El penoso castigo de la indiferencia del lector

Tomarse un tiempo para dejar reposar el texto, volver con distancia crítica, revisar con humildad y atención cada palabra, cada verbo, cada coma, puede marcar la diferencia.

‹‹Escribo para saber lo que pienso››.
Joan Didion

Además del síndrome de la hoja en blanco que tanto agobia a quien escribe artículos periodísticos, carecer de una sólida estructura para llevarlo a cabo hace que la tarea se convierta siempre en un verdadero reto, difícil de encarar y dominar. Definir previamente y tener en mente el objetivo de ese texto aún inexistente, sin embargo, funciona eficientemente para mejor imaginar, emprender, desarrollar y culminar con éxito el propósito. En el fondo, cada vez que escribimos, lo que en verdad buscamos es influir sobre el lector, puesto que un artículo carente de intenciones persuasivas estará destinado a fracasar, a recibir el penoso castigo de la indiferencia del lector.

En una sociedad hiperinformada como en la que vivimos hoy en día, consecuencia del crecimiento –aparentemente ilimitado– de las redes sociales, dar con un tema original suma una dificultad adicional a la faena. Ocurre con frecuencia que el asunto que tratamos ha sido ya analizado miles de veces por muchos otros. No obstante, y por mucho que así sea, teclear para convertir nuestros pensamientos e ideas en palabras y párrafos originales, inteligibles, interesantes, es una labor retadora y al mismo tiempo sumamente gratificante. 

Una vez que hemos elegido el tema, es menester diseñar su arquitectura, dotar al artículo de una estructura que lo soporte y que facilite su lectura, para lo cual sugerimos acudir a una ruta que tiene tres componentes básicos: Introducción, desarrollo y conclusión. Como en la adivinanza: «Te la digo, te la digo, te la vuelvo a repetir; te la digo veinte veces y no me la sabes decir.» O lo que es lo mismo: En la introducción lo digo; en el desarrollo amplío y soporto lo que digo; y en la conclusión digo lo que dije. 

La clave está en que la estructura termine siendo sutilmente diseñada y ejecutada para que sea transparente por quien nos lea, de forma tal que no moleste a las palabras como lo hacen en un ámbito cualquiera aquellas columnas mal puestas allí por algún arquitecto inexperto.

En la parte introductoria incluiremos un elemento de la mayor relevancia, puesto que es necesario capturar la atención del lector desde el comienzo mismo del texto que nos disponemos a escribir. Entra en juego entonces la cuestión de la originalidad, la incorporación de asuntos novedosos, idealmente desconocidos por los potenciales lectores. El desafío consiste en que, tan pronto como al principio, se topen rápidamente con la idea, el pensamiento central que el articulista quiere sembrar en la mente de quienes lo lean.

‹‹Escribir es fácil. Lo único que tienes que hacer es sentartebfrente a una máquina de escribir y sangrar››.
Ernest Hemingway

En la segunda parte del artículo incluiremos la información que va a soportar las afirmaciones anteriores: datos objetivos, narración de hechos reales. Todo ello ha de ser el producto de una ardua tarea de investigación. Es tal la abrumadora cantidad de información que circula por los diversos caminos de las redes sociales, que corremos el riesgo de confundirnos y tomar como válidas fuentes en la realidad nada confiables, que lleguemos incluso a utilizar datos falsos, lo cual lleva a la tan peligrosa desinformación que pondría en entredicho nuestra reputación. Quien escribe es responsable de confirmar la autenticidad de aquello que va a citar o tomar como fuente, cosa que agrega complejidad a la cuestión en apariencia sencilla de hilvanar artículos periodísticos con buen tino.

La materia prima del trabajo del articulista es la palabra. Ahora bien, dar con la palabra justa, ubicarla en su sitio preciso y bien acompañarla –tal cual lo debe estar la letra por la música– es un esfuerzo creativo, complicado, trabajoso. El articulista navega en las peligrosas aguas de las expresiones sofisticadas, farragosas, que confunden al lector, y de aquellas que son demasiado simples, porque se corre el riesgo de que el relato pierda atractivo, interés. Un ejercicio estratégicamente muy valioso consiste en imaginar a la audiencia, sus intereses, sus prejuicios y valores, para guiar al articulista en el espinoso proceso de llevar a los lectores asuntos y reflexiones que les sean relevantes, mucho más por el impacto que produzcan en el otro, que por la cantidad de palabras que utilice el relator. Más que un tema de volumen, estamos hablando de ingredientes de calidad, manejados con una destreza tal que despierte las emociones del lector.

¿Qué tipo de emociones invaden al escritor de artículos?: ¿Temor a defraudar al lector, a no satisfacer sus expectativas? ¿Inseguridad ante la eventualidad de no encontrar las argumentaciones precisas para captar la atención de sus lectores? ¿Dudas sobre el ritmo de su escritura? ¿Miedo a ser rechazado? ¿Cumplir con la fecha de entrega al medio respectivo? Este enjambre de preguntas atosigan al articulista, que puede posponer cíclicamente la empresa de escribir y terminar siendo víctima de la limitante procrastinación.

‹‹No te preocupes por ser exitoso, sino por ser relevante; el éxito vendrá por añadidura››.
Oprah Winfrey

Dejar en reposo el texto es una buena práctica. Retirarse, tomar distancia y volver con ojo crítico disminuye la posibilidad de comunicar algo diferente a lo que teníamos en mente mientras escribíamos originalmente. Sirve para calibrar la dimensión de esa palabra, de este párrafo, de aquella coma; para asegurar el uso preciso y adecuado del lenguaje y sus exigencias ortográficas, gramaticales, de concordancia; para eliminar una posible adjetivación exagerada; revisar con celo los verbos y de preferencia utilizarlos en sus formas personales; evitar hasta donde sea posible la inconveniente práctica de la negación –por ejemplo, definir las cosas y los hechos por lo que no son.– Aceptar la posibilidad de escribir de nuevo lo que sea necesario y considerar con humildad las sugerencias de algunas personas que eventualmente lean el texto en su versión original.

El entorno, las condiciones que rodean el lugar donde escribimos, los distractores y la presión del tiempo de entrega pueden a veces producir incomodidades que obstaculizan la buena marcha del exigente trabajo de escribir.  Es conveniente crear el espacio apropiado y una práctica rutinaria que faciliten el trabajo creativo y de investigación que aborda quien quiera escribir y que abundan en la beneficiosa tranquilidad emocional como buena compañera de labor para el escritor.

La tercera parte la reservamos para ocuparnos nuevamente de enfatizar los asuntos medulares del artículo, de repetir algunos de los contenidos que hemos tratado en la primera y en la segunda parte del artículo, cosa que incrementa la posibilidad de que el lector recuerde con mayor facilidad aquello que nos parece más relevante de lo que hemos escrito anteriormente, de aquello que mejor nos ayude a lograr los objetivos que nos planteamos cuando decidimos escribir ese texto.

Cabría la posibilidad de que, para cerrar, el artículo incluya una propuesta concreta respecto de lo que el lector idealmente debería hacer o pensar sobre el tema que ha sido tratado por el articulista. Recomendamos, en consecuencia, que si el lector no avezado desea escribir un artículo periodístico, tome en consideración los asuntos que han sido analizaos en el presente texto.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.