
El candidato presidencial Herrera Campíns, en la presentación de su programa de gobierno, acompañado por los líderes políticos y de la sociedad civil que lo acompañaban, de los padres del Pacto de Puntofijo, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, de los fundadores del partido COPEI, entre otros, Pedro del Corral, José Antonio Pérez Díaz, Lorenzo Fernández, Godofredo González, y de la generación de 1958, Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz, 1978.
En el centenario de su nacimiento: LUIS HERRERA, ¡ARREGLA ESTO!
En el centenario de Luis Herrera Campíns (1925-2007): Una vida de honestidad, democracia y obras. Un presidente que recorrió a pie los caminos de Venezuela y puso nombre y rostro a los pobres.
Luis Herrera Campíns, nacido el 4 de mayo de 1925, enfermó meses atrás para no recuperarse. El viernes 9 de noviembre de 2007, dedicado a la memoria de San Jorge, regresó a manos del Creador y en sana paz. Se la había ganado a pulso. Llevó una vida libre de odios como de entrega sin discriminaciones al servicio de sus semejantes y, sobre todo, hizo de su vida culto y testimonio a la honestidad. Ninguno de sus más enconados adversarios – si acaso los tuvo – pudo regatearle la presea.
Habiéndole conocido de manos de su maestro, el Hermano Gaudencio Eloy, en el Colegio La Salle de Tienda Honda donde concluía mi bachillerato y en visita que nos dispensaba, me despedí del presidente en la Clínica que le trataría. No lo vería más, me dirigía a Buenos Aires donde me había establecido.
A su lado, hasta el segundo final de su tránsito hacia la Ciudad de Dios, permaneció vigilante quien le cuidaba con celo y devoción admirables, su esposa de siempre, la ex Primera Dama Betty Urdaneta, con quien procreara los mejores frutos de su humano quehacer, Luís Fernando, María Luisa, Juan Luís, José Gregorio y María Beatriz Herrera Urdaneta.
Los párrafos de la crónica que sigue, escrita hace más de dos décadas y que revise y publiqué a propósito de su fallecimiento, recrean sin pasión y sin mengua de la amistad inconmovible que me atara con el personaje, el balance de una obra de gobierno y en un tiempo durante el cual, en medio de las sombras, predicaba Herrera a favor de los desposeídos, de los más pobres dentro de los pobres, sin atizar en ellos la “saña cainita”.

Al cumplirse el centenario de su nacimiento, rindo mi homenaje a este ícono de la democracia venezolana y continental. Su voz y ejemplaridad siguen allí presentes, son un molde que ilumina caminos y nos regala certezas en la hora agonal de incertidumbres que hace presa de Venezuela y del mundo.
1. “Mi compromiso con Venezuela”
Luís Herrera fue una esperanza política que emergió a pulso a mediados de los ’70. Logra notoriedad, sin embargo, desde la misma noche del viernes 19 de octubre de 1945, cuando, usando los micrófonos de Radio Cultura, expresa la adhesión de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) a los ideales de la Revolución de Octubre.
Se hizo Presidente de la República a pié, de rancho en rancho, recorriendo toda la geografía de la exclusión. El icono de su campaña – el Barrio Negro Primero de Caucagüita, Carlota Flores y su hija Aleida Josefina – mostraban a los venezolanos de entonces una llaga que crecía bajo la indiferencia de los más sin que lograse cicatrizar, a despacho de la Venezuela Saudita. A distancia de cinco lustros, esa llaga – la pobreza y la marginalidad social – sigue siendo, en dimensiones más escandalosas, el rostro de nuestra vergüenza de nación petrolera.
Luis Herrera Campíns, periodista de pluma aguda y cultivada, veterano parlamentario que hizo del refrán popular su arma política, oriundo de Acarigua e hijo de casa humilde, fue el depositario en el que vieron frustradas sus esperanzas algunos sectores quienes, desde la acera económica, o animados por el revanchismo, aspiraban sobrevivir al Gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) o bien extirpar la cultura “adeca” dominante.
Luis Herrera, como lo llamaba el pueblo llano para pedirle ¡arregla esto!, fue el primer candidato y gobernante que dejó de hablar de la pobreza para ponerle nombre y apellido a los pobres.
