
La desinformación, o el quiebre del cuerpo social
En las redes sociales, la verdad compite con bulos diseñados para manipular. Muchas veces ganan las mentiras, porque están bien contadas, apelan a nuestras emociones y se difunden sin filtros.
Escribir en las redes sociales es una intensa tentación contemporánea que se hace cada vez más atractiva para millones de personas, muchas de quienes hasta ahora no tenían el hábito de la escritura, ni de la lectura. Desafortunadamente, crece como la espuma la cantidad de contenidos falsos –muchos de ellos malintencionados–, que circulan por esos medios, y que inciden en la manera en la que muchos ven los hechos que mueven a las sociedades.
Los hechos que mueven a las sociedades, porque ese aporte sin filtros ha servido, y mucho, para que estemos informados, prácticamente de inmediato, sobre casi todo de lo que ocurre en el mundo. No obstante ello, más que saberlo, permanecemos hiper informados, vivimos en una realidad que las más de las veces banaliza los hechos, o, todavía peor, en un estado de malsana desinformación.
Un estado de malsana desinformación porque en muchos casos es ese el propósito de numerosos productores de contenidos, bien sobre asuntos que no han ocurrido, o bien sí han sucedido, pero reseñados con la intención de manipular a las enormes audiencias de las redes. Miles de generadores de textos y videos para las redes invierten tiempo, dinero y talento en los menesteres nada éticos de difundir falsedades y medias verdades como su fuente de ingresos.
Falsedades y medias verdades como su fuente de ingresos que en muchos casos son bastante jugosos. Quienes así proceden poco o nada se detienen a pensar en las graves consecuencias que esos contenidos pueden producir sobre los individuos o comunidades de aquí y de allá. El impacto de esos bulos es tanto mayor cuanto mayor es la relevancia de los hechos reseñados.
La relevancia de los hechos reseñados incrementa de modo considerable la posibilidad de ser tomados por muchos como verdaderos, dado que suelen ser adecuadamente relatados – desde el punto de vista técnico–, disfrazados tras la máscara de la noticia, mucho más cuando se utilizan en paralelo con asuntos que sí son ciertos. Difícil no sucumbir ante el atractivo de la vastedad del planeta en la pantalla de un móvil, ese instrumento que, como la palabra, según Sigmund Freud, sana pero también enferma al punto de la adicción. Es un proceso que va in crescendo, hasta convertirse en una obsesión, en un deseo irrefrenable que lleva a las personas –niños, adolescentes, mayores– a una suerte de dependencia.
A una suerte de dependencia, puesto que de participante pasivo, receptivo de todo tipo de informaciones, pasa a ser reproductor de mensajes escritos o de videos realizados por alguien más sin que medie mucho análisis sobre la autenticidad de lo que vemos y leemos. Mientras todo eso ocurre ante nuestros ojos, se va gestando el deseo de generar informaciones propias. Se descubren entonces los recursos que proveen internet y la inteligencia artificial, los cuales hacen más sencilla la tarea de producir contenidos.
La tarea de producir contenidos gracias a la inteligencia artificial se ha convertido en una extendida y muy atractiva industria, de la que se benefician numerosos individuos y organizaciones inescrupulosos, mediante la cual se pueden crear –de hecho se crean– visiones distorsionadas e interesadas de la realidad cuando se difunden bulos basados en falsedades intencionalmente prefabricadas.
“Cuando todos mienten todo el tiempo, el resultado no es que se crea en las mentiras, sino que ya nadie cree en nada”– Hannah Arendt
Falsedades intencionalmente prefabricadas sobre prácticamente cualquier asunto relevante para la sociedad, con especial énfasis en los campos de la política, la economía, los famosos, universos todos que han padecido los perversos embates de la desinformación preconcebida. Este tipo de informaciones suele tener un impacto duradero y expansivo en los medios y en las mentes de las audiencias.
Las mentes de las audiencias, relativamente fáciles de penetrar, porque los contenidos son trabajados con habilidad, en su fondo y en su forma, registran mentiras fácilmente creíbles y que muchos quieren escuchar. Apelan a los ilimitados recursos que ofrecen una amplia diversidad de eficientes aplicaciones cibernéticas para despertar los sentimientos y las emociones que se buscan en el alma de las personas.
En el alma de las personas reposan sensaciones, creencias, pasiones, prejuicios, conocimientos, todos sensibles de ser manipulados por las imágenes, los sonidos y los movimientos correctos, adecuadamente acompañados por la palabra precisa. Los contenidos son tácticamente manipulados, de corta duración, pero aun así, muy eficaces. Recursos fugaces, de alto impacto, que logran convertir los bulos en asuntos relevantes y ciertos para muchos.
Asuntos relevantes y ciertos para muchos, cosa que facilita su consumo en masa por las amplias y heterogéneas audiencias de las redes sociales, vulnerables debido a la sobre abundancia de mensajes. Los más eficazmente trabajados, los que respetan más los cánones del librito, son los que tienen una mayor posibilidad de aterrizar con éxito en la mente de los individuos.
“Las redes están llenas de gente con ideología, pero sin biblioteca” – Arturo Pérez Reverte
Aterrizar con éxito en la mente de los individuos demanda tocar sus fibras más íntimas y sensibles de ser maniobradas, para seducirlos y alinearlos con los propósitos del emisor de mensajes con atractivos contenidos. Mucho más que persuadir –no olvidemos que la persuasión y la manipulación se valen de los mismos recursos para lograr sus propósitos–, lo que intentan es manipular, sin escrúpulos, con su inherente agravio a la ética, a los principios y valores, con violaciones de la verdad.
Con violaciones de la verdad se requiebra la confianza, la moral de la sociedad y se enturbian las relaciones entre sus miembros. El mercado es muy amplio: los que creen todo lo que aparece en las redes, falso o cierto, y los que no creen nada, ni siquiera lo que es verdad; se crea un fértil caldo de cultivo en el cual afloran ruines acciones y la conformación de un cuerpo social carente de valores, muy fácilmente manipulable; crecen la desinformación y la polarización que inciden en la manera irreconciliable en la que muchos ven los hechos que mueven a las sociedades.