Cuando votar no cuenta: anatomía del 27 de julio

Las elecciones municipales del 27 de julio no fueron un ejercicio democrático. No hubo votos contados, ni cifras, ni transparencia. Solo nombres en una cartelera impuesta por el poder.

El modelo de las designaciones: Lo que revelan las elecciones del 27 de julio

Las elecciones municipales celebradas el 27 de julio en Venezuela no pueden analizarse bajo los estándares tradicionales de competitividad electoral. Lejos de representar un ejercicio de pluralismo democrático, el proceso fue una expresión institucional del modelo de control hegemónico del PSUV, cada vez más desvinculado de cualquier práctica transparente o verificable. En lugar de resultados, se ofrecieron designaciones. En lugar de cifras, una cartelera. En lugar de explicaciones, silencio. Un país que camina entre ruinas también vota entre sombras.

1. La opacidad como norma

Desde el inicio, el proceso fue diseñado para limitar el acceso a la información. La convocatoria se realizó el mismo día del cierre del registro electoral, lo que impidió cualquier actualización significativa del padrón. No hubo publicación de cronograma formal, ni funcionamiento normal del portal web del CNE. Las actas, según se ha denunciado, circularon sin códigos QR y sin los elementos que garantizan trazabilidad en un sistema automatizado. A ello se suma la exclusión total del proceso de elección de los representantes indígenas. Un silencio que no es descuido, sino método; no es torpeza, sino cálculo.

2. Resultados sin votos: la cartelera como dispositivo político

Tal como ocurrió el 28 de julio y el 25 de mayo, el CNE publicó una lista de ganadores sin ofrecer ningún dato verificable que permita auditar los resultados. Se anunció que más de 300 alcaldías ya tenían ganadores, pero no se indicó cuántos votos obtuvo cada candidato, ni cuánto fue el total de votos emitidos, ni cuáles fueron las cifras por centro o mesa. La figura de la adjudicación desplazó al resultado como núcleo del acto electoral.

A ello se suma un detalle revelador: los archivos de designaciones muestran que falta la totalidad del resultado para el municipio Manapiare, en Amazonas, donde no se ofreció ningún dato. En San Sebastián de los Reyes, en Aragua, se anunciaron los concejales, pero no el nombre del alcalde ganador. No hay forma de saber si fue un error de digitación, una omisión de algún pasante manejando el Excel, o si simplemente alguien, en algún escritorio oscuro, decidió que esa información no debía ser publicada. En esta dinámica, no sabes si apareces en la lista porque alguien te pidió, o si no apareces porque alguien decidió sacarte. El resultado electoral tiene de todo, menos votos. Así son las elecciones en Venezuela.

El CNE tiene comitiva de fotos, de redes sociales, chalecos para acompañar a los rectores y abrirles paso en los centros, pero hace rato que se olvidaron de tener una página y de contar los votos.

La analogía con la OPSU es pertinente: se publica una lista de seleccionados, sin explicaciones, sin criterios, sin posibilidad de reclamo. Un ejercicio de asignación, no de elección. Es el destino escrito en tinta invisible, legible solo por el poder.

3. El silencio como estrategia preventiva

La experiencia previa del 25 de mayo demuestra por qué se opta por la omisión: en ese proceso, los pocos datos publicados generaron crisis porque las adjudicaciones no coincidían con los votos anunciados. Esta vez, el CNE pareciera haber aprendido su lección: no habrá resultados, ni siquiera ficticios. Solo nombres. Como en una novela oscura, donde las páginas finales son arrancadas para evitar el desenlace incómodo.

4. Participación: ni siquiera el relato oficial es alentador

El CNE anunció una participación de seis millones de personas. Observatorios independientes estiman que la cifra fue menor. Pero incluso tomando por cierta la versión oficial, eso equivale a que solo uno de cada cuatro electores fue a votar. Es una participación mínima, especialmente considerando que no hubo competencia real. Como una función vacía, con sillas alineadas para un público que nunca llegó.

5. Hegemonía territorial que disfraza el fracaso: el dato estructural más crudo

Del total de 334 municipios, en 189 el PSUV obtuvo todos los cargos adjudicados. Eso representa aproximadamente el 57% del país bajo control exclusivo del oficialismo. En los cinco municipios más poblados del país (todos con más de 500.000 electores), el PSUV ganó sin competencia. En los 49 municipios con más de 100.000 electores, controló 47. Pero a pesar de ese dominio, hay datos que revelan grietas.

Imagen, Cantidad de Alcaldes ganadores por partido en los municipios según su peso electoral

En Cojedes, por ejemplo, el PSUV no ganó ni una sola alcaldía. En Barinas, no lograron imponer todas sus candidaturas, ni siquiera con proclamaciones apuradas. Incluso en un escenario de baja participación y sin oposición institucional, el chavismo no pudo cerrar el cerco completamente. La ficción del control absoluto se cuartea incluso cuando el telón es solo suyo.

Esos bastiones de oposición, lo que tuvieron fue ausencia de electores. Peleas entre grupos que no llenan centros y ausencia de representación cuando en los lugares donde más gente vota, es donde menor participación hubo.

6. El miedo a los resultados: conclusión política

Incluso dentro del libreto que escribieron para actuar solos, hay escenas que los delatan. Porque este fue un proceso donde la oposición no llamó a votar, donde los liderazgos más reconocibles no participaron, donde hubo alcaldes secuestrados en pleno desarrollo electoral. Y aun así, el chavismo no logró superar su tope histórico. Un 15% de los municipios se les escaparon de las manos, sin competencia alguna. Es como ver a un boxeador ensayando frente al espejo, y descubrir que pierde la pelea contra su propio reflejo.

Esta elección fue tan, pero tan solo del PSUV, que en sus propias adjudicaciones, 189 de los 334 municipios fueron otorgados exclusivamente al oficialismo. Eso representa el 57% del país bajo control total, según su propia cartelera. ¿Y el resto? Territorio que no pudieron controlar ni con las reglas hechas a su medida.

Barinas es un símbolo imposible de ignorar: ni solos, ni con proclamaciones apuradas, lograron ganar en todos lados. Y en Cojedes, el rechazo fue tan profundo, que ni una sola alcaldía terminó en sus manos. Como si la tierra misma se negara a ceder.

Esto explica por qué no hay resultados. Ni inventados. Su base estructural está tan mermada, tan desarticulada, tan desmovilizada, que ni con el camino despejado pueden ganar en todos lados. Y que eso quede en evidencia… los aterra.

El miedo no está en el conteo, está en que el conteo confirme lo que ya intuyen: que están perdiendo, incluso cuando no hay nadie compitiendo. Y que el poder sin votos es una arquitectura hueca, un decorado que no se sostiene si alguien decide mirar más allá del telón. Incluso dentro del libreto que escribieron para actuar solos, hay escenas que los delatan. 

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.