Llegó a la Presidencia por los caminos verdes, que no eran sólo los de su partido, el COPEI, pues hubo de imponer su candidatura desde afuera, desde la calle, no sin las resistencias de algunos de sus compañeros de tolda.
Sumergido en la reflexión, no pocas veces ensimismado, ya octogenario e intentando recuperarse de su salud afectada, dialoga con este cronista desde la misma vivienda modesta que aún ocupa – con sus viejos muebles de mimbre – y desde la que partiera hacia el Palacio de Miraflores en febrero de 1979.
Nos recuerda que el secreto de su victoria estuvo en el Programa de Gobierno. “Fue hecho por la misma gente, mediante la participación de todos los sectores organizados de la población; fue hecho de abajo hacia arriba y se consultó con todo el país, derivando – cosa inédita – en programas regionales”.
“Mi compromiso con Venezuela”, como fuera titulada la oferta del aspirante, quien ceñía el sombrero de pelo de guama y endosaba guayabera, no era, sin embargo, un arrumado de promesas hijas del populismo. Se trataba de un Programa que sin mengua de lo reclamado por el pueblo vino marcado con acento ideológico. Era fácil advertir su inspiración en Jacques Maritain.
“El eje central de la acción de mi gobierno será la participación, y uno de sus instrumentos fundamentales, el Estado promotor”, leemos en la introducción que Herrera escribiera: casi una suerte de herejía en una Venezuela acostumbrada al centralismo caudillista y a la delegación de responsabilidades a manos de los gobernantes.
“Se cumplió en casi 85%”, nos afirma desde el sillón que comparte con una silla de ruedas que mucho le molesta: “Será la voluntad de Dios, pero es duro esto, luego de haber gastado mis zapatos recorriendo a Venezuela”. Y agrega que nunca abandonó el Programa de Gobierno como norte de su gestión. En medio de la tormenta, prisionero de la severa crisis vivida por la nación a raíz de la recesión mundial de inicios de los ‘80 y sujeto, por lo mismo, a fuertes presiones, Herrera hizo del cumplimiento de su promesa una obsesión. Pecó, quizás, de dogmático, pues olvidó que gobernaba para un país hecho a fuerza de la improvisación, con cultura de presente.
2. El programa lo dicta el pueblo
Desde los inicios de su campaña por la presidencia, que ejerció entre 1979 y 1984, afirmó que gobernaría para todos los venezolanos, pero que su compromiso era con los pobres. “El país sabe que entre mis numerosos defectos no figura la ostentación. Si la practicara, nada más tendría mi pobreza que ostentar”, decía, para destacar que su postura no era de ocasión ni se nutría con el aceite de la demagogia.
Argüía su solidaridad de origen con los excluidos y destacaba, es verdad, que, en su esencia, la pobreza, más que material nacía del desafecto: “No se nos ponga distante”, le espetaban a Herrera los hombres y mujeres del pueblo. “El rancho no es la marginalidad, pero la marginalidad se refugia en él”, ajustaba en su recorrido por pueblos y caseríos.
De modo que, como Presidente, tuvo tanto como Hugo Chávez su programa de televisión: “El Presidente que habla con el pueblo”; e institucionalizó las audiencias colectivas en Miraflores.
Al asumir la Jefatura del Estado, bueno es recordarlo, ratificó en sus cargos al Alto Mando Militar designado por su antecesor. “No podía pedirle al país que confiara en las Fuerzas Armadas, si yo mismo les mostraba desconfianza”. Y fue la Fuerza Armada, ciertamente, el sostén de la institucionalidad hasta las postrimerías de su quinquenio.
Al cierre del mandato (1979-1984), sin embargo, hizo aguas la posibilidad de un juicio objetivo y desapasionado sobre sus realizaciones. Su destino político quedó signado por el llamado Viernes Negro; fecha en la cual, este gobernante, considerado el más “adeco” de los copeyanos, estableció el Régimen de Cambios Diferenciales. Se esfumó a partir de entonces y para siempre la estabilidad del bolívar y su fortaleza histórica frente ante dólar de los Estados Unidos.
“La campaña mediática fue bestial – observa – y hasta los pobres, que no tenían porqué sentirse afectados, sintieron el malestar de febrero de 1983”. Pero, “poca gente tiene presente que cuando tomé esas medidas no fue algo violento y lo hice en tres niveles: mantuve el dólar de Bs. 4.30 para los alimentos y las medicinas; a 6 Bs. para las importaciones del Estado y para las deudas adquiridas por los particulares, y el resto a dólar libre, 12 o 13 Bs. más o menos. Hoy cuesta ese dólar casi 3.000 Bs.”, concluye.
En tiempos de la “economía del delirio” como tildara Herrera al período de CAP, el Mito de El Dorado había regresado por sus fueros y alcanzó un éxtasis jamás conocido. Tanto que el venezolano de a pie hizo común la expresión: ¡Mayami, tá barato, dame dos! El Viernes Negro, así las cosas, desafió y destruyó esa ilusión de riqueza fácil, muy venezolana y de origen precolombino.
Nunca se le perdonó que desnudara la realidad de manera tan cruda. La lapida mortuoria al anhelo secular tuvo su inscripción, quizá llena de aliento pedagógico irreprochable, pero traumática; y la redacto él mismo: “Al año de su aplicación se ha logrado frenar la salida de divisas, las importaciones se han reducido sensiblemente, los viajeros, viajan, pero en Venezuela…”.
Sancho, seudónimo del caricaturista Carlos Galindo, recreando con sus dibujos los períodos constitucionales que van “De Pérez Jiménez a Hugo Chávez” refleja en su libro de igual título y en su ánimo de compilador lo que fuera el sentimiento de la época y casi se salta el período de Herrera sin argumentos: “Vinieron momentos muy difíciles que mejor es no recordar, porque causaron mucho escozor”; momentos, por cierto, cuando conocemos de manos de Herrera la televisión a color y son regulados los televisores para asegurar su compra por el pueblo.
3. La democracia también es obras y servicios
Luis Herrera, lúcido aún, piensa y repasa a Venezuela desde su morada en Santa Eduvigis. No lo ha abandonado el ingenio para graficar la vida del país con el tino de un joven internauta y con el ojo profético del veterano. “Pónganse las alpargatas, porque lo que viene es joropo”, atinaría recién para referirse a Chávez, el otro llanero que nos gobernara en nombre de los pobres como Herrera, pero en acera distinta: uno marxista, el otro social cristiano.
La historia, en todo caso, es tozuda como las piedras. Por más que se le intente ocultar, vuelve de tanto en tanto para golpear en la conciencia de los pueblos. Herrera tuvo y tiene su historia propia, que reposa en hechos y documentos que esta vez, como nunca, deben releerse. Llena de aciertos y de desaciertos, la responsabilidad de esa historia nunca la puso de lado, rompiendo con la tradición deleznable y muy venezolana del ¡yo no fui!
“Mi trayectoria de ciudadano, mi carácter de dirigente político popular y mi condición de gobernante serio me llevan a asumir por entero las responsabilidades derivadas de la acción de gobierno, y las asumo”, dijo de manera contundente al clausurar su Gobierno. Pero, más allá del escozor que pueda producirles a algunos venezolanos, lo cierto es que su mandato presidencial marcó un antes y un después. Fue, si se quiere, un punto de inflexión que trazó orientaciones, apenas comprensibles hoy; porque no pocas de ellas dibujan la esencia de nuestra crisis corriente, nuestra indolencia como pueblo y el porqué del fracaso la clase política democrática, que estaba llamada a abrirnos los caminos hacia el siglo corriente.
El Gobierno de Herrera fue, proporcionalmente, el que más obras físicas y monumentales le ha dado a la Venezuela posterior a Pérez Jiménez. Se planteó, como lo recuerda él, un desafió frente al penúltimo dictador, cuya memoria prendió con buena fortuna en la imaginación popular y que a sólo 15 años de su derrocamiento se había transformado en fenómeno electoral. “A la democracia – pensaba Herrera – siempre se le critica que no tiene garra para construir grandes obras, que no solamente sean útiles sino también bellas y atractivas, y mucha gente cree que este renglón está reservado a las dictaduras”.
