
¿Cómo se sienten hoy los colombianos?
Si ni siquiera un Senador de alto perfil puede hacer campaña con garantías, es comprensible la sensación de que Colombia sigue fuera de control.
Un editorial de El Espectador esta semana lamenta el atentado que mantiene entre la vida y la muerte al senador Miguel Uribe Turbay y denuncia el retroceso simbólico que esto representa: remite a la Colombia de los años noventa, cuando se asesinaban candidatos y la democracia parecía indefensa. Aunque hoy el país cuenta con instituciones más sólidas y una ciudadanía comprometida, la violencia política persiste —líderes sociales, excombatientes de las FARC y defensores de derechos humanos siguen siendo asesinados— y el ataque a un congresista tan visible demuestra que la seguridad de la actividad política continúa en entredicho.
El atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, perpetrado por un sicario menor de edad —que no es un niño, como dice Petro, sino un muchacho con capacidad para conducir una moto, portar un arma y disparar ocho veces— es un golpe directo a la democracia colombiana. Claro que tiene derechos que deben ser respetados, pero no olvidemos que entre los 14 y los 18 años —es decir, adolescente— sí puede ser sancionado.
El clima de odio y polarización que alimenta el discurso del presidente —un irresponsable que gusta de atizar la violencia— aporta indicios de que el ataque fue planificado: seguimiento previo, cómplices, distracción con un presunto robo cercano y fallas en el esquema de seguridad. Todo ello envía un mensaje intimidatorio a cualquier candidato contrario a los intereses de los grupos violentos o del actual gobierno.
Petro tiende a calificar a los opositores de “ratas”; todo lo que va mal es responsabilidad de la “derecha”, y se atreve incluso a culpar a la propia víctima por no programar su acto público.
La madre de Miguel: el costo humano de la violencia colombiana
Diana Turbay Quintero (1950-1991) era la hija mayor del expresidente liberal Julio César Turbay Ayala (1978-1982). Pese a su linaje político, forjó una trayectoria propia en el periodismo: dirigió la revista Hoy por Hoy, condujo noticieros de televisión y fundó Criptón Noticias, un informativo ágil que competía con los grandes canales de la época. Su talante era frontal, y su cobertura de la guerra del narcotráfico la puso en la mira de los capos.
En medio del terror que Pablo Escobar desató para impedir la extradición a EE. UU., Diana viajó a una finca cercana a Bogotá con su camarógrafo y dos colegas, creyendo que entrevistaría al guerrillero “José Gonzalo Sánchez”.
En realidad era una celada organizada por el cartel de Medellín: la periodista se convirtió en moneda de cambio para presionar al presidente César Gaviria y forzar la derogación del tratado de extradición.
Durante casi cinco meses fue retenida junto a otros nueve rehenes —periodistas, familiares de políticos y empleados de El Tiempo— recordados como “los secuestrados de Escobar”. Compartió calabozos con Beatriz Villamizar, Maruja Pachón y Beatriz Pote, cuyas cartas y conversaciones reconstruiría Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro (1996). El libro dedica un capítulo central a Diana, a su temple y a la solidaridad nacida entre las prisioneras.
Rescate mortal
La Policía Nacional localizó la casa de “La Quinta”, en Copacabana (Antioquia), y decidió irrumpir sin lograr plena coordinación con los negociadores. En medio del fuego cruzado, Diana Turbay recibió un disparo en el abdomen; murió camino al hospital. Tenía 40 años, dos hijos pequeños y un país estremecido que debatió si la operación fue precipitada.
Su muerte aceleró la ofensiva estatal contra el cartel de Medellín y visibilizó la vulnerabilidad de los periodistas en la guerra narco. Noticia de un secuestro —mezcla de crónica literaria y memoria colectiva— inmortalizó su figura como símbolo de la libertad de prensa y del costo humano de la violencia colombiana.
Gracias, Gabo
Hoy su hijo, el senador Miguel Uribe Turbay, lucha por su vida y Colombia reza para que esto no sea un regreso a los tiempos del horror. Miguel, cada vez que tenía oportunidad, evocaba esa historia al abordar la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión en el país.
Aquí es donde tenemos prohibido olvidar.
Otras acciones ejecutadas en esa línea fueron el secuestro, en 1988, de Andrés Pastrana, entonces aspirante a la alcaldía de Bogotá —quien más tarde sería presidente, al igual que su padre Misael Pastrana—; el magnicidio del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989; y el atentado del vuelo de Avianca ese mismo año, con 110 muertos. Colombia no merece esto.
Amo Colombia: por su gente, sus paisajes y, sobre todo, por su generosidad y sentido del humor. La última vez que estuve allí me encantó el eslogan del aeropuerto: el riesgo es que quieras quedarte.