
A un año del 28J: reflexionar para avanzar, insistir para liberar
¿Dónde estamos? En el medio de todo: del avance ciudadano, del estancamiento institucional, y del miedo que el régimen tiene a una sociedad que ya eligió otro rumbo.
A casi un año del 28 de julio de 2024 —fecha que marcó el mayor movimiento social de liberación ciudadana en la historia reciente de Venezuela—, vivimos un momento crucial para pensar en serio, con crudeza y sin consignas vacías, sobre lo que hemos logrado, dónde estamos y qué —creo— necesitamos para avanzar. Porque sí: hemos logrado mucho, pero aún nos falta mucho. Y el poder real sigue en manos de los verdugos.
No partamos de ilusiones ni de fórmulas que han fracasado. Parafraseando a Hannah Arendt, la esencia del poder totalitario no es tanto la mentira como la imposición de una realidad paralela donde los hechos dejan de importar. En Venezuela, esa realidad paralela fue impuesta por una autocracia que ha mutado en algo aún más complejo: una tiranía pura sostenida por un Estado-Mafia. Una estructura de dominación basada en la violencia organizada, la complicidad internacional (pregúntenle al PSOE) y la destrucción deliberada del tejido ciudadano.
La liberación: un hecho real, pero incompleto
El 28 de julio de 2024 fue un acto de liberación democrática. No se pidió el voto, porque se sabía lo que casi la totalidad del país deseaba y desea; se pidió organizarnos y defenderlo. Y fue lo que ocurrió. Con más del 67% de los votos, el país eligió a Edmundo González Urrutia como presidente legítimo, encabezando un proceso inédito liderado por María Corina Machado, la dirigente más clara, valiente y respaldada de nuestra historia republicana reciente. El chavismo lo sabía. Por eso respondió con lo único que tiene: represión. En vez de urnas, sacó armas. En vez de aceptar la derrota, profundizó el terrorismo de Estado. Desde esa fecha, casi 3.000 personas han sido secuestradas por razones políticas, 900 permanecen presas, y al menos ocho murieron bajo custodia en solo doce meses. Los asesinaron lentamente.
Según datos de Provea, durante el régimen de Nicolás Maduro se han registrado 1.712 víctimas de tortura y 9.533 de tratos o penas crueles, inhumanas y degradantes. Esto equivale, en promedio, a 156 víctimas de tortura y 867 de tratos crueles por año durante los últimos 11 años. Hoy, en centros oficiales y clandestinos, decenas de inocentes siguen siendo golpeados, humillados y martirizados por la tiranía. Todo esto ha sido documentado por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU; por Amnistía Internacional; por la Misión Independiente de Hechos sobre Venezuela; y por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) quienes definieron lo que hace el chavismo como terrorismo de Estado.
El liderazgo de María Corina: una presencia imprescindible
Disiento —con respeto y con ánimo de debate estratégico— de la historiadora Alejandra Martínez Canchica, cuyo valioso artículo invito a leer. Creo que la presencia de María Corina Machado en Venezuela es vital. No como un culto mesiánico, sino como símbolo y operadora de una causa colectiva que ella ayudó a construir casi desde cero. Su valentía no es ornamental: es funcional al movimiento. Y su figura es una amenaza directa para la tiranía, por eso la proscribieron y la persiguen. Por eso, también, intentan hacer que se vaya del país. Lo vemos cada miércoles en el programa desde donde se ordenan los delitos, en vivo y en directo. Pero también comparto una advertencia de fondo: esto no puede descansar solo en ella. Necesitamos más que eslóganes, más que liderazgos individuales, más que valentía moral. Requerimos estructura, estrategia, alianzas y comprensión del tiempo largo. La épica es necesaria, pero no suficiente.
Dónde estamos: en el medio del estancamiento y del avance silencioso
Hoy estamos estancados en lo visible, pero hay avances en lo profundo. La red de ciudadanos conectados, la diáspora informada, los periodistas, los sindicatos, los estudiantes, los familiares de los presos políticos que no han dejado de luchar en la calle cada día; los sectores populares que votaron masivamente contra Maduro y que ahora sufren la retaliación silenciosa del hambre como castigo, son la base de algo que no se ha roto: la voluntad de libertad.
