“El Último Viaje”: Ser joven una última vez antes del final

Un documental sueco sobre la vejez, el duelo y la búsqueda imposible de regresar al pasado.

La muerte es un hecho de la vida, pero no siempre estamos preparados para afrontarla. Entender que eventualmente todos vamos a morir es un proceso profundamente personal. Algunos logran aceptarlo con serenidad; otros, pasan toda la vida esquivando ese pensamiento, hasta que el final se vuelve inminente.

La película sueca “El Último Viaje” (Den sista resan, en su idioma original) trata este tema desde un enfoque profundamente humano, emocional y, por momentos, incómodo. No es fácil de ver, pero tampoco busca serlo. El documental evita la manipulación emocional barata y apuesta por una honestidad cruda, que nos enfrenta con algo que todos, tarde o temprano, viviremos.

Un documental sobre el duelo anticipado y la resistencia al cambio

Filip Hammar y Fredrik Wikingsson, un dúo televisivo muy popular en Suecia, son los creadores y protagonistas de este relato. El padre de Filip, Lars, un profesor de francés ya retirado, atraviesa una profunda depresión. Su día a día se resume en estar sentado en el sofá, sin leer, sin ver televisión, sin hacer nada. El hombre vital, amante de la música y de los viajes a Francia, parece haber desaparecido.

Filip, en un intento desesperado por recuperar a ese padre de su infancia, decide emprender junto a Fredrik un último viaje con él. Un viaje literal y simbólico. La idea es replicar los viajes que hicieron juntos cuando Filip era niño, como si reviviendo los mismos paisajes y rutinas, pudieran también revivir la vitalidad de Lars.

El peligro de idealizar el pasado

Fredrik, más escéptico, le señala en más de una ocasión la lógica fallida de ese plan. La gente cambia. El tiempo pasa. No es posible repetir el pasado esperando obtener las mismas emociones, las mismas respuestas. El documental se mueve entre la nostalgia, la esperanza y la frustración, construyendo un retrato íntimo de un hijo que no quiere aceptar la vejez —ni la de su padre, ni la suya propia.

Y, sin embargo, hay momentos en que el viaje parece funcionar. Vemos a Lars sonreír, interesarse, conectar. Esos instantes generan en el espectador una sensación de ternura, pero también de alerta: ¿es genuino, o es forzado? ¿Es una recuperación emocional o apenas un espejismo?

Una experiencia emocional real, sin caer en clichés

Este tipo de documental corre siempre el riesgo de caer en clichés lacrimógenos o sentimentalismos vacíos. “El Último Viaje” logra evitar esos errores, con apenas uno o dos momentos donde la música parece guiar demasiado la emoción del espectador. Pero en líneas generales, el film transmite honestidad, humanidad y respeto.

A lo largo del viaje, el espectador experimenta tanto los momentos luminosos como los profundamente incómodos. Una de las escenas más potentes ocurre cuando Lars intenta preparar una ratatouille y se frustra al no poder picar los vegetales como antes. La cámara no corta. La incomodidad crece. Filip se arrepiente de haber forzado la situación. Y nosotros, como espectadores, sentimos que estamos presenciando algo demasiado íntimo, casi indebido.

Una dirección sencilla, una historia poderosa

El estilo visual del documental es directo, sin florituras. Pero eso no le juega en contra. Al contrario: la sobriedad estética permite que la emoción y el conflicto sean lo central. Nada distrae de lo que realmente importa: la relación padre-hijo, el dolor de envejecer, y el deseo profundo de detener el tiempo.

No es un documental “feel-good”, aunque tiene momentos cálidos. No es una historia de redención fácil, aunque sí hay transformación. Es un film sobre el amor, la pérdida y la aceptación. Y por eso mismo, vale la pena verlo.

¿Por qué ver “El Último Viaje”?

Porque todos, en algún momento, vamos a estar del otro lado de esa cámara: siendo el hijo que no quiere dejar ir, o el padre que se despide. Este documental toca un nervio universal. Y lo hace con elegancia, con dolor, y con mucho respeto.

Sin ser perfecto, “El Último Viaje” es una obra que se queda con uno. No tanto por su forma, sino por su fondo. Nos obliga a preguntarnos: ