El buen comunicador conoce la letra y se sabe la música

Comunicar bien no es solo hablar bonito. Es conectar, influir, reducir la incertidumbre y lograr tus objetivos.

El secreto de un buen discurso
es tener un buen comienzo y un buen final,
y luego tratar de que ambos
estén lo más cerca posible. 

George Burns, actor norteamericano.

¿Por qué hay que ser un buen comunicador? ¿Para qué hay que ser un buen comunicador? ¿Somos buenos comunicadores? ¿Cómo es el buen comunicador? ¿Cómo se llega a ser un buen comunicador? Cinco entre las muchas preguntas que con frecuencia nos hacemos respecto del asunto de la comunicación, actividad a la que siempre le atribuimos la mayor importancia en nuestras vidas. Tengamos en mente que todo acto de comunicación es crítico, que siempre hay mucho en juego, y que en comunicaciones no conviene dejar nada por sentado, ni mucho menos al azar.

¿Por qué hay que ser un buen comunicador? En realidad, todos nos comunicamos porque la comunicación es una variable reiteradamente presente en nuestras relaciones personales, profesionales y con nuestro entorno. Sin embargo, no siempre fluye con eficiencia. En muchas ocasiones el mal manejo de esa variable termina por crear dificultades que pueden enturbiar la relación con los otros, o impedirnos el logro de nuestros objetivos, inconvenientes estos que las más de las veces son costosos y difíciles de solventar. 

¿Para qué hay que ser un buen comunicador? En la medida en que seamos capaces de manejar la comunicación con eficiencia podremos establecer relaciones humanas más provechosas, porque explicaremos con claridad lo que queremos transmitir y entenderemos mejor lo que el otro expresa. Con el buen manejo de la comunicación, estratégicamente concebida, disminuirá uno de los ruidos más estridentes que empañan el proceso: la incertidumbre.

¿Somos buenos comunicadores? Generalmente no sabemos cómo saberlo porque no tenemos notoriamente definidos cuáles deben ser los atributos que debe poseer el buen comunicador. No disponemos de un patrón claramente determinado que incluya esas condiciones. Lo que sí parecemos saber es que hablar en público —uno de los episodios de comunicación más críticos— es muy difícil, y que nos produce sensaciones no siempre reconfortantes. Según el National Institute of Mental Health, EE. UU., entre el 70% y el 77% de las personas experimentan algún grado de ansiedad al hablar en público. Yo personalmente he visto personas entrar en pánico verdadero al plantarse frente a un auditorio.

¿Cómo es el buen comunicador? Un conjunto de particularidades ha de tener, o adquirir, quien desee obtener el mayor provecho posible en cada uno de sus episodios de comunicación. El buen comunicador sabe a ciencia cierta qué desea transmitir, cuáles son sus ideas; se prepara adecuadamente para hacerlo; indaga para conocer a sus audiencias y sus expectativas; utiliza el idioma oral y escrito con precisión y propiedad; hace uso correcto de los demás lenguajes humanos; se conecta con el otro; va directo al grano; sabe escuchar; toma en cuenta el contexto y el entorno; tiene una estrategia y sentido del humor; conoce su contenido de palmo a palmo y lo convierte en palabras que van del cerebro al verbo oral o escrito; seduce a sus audiencias; se sabe la letra y la música de los mensajes que quiere transmitir; es seguro, apasionado, serio; y controla la situación.

¿Cómo se llega a ser un buen comunicador?  La premisa es que todos podemos llegar a ser mejores comunicadores, independientemente de lo bien o mal que lo hagamos. El mejor seguro que pueda tenerse para facilitar el desempeño correcto de la comunicación pasa forzosamente por un proceso crítico de preparación que contempla el fondo y la forma —La letra y la música—: Qué digo y cómo lo digo van de la mano, qué escribo y cómo lo escribo también, porque ambas acciones tienen un impacto decisivo en el resultado de cada episodio de comunicación. 

Para llegar a ser un buen comunicador es menester identificar los recursos con que contamos y entrenarnos para utilizarlos con propiedad. Igualmente importante será el trazo estratégico cabal de la ruta que hemos de seguir para lograr los objetivos deseados y, finalmente, practicar y practicar y practicar, cosa que idealmente debe hacerse en situaciones lo más parecidas posible a la realidad. 

Es para muchos paradójico, pero el hecho cierto es que la no comunicación sencillamente no existe, puesto que todo lo que hacemos, hicimos, haremos, dejamos de hacer, todo, todo comunica. Ubíquese el lector en esas situaciones en las que nuestros interlocutores, —o nosotros mismos— se mantienen en silencio, inmóviles. ¿Están —estamos— enviando señales, mensajes de aprobación, o todo lo contrario, de duda? ¿Qué dice ese silencio? Hay silencios que hacen mucho ruido. Es menester aprender a utilizarlo.

En cada episodio de comunicación hay en juego riesgos, oportunidades. Siendo así, resulta convenientemente estratégico que no dejemos en manos del azar lo que suceda con esos riesgos, con esas oportunidades. O a la intuición, porque corremos el riesgo de obtener los mismos resultados que con el azar. 

De entre todos, la comunicación es uno de los recursos con el más alto valor estratégico, aquel conjunto de tácticas que llevamos a cabo para lograr un propósito. Ante este panorama, lo emocional y prácticamente inteligente, es identificar los recursos y hábitos comunicativos con los que contamos y aprender a utilizarlos en su máximo potencial, de forma tal que los mensajes que emitamos se caractericen por su precisión, claridad y corrección. 

En la medida en la que tengamos buenos hábitos comunicacionales lograremos disminuir —incluso eliminar— la incertidumbre. Adicionalmente —y mire usted si se trata de no poca cosa—, cuando la comunicación es eficiente crecen las oportunidades de influir convenientemente sobre los demás, alcanzar nuestros propósitos y, en consecuencia, saborear el éxito.  

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.