
Los traidores de la nación venezolana
El 28 de julio, casi 8 millones de venezolanos votaron por Edmundo González Urrutia. Fue un mandato claro: sacar al chavismo. Pero algunos decidieron traicionar esa voluntad.
Por un tiempo, estos personajes representaron el anhelo de cambio de millones de venezolanos. Hoy negocian con el poder cuotas, cargos y tarjetas; migajas que en nada contribuyen al deseo de libertad de los venezolanos.
En 2024, casi ocho millones de venezolanos votaron por Edmundo González Urrutia. El pueblo decidió la salida del poder de quienes sumieron a Venezuela en la más podrida oscuridad.
Pero hay quienes, frente a ese mandato, traicionaron la voluntad de cambio.
Hoy me referiré a dos personajes: Henrique Capriles y Manuel Rosales. Capriles evitó acompañar las protestas convocadas por María Corina Machado y el presidente electo Edmundo González Urrutia luego del fraude del 28 de julio. Rosales ha ido más lejos: evita incluso referirse a esa fecha e ignora a los alcaldes opositores presos del Zulia, aun cuando varios pertenecen a su partido.
En este artículo exploro las motivaciones, presiones y cálculos que pudieron llevarlos a tomar una ruta que, por la vía de los hechos, es contraria a la voluntad de cambio expresada por la mayoría de los venezolanos el 28 de julio.
La oposición prêt-à-porter
Una de las aspiraciones de muchos autócratas es conseguir una oposición a la medida. Una oposición decorativa, funcional al sistema. Políticos profesionales cuyo trabajo es simular que disputan el poder, mientras los verdaderos disidentes enfrentan la cárcel, la persecución y el exilio.
Lo vimos en la República Democrática Alemana, donde existían partidos no afiliados al Partido Socialista Unificado, pero que en la práctica estaban completamente subordinados al control de los socialistas. Lo vemos hoy en Rusia, donde candidatos “alternativos” hacen campaña y ocupan curules simbólicas, mientras Alexei Navalny, opositor a Vladimir Putin, fue envenenado, encarcelado y finalmente asesinado.
El chavismo ha intentado por años crear su propia oposición. En 2018 promovieron la candidatura de Henri Falcón tras el fracaso del proceso de República Dominicana; Falcón se midió contra Maduro, cantó fraude y exigió reconteo de votos el día de la elección.
En 2020 vino la Operación Alacrán: el régimen pagó a diputados opositores para tratar de desmantelar la mayoría legítima en la Asamblea Nacional, una burda operación política que contó con José Brito entre sus protagonistas.
En 2021 permitieron a algunos dirigentes regionales opositores acceder a cargos en elecciones con condiciones mínimas que contaron con la observación de la Unión Europea.
Las motivaciones detrás de estos casos varían. Algunos, como José Brito, aceptaron dinero. Otros apostaron a la supervivencia política luego del fracaso de la estrategia de 2019.
Henrique Capriles y Manuel Rosales no tienen la misma historia que Brito, pero su comportamiento en los últimos años los ha llevado a cumplir el mismo rol: participar sin desafiar, hablar sin incomodar y sabotear cualquier empresa que se lleve a cabo por la libertad de Venezuela. No todos traicionan a los venezolanos del mismo modo, pero todos terminan sirviendo al sostenimiento del sistema.
Capriles fue habilitado políticamente y recibió su tarjeta Unión y Cambio, mientras que la tarjeta de Un Nuevo Tiempo fue la única de las tres tarjetas que apoyaron a Edmundo González que no fue ilegalizada.
Mientras ellos negocian al detal con el chavismo, María Corina Machado y su equipo sufren la cárcel, la clandestinidad y el exilio.
El autobús del progreso que se perdió en el camino
Henrique Capriles fue, por años, uno de los principales referentes de la oposición en Venezuela. Hasta antes de Edmundo González Urrutia, fue el candidato opositor con más votos en la historia del país.
En 2013 denunció un fraude electoral que la Corte IDH terminó certificando al fallar en 2024 que el Estado venezolano había violado sus derechos políticos.
Durante años acompañó las grandes jornadas de lucha y movilización democrática. En 2017 fue inhabilitado políticamente por 15 años.
