
La lucha democrática, hoy más vigente que nunca
La democracia será nuestra, si la soñamos, la defendemos y la construimos cada día.
Se cumple un año de la gesta histórica del 28 de julio de 2024. Ese día, el pueblo de Venezuela expresó su soberanía en una voluntad mayoritaria de cambio y democratización. Fue una jornada de altura republicana. No solo por la cantidad de votos o el fervor cívico hecho lucha. Sino porque se produjo un acto colectivo de conciencia en torno a la justicia. El 28 de julio fue el día en que decidimos, una vez más, hacer frente al miedo y afirmarnos como pueblo libre. Sus efectos de libertad y de justicia aún están por verificarse en el tiempo. El cambio, la victoria y la transformación de la realidad política, social y económica están por venir. Pero la semilla fue sembrada. Este artículo recoge diez lecciones del 28 de julio. Y con ellas, se adentra en un propósito fundamental que asumo como ciudadano común: hacer soñar con la democracia al pueblo de Venezuela. La conclusión ofrece una última lección. Una enseñanza de pueblo. Para que, una vez inaugurada la democracia, seamos capaces de consolidarla y hacerla perdurar.
Primera lección: el pueblo es sabio y espera su momento
Jamás dejamos de esperar. Sufrimos. Resistimos. Pero nunca renunciamos al momento de cobrarle al régimen, a Nicolás Maduro, su miedo y su pretensión de dominación. El 28 de julio fue ese momento. Fue el día en que, como ciudadanía humillada durante años, encontramos el modo de hablar alto. Fue la hora de los justos. No nos precipitamos. Sabemos cuándo actuar. Sabemos cuándo nuestro grito se transforma en acto fundacional. Esa sabiduría es razón de esperanza.
Segunda lección: el liderazgo legítimo nace del consentimiento y de la conciencia de justicia
El liderazgo real es una sintonía entre la conciencia del bien y el consentimiento popular. No se impone. Se reconoce. Así ha sido el liderazgo de María Corina Machado. Ella encarna la lucha espiritual por la justicia. La verdad dicha sin ambigüedades: es la dignidad de una mujer libre. Desde las primarias del 22 de octubre de 2023 se convirtió en el símbolo de una Venezuela que no se rinde. María Corina es nuestra voz. Su liderazgo es representación verdadera. Porque no nace del cálculo, sino de la conciencia y del compromiso. Porque su palabra es creíble. Porque su causa es la nuestra, y por eso la asume.
Tercera lección: la unidad es necesaria, pero debe ser profunda y no solo formal
La unidad de los partidos es condición necesaria, pero no suficiente. El totalitarismo, que es la forma más acabada de la autocracia, no se derrota con acuerdos de élites. Se derrota con una unidad ancha. Arraigada. Comprometida con la responsabilidad de toda la nación. No solo de los dirigentes. Cuando esa unidad se hace pueblo y se hace causa nacional, el poder tiembla. Se le desnuda. Se le quita el disfraz de invencible. La unidad real es la que se siente en los barrios, en las parroquias, en los jóvenes que se suman a la pelea (aunque no conocen la democracia), en los ciudadanos que se organizan y resisten.
Por eso debemos entender que la unidad no es solo aritmética electoral. Es ética. Es cultural. Es espiritual. Y mientras más clara y sincera sea, más fuerza tendrá.
Cuarta lección: decir la verdad es el arma más poderosa en el sendero de la libertad
Llamar las cosas por su nombre no es un acto retórico. Es un acto de combate moral. En una dictadura como la de Maduro, la verdad desarma. Porque el totalitarismo no tiene anticuerpos frente a ella. Dijimos la verdad. Llamamos dictadura a la dictadura. Llamamos elecciones imperfectas a lo que eran elecciones imperfectas. Llamamos traición a lo que era traición. Y eso hizo temblar al régimen. Porque no hay mayor poder que el de una conciencia despierta que se atreve a hablar; y todo con carácter expansivo.
La verdad se convierte en acto político cuando nace de la autenticidad. Y, por eso, debemos seguir diciéndola. Sin adornos. Sin miedo. Con responsabilidad. La mentira es el lenguaje del régimen. La verdad es el lenguaje de la República.
Quinta lección: las autocracias se equivocan, y más cuando subestiman a los pueblos
El régimen cometió errores de cálculo. Creyó que no estábamos listos. Que las primarias serían un fracaso. Que Edmundo González no llegaría hasta el final. Que no defenderíamos los votos. Se equivocó una y otra vez. Porque el poder autocrático, por muy cruel que sea, también es arrogante. Y la arrogancia produce errores.
Debemos hacer que sigan subestimándonos. Debemos desmentir, con hechos, cada una de sus previsiones. La democracia avanza en los errores del tirano. Y nuestra organización los aprovecha. Eso fue lo que hicimos el 28 de julio. Y eso seguiremos haciendo.
Sexta lección: la FANB tiene conciencia, aunque se oculte
Los funcionarios de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana son humanos. No son autómatas. Tienen miedo. Pero también tienen conciencia. El 28 de julio ocurrió un fenómeno inesperado. Muchos miembros del Plan República entregaron las actas. Permitieron que se contaran los votos. Esa actitud, silenciosa pero decisiva, fue una forma de golpe de conciencia. Una grieta en la obediencia ciega. Una muestra de que la institucionalidad aún puede ser recuperada desde adentro.
No todos son cómplices. Algunos, en su silencio, abrieron la puerta del cambio. Por eso debemos seguir hablando también a quienes están en el poder. No para halagarlos. Sino para recordarles que su deber es con la Constitución y con el pueblo.
