
Héctor Rodríguez y la frivolidad criminal
Mientras millones de estudiantes venezolanos se gradúan sin haber aprendido lo básico, el ministro de Educación Héctor Rodríguez se enfoca en regular las decoraciones de los actos de grado.
Héctor Rodríguez, ministro de Educación de Nicolás Maduro, está como el recién mudado que, al encontrarse en su nueva casa, rodeado de cajas sin rotular, ignorante de dónde pueden estar las camas, incapacitado de poner en marcha la nevera porque entre esta y el enchufe hay una docena de paquetes, y desesperado porque los niños han empezado a llorar de hambre y agotamiento, solo atina a zanquear el control remoto de un televisor cuya ubicación es un misterio.
Al acercarse las graduaciones de unos “bachilleres” que llegan a este grado sin haber completado las materias de rigor, Rodríguez apareció este jueves 5 de junio para anunciar las normas que regirán los actos de grado: un conjunto de lineamientos orientados a imponer la equidad por decreto. Por ejemplo, el Ministerio de Educación —uno de los más flagrantes fracasos del régimen— no autoriza los “paquetes de grado”; es decir, esa serie de chucherías que los muchachos han venido comprando por generaciones, pero que esta no puede financiar. Al menos, no la inmensa mayoría.
Los graduandos deberán usar uniformes, “reflejando apego a su etapa”, estableció Rodríguez en descarado intento de tapar el hecho de que los venezolanos de los tiempos de Chávez, de Maduro y de él mismo, no pueden comprarse ropa. Ni buena ni mala, ni nueva ni de segunda mano, tal como quedó documentado en un video de reciente circulación donde aparecen docentes venezolanas encantadas con vestidos usados que no pueden comprar por carecer del dólar que cuestan.
“Las familias ambientarán los eventos. Esto evita comparaciones materiales que afectan a los jóvenes. El enfoque debe priorizar valores académicos sobre el lujo”. Esta frase es especialmente sangrante, al provenir de un funcionario de la dictadura señalado en varias oportunidades por lucir prendas costosas y disfrutar de una vida de boato; y, en suma, de formar parte de una cúpula rodeada de privilegios mientras la población venezolana es arrastrada a la miseria.
“Nadie debe quedar fuera por costos. La comunidad debe garantizar la participación de todos”. Bueno, representación más gráfica del socialismo autoritario y violador de derechos humanos no puede haber: primero acaban con el poder adquisitivo de la población, devalúan la moneda hasta su virtual desaparición y ahora vienen a imponer la igualdad por un acto de habla, porque los jerarcas dicen que todos deben ser iguales (entre sí, no a ellos… ni de lejos).
Una vez más, Héctor Rodríguez —ministro sucesivo de muy diversos despachos, sin preparación ni habilidades para ninguno de ellos— intenta camuflar su mediocridad con lances efectistas, condescendientes y de lástima hacia sus víctimas.
La realidad es que la tragedia del sistema educativo se ha agudizado en los años 2024 y 2025, mientras Rodríguez ha sido su titular. El nefasto ministro se concentra en cómo deben ser las fiestecitas de los bachilleres, pero no menciona que estos han sido sometidos a: infraestructura escolar en ruinas; financiación más que insuficiente; deserción masiva de sus mal remunerados docentes (según Monitor Descave, para febrero de 2025, el 74% de los maestros había huido de las aulas); disminución significativa en la matrícula estudiantil; y resultados de aprendizaje catastróficos, que los condenan a una desventaja de por vida respecto de quienes sí han recibido una educación adecuada.
Desde luego, la crisis educativa no es un fenómeno aislado. Es consecuencia y síntoma de la prolongada crisis humanitaria del país. Se estima que 150.000 docentes han abandonado sus puestos de trabajo, lo que impide para muchos la continuidad educativa: los niños asisten a la escuela solo dos o tres días a la semana, y se calcula que cinco millones de estudiantes no adquieren habilidades básicas o fundamentales. Esto representa una calamidad de aprendizaje. La miseria afecta la formación de ocho millones de estudiantes en escuelas públicas, cuya realidad es similar a la de sus maestros.
A esto se suma la falta de datos y la disparidad entre las cifras oficiales y los informes de organizaciones independientes, lo que dificulta aún más el peritaje de un colapso sistémico. Es un desastre que socava los cimientos del aprendizaje y el desarrollo humano en Venezuela, donde las precarias condiciones de vida, la hiperinflación y la dificultad para acceder a servicios básicos han creado un entorno donde la educación se convierte en un lujo inalcanzable para la mayoría.
Este es el problema.
No por nada, en enero de este año, los trabajadores del sector educativo —docentes y personal administrativo— protestaron para exigir mejoras salariales, condiciones laborales dignas y respeto a sus derechos contractuales. Demandas enmarcadas en un contexto más amplio de descalabro de la vida cotidiana y falta de libertad y garantías democráticas.
Este es el problema.
En su informe de 2024, PROVEA revela que la discusión sobre los grandes asuntos como la educación, la salud y el progreso económico para las familias más vulnerables ha sido suspendida. Lo que les interesa es que el acto de graduación se atenga a parámetros “estéticos”. Claro, como si el chavismo fuera el árbitro mundial de la estética…
Que el sistema de salud esté colapsado en más del 80% (y tres cuartas partes del personal médico y de enfermería hayan abandonado sus puestos, lo que impacta el bienestar de estudiantes y docentes) eso es secundario. Lo relevante es que unos pocos no compren los anillitos de graduación negados a las masas de miserables, que no es que no puedan comprar medallas y otras fruslerías, es que han llegado a “bachilleres” exentos de materiales de aprendizaje fundamentales, como los libros de texto.
Reportes de la Cámara Venezolana del Libro y la situación de las librerías (en trance de desaparición) demuestran que la crisis económica ha hecho los útiles escolares inasequibles para la gran mayoría de las familias. Esto significa que, incluso si un niño asiste a la escuela, al carecer de las herramientas básicas para el aprendizaje, forma parte de los cinco millones de estudiantes en Venezuela que no adquieren habilidades básicas o fundamentales, como informa UNICEF.
Al inicio del año escolar 2024-2025, cuando el pusilánime Rodríguez ya era ministro, solo el 30% de los docentes concurrieron a las escuelas, según la dirigente sindical Gricelda Sánchez. Esto no es una cuestión de escasez. Es un vaciamiento sistémico de la experiencia profesional, con consecuencias profundas y duraderas en la calidad de la educación, en la memoria institucional, en la experiencia pedagógica y, en suma, en la continuidad del aprendizaje.
Los docentes que quedan están sobrecargados de trabajo; los buenos y los malos —que son los más—, puesto que se ha echado mano de militantes y otros cuadros no calificados, lo que ha creado un ciclo de desvalorización de los estándares educativos.
Pero a Héctor Rodríguez lo que le preocupa es la decoración de los actos de grado.
Estamos ante una frivolidad criminal.