
Mi nombre es Emilio, fui preso político y sobreviví
Soy Emilio, fui detenido arbitrariamente, sin orden de aprehensión ni orden de allanamiento, el 2 de agosto de 2024, tras las elecciones presidenciales en Venezuela, formando parte de más de 2.400 casos similares.
Fui detenido arbitrariamente el 2 de agosto de 2024, pocos días después de las elecciones presidenciales en Venezuela. No hubo orden de aprehensión ni orden de allanamiento. Fui una de las más de 2.400 personas detenidas en ese contexto de represión postelectoral. Durante casi cinco meses viví en carne propia el terror del sistema represivo venezolano: traslados constantes, condiciones infrahumanas, y un deterioro físico y psicológico que me llevó a perder más de 40 kilos y a ver amenazada mi vida por negligencia intencional del Sistema de Salud del Ministerio de Asuntos Penitenciarios (SESMAS).
Mi caso fue documentado en enero de 2025 por La Gran Aldea, en el artículo titulado “De Coche a Tocuyito: los meses de detención de Emilio”, y hoy, ya excarcelado, me siento con la necesidad —y el deber— de hablar nuevamente.
Tengo 54 años. Soy defensor de derechos fundamentales y activista político, reconocido en una parroquia de Caracas donde lideraba talleres de derechos humanos en escuelas, campañas de alimentación para personas vulnerables, programas de atención para víctimas de violencia de género, iniciativas de apoyo a presos políticos, y denuncias sobre los precarios servicios públicos.
Mi detención ocurrió en un contexto marcado por la ilegitimidad, el miedo y el silencio. Fue violatorio del Código Orgánico Procesal Penal, y los cargos que aún enfrento —como “terrorismo” e “incitación al odio”— son, a todas luces, de naturaleza política.
Fui trasladado por distintos centros de detención: CPNB Coche, SEBIN El Helicoide, DIP Maripérez, CPNB Boleíta Zona 7, la cárcel Hombre Nuevo de Tocuyito, y finalmente La Máxima de Tocuyito. En todos ellos enfrenté celdas superpobladas, sin ventilación ni luz solar, con acceso muy limitado a agua, alimentación o medicamentos. Mis patologías previas (hipertensión, reumatismo, psoriasis, problemas de columna) se agravaron de forma alarmante. A todo ello se sumaron las amenazas, la violencia psicológica y los intentos de presión para que firmara declaraciones falsas contra líderes opositores. Me negué. Porque la verdad no se negocia.
Mi detención ha servido para visibilizar la crisis de los presos políticos en Venezuela. Aún hay más de 900 personas injustamente privadas de libertad. Y muchos otros, como yo, seguimos judicializados, bajo amenaza. Sin embargo, también ha demostrado que la solidaridad existe. Organizaciones como PROVEA, Foro Penal, Amnistía Internacional, FIDH y otras mantuvieron viva la presión. Mi hermana, junto a vecinos, amistades y activistas que ni siquiera conocía, sostuvo una lucha incansable que me mantuvo con vida. Fue ese amor lo que me salvó.
Antes de ser detenido, llevaba alimentos a los presos políticos del SEBIN, del CPNB de La Yaguara, y denunciaba públicamente las arbitrariedades del poder. Hoy, aún con las cicatrices, sigo haciéndolo. Me presento en cada actividad por la libertad de todos los que siguen presos. Promuevo, oriento, capacito y acompaño a víctimas. No me detengo.
Muchos me preguntan: ¿cuándo dejarás de hacer esto? La respuesta es simple: cuando salga el último preso de conciencia o cuando deje de respirar. Y si ya no respiro, sé que habrá cientos de activistas que tomarán mi lugar. Porque lo que me mueve es la dignidad del ser humano, la democracia, la memoria histórica y la justicia. Y porque sigo viendo a gente que, con miedo, se atreve. Y cuando el miedo se vence, se transforma en fuerza.
Sueño con una Venezuela distinta, donde la moral y la dignidad sean lo que prevalezca. Sueño con reencontrarme con mi familia, que debió huir por amenazas de muerte. Y sueño con un país libre.
Aprovecho estas palabras como desahogo, pero también como mensaje. A mis compañeros excarcelados y a los familiares de quienes siguen presos, les digo: no estamos realmente libres, solo hemos sido excarcelados. Pero sigamos. Mi liberación fue posible por la perseverancia, el amor y la presión. Celebro cada retorno y aliento a cada excarcelado a ser voz del cambio. A las familias: no abandonen. El amor que ustedes sostienen es la fortaleza de quienes resisten. Que cada paso sea un grito de justicia.
Sigamos juntos, con la certeza de que la verdad y la justicia prevalecerán. Necesitamos fortaleza mental, pero también esperanza. Porque visualizo un mañana —muy próximo— donde todas y todos seremos realmente libres.
Con solidaridad y fe en un mañana en familia,
Emilio, defensor de Derechos Humanos, activista político y expreso político.
*El nombre real fue sustituido por solicitud del excarcelado.