Séptima lección: la comunidad internacional democrática importa, pero no sustituye al pueblo
El respaldo de la comunidad internacional democrática es necesario. Pero no suficiente. No reemplaza al pueblo. No sustituye nuestra lucha. Por eso contamos con ella, pero sin delegar en ella nuestra responsabilidad.
Al mismo tiempo, hay que decirlo con claridad. La comunidad internacional de las autocracias ya está en Venezuela. Rusia, Irán, Turquía, Cuba, Nicaragua… Todas actúan como invasoras de facto. No luchamos solo contra Maduro. Luchamos contra un eje de dictaduras que ve en Venezuela un enclave estratégico. Esta batalla no es local. Es una batalla del mundo libre. Y saberlo nos libera del miedo. Nos ubica en el realismo de la lucha contra el mal.
La dimensión internacional de esta lucha le da a nuestra causa una importancia mayor. Somos frontera de civilización. Y la libertad de Venezuela también es una esperanza para América Latina y el hemisferio occidental.
Octava lección: hay que señalar sin miedo a los actores desleales
Durante años no se señaló a quienes saboteaban la causa democrática desde dentro. Se les temía por dividir la unidad. Hoy sabemos que el silencio los empoderó. Muchos de ellos hoy son satélites enanos en el sistema solar del régimen. Tienen curules, micrófonos, contratos. Pero ya no nos engañan.
La lección es clara. A los lobos disfrazados de ovejas hay que identificarlos antes de que devoren al rebaño. No se trata de purismo. Se trata de claridad moral. La lucha democrática no admite ambigüedades. Hay que denunciar con firmeza, con pruebas y sin temor.
No hay reconciliación sin justicia. Y no hay justicia sin verdad. Y la verdad es que algunos eligieron el camino de la traición: lo hicieron, en parte, por odio a María Corina Machado y por machismo; todo lo cual puso en riesgo el triunfo de Edmundo González el 28 de julio.
Novena lección: la lucha democrática no caduca mientras la injusticia no haya sido derrotada
La democracia no es una moda, un ciclo, ni una estrategia. Es una convicción de vida. Mientras haya injusticia, hay razón para luchar. El 28 de julio no se ha ido. Está vivo en nuestra conciencia. Sigue latiendo en el corazón del pueblo venezolano.
Como dijo Juan Germán Roscio: “La libertad no se mendiga. Se conquista”. Que esas palabras no sean solo cita. Que sean nuestras brújulas.
Por eso debemos seguir despertando. Seguir educando. Seguir construyendo República con cada acto ciudadano. No hay momento perdido cuando se siembra conciencia. Y cada acto de resistencia, cada protesta, cada oración por la patria es una semilla de libertad.
Décima lección: Maduro luce fuerte, pero es frágil
Maduro se presenta como invulnerable. Habla con arrogancia. Se burla. Finge estabilidad. Pero su poder es frágil. Depende del miedo. Depende del silencio. Depende de que renunciemos. Pero no hemos renunciado. Y no vamos a renunciar.
El 28 de julio demostró que el régimen tiene grietas. Que incluso en su propia estructura hay fisuras. Que el mito de su invencibilidad es solo eso: un mito. El régimen no se sostiene por fuerza real. Se sostiene por cinismo, crimen organizado y dictaduras aliadas. Pero ninguna dictadura resiste eternamente cuando un pueblo recupera su fe y su organización.
Pero en este punto debe hacerse una advertencia: no basta con sacar a Maduro. Hay que desmantelar todo su aparato de dominación. Hay que impedir que retoñe, con más malicia, alguna figura de su régimen que, revestida de novedad, oculte la misma perversidad. No basta con cambiar la fachada. Tenemos que remover los cimientos de la opresión.
La democracia que vamos a conquistar debe durar. Y para que dure, debe ser sólida, vigilante, educada, representativa, descentralizada, espiritual. No se trata solo de ganar un gobierno. Se trata de refundar una República. De enterrar el miedo. De construir instituciones que impidan que esta historia se repita. Eso es lo que significa, con toda su profundidad, la vigencia del espíritu del 28 de julio.
Conclusión
El 28 de julio de 2024 ya no es solo una fecha. Es un símbolo. Es una memoria viva. Es una llama que arde. Es un momento en el que la historia volvió a ser escrita por el pueblo. Y eso no se borra. Ni con cárcel. Ni con represión. Ni con propaganda.
Ese día, nos dimos una lección. Una lección que debemos recordar todos los días. Que somos capaces. Que no estamos vencidos. Que la lucha por la justicia tiene sentido. Que la dignidad no se negocia. Que la historia puede cambiar cuando los pueblos se levantan con conciencia.
Hoy, un año después, seguimos en resistencia. Porque el tirano no se ha ido. Porque el poder sigue secuestrado. Pero también porque el sueño está más vivo que nunca. Porque la esperanza se ha convertido en decisión. Y porque la certeza de que Venezuela será libre ya no es una intuición: es nuestra convicción colectiva.
Desde esa convicción, miramos hacia adelante. Nos preparamos para la transición. Nos formamos para gobernar. Nos cuidamos de las tentaciones del poder. Educamos para la libertad. Abrimos espacios para la reconciliación sin impunidad. Recuperamos la memoria de los que sufrieron. Elevamos el alma de una nación que necesita sanar.
Esa es la gran tarea. El 28 de julio fue el punto de partida. La democracia será la llegada. Y entre uno y otro punto, hay lucha, hay dolor, hay esperanza. Pero también hay una palabra que lo sostiene todo: fe. Fe en Dios. Fe en Venezuela. Fe en el bien. Fe en nosotros mismos.
A un año del 28 de julio, reafirmamos nuestra decisión de vivir en democracia. De hacer que la verdad venza. De que el voto valga. De que el gobierno obedezca la ley. Y de que la justicia, por fin, vuelva a ser parte del nombre propio de Venezuela.