El Metro de Caracas; el ferrocarril Acarigua-Yaritagua; la Torre Oeste de Parque Central; el Teatro Teresa Carreño; los diques de San Fernando de Apure, en 140 km. desde San Fernando hasta Apurito; el Museo de los Niños; las autopistas José Antonio Paéz y Antonio José de Sucre; las obras del Foro Libertador: Biblioteca Nacional y Palacio de la Corte Suprema de Justicia; la adquisición de los aviones F-16; el Parque Recreacional y el Canódromo de Margarita; el Parque del Oeste; los Hospitales Generales de Guarenas-Guatire, Valles del Tuy, Los Teques, Barquisimeto, Carora, Punto Fijo, Puerto La Cruz; el Hospital Naval de Puerto Cabello; el Hospital Materno Infantil de Caricuao; la Cárcel de El Rodeo; la pavimentación de la carretera desde El Dorado hasta Santa Elena de Uairén; la carretera Caicara-Puerto Ayacucho; los bulevares de Sabana Grande, de Catia y de Caricuao; el Terminal Nacional de Maiquetía; el Teatro Municipal de Valencia; el Internado Judicial y el Palacio de Justicia de Barcelona; el Monumento a la Paz de Trujillo; la Plaza Bicentenario de Miraflores; los Conjuntos Residenciales Jardín Botánico y Marapa-Marina, el Sistema Tuy IV en su primera etapa y la aducción Taguaza-Guatire-Guarenas; la canalización del Río Guaire; las Plazas de Chacaíto, La Hoyada, Parque Carabobo; el Gimnasio Vertical de La Vega, el Polideportivo de Mampote, el Estadio de Palo Verde, el Gimnasio de Parque Miranda, el Complejo Deportivo del Parque Naciones Unidas, el Complejo Deportivo de Ciudad Bolívar, los Estadios de Barquisimeto y de Barcelona; la puesta en servicio de 5 tanqueros y la adquisición de 8 nuevos buques para la flota petrolera; la recepción y pago de las 4 fragatas misilísticas; la sede del Ministerio de la Defensa; la Avenida La Trinidad-El Hatillo; el distribuidor San Diego-Bárbula de la Autopista Caracas-Valencia; la carretera Mérida-Panamericana; son sólo ejemplos de una nómina de varios centenares de obras emblemáticas constantes en las memorias del quinquenio 1979-1984.
Pero aneja a la obra monumental, la obra social de Herrera no llegó a opacarse. Luego de gobernar durante dos años de bonanza – los primeros – y otros tres en la inopia, construyó 403.587 soluciones habitacionales y le regularizó la tenencia de la tierra a más de 100.000 familias, sobre 3.000.000 de Hts.
4. Estado promotor y democracia participativa
El Presidente Herrera captó que la sociedad venezolana ingresaba hacia su “descongelamiento” histórico y que los partidos acaudillados tenían la responsabilidad de favorecer la participación y de promover la perfectibilidad democrática.
Dijo, pues, sobre la muerte necesaria del Estado paternalista y arguyó que los empresarios tenían que asumir los desafíos de la competencia: luego haberse hecho tales al amparo de los gobernantes de turno. Insistía, repetidamente, en el carácter postizo de la economía y de allí su protesta o el origen de sus choques con los “amos del dinero”: “Cuando mi gobierno ofreció para esa libertad [económica] se ejerciera en términos de precios y de calidad [a cuyo efecto levante al principio los controles de precios] en el orden nacional y se tratara de competir con los productos extranjeros, se ha vuelto a alzar el coro por el control y la intervención reguladora del Estado”, declaraba en 1980.
La economía, ciertamente, venía creciendo al amparo de ganancias propulsadas por la ayuda oficial y bajo el modelo proteccionista sustitutivo de las importaciones. Herrera pedía, por consiguiente, su desaceleración y fue ésta su primera pauta de política apenas asumió el mandato.
En medio de la jornada no tuvo otra opción que establecer un sistema administrado de precios que le permitiera, de forma heterodoxa y cuando menos, contener la inflación hasta finales del período. Y atenuó los efectos nocivos del susodicho control sobre la producción, mediante el mecanismo de los subsidios.
La idea de la democracia participativa, en otro orden, no solo le sirvió para definir sus relaciones frente al sector del capital; antes bien, le permitió acicatear a los dirigentes políticos, previniéndoles acerca de los desafíos y peligros que enfrentaría el país en su ingreso hacia siglo hoy en curso.
