
Aforismos
Una colección de pensamientos breves, a veces punzantes, a veces poéticos. Reflexiones sobre el amor, la memoria, la política, la filosofía, Venezuela, los libros, el tiempo... y la nariz de Nietzsche.
Entiendo que los primeros aforismos fueron las recetas del médico griego Hipócrates. Veamos un ejemplo:
«Hay complexiones que se adaptan mejor al frío que al calor, y otras al contrario.»
Ciertamente se trata de una reflexión perfecta al cubrir todas las opciones.
Prefiero giros aún más fuertes, más definitivos, como el que nos ofrece Groucho Marx:
«Yo nunca pertenecería a un club que aceptara un tipo como yo.»
Los diccionarios coinciden en que el aforismo pretende expresar una idea de manera concisa, coherente y en apariencia definitiva. Esto de la “apariencia” nos asoma a que el rigor de esta “definitud” debe ser más bien una deliciosa, o imperiosa, tentación a continuar hurgando.
Si bien el aforismo es el género literario más breve y más conciso, su brevedad es tan relativa como la extensión de un ensayo o una novela. ¿Quién no agradece una novela corta o un breve ensayo? El adjetivo “conciso” también merece una revisión. Puede provenir del verbo latino concidere; “cortar en pedazos”. Esta idea de los “pedazos” nos recuerda que todo aforismo debe ser parte de un todo, o más bien la invitación a adentrarnos en una totalidad, mejor aún si resulta ser infinita.
Voy a intentar encontrar un lugar entre Groucho e Hipócrates, mientras voy proponiendo posibles verdades en las que quiero creer (aunque no me importa dudar). Pido excusas cuando mis aforismos se conviertan en ensayos demasiado cortos.
I
Presiento que me estoy convirtiendo en un hombre de principios; no hago sino empezar ensayos que no logro terminar.
Quizás en este asunto de presentir radica la clave de cuánto me está sucediendo: no soy capaz de ahondar, de profundizar, de llegar a conclusiones.
Vivo varado en presentimientos que disfrazo de premoniciones.
Supongo, sin orgullo ni vergüenza, estar sufriendo de una creciente falta de fe en la utilidad de mis razonamientos.
¡Qué reveladora y persistente combinación: “razona” y “miento”!
II
Estamos saturados de argumentos que, por su peso insoportable, se van hundiendo hasta carecer de lógica, de sentido y dirección.
Los motivos para que suceda en Venezuela un poderoso cambio de rumbo continúan amontonándose en pilas tan grandes que empiezan a ocultar nuestro horizonte, a enmarañar nuestro futuro con nuestro pasado.
Añádase el soterrado miedo a recibir un castigo por expresar lo que todos sabemos sobre la agonía de nuestra nación.
Mientras más evidente es el drama, más peligroso es denunciarlo o, simplemente, comentarlo.
III
Todo lo que concluye se nos diluye. Me recuerda una vieja adivinanza:
«¿Mientras más cerca más lejos, mientras más lejos más cerca?»
La respuesta es la cerca.
La cerca que nos tiene cercados se alarga y se encoge como los pliegues de un acordeón.
IV
Nuestro pesimismo y nuestro optimismo terminan siempre en lo mismo.
V
Anoche leí a Nietzsche y hoy me desperté con una picazón en la nariz. El caso es que inicié una búsqueda en la red introduciendo solo dos palabras: “Nietzsche” y “nariz”.
Tuve muchísima suerte. Resulta que Friedrich Nietzsche pensaba que su genialidad residía justamente en su nariz y escribió uno de los pocos elogios que conozco a los valores especulativos del olfato:
“Esa nariz, de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento el más delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición. Es capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra.”
Algunos proponen que esta reflexión podría ser un rechazo directo al omnipresente y eterno Immanuel Kant, quien había calificado el olfato como el sentido “menos gratificante” y “más fácilmente prescindible”.
Sin embargo, cuando Kant salía a dar sus cronometrados e inviolables paseos, caminaba solo y en silencio, pues necesitaba respirar solo por la nariz y mantener la boca cerrada. La compañía de un amigo estropearía esa vía sagrada de los orificios respiratorios que Kant menospreciaba como instrumento filosófico.
VI
Con respecto al futuro, ¿crees que serás lo que eres o que eres lo que serás?
