viejos principios liberales (va más lejos que los derechos políticos), incluye la libertad positiva y negativa, la liberación de los instintos y emociones, por lo cual se privilegia la mente como el ámbito esencial para la realización del sujeto libre.
En una aproximación mucho más política, el Mayo Francés radicalizó el abigarrado concepto de libertad. Aparte del libre ejercicio para drogarse, se proclamó el famoso “prohibido prohibir” que apenas se dibujaba en los escritos de John Stuart Mill. La imaginación al poder, debemos ser realistas, pidamos lo imposible, además de otras zarandajas como “si Dios existiera sería necesario suprimirlo”. Un ateísmo tan flácido que terminó convirtiendo las huellas en la arena, dejadas por las sandalias de Jesucristo, en objeto de consumo masivo.
Osbourne es un hombre de su tiempo. Pero en casi 60 años probando su autenticidad, muchas cosas han cambiado. La rebeldía evolucionó hacia el tipo de liberalismo gringo-europeo de nuestros tiempos: incoherente, cínico e hipócrita:
1). El Hippie se transforma en yuppie. Este último no es más que un hippie avispado, pragmático, convencido de la inviabilidad de la rebeldía si no hay financiamiento. Por ello se presta para que la bestia capitalista se trague todo producto auténtico y original convirtiéndolo en mercancía. La originalidad se salva gracias a las marcas y diseños exclusivos producidos y consumidos por las élites rebeldes. Para las masas valen las copias, las imitaciones producidas con automatismos.
2). La tal “imaginación al poder”, apenas descubrió que el poder no era lo que imaginaban. Ergo, la lucha por la igualdad no podía apoyarse en trabajadores prestos a alienarse mediante el consumismo, en la medida en que mejoraban sus ingresos. La bestia capitalista engañaba a sus víctimas al mejorarles sus condiciones de vida para hacerlos adictos al consumo.
3). Las élites intelectuales universitarias, (los que sí entendían de alienación y opresión), se convirtieron en la vanguardia de la rebeldía y se dedicaron a formular explicaciones “científicas” que pudieran justificar la lucha contra el conformismo enajenante. La proliferación de estudiosculturales, destacando lo bucólico y exótico de parajes del tercer mundo, muestran la imperiofobia en ciernes y la viabilidad de la vida descomplicada en sociedades no industrializadas, en las cuales se puede alternar el trabajo artesanal, la meditación y el yoga con la ingesta de alguna infusión, un té de coca o un porro de marihuana, símbolo contestatario imperecedero.
4). De la implosión del movimiento contracultural derivaron corrientes ambientalistas, como Greenpeace, más tarde surgen los partidos verdes y los movimientos contra la proliferación de armas atómicas. Se impulsa un culto a la naturaleza y lo natural, bajo ropaje de nueva espiritualidad, aprovechado por los avispados al convertirlo en cultura fitness. La rebeldía hippie, expresada en el sexo libre, contrario a las restricciones sociales, influyó en el impulso que dio visibilidad al movimiento LGBTQ+. Una paradoja salta a la vista: se promueve la inclusión y el trato igualitario a la diversidad de géneros. A la vez que se pretende preservar lo auténtico, único y original. Pero, la igualación conduce a la homogeneización, al tumulto, al detestado anonimato de la cultura de masas. Ozzy Osbourne prolongó su vida loca y auténtica gracias a su esposa, la familia, los hijos y el dinero que permitió financiar sus excesos. Valores burgueses detestados por el radicalismo liberal gringo-europeo que se la tiene jurada a todo valor tradicional, aunque no pueden ejercer su “resistencia” y rebeldía sin los fondos que el vil sistema les prodiga. La locura sólo es funcional si existe quien pague sus productos. Al menos Ozzy logró autofinanciarse.
Ester Palomino, INFOBAE, 23/07/2025