Herrera hizo avanzar la regionalización de la actividad pública y obligó a los gobernadores a reunirse regularmente, en convención, con los sectores organizados de la población. “Los 22 años transcurridos desde 1958 han reposado sobre los hombros de todos los partidos políticos”, afirmaba, luego de haber prometido “poner la Patria por sobre los partidos” y de destacar lo vertebral: “Siempre he sido partidario de la organización social del pueblo”.
Con la reforma de la Ley Orgánica del Poder Municipal nacen las primeras asociaciones de vecinos; medida que se acompaña, mediante reglamento de la Ley de Educación, de la creación de las comunidades educativas, para el gobierno popular y por los padres y representantes de las unidades de enseñanza básica.
En el campo de la salud, cuya crisis se intentaba resolver con el proyecto de Sistema Nacional de Salud, Herrera estimuló los Cabildos Abiertos en los barrios, para el ejercicio de la participación y el control social sobre el sector. No imaginó su Gobierno una Misión Barrio Adentro, hecha de médicos cubanos, pero entendió, en su época, que la solución de la salud estaba íntimamente vinculada a “la medicina simplificada, comunitaria y participativa”.
La participación tocó luego al sector de la agroindustria y de la pequeña y mediana empresa, al propiciar nuevas formas societarias, que Herrera destacaba por su “carácter comunitario”.
La consecuencia de la descongelación social no se haría sentir sino varios lustros después; pero el Presidente, en febrero de 1984, no pudo menos que advertir a los dirigentes políticos lo elemental: “Me pregunto – afirmaba – si no habrá llegado la hora en que haya un acuerdo entre los grandes partidos para la integración de planchas [con] representación de los nuevos núcleos de conducción que van surgiendo con la organización social encaminada a la participación”.

Intuía, de suyo, un desenlace fatal, de no entenderse el tránsito que tenía lugar desde la democracia civil acaudillada hacia otra en que la sociedad comenzaba a asumir su protagonismo: “Te nemos todos que hacer un gran esfuerzo para preservar de peligros esta nueva etapa del proceso democrático en la cual se preparará nuestro pueblo para ingresar a vuelta de poco más de tres lustros al siglo XXI”.
5. Artesano de la paz en Centroamérica
Si su drama de Presidente tuvo que ver con la recesión económica mundial y la sobre dimensión de la oferta petrolera, Herrera recuerda que fue él quien desmitificó a la Faja Petrolífera del Orinoco: que intentaban “guardar para las nuevas generaciones” los gobiernos anteriores. Logró a través de INTEVEP el desarrollo de la tecnología para su explotación. “Se habían venido explotando casi hasta el agotamiento las reservas de crudos medianos y livianos, que son los que menos tenemos… Era un contrasentido”, en su decir.
Defiende su política petrolera como nacional y global, “sin influencias de carácter político-partidista” y al servicio del desarrollo local. Lo cierto fue que le dio la continuidad que compartiera con su política exterior.
Abogó y tuvo sus momentos de tensión para que la OPEP no fuese un “club de precios”. Hizo del Fondo de la OPEP una fuente de financiamiento para la cooperación al desarrollo y pidió la creación de la Agencia de Noticias de la OPEP, para evitar “el perverso piquete de las redes cablegráficas comprometidas con las trasnacionales”, como lo afirma aún.
Sus éxitos lo representan, por un lado, el Acuerdo de San José, que permite a los países centroamericanos y del Caribe gozar de preferencias petroleras y de financiamiento para sus planes de desarrollo, y por el otro, la institucionalización de la democracia y de la libertad en esa región y en el área andina. Entendía que el mandato constitucional y la “doctrina bolivariana” lo comprometían a promover la democracia continental por medios pacíficos. El principio de No intervención no podía ser tremolado para encubrir violaciones sistemáticas a los derechos humanos; y fue esa la carta que se jugó en la OEA para ponerle fin, por voz de su Canciller, al régimen de Somoza.
“Desde 1979 para acá no ha habido ninguna iniciativa seria en esa dirección – la búsqueda de la paz en América Central – que no haya tenido mi participación… Lo saben bien los gobernantes y políticos de esa convulsionada región”, precisa Herrera.
Aun cuando su gobierno logró la delimitación de casi todo el territorio marino y submarino de Venezuela, se negó a firmar la Hipótesis de Caraballeda para la delimitación con Colombia. “Fue un trago amargo”, lo reconoce, pero cumplió su promesa de no aprobarla si la opinión pública no lo acompañaba, como ocurrió.