Todo cambió en 2020, cuando llamó a participar en las elecciones parlamentarias convocadas por el régimen, en contravención con la estrategia del liderazgo opositor. A ello siguió una campaña sistemática para deslegitimar las primarias. “No hay ambiente de primaria”, dijo entonces, en julio de 2023, retirando su candidatura en septiembre y dejando a la militancia de Primero Justicia a la deriva.
Luego votó en el referéndum sobre el Esequibo —una burda operación política del chavismo— e intentó que PJ respaldara la fallida candidatura presidencial de Manuel Rosales en marzo de 2024. Después de consumado el fraude del 28 de julio, evitó acompañar las protestas que reivindicaban el triunfo de la Unidad opositora.
A pesar de que en enero de 2024 el TSJ ratificó su inhabilitación política por 15 años, hace unas semanas fue habilitado de manera express. Ese giro no puede entenderse sin todo el tránsito previo. Capriles pasó de ser una amenaza para el poder a ser una ficha útil en su tablero. El mismo líder que una vez tuvo el oído de los venezolanos ha quedado reducido a una caricatura de sí mismo.
¿Qué lo llevó a ese punto? ¿Miedo? ¿Cansancio? ¿Chantaje? Imposible saberlo con certeza. Lo único claro es que Henrique Capriles, el mismo que en 2012 y 2013 dijo que “hay un camino”, lamentablemente lo ha abandonado.
Directo al basurero de la historia
Gobernador del Zulia de 2000 a 2008, fundador de Un Nuevo Tiempo y rival de Hugo Chávez en las presidenciales de 2006, Manuel Rosales fue una figura relevante del mapa político durante los primeros años de la revolución bolivariana.
Después de un largo exilio, luego de que Chávez prometiera que lo iba a «barrer del mapa político», regresó en 2015 tras negociar su retorno con el régimen. Rosales adoptó luego una postura más proclive al diálogo con el poder.
En 2021 volvió a la Gobernación del Zulia. Su triunfo no fue una señal de recuperación democrática, sino una concesión táctica del régimen. Desde entonces, Rosales ha seguido una lógica clara: mantener su influencia regional a cambio de no incomodar al poder central.
Hoy, ni siquiera se refiere al 28 de julio. Evita hablar de los alcaldes presos en su propio estado, incluso cuando pertenecen a su partido. Rechaza la narrativa de resistencia, a la que califica de «pura labia». No respalda a los líderes perseguidos. Juega su juego. Uno que, desde hace tiempo, consiste en sobrevivir.
Manuel Rosales no está en campaña para desafiar al chavismo. Está en campaña para no desaparecer. Es un sobreviviente que se aferra a una parcelita de poder que poco hace para cambiar la dantesca realidad que viven los zulianos.
Directo al basurero de la historia
Es probable que a Henrique Capriles y Manuel Rosales les sean adjudicados cargos el próximo 25 de mayo. Tienen partidos, tienen tarjetas y se han entendido con el poder. Pero eso no significa que tengan futuro.
Incluso si el movimiento que hoy encabeza María Corina Machado no logra su objetivo, es difícil imaginar que estas figuras puedan volver a conectar con el alma del país. Su tiempo pasó. Su narrativa se agotó. Su liderazgo quedó reducido a una caricatura.
Me recuerdan a los caudillos antigomecistas que terminaron plegándose al poder que alguna vez dijeron confrontar. Muchos enfrentaron la cárcel y el exilio… al final terminaron como ministros de Gómez. No dejaron legado. Porque, en el fondo, se parecían demasiado al hombre que decían combatir. Usaban los mismos métodos. Creían en la misma lógica de la montonera y la revolución que, al llegar a Miraflores, no cambia nada.
Cuando murió Gómez, murieron políticamente los antigomecistas.
Cuando caiga Nicolás Maduro, estos personajes quedarán en el olvido para dar paso a un tipo de liderazgo distinto.
Si los venezolanos aspiramos a construir un proyecto de nación de alto calibre, debemos necesariamente dejar atrás a esta coalición de rostros disímiles que hoy se juntan para sobrevivir.
Parafraseando al presidente Carlos Andrés Pérez, estos náufragos políticos que abandonaron las luchas de casi tres décadas por la liberación de Venezuela deben quedar, sin ambigüedades, en el basurero de la historia.