Atentado a la democracia: Miguel Uribe Turbay entre la vida y la muerte tras violento ataque en Bogotá

El atentado contra Miguel Uribe Turbay no solo hiere a un hombre. Es un ataque frontal contra la democracia colombiana. Y el silencio o la ambigüedad solo lo agravan.

En un episodio que revive la pesadilla de los magnicidios de los años noventa, el senador y precandidato presidencial por el Centro Democrático, Miguel Uribe Turbay, fue atacado a tiros durante un mitin en Fontibón, al occidente de Bogotá. El agresor, un menor de 15 años, fue detenido en el lugar con una pistola calibre 9 mm.

Uribe recibió dos impactos en la cabeza y uno en la pierna. Fue trasladado inicialmente a la Clínica Medicentro y luego a la Fundación Santa Fe, donde permanece en estado crítico y con pronóstico reservado, tras haber sido sometido a múltiples intervenciones neuroquirúrgicas y vasculares.

El ataque ocurre en un contexto de alta tensión política, cuando Uribe se perfilaba como una de las voces más visibles de la oposición al gobierno de Gustavo Petro. Hijo de la periodista Diana Turbay —asesinada en 1991 durante un fallido rescate tras ser secuestrada por el cartel de Medellín— y nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, el senador ha tenido una trayectoria marcada por la defensa de la democracia y el rechazo a los pactos autoritarios.

Un discurso que divide

La reacción del presidente Gustavo Petro, lejos de ser un llamado a la unidad nacional, ha generado fuerte controversia. En su esperado discurso, el mandatario utilizó expresiones como “ratas de alcantarilla” para referirse a quienes, según él, “instrumentalizan políticamente” el atentado. En otro mensaje en la red social X, afirmó: “Hoy nos derrotaron”, un tono ambiguo y confuso que fue duramente cuestionado por múltiples sectores políticos y sociales.

Si bien Petro ordenó una revisión del esquema de protección del senador y canceló un viaje internacional, sus palabras avivaron aún más el clima de polarización. En lugar de aportar a la convivencia democrática, su retórica incendiaria parece haber buscado adjudicar culpas en medio del dolor nacional, desviando la atención de lo esencial: un ataque directo contra un líder político y contra la democracia misma.

Investigación en marcha

La Fiscalía activó cuatro líneas de investigación. Entre ellas: la posible falla en el esquema de seguridad asignado al senador, la procedencia del arma utilizada y los vínculos del menor con estructuras criminales. Las autoridades ofrecieron una recompensa de 3.000 millones de pesos por información que conduzca al esclarecimiento de los hechos.

Se investiga si el joven actuó solo o bajo órdenes. En el lugar se incautó una pistola tipo Glock, y no se descarta la participación de otras personas.

Rechazo transversal

Desde el expresidente Álvaro Uribe Vélez hasta líderes opositores como Sergio Fajardo, Claudia López y Federico Gutiérrez, pasando por la comunidad internacional —incluyendo al senador estadounidense Marco Rubio—, las expresiones de solidaridad y repudio han sido contundentes. El atentado ha sido calificado como un golpe directo a la democracia colombiana.

Mientras tanto, la esposa del senador, María Claudia Tarazona, informó que su esposo “dio la primera batalla y sigue luchando por su vida”.

El fantasma de los 90

El atentado reaviva los peores recuerdos de la violencia política que marcó a Colombia en las décadas pasadas, cuando fueron asesinados candidatos como Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. La posibilidad de que la violencia vuelva a teñir de sangre la carrera electoral obliga a una profunda reflexión sobre el estado de la institucionalidad y las garantías democráticas en el país.

¿Y el mensaje presidencial?

En momentos como este, el rol del jefe de Estado es fundamental para calmar, unir y garantizar justicia. Sin embargo, el presidente Petro eligió un camino distinto: usó el atentado para atacar a la oposición y a los medios, minimizando el hecho como si fuese una estrategia de sus adversarios. Lejos de pacificar, sus declaraciones sembraron más desconfianza.

Frente a este escenario, Colombia necesita liderazgo, responsabilidad y firmeza democrática. La violencia política no puede volver a ser una herramienta de disputa ni puede ser relativizada por el poder de turno. Miguel Uribe Turbay lucha hoy por su vida, pero también por el derecho de todo colombiano a disentir sin miedo.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.