Hugo “El Pollo” Carvajal se sienta en el banquillo

Hugo “El Pollo” Carvajal, exjefe de inteligencia de Hugo Chávez, se declaró culpable de narcoterrorismo en Estados Unidos. No fue cualquier funcionario: fue uno de los hombres más poderosos del chavismo.

Hugo Armando Carvajal Barrios no fue cualquier militar. No fue un general más. Tampoco un simple funcionario del chavismo. Fue, durante años, el jefe de inteligencia militar de Hugo Chávez. Es decir, fue los ojos, los oídos y —como ahora sabemos— las manos del régimen en los asuntos más oscuros del poder. Y ahora, en un tribunal federal del Distrito Sur de Nueva York, acaba de declararse culpable de narcoterrorismo, tráfico de armas y drogas, reconociendo su rol central en un sistema criminal transnacional rojo-rojito.

La declaración del fiscal federal Jay Clayton deja claro el calibre del caso:

“La preocupante realidad es que hay poderosos funcionarios de gobiernos extranjeros que conspiran para inundar Estados Unidos con drogas que matan y debilitan. Hugo Armando Carvajal Barrios fue uno de los hombres más poderosos de Venezuela. Durante años, él y otros funcionarios del Cártel de Los Soles usaron la cocaína como arma, inundando Nueva York y otras ciudades estadounidenses con veneno. Al hacerlo, Carvajal Barrios se alió con un grupo terrorista letal para apoyar sus actividades combinadas de narcotráfico y terrorismo, causando estragos en comunidades de todo Estados Unidos y otros lugares. La declaración de culpabilidad de hoy demuestra nuestro compromiso de exigir responsabilidades a los funcionarios extranjeros que abusan de su poder para envenenar a nuestros ciudadanos. Felicito los extraordinarios esfuerzos de nuestros aliados en las fuerzas del orden de la División de Operaciones Especiales de la DEA y de nuestros demás aliados en las fuerzas del orden, tanto aquí como en el extranjero”.

El “grupo terrorista letal” es la guerrilla de las FARC. La alianza no fue solo política o ideológica: fue logística, militar y profundamente lucrativa. Según la acusación, Carvajal coordinó el transporte de toneladas de cocaína, facilitó pistas clandestinas y protegió con uniformados al narcoarmamento. En resumen, fue uno de los arquitectos del “narcoespionaje” chavista. Y no lo hizo en la sombra, sino bajo las órdenes y con la venia del propio Hugo Chávez.

Chávez, el padre de esta desgracia

No se puede entender el crimen de Estado sin nombrar al comandante. Carvajal fue leal a Chávez hasta el final, y su ascenso dentro del aparato represivo chavista no fue accidental. Fue una promoción estratégica en un régimen que, desde sus inicios, coqueteó con el crimen organizado como parte de su modelo de poder. Carvajal fue más que un espía: fue una pieza de inteligencia y contrainteligencia al servicio del crimen. Y lo hizo en uniforme.

Como bien explicó Zair Mundaray en La Gran Aldea, Venezuela no es solo un Estado fallido: es un Narcoestado. Y la confesión de Carvajal es una prueba directa de ello.

El manual del dictador y el Estado-Mafia

Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, en El manual del dictador, explican cómo los autócratas se perpetúan en el poder beneficiando a una pequeña “coalición ganadora”: un grupo selecto de leales a quienes se premia con contratos, protección e impunidad. Pero en Venezuela, ese modelo se ha degenerado aún más: es una mafia de Estado, donde el régimen financia su supervivencia no solo con los recursos del petróleo —legales o turbios, como los negocios recientes con Chevron—, sino también con dinero sucio del narcotráfico, el contrabando de oro y otras actividades igual de ilegales, igual de peligrosas, igual de delictivas.

Como ha descrito el académico venezolano Moisés Naím, estamos ante un “Estado-Mafia” donde no hay diferencia entre el gobierno y el crimen organizado. Y para sostener ese sistema se necesita inteligencia, protección militar y silencio. Eso fue lo que ofreció Hugo Carvajal durante años. Fue el gran operador de las cloacas del chavismo.

¿Por qué importa su confesión hoy?

Porque aún hay rutas activas, aún hay narcos con uniforme, aún hay generales involucrados en el tráfico de drogas y oro. Y porque la tiranía de Nicolás Maduro sigue financiándose con esas rutas. Si Carvajal —como se espera— empieza a hablar más, podría derrumbar parte de ese andamiaje mafioso. Conoce nombres, fechas, operaciones, contactos y circuitos de lavado de dinero. Si «canta» con detalles, podría cerrar rutas de narcotráfico y debilitar sustancialmente a la tiranía.

La confesión de Carvajal no solo abre una puerta judicial: abre una oportunidad geopolítica para desmantelar las redes criminales del chavismo. Si la comunidad internacional realmente quiere empujar la transición democrática en Venezuela, acción que los propios venezolanos deseamos y en la que hemos trabajado a pesar de la barbarie, necesita cortar el oxígeno financiero de la dictadura. Y ese oxígeno no es otro que el crimen.

Carvajal, el espía, el narco, el confidente de Chávez y el ejemplo perfecto de lo que ha sido este régimen forajido, ya se declaró culpable. Lo siguiente es que empiece a hablar. Si ya fue verdugo de los inocentes, que al menos ahora sirva para ser el verdugo de sus excompañeros: esos que aún se aferran al poder por las armas, el miedo y el crimen.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.