
Liceo Andrés Bello de Caracas durante la elección del 25 de mayo
El 25M en tres tiempos
«No asumen responsabilidad por su incapacidad para movilizar, inspirar y organizar, ni reconocen lo turbio del proceso electoral en el que apenas unos pocos lograron ser electos. La fragilidad de su posición política se refleja en múltiples contradicciones»
Antes
UN ESLABÓN MÁS. Resulta casi innecesario reiterar que el régimen busca perpetuarse en el poder, dispuesto a asumir cualquier costo en términos de desprestigio político y destrucción institucional, como evidenció el 28J. En este contexto, las elecciones del 25M no serían más que otro eslabón en la sólida cadena con la que mantiene sometida a la mayoría de la sociedad: un conjunto de mecanismos diseñados para imponer su dominio, no para reflejar la voluntad ciudadana. Así, el Poder Electoral se ha convertido en una pieza clave del engranaje autocrático, decidida a evitar que se repita un episodio como el del 28J. En aquella ocasión, el régimen cometió errores, el más grave: subestimar a la oposición. Desde entonces, su estrategia ha girado en torno al acoso y encarcelamiento de sus líderes, con el propósito de desmantelar su capacidad organizativa y neutralizar cualquier intento de desafío electoral. Paralelamente, continuó aplicando su vieja táctica de fragmentar a sus adversarios. Mientras fomentaba la abstención a través de constantes abusos de poder, permitió cierto margen de maniobra a algunos dirigentes opositores que decidieron postularse como diputados o gobernadores, aunque no a todos, estableciendo una línea de exclusión bajo su absoluto control del proceso.
LA URGENCIA DE NO DESAPARECER POLÍTICAMENTE. Diversos actores políticos han buscado preservar un espacio de acción autónomo sin reconocer de facto el liderazgo de María Corina, una postura que responde tanto a convicciones ideológicas como a intereses pragmáticos. Independientemente de la motivación, han asumido su limitada influencia y han optado por actuar como una minoría política con mayor independencia. Es evidente la tensión, casi una ruptura, entre un liderazgo que se resiste a ser desplazado y otro que hoy cuenta con el respaldo mayoritario de los venezolanos, una realidad que no puede disimularse con discursos de unidad. Aunque esta minoría no es ingenua respecto al régimen, mantiene la convicción de que siempre habrá margen para actuar dentro del sistema y fomentar su transformación. Sin embargo, al asumir que su estrategia no puede ser frontal, se distancia de una mayoría que, según su interpretación, exige soluciones simples y de origen externo. En la coyuntura actual, esa minoría política optó por participar en las elecciones del 25M en busca de un mínimo de poder, sin importar las circunstancias. Lo hizo, en parte, por considerar que la abstención equivalía a la inacción, a “quedarse en casa”, a la rendición. Pero también lo hizo para evitar su desaparición de la escena pública y diluirse en la irrelevancia. Se volcó entonces a desempeñar el rol tradicional de un partido en tiempos electorales, pero en el marco de un régimen autocrático, con líderes de escasa credibilidad y un discurso vacío, el resultado fue una campaña sin trascendencia alguna.
EL DESAFÍO DE LIDERAR A LA MAYORÍA. La mayoría de los venezolanos anhela el cambio político y millones están dispuestos a movilizarse si son convocados por un liderazgo con credibilidad, como lo demostró el 28J. La victoria se alcanzó, pero el régimen, expuesto como una minoría dominante, se atrincheró recurriendo a la fuerza bruta. Mediante represión, cárcel, asesinatos y exilio, desmanteló la capacidad de la oposición liderada por María Corina para presentarse nuevamente en un evento electoral, no solo para expresarse sino para demostrar, con cifras en la mano, su decisión soberana. No se trataba simplemente de que las elecciones del 25M fueran manipuladas, pues eso se daba por descontado. La clave estaba en que, en esta ocasión, la participación sería un error estratégico. La legítima frustración de muchos, la insuficiencia de recursos y la feroz disposición del régimen a impedir cualquier amenaza electoral constituían obstáculos prácticamente insalvables para movilizar, organizar, votar, ganar y demostrarlo. Ni hablar de hacer valer la victoria. Insistir en participar en estas condiciones significaba no solo causar mayor dolor y frustración, sino sacrificar el espíritu del 28J sin obtener nada a cambio. Abstenerse, por el contrario, implicaba mantenerse en la ruta electoral: no debe olvidarse que el proceso iniciado el 28J aún no ha concluido, pues el presidente electo no ha asumido el cargo. Participar sería rendirse y diluir la voluntad mayoritaria en la nada política, mientras que la abstención masiva sería la única forma de evidenciar de qué lado está la mayoría del país. Sería un acto que, civiles y militares, volverían a ver en las calles, esta vez desoladas, al margen de la verdad oficial.
Durante
UNA AUTOCRACIA IMPOPULAR. Tras lo ocurrido el 28J, era previsible que el régimen no dudara en organizar un evento electoral cuyos resultados respondieran, ante todo, a sus propios intereses y solo secundariamente a la voluntad ciudadana. No hace falta enumerar aquí los abusos de poder que marcaron el proceso, tantos y tan graves que difícilmente pueda considerarse una elección legítima. Consciente de su pérdida de apoyo popular, la autocracia ha optado por perfeccionar un mecanismo de control basado en simulaciones electorales. Así, el nivel de participación anunciado por el CNE en la jornada del 25M fue una mera fabricación, en abierta contradicción con lo observado en todo el país y con los resultados de varios conteos rápidos. El régimen decidió adjudicarse todas las gobernaciones, salvo una de mínima relevancia política, asegurando el control de recursos estratégicos. ¿Por qué cederlos a la oposición? Además, esta maniobra le permite avanzar en su proyecto de desmantelar el Estado liberal democrático para sustituirlo por un modelo comunal inspirado en el sistema cubano. A pesar de ello, permitió que algunos candidatos opositores—no los llamados “alacranes”—obtuvieran curules parlamentarios. Suponer que hubo negociaciones es una conjetura razonable, considerando hechos como la inexplicada suspensión de algunas inhabilitaciones. En cualquier caso, estos diputados conformarán un grupo que podrá alzar la voz, aunque dentro de límites prácticamente infranqueables. Quizás algunos líderes del régimen consideren que cierta dinámica de debate dentro del Parlamento puede resultarles útil, no porque les preocupe realmente, sino porque les proporciona una fachada democrática. Aunque, a estas alturas, pocos países se dejan engañar.
UNA MINORÍA ENREDADA. Los resultados obtenidos por los opositores que participaron en las elecciones fueron decepcionantes, incluso para ellos: apenas una gobernación y unos pocos curules parlamentarios. No lograron convocar ni organizar como esperaban, dejando en evidencia un voluntarismo que contrasta con el realismo político que dicen defender. O quizás ya preveían el desenlace, pero necesitaban justificarlo de alguna manera. Sea como fuere, su reacción inicial fue atribuir la derrota a la abstención masiva, asegurando que esta fue producto, principalmente, de la desesperanza. Sin embargo, resulta paradójico que un actor político culpe precisamente a quienes aspira a liderar. No asumen responsabilidad por su incapacidad para movilizar, inspirar y organizar, ni reconocen lo turbio del proceso electoral en el que apenas unos pocos lograron ser electos. La fragilidad de su posición política se refleja en múltiples contradicciones. La más reciente: si la abstención fue realmente un factor determinante en su derrota, como sostienen, entonces debió ser significativa. No obstante, las cifras del CNE no reflejan tal magnitud. ¿Qué harán quienes participaron? ¿Persistirán en el discurso que responsabiliza a la abstención y exigirán una revisión de los resultados para demostrar que fue elevada? ¿O mantendrán su argumento aceptando, al mismo tiempo, las cifras oficiales que la minimizan? Lo más probable es que pasen la página, como han hecho en otras ocasiones.
UNA MAYORÍA COMPLEJA. Quienes convocaron a la abstención pueden afirmar que su llamado tuvo eco, aunque también es posible que la mayoría, tras la ruda y frustrante experiencia del 28J, ya hubiera decidido no votar y el liderazgo simplemente se alineó con esa determinación colectiva. Quizás ambas cosas ocurrieron, y estamos ante una causalidad de doble vía que refleja la complejidad de estos fenómenos. En este sentido, hablar de la mayoría y su voluntad sin matices puede conducir a una simplificación extrema, ignorando la diversidad de creencias, emociones e intereses que atraviesan a todo grupo humano. En la oposición liderada por María Corina coexisten frustración y esperanza, ganas de perseverar y ganas de irse, heroísmo y comodidad. Para muchos, sin embargo, la abstención no fue un acto de abandono, sino una decisión consciente, asumida con la convicción de expresar una postura firme junto a millones de ciudadanos y encabezada por dirigentes confiables. Para algunos más, fue incluso, en la misma línea del 28J, del referéndum sobre el Esequibo y de las primarias, un acto de coraje y desobediencia, especialmente para quienes son funcionarios públicos o dependen de subsidios estatales. Lo esencial es que, en esta coyuntura política—una emboscada cuidadosamente diseñada por el régimen—el espíritu del 28J logró preservarse, consolidándose como el mayor activo emocional, moral y político con el que cuentan hoy los demócratas. En este sentido, la abstención puede parecer un gesto inocuo, pues no alteró sustancialmente el panorama, salvo la pérdida de algunas plazas estadales que, en rigor, nunca fueron ni podían ser focos de resistencia democrática. La participación, por el contrario, habría sido un error fatal. Aunque el desenlace de esta historia aún no está definido, lo vivido demuestra que la mayoría democrática sigue firme.
Después
¿UN ESTADO COMUNAL? Desde hace años, el régimen ha consolidado el control de todos los poderes públicos, ya sea de manera directa o indirecta. Las elecciones y la legislación no son más que herramientas para otorgar una falsa formalidad a esa realidad. Tras el 25M, este proceso de blanqueo electoral continuará con la designación de alcaldes y concejales municipales, hasta alcanzar su máxima falsificación: una reforma constitucional que imponga un orden político comunal y permita anular cualquier vestigio de oposición eficaz. El régimen siempre ha comprendido que, pese a la manipulación y el abuso de poder, las coyunturas electorales dentro de una democracia convencional representan un riesgo para su proyecto de dominación, como quedó demostrado el 28J. ¿Cómo enfrentarlo? La respuesta la tiene desde hace años y no es original. A lo largo del siglo XX, diversos regímenes, empezando por el régimen soviético, han implementado modelos en los que el Estado socialista, comunal o como quiera llamársele, concentra la participación política a través de estructuras como los consejos comunales, subordinados al Poder Nacional. En este esquema, para referirnos solo al poder legislativo, la democracia se convierte en un sistema de segundo grado: las comunas eligen voceros, quienes, a su vez, designan a los miembros de una Asamblea Nacional Comunal o una instancia similar. El régimen se asegura de que los candidatos provengan exclusivamente de su propio aparato político, garantizando así que las elecciones nunca se pierdan, permitiendo cambios sin alterar el orden impuesto.
¿DIPUTADOS SUMISOS? Quienes han obtenido curules parlamentarios —sin entrar en la controversia de su adjudicación, para no avivar la polémica— enfrentan el desafío de demostrar, con sus futuras decisiones, su verdadera vocación democrática, tan cuestionada por muchos. Deben preguntarse a quién representan realmente, considerando que la mayoría de los ciudadanos habilitados para votar optó por la abstención, sin respaldar ni al régimen ni a ellos. Esa desconfianza los acompañará mientras ejercen su labor en la Asamblea Nacional, donde compartirán espacio con los representantes de la autocracia y con una supuesta oposición moldeada por medios inconfesables. Como cualquier ciudadano, están obligados a defender la Constitución. ¿Cómo actuarán entonces dentro del marco que han decidido aceptar en la práctica? ¿Tienen claro, por ejemplo, qué harán cuando se les exija reconocer a Maduro como presidente, con los riesgos personales que implicaría negarse? A pesar de todo, no debemos apostar a su fracaso, sino confiar en que encontrarán los medios, aún por verse, para alinearse con la mayoría que clama por un cambio político. Algunos de estos diputados, quiero creer, consideran viable abrir canales de comunicación con el régimen o con una parte de él para facilitar una eventual transición política, posibilidad que no puede descartarse dada la incertidumbre inherente a los asuntos humanos. Sin embargo, ese esfuerzo no debe sustentarse en la idea de estar posicionados entre dos polos, pues esto implicaría mantener el error de interpretar la realidad política bajo un esquema inexistente. En Venezuela no hay dos sectores extremistas, sino un régimen minoritario que ejerce el poder en contra de la voluntad de la mayoría de los venezolanos.
¿UN MOVIMIENTO SOCIAL? ¿Cómo podremos los millones de venezolanos que aspiramos a vivir y progresar en libertad alcanzar finalmente el cambio político y superar estos tiempos oscuros? En pocas palabras, el desafío esencial es la coordinación. Es fundamental articular acciones y eventos que movilicen de manera efectiva contra el régimen autocrático, combinando estratégicamente los apoyos internacionales con nuestra capacidad de lucha democrática. Debemos crear un vasto y activo movimiento social, pero no como una masa informe que sigue ciegamente a un líder—conocemos demasiado bien las consecuencias de ese camino—ni como una única organización o alianza exclusiva entre partidos políticos. Se trata de un movimiento diverso, compuesto por múltiples organizaciones y ciudadanos que interactúan de manera descentralizada a través de diversas redes de información y comunicación. En esencia, debemos construir una identidad clara y deliberada que exprese lo que ya somos en potencia. Es un proceso de autorreconocimiento: la apropiación consciente de nuestra vocación democrática y nuestro anhelo por una sociedad libre y justa, una esperanza forjada en esta ardua etapa de nuestra historia. ¿Y qué mejor nombre para este movimiento social que Movimiento 28J?