La renegociación de la deuda externa no pudo lograrla. Y sostiene Herrera que su gobierno “encontró una fuerte concentración de pagos a corto plazo… con documentación incompleta o negociados en términos onerosos, …buena parte de ellos representados por avales concedidos al sector privado por diferentes intermediarios…”. La elevación de las tasas de interés a nivel internacional fuero el obstáculo, señala. Pero también lo fue y no lo oculta, el apoyo que le otorgara a la Argentina en su guerra por Las Malvinas. No lo perdonó la banca internacional.
6. Un adelantado del siglo XXI
Luis Herrera hizo reformar el Código Civil para asegurar la igualdad de género. Acabó con la recluta. Aprobó la Ley de Carrera Judicial. Creó la educación básica obligatoria de 9 años y llevó el programa de Escuela Completa a las zonas rurales. Ordenó la enseñanza de la historia regional. Estableció el régimen de enseñanza bilingüe en las comunidades indígenas. La educación era para él “prioridad absoluta”.
Creó el plan de mercados populares y si no llegó al dislate de proponer “gallineros verticales” tuvo su Plan Nacional de Huertos Familiares. No requirió de cubanos – pues discrepaba abiertamente de Fidel – y prefirió apoyar la alfabetización llevada por ACUDE. Puso en práctica el sistema penitenciario abierto y el régimen de suspensión condicional de la pena. Impuso los taxímetros y el día de parada.
También creó el seguro escolar para proteger a 3.000.000 de niños contra infortunios y el seguro agrario. La mortalidad infantil disminuyó y promulgó la Ley Tutelar del Menor. Resolvió el problema de los indocumentados con la Matrícula General de Extranjeros. Llenó de universidades, de liceos y de escuelas al interior. Solo en el Estado Zulia, lo recuerda, dejó 3 universidades: la Cecilio Acosta, la de la Costa Oriental y la del Sur del Lago. A la mal querida Catia, añade, “le di su Universidad Pedagógica Experimental Libertador” y al este, su Instituto Internacional de Estudios Avanzados (IDEA).
Desde cuanto inició su mandato, sin embargo, fue objeto de duros ataques. El primero, por crear el Ministerio para el Desarrollo de la Inteligencia. Sus programas, objeto de la burla política, fueron copiados por la Universidad de Harvard, por el Gobierno Chino, por Israel y recibieron el aplauso de la UNESCO.
Al abandonar la Presidencia, la opinión pública no quiso saber de él. Durante su Gobierno Herrera pidió se aprobase la Ley de Salvaguarda del Patrimonio Público y reclamó la investigación de su gobierno. “Mi gobierno no es guarimba de peculadores ni de especuladores”, decía. Pero esa ley arrasó con algunos de sus ministros y gobernadores. Ninguno llegó a ser condenado, pero sufrieron el olvido o el ostracismo.
Luis Herrera no solo fue una esperanza. Fue un peligro político. Tuvo la suerte y la desgracia de voltear la pirámide electoral, haciéndose de los votos de Juan Bimba desde una tolda partidaria que había sido menospreciada por conservadora, minoritaria y confesional. Su Gobierno sabía que los pobres no tenían opción y que la pobreza no era opción. “Creo en la docta humildad del pueblo y en su gráfica sabiduría que se manifiesta en forma sencilla y metafórica, y prefiero serle fiel al pueblo del cual vengo”, afirmaba desafiante desde 1979.
La pregunta no se hizo esperar.
¿Sus relaciones, Presidente, no fueron las mejores con el empresariado, ni con los medios de comunicación, a pesar de haber sido Ud. periodista?
“Querían gobernar”, respondió en voz baja. Luego de una pausa breve dictó su sentencia: “Además del poder económico, querían el poder político”.
El expresidente, llanero y llano por excelencia, alérgico al chocolate, volvió a su meditación; quizá recordando con Jorge Luis Borges su última declaración ante los representantes de la soberanía: “Defiéndeme, Señor, de ser lo que ya he sido”.
El autor, secretario general del Grupo IDEA y expresidente encargado de Venezuela, es miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de España, de la Academia de Mérida, de las Academias de Ciencias Morales y Políticas y de Derecho y Ciencias Sociales de Argentina, y de la Accademia Perolitana de Messina, Italia.