Desde julio de 2024 vimos cómo se llenaron los centros de torturas con víctimas inocentes: niños, mujeres, ciudadanos de a pie. Muchas de ellas por haber cumplido el simple deber cívico de ser testigos electorales. Varias han muerto bajo custodia, y más de 900 permanecen hoy tras las rejas, mientras casi 50 están en condición de desaparición forzada. En las últimas semanas, incluso economistas afines al discurso oficial han sido detenidos. Decir la verdad, organizar una charla o actividad, también es delito.
Venezuela no es solo una autocracia. Es un Estado-Mafia. Una tiranía en estado puro que, a estas alturas, ya ni siquiera intenta fingir que no lo es. Hugo «El Pollo» Carvajal, exjefe de inteligencia de Hugo Chávez, se declaró culpable en Estados Unidos de narcotráfico y narcoterrorismo. Durante años fue operador, espía y protector de rutas criminales que hoy siguen financiando al régimen. Su confesión puede ser clave: conoce nombres, cuentas, rutas. Venezuela configuró un narcoestado donde el gobierno y el crimen son la misma cosa. Como explican Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith en El manual del dictador, las autocracias se sostienen beneficiando a una «coalición ganadora» pequeña, que recibe privilegios a cambio de lealtad.
En Venezuela, eso se profundizó con el narcotráfico, el oro ilegal, el lavado de dinero y las alianzas internacionales con mafias y potencias autoritarias. Para debilitar al régimen, entonces, hay que cortar esos flujos: sanciones personales; ordenes de captura; investigación a enchufados en España, Estados Unidos y varios países más; acción desde la —muy lenta— Corte Penal Internacional, bloqueo de los buques que contrabandean el petróleo. Porque lo que los sostiene no es el pueblo, sino el dinero sucio y lo que logran con ello: cohesión entre quienes tienen las armas de la República y las armas de la mafia.
La pregunta clave: ¿y los militares?
Una y otra vez se hacen llamados a las Fuerzas Armadas, y una y otra vez hay silencio. ¿Por qué? Porque las Fuerzas Armadas, como institución nacional, ya no existen en términos democráticos. Existen, en su cúpula, como parte del aparato de represión y negocios ilícitos. Y en sus bases, como un grupo que también desea el cambio, pero el temor a ser los próximos Rafael Acosta Arévalo o Igbert Marín Chaparro, los paraliza. Pensar que un «quiebre militar» es inminente, solo porque hay malestar, es repetir el error de 2019.
La pregunta no es si los militares van a actuar, sino cómo desarticular el sistema de incentivos que los mantiene fieles al régimen. Eso requiere una estrategia internacional articulada. Dura. Profunda. El mundo, para quien sea parte de la nomenklatura o ayude a su sostenimiento, debe ser hostil.
Aliados con problemas, pero aún influyentes
Es cierto que los aliados del chavismo enfrentan problemas. Rusia está empantanada en su guerra contra Ucrania y ahora, ni siquiera, están en buenos términos con Trump. Irán vive su intento de reorganización luego de una guerra con Israel que los dejó rotos. Cuba atraviesa su peor crisis interna desde 1994. Pero eso no los ha alejado: siguen usando a Venezuela como enclave estratégico. Para ellos, Venezuela es energía, refugio, corredor logístico, laboratorio de represión.
En entrevista con Adriana Amado para La Nación de Argentina, Moisés Naím afirma que “Venezuela es un país ocupado por otras potencias, donde los carteles criminales no van a dejar el poder simplemente porque haya una votación. No pueden existir si no se mantienen desde la violencia y la operación criminal. Países como Rusia, Irán, Turquía, China tienen intereses importantes en Venezuela. O como Cuba, que lleva décadas entrenando a una pequeña élite de represión y de tortura y de manipulación del pueblo”. Por ello, asegura que “la frase más equivocada en estos tiempos es que los problemas de Venezuela solo los pueden solucionar los venezolanos”.
Esto no va a cambiar con «fuertes comunicados» ni con reuniones para la foto. Se requiere una doctrina opositora adaptada al mundo multipolar. Hoy necesitamos el apoyo de todos quienes podamos. Y lo necesitamos, sí, con ciertas líneas rojas que no debemos cruzar, pero también sabiendo que no podemos cerrarnos de ninguna manera: ni ideológicamente, ni moralmente. Nuestro objetivo es lograr la libertad y, de una tiranía criminal como la chavista se sale como se puede, casi nunca como se quiere. Y eso incluye aceptar que los aliados, tanto internos como externos, pueden ser circunstanciales.
Nuestra diáspora
Según el Observatorio de la Diáspora Venezolana, ya somos 9.1 millones de migrantes. Desde el 28J la cifra creció. Es un tercio de nuestra gente.
No hay país viable sin población. No hay nación viva con una sociedad partida. No hay futuro si tanta gente buena se va o piensa en irse y los criminales se quedan. La diáspora debe ser reconocida como sujeto político. No como víctima, sino como parte necesaria de este proceso de liberación.
Lo que hemos logrado y lo que falta
Hemos logrado derrotar al régimen en una elección nacional; unificar al país en torno a un liderazgo; romper la narrativa oficial de “neutralidad internacional”; quitarles el disfraz de “opositor” a quienes no se oponen; y exponer al chavismo como lo que es: una maquinaria de represión y crimen. Pero falta construir una coalición estratégica transnacional, diseñar una narrativa opositora sólida y madura para esta nueva etapa, cortar los fondos ilegales que sostienen al régimen, y sostener la presión internacional y la organización interna.
No caigamos en la desesperanza (que promueven los propagandistas rojos y azules), pero tampoco en la ingenuidad. El chavismo se presenta como invulnerable, pero no lo es. Si lo fuera, no hubiese ocurrido el 28J, no hubiesen podido huir, como lo hicieron, los seis venezolanos que fueron rehenes durante tanto tiempo en la Embajada de Argentina en Caracas, ni tampoco hubiesen perdido estrepitosamente ante su intento de normalizar relaciones con la administración Trump, quien terminó de quitarles las licencias petroleras. Como escribió Albert Camus en El hombre rebelde, “todo poder absoluto se apoya, en última instancia, en una lógica del terror”. En el fondo de cada tiranía hay un miedo, y todo tirano teme al día en que ya no lo teman.
La caída del chavismo no es una consigna: es una necesidad existencial. Porque la barbarie no es compatible con la vida, porque hablar “bajito” por miedo no es lo normal en el ser humano, porque no se puede naturalizar los campos de concentración ni los centros de tortura “oficiales” y clandestinos, porque el hambre programada es crimen, porque la ignorancia deliberada es dominio, porque los niños que no aprenden a leer, los enfermos que mueren sin atención, los jóvenes obligados al exilio, no son efectos colaterales: son el centro del sistema.
Pero, con los pies en la tierra, debemos entender que la lógica mafiosa del régimen —basada en la lealtad por miedo, en la distribución de rentas ilegales y en la cooptación total de los órganos del Estado— ha neutralizado todas las rutas tradicionales de transición. Todavía hay quienes hablan de Chile o Polonia, sin entender que no estamos ante situaciones similares. Ni siquiera estamos ante un régimen cuyas cabezas estén “de retirada”. Aquí no hay ni Gómez ni Franco, con muchos años encima: Maduro, Diosdado y los hermanos Rodríguez están en plena forma, sostenidos por una red continental de criminalidad organizada. Y no podemos esperar tanto tiempo. El fin de esta tiranía debe llegar pronto.
Hoy más que nunca necesitamos coraje, inteligencia estratégica y claridad moral. Porque Venezuela ya eligió. Porque la legitimidad está junto con ese 90% que quiere democracia, progreso y reencuentro, pero el poder todavía no. Entonces, debemos hacer lo imposible para enterrar esta tiranía. No como acto de venganza, sino como afirmación de lo humano. Porque el deseo de vivir y morir libres, como quedó escrito en 1811, debe volver a convertirse en una realidad.