Alicia Álamo Bartolomé, arquitecta, periodista y referente del teatro venezolano

La dramaturga hizo teatro de la palabra, y ello da actualidad a su obra. Siempre ha referido que la idea que mejor define al teatro es la de García Lorca: el barómetro que marca la grandeza o el descenso de un país.

Alicia Álamo Bartolomé acaba de cumplir 99 años y se mantiene como un vibrante testimonio de la fuerza creativa del ser humano: arquitecta -la segunda del país-, periodista, dramaturga, gestora cultural y académica, en ella resuena con fuerza la máxima Nada de lo humano me es ajeno.

Su vida evidencia un instinto natural por crear. Primero, viviendas cuando trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, en la Fundación para la Vivienda Popular y en los inicios del Plan Nacional de Electrificación de Guayana. También en la Dirección de Cultura de la Gobernación del Distrito Federal, a finales de la década de 1970 y principios de la década de los 80, creó la Sinfónica Municipal de Caracas cuyo concierto inaugural se realizó el 24 de febrero de 1980.

Alicia Álamo Bartolomé también apoyó a las orquestas juveniles, respaldó diversos grupos de teatro, dio vida al Museo del Teclado, creó el Instituto Superior de Danza, la Dirección de Artes plásticas, la fundación Ópera de Caracas y una serie de programas culturales en los barrios de la capital.

Esta valiosa mujer es reconocida como pionera en impulsar instancias de promoción cultural en la Universidad Metropolitana y en la Universidad Simón Bolivar. Su nombre está presente en la creación de la Universidad Monteávila.

Cuando Alicia Álamo creía que iba a gozar de un merecido descanso realizando las actividades que más disfrutaba, se vio de pronto involucrada en el proyecto de creación de esta universidad. Con orgullo reconoce que forma parte de su grupo fundador.

Si algo cualifica la multifacética biografía de Álamo es precisamente su unidad de vida, entendida como una forma de actuar, tanto en la esfera pública como en la privada, de manera consecuente con aquellas ideas que postula y en las que cree. Esta fuerza que cohesiona su vida, se evidencia en una decisión que la señala a los 10 años.

Camino al exilio en Costa Rica, el barco hace escala en el canal de Panamá. Cuando se dirige al tocador observa con sorpresa las indicaciones: silvergold que señalan el servicio al que deben dirigirse negros y blancos. Inmediatamente opta por dirigirse a silver.  Para Alicia no hay personas de segunda categoría; ni por su color, ni por su modo de pensar, tampoco por su condición económica.

Pero no es posible que todas estas facetas profesionales se presenten con igual profundidad. Hay algunas que destacan más y una de ellas es sin duda la habilidad de su pluma. El escritor Rafael Arráiz Lucca considera que no son muchas las personas que han mantenido una columna durante décadas. Entre ellas destaca Arturo Uslar Pietri quien mantuvo Pizarrón durante aproximadamente 50 años; también Alicia Álamo forma parte de esa tradición.

Álamo tenía 58 años cuando escribió su primera obra de teatro: América y yo. Para ese momento, era ya una mujer madura, de profunda cultura y una vasta experiencia profesional. Se puede decir que la autora comienza “tarde” su producción teatral; además, se desempeña en diversos frentes laborales: no se dedica cien por ciento a las artes escénicas. Pero ésta era sin duda su gran pasión que, pudiéramos decir, arde cuando concibe Juan de la noche, comedia dramática, que mereció el premio Aveprote de dramaturgia en 1985.

Alicia Álamo en la presentación de la obra refiere que la creó pensando en Omar Gonzalo (él obtuvo el Premio Nacional de Teatro 2006. Inicia su trayectoria en 1955 con el director Romeo Costea. Fue uno de nuestros intérpretes más conocidos, especialmente por la fuerza de sus monólogos. Dirigió la cátedra de teatro de la Universidad Simón Bolívar (USB) y protagonizó más de un centenar de piezas teatrales dentro y fuera del país).

Gonzalo encarnaría a san Juan de la Cruz en prisión. Pero se podría pensar que se trataba también de un deseo personal y profundo de la autora. Si entendemos que en su vida profesional sentía cierta monotonía que sólo mitigaba a base de subirse al escenario, no nos sorprendería pensar que cuando el fraile trama su escape atando los jirones de su hábito para evadir el encierro, la dramaturga logra también huir de esa nostalgia con la misma veta del mencionado fraile. Es cierto que ya había escrito América y yo, pero es a partir de Juan de la noche cuando brota un manantial que no ha dejado de fluir con fuerza como creadora teatral.

Cualquiera que la hubiera seguido a través de este recorrido como escritora teatral tendrá una idea de su copiosa actividad creativa. Este nutrido elenco de obras la misma autora lo clasifica en cuatro categorías:

i. Teatro en clave de mujer. Son en su mayoría obras que fueron utilizadas para la materia Teatro de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila. Requerían esencialmente un elenco femenino. Las dos primeras (Las brujas de sala y El cumpleaños de Pilar) no fueron escritas especialmente para estos cursos, sino que ya las tenía la autora para otra instancia. La última, Pioneras, aunque no forma parte de este grupo, pues fue escrita para la Asociación Venezolana de Mujeres (AVM), cabe muy bien dentro de este título. Las principales son: Las brujas de sala, El cumpleaños de Pilar, El aniversario, ¿Musas, misses o mozas?, La celosía, 15 angelitos, La casa, Al unísono o El Rey de la Selva, Tres momentos y Pioneras.

ii. Teatro de la santidad. En esta categoría se encuentran las piezas que versan sobre temas religiosos: Juan de la Noche, Las muchachas de Cantaus, Agustín y La rosa de Rialp.

iii. Comedias dramáticas. Este término no es aceptable para algunos autores, pero Álamo considera que es una manera de indicar el contenido temático de estas obras. Entre ellas se encuentran: Las sombras de los Monteagudos, Primer round, I´am sexy, Señor de Tierras, Desnudo en el espacio, Noche de brujas, Don Casiano, Pasífae, Vamos a ensayar e Inmortales.

iv.  Comedias. Dentro de este género cabe la mayoría de las obras de la autora. Destacan: América y yo, La rosa anulada, Turno al bate, Después de la consulta, Coach de tercera, Jade, La señorita hornilla, Todavía sin nombre, Libélula Linares, El hombre perfecto, 8 en un mismo tren, Vuelo especial, La tertulia del padre Juancho, El gabinete de los Pitoëff, Andante cantábile, Las aventuras de Arlequín, Colitis aguda, Siempre llegas tarde, Sombras, y Las sopas de Paulina.

Para percibir lo que va cualificando a Álamo como dramaturga se debe ir al punto de partida. Por ser arquitecto, sabe concebir espacios y el hecho de ser periodista le lleva a escribir; ambas cosas las hace bien. Su recorrido hacia la dramaturgia proviene de sus profesiones.

Álamo puede ubicar a sus personajes en espacios concretos, bien concebidos; se les podría calificar de espacios finalizados. Ello le libera de la necesidad de describir lugares y ambientes como tendría que hacerlo un novelista que apela a la imaginación del lector para que los intuya.

No existe teatro sin público, no hay autor sin deseo de llevar su obra a las tablas. El teatro no es una representación hecha en humo, algo efímero que desaparece al ser representada; está llamada a perdurar en el alma del espectador y, si es posible, a hacerla presente nuevamente. Precisamente, de allí deriva que la historia sea considerada una buena obra de teatro.

Álamo disfruta de las obras que tratan problemas humanos y se denuncian, sí, injusticias, procederes, errores, pero con la fuerza del diálogo, de la construcción dramática y la actuación convincente de los actores.

La dramaturga hizo teatro de la palabra, y ello da actualidad a su obra. Siempre ha referido que la idea que mejor define al teatro es la de García Lorca: el barómetro que marca la grandeza o el descenso de un país.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.