Querida Paulina

Una mujer excepcional en todos los planos, el familiar, el intelectual, el de la política, y el de la amistad, privilegio con el que me honró.

Ha fallecido la gran Paulina Gamus, quien fuera una brillante parlamentaria, talentosa articulista, divertidísima tertuliana, adeca irredenta, cariñosa abuela y bisabuela, y una amiga entrañable. 

Una biografía suya que hicimos para una antigua página web, ponía que nació en Caracas, Venezuela (“no pongas fecha, que quien quiera saque la cuenta”). “Paulina Gamus Gallegos es abogada egresada de la Universidad Central de Venezuela en 1959. Está casada con Amram Cohén, es madre de Raquel Almosny de Cohén y abuela de Joel (17), Eduardo (14) y Victoria (10)”. La orgullosa abuela de aquellos tres, estuvo luego también orgullosísima de sus siete bisnietos, incluida la pequeña Paulina, así como de sobrinos y sobrinos-nietos, como puede atestiguar repetidas veces. “Si como dirigente fue excepcional, les puedo asegurar que como tía lo fue aún más”, dice su sobrina Elisa.

Paulina fue mi primera jefa cuando volví a Venezuela en 1997, luego de hacer una maestría en campañas electorales. Organizaba por ese entonces para Acción Democrática una gran discusión ideológica y programática que buscaba ampliar los linderos de su partido político; complicada tarea que implicaba que un partido en sus mínimos históricos convocaba a las mejores cabezas del país en las jornadas de “Hablemos del país que queremos”. Un esfuerzo hercúleo que solo alguien con la vitalidad, el talento y la capacidad de convocatoria de Paulina podría hacer.

Hoy rebusqué en Wayback Machine, en lo que era el internet de hace 28 años y me maravillo de ese esfuerzo y su vigencia. Se refería allí Paulina a “La angustia de muchos venezolanos que han dedicado su vida profesional a pensar y proyectar un país vivible y creíble, ante el deterioro creciente que hoy sufrimos en todos los órdenes. La gran dificultad que muchas personas pensantes, con deseos de hacer cosas, con ideas importantes sobre cómo enfrentar los problemas, con credenciales suficientes para ayudar a construir un país distinto, tienen para ser oídos, atendidos y entendidos”. Y hacía una autocrítica importante: “Los Partidos hemos ido cerrando, bloqueando las vías para la participación de los no militantes. Cuando Acción Democrática decidió abrir sus puertas pudimos descubrir las dimensiones de esa angustia y de las consecuencias negativas del autoaislamiento partidista”. 

Un poco después, en 1998, en la elección que nos cambió la vida, Paulina fue la jefe de comunicaciones de la campaña de Luis Alfaro Ucero. Fue para mí una gigantesca oportunidad de aprendizaje. Mi verdadera maestría en campañas fue esa experiencia, de la mano de esa maestra excepcional. Paulina es una de las mejores cabezas políticas que he conocido, con una lucidez que mantuvo hasta el final, como refleja en su más reciente entrevista en Efecto Cocuyo. Suelo decir, más en serio que en broma, que lo mejor que tuvo la campaña de Alfaro fue que me dejó la amistad con Paulina. 

Pero Paulina era mucho más que una gran política. Era una anfitriona fantástica y una cocinera refinada, talento heredado de Alegre, su mamá. Era un privilegio estar con ella, con Raquel y Esther, y sus amigas de toda la vida, trajinando entre platillos. Tenía tiempo para la familia, para la gastronomía, para la ópera, para la vida. Cuando murió Alegre, dijo: “sabía que no era inmortal, pero no puedo imaginar la vida sin ella”. Hoy a muchos nos pasa otro tanto…

Inmensa, Paulina. Una mujer excepcional en todos los planos, el familiar, el intelectual, el de la política, y el de la amistad, privilegio con el que me honró. El año pasado, cuando la diagnosticaron, me contó de su enfermedad, con una jovialidad y una jocosidad, como solo ella era capaz, haciendo un chiste para dar su propia mala noticia. “He tenido una vida larga y plena”, aseguró. Y es que hizo Política con P mayúscula, con P de Paulina.

A su familia, a Raquelita, a sus nietos y bisnietos, a sus hermanas, a toda su inmensa tribu, les abrazo con cariño y con gratitud. Gracias por compartir con el país, con la democracia, con las buenas causas y con tantas personas, el privilegio de haber caminado con Paulina. Su legado vive en cada conversación que nos enseñó a dar, en cada batalla por la democracia, en cada risa y en cada plato que nos ofreció con amor.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.