El filósofo Francis Bradley dice que el presente es aquel momento en que el futuro se vuelve pasado. Me pregunto: ¿Vivimos bajo el flujo del tiempo o avanzamos en contra de esa corriente incesante?
Quisiera alistarme en la propuesta de Unamuno:
“Nocturno el río de las horas ruge desde su manantial que es el futuro eterno.”
VII
¿Será Venezuela el único país donde quien sale de Caracas dice que va hacia el interior o hacia el exterior?
VIII
Si el dolor siempre trae una pregunta, quizás el placer siempre nos trae una respuesta.
IX
Los italianos olvidan con la mente (dimenticare) y recuerdan con el corazón (ricordare).
X
La situación ecológica es tan grave que solo nos queda el medio ambiente.
Dicho de otra manera:
Debemos dar importancia al medio ambiente sin olvidar la otra mitad.
XI
Los avances tecnológicos han acabado con buena parte de los locos. Esos tipos que andaban hablando solos por la calle todo lo que necesitaban era un celular.
XII
Un primo mío no solo perdió la virginidad muy temprano, además volvió a encontrarla.
XIII
Tengo un amigo que lee para no dormirse, y logra quedarse dormido.
XIV
Por más de medio siglo creí en un argumento que Pascal propuso en 1670:
“Es mejor apostar a que Dios existe que no hacerlo.”
Este argumento nos plantea que, aunque no podemos estar seguros de que Dios existe, lo racional es apostar por su existencia.
Aunque esta posibilidad sea extremadamente pequeña, sería compensada por una gloria eterna, incesante.
De manera que:
- Puedes creer en Dios; si existe, entonces irás al cielo.
- Puedes creer en Dios; si no existe, entonces no ganarás nada.
- Puedes no creer en Dios; si no existe, entonces tampoco ganarás nada.
- Puedes no creer en Dios; si existe, entonces no irás al cielo.
Los ateos refutan con más convicción que placer esta apuesta, argumentando que la felicidad no es algo inherente a la creencia en Dios.
Incluso sostienen que el cristiano reduce la felicidad al suprimir su libertad en base a una moral más revelada que asumida.
El ateísmo ofrece una mayor ganancia psíquica al valorar más la inmanencia (lo que somos) que la trascendencia (lo que podemos ser).
La vida es un fin en sí misma y debe ser disfrutada al máximo. El tiempo que malgastamos creyendo en Dios es el mayor de los sacrificios en una vida finita.
XV
La bella justicia está mostrando sin pudor sus ojos vendados mientras sostiene una espada y una balanza.
¿De qué te sirven una balanza y una espada si no puedes ver?
También se insiste en que el amor es ciego, cuando más bien encandila.
XVI
Son tan absurdas las lecturas rápidas.
Las cosas importantes de la vida deben ser lentas. Quizás dormir sea la más lenta; pasamos buena parte de la noche inmóviles y, sin embargo, nos hace tanto bien, es tan efectivo, genera tanta energía y ganas de vivir.
A todo lo que tiene que ver con el amor, las miradas, los besos, las caricias, les viene bien la lentitud.
Las siestas suelen ser cortas, pero no rápidas.
A las conversaciones les viene bien un ritmo pausado y algunos episodios de silencio.
XVII
A la vida hay que acompañarla escuchando sus ritmos, sus giros, sus sorpresas, sus designios.
Ella es la que se encarga de darle un sentido a nuestra existencia.
XVIII
Mi biblioteca más pequeña es mi mesa de noche.
Contiene un solo libro.
Alguien me pregunta: “¿Y para qué sirve durante el día tu mesa de noche?”
Ella sabe esperarme.
XIX
Amigos profundos son aquellos con los que estoy profundamente en desacuerdo, y creo que podrían tener razón.
XX
Un día un tío me dijo: “¿Por qué siempre tienes cara de que te duele la barriga?”
Yo tendría unos trece años. Recuerdo que fue una pregunta particularmente dolorosa por una razón muy sencilla: lo único que no me dolía era la barriga.
XXI
No creo que los libros haya que leerlos, pero sí conviene tenerlos lo más cerca posible, manosearlos, y hasta olerlos de vez en cuando.
Me he dormido con un dedo entre las páginas de un libro apoyado en mi pecho y he logrado soñar con su contenido, y hasta saltarme el final.
XXII
Mi capacidad de recordar está intacta, pero la de olvidar lo recordado sí está en auge.
XXIII
Detesto los matrimonios. Me refiero a la ceremonia, al casamiento.
No sé bien la razón, pero ni siquiera en el mío me divertí.
No deben ser tan buenos pues casarse dos veces no está bien visto.
Nada bueno debe ser irrepetible.
XXIV
El amor no es ciego.
El amor te ciega.
XXV
Un tipo tan egocéntrico que cuando escuchaba una ambulancia exclamaba:
“¡Tan mal estoy!”
XXVI
Un tipo tan glotón que no paraba de tomar decisiones.
XXVII
Toda autobiografía es incompleta.
Siempre le falta el capítulo final.
XXVIII
El propósito de la memoria no es recordar el pasado (esto es parte de su naturaleza, tanto que no requiere ningún esfuerzo), sino imaginar el futuro.
XXIX
¿Qué es lo más diferente y lo más parecido a un hombre?
Mi respuesta era una mujer, pero mi nieta me dio una mejor: otro hombre.
Hay quienes piensan que incluso puede ser uno mismo.
XXX
Descubro, para mi horror, que “Caracas” es una mala palabra en portugués.
“¡Caraca!” expresa sorpresa, espanto, disgusto, decepción.
Es una expresión generalmente usada para espanto, susto o sorpresa.
XXXI
Lo que ocurre después del último suspiro no me preocupa; no tendré tiempo de pensar, de evaluar esos últimos instantes.
Sí me preocupa el último beso. ¿Llegaré a saber cuándo ya no habrán más besos?
XXXII
Toda reunión de los Alcohólicos Anónimos comienza con la llamada Oración de la Serenidad:
Señor, concédenos serenidad
para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos,
y sabiduría para discernir la diferencia.
La escribió el teólogo Reinhold Niebuhr, a quien no le molestó que una versión abreviada de uno de sus textos fuera empleada sin reconocer su autoría.
Todos los urbanistas, arquitectos, alcaldes y gobernadores, todo el que pretenda mejorar nuestra ciudad, debería rezar todos los días esta oración sobre el equilibrio entre la aceptación y el valor de cambiar.
XXXIII
Dice Einstein que uno no puede arreglar un problema con la misma mentalidad que lo creó.
Yo quiero poner en duda nuestra mentalidad, nuestra rígida estructura de vicios y virtudes, nuestra ambigua noción del paraíso, nuestra acomodaticia visión de lo bueno y lo malo, nuestra engreída noción de lo que podemos cambiar, nuestra resignada y patética noción de lo que nunca podremos cambiar, nuestra incapacidad de percibir la diferencia.
XXXIV
Cuántas palabras hemos dicho y están perdidas; cuántas palabras hemos repetido y están gastadas; cuántas hemos dejado de decir y de escuchar.
Podemos aceptar que no hemos dicho las palabras necesarias, o que hemos repetido demasiadas veces las palabras justas, pero nunca despreciar la justicia de las palabras.
XXXV
Hoy me hago la misma pregunta que aparece en un cuento de Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor, con una ligera variante:
¿De qué hablamos cuando hablamos de política?
El cuento de Carver termina así:
—Se acabó la ginebra —anunció Mel.
—¿Y ahora qué? —dijo Terri.
Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás.
Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno, lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras.
Así me encuentro, sentado en la misma mesa oscura donde ya no hay nada que decir, ni qué escuchar, solo el silencio de nuestros corazones.
XXXVI
Al explorar los corredores y pasajes de la historia del hombre, T. S. Eliot nos habla en su poema Gerontion sobre:
Vicios desnaturalizados que son apadrinados por nuestro heroísmo.
Y
Virtudes que son forzadas sobre nosotros por nuestros insolentes crímenes.
¡Qué enredo! ¡Virtudes que pueden venir de nuestros crímenes! ¡Vicios que provienen de nuestro heroísmo!
Cito este poema para asomarme a la creación y devenir de nuestra ciudad con menos seguridad, con menos certeza, con menos soberbia sobre lo que son nuestras virtudes y nuestros vicios, sobre lo que es malo y lo que es bueno.
XXXVII
Extraigo de Altazor, el poema de Vicente Huidobro:
Un poema es una cosa que será.
Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
¿Habrá una mejor incitación a intentar ser un poeta y a no serlo?