
Pepe Mujica desde los ojos venezolanos: entre la contradicción y el silencio
Pepe Mujica es un mito político en América Latina: austero, sabio, sencillo. Pero desde los ojos de muchos venezolanos, su figura también está llena de contradicciones. Esta es una mirada desde la diáspora.
La figura de José “Pepe” Mujica ha representado una especie de mito político en América Latina. El presidente austero que vivía en una chacra, que hablaba con metáforas campesinas sobre la vida, la muerte y la felicidad, logró conquistar corazones en todo el mundo. Pero para los venezolanos —especialmente aquellos que migraron a Uruguay escapando de un país desbordado por el autoritarismo, la crisis económica y la represión política— la figura de Mujica representa algo más.
Y es que Mujica, como muchos otros líderes de izquierda en la región, mantuvo durante años una postura que primero fue abiertamente solidaria con el chavismo, y después ambigua. Durante la época de bonanza petrolera venezolana, cuando Hugo Chávez usaba la chequera de PDVSA para tejer alianzas ideológicas y económicas por todo el continente, la administración de izquierda en Uruguay se benefició del flujo de recursos. Los petrodólares llegaron incluso a financiar mejoras en el Hospital de Clínicas de Montevideo, equipamientos y proyectos que en Venezuela jamás llegaron a materializarse. Durante la administración de Mujica esta “cooperación” llegó a su clímax con exportaciones que terminaron siendo ruinosas para la industria nacional. El libro “La Petrodiplomacia” del periodista Martín Natalevich aporta los datos necesarios para sostener esta afirmación.
Para los venezolanos que vivieron la ruina progresiva de su país bajo el chavismo, estas alianzas resultan difíciles de digerir. Mujica no solo tardó en reconocer públicamente la deriva autoritaria del régimen, sino que durante años relativizó las denuncias de violaciones a los derechos humanos, la represión a las protestas y el colapso institucional que sumía a Venezuela en una emergencia humanitaria sin precedentes.
Fue recién en 2019, en plena campaña presidencial uruguaya y ante el desgaste internacional del chavismo, que Mujica admitió abiertamente que Venezuela era una dictadura. Este quiebre discursivo fue importante, sin duda, pero llegó tarde para muchos venezolanos que fallecieron, protestaron, se exiliaron, perdieron a sus familias o sus libertades mientras veían cómo algunos sectores políticos seguían considerando al régimen como un proyecto “popular y democrático”.
Ese reconocimiento tardío no pudo borrar del imaginario colectivo venezolano las imágenes de tanquetas arrollando estudiantes, las huelgas de hambre de universitarios, las cárceles llenas de presos políticos y los miles de denuncias documentadas por organismos internacionales. Cientos de aberraciones acometidas por el régimen están relatadas en informes que llevan la firma de Michelle Bachelet, a quien nadie sospecharía como agente de la derecha o el imperio.
Durante todos esos años, Mujica callaba, o cuando hablaba, lo hacía para comprender —al menos en parte— el proceso chavista. Esa contradicción genera una cicatriz emocional profunda, incluso cuando se reconoce que Mujica, como político, cambió de opinión y corrigió el rumbo con el tiempo.
Para los venezolanos que viven hoy en Uruguay, sin embargo, la figura de Mujica tiene matices diferentes. No es lo mismo ver a Pepe Mujica desde el extranjero, que entenderlo en su propio contexto político. En Uruguay, el exmandatario es una figura relevante, respetada por amplios sectores, aunque no exenta de críticas por sus controversias y las contradicciones entre su sencillez personal y los resultados de ciertas medidas de su gobierno.
Dentro de la comunidad venezolana en Uruguay también hay matices. Un grupo prefiere mantenerse alejado de la política interna, marcado por el trauma de la polarización venezolana. Este grupo apenas conoce la trayectoria de Mujica o algunas políticas de gobierno, ya que muchos migraron luego de 2015, cuando él había dejado la presidencia. Lo que sí vivieron fue el fin de la bonanza de las materias primeras, algunos déficits económicos y problemas en educación y seguridad, lo cual también moldeó una visión crítica del legado del expresidente.
Por otro lado, está la mayoría que sí se informa, que sigue los debates políticos en Uruguay, que compara constantemente los modelos y decisiones entre su país de origen y el país de acogida. Para este grupo, Mujica representa una figura que se valora a dos aguas: por un lado, un político de diálogo, coherente en su estilo y proceder, que dejó enseñanzas sobre la vida y la política que siguen siendo valiosas. Por el otro, un hombre que durante mucho tiempo fue cómplice, por acción u omisión, del proyecto político que destruyó su país de origen. De hecho, el que varios medios de comunicación republicaran sus imágenes con Chávez y Maduro no hace más que remover un recuerdo doloroso.
Sin embargo, es justo reconocer que la administración de Mujica también tuvo gestos relevantes hacia los migrantes. Durante su administración se estableció la residencia permanente para ciudadanos del Mercosur, medida que benefició a los venezolanos a pesar de la suspensión del país en el bloque. Gracias a esto, miles de venezolanos pudieron regularizar su situación en Uruguay rápidamente y de forma gratuita, integrarse socialmente y rehacer su vida en un país donde se les abrió una puerta que en muchas otras naciones estaba cerrada.
Eso también se valora y se agradece, así como se subraya el hecho de que Mujica, con el paso del tiempo, haya reconocido que Venezuela está gobernada por una dictadura. Esa capacidad de rectificación, aunque tardía, no es menor. Habla de un líder que supo cambiar de opinión, aunque lo haya hecho luego de haber sostenido por años una narrativa errónea.
Tal vez por eso, frente a su fallecimiento, lo que queda entre muchos venezolanos no es ni la adoración ni el desprecio, sino un respeto silencioso al expresidente de la república. Porque si algo ha aprendido esta diáspora es que no se puede vivir de rencores eternos. Porque Uruguay no es Venezuela, y porque en medio de la tragedia, también hay espacio para reconocer la complejidad humana y política de figuras como Pepe Mujica.
No fue perfecto, no fue justo todo el tiempo, pero fue, en muchos sentidos, un político distinto. Uno que no se enriqueció, que vivió con austeridad, que habló con la gente como si fuera uno más y que, en sus últimos años, terminó diciendo lo que durante tanto tiempo se negó a aceptar.
Eso, al menos para algunos, puede considerarse una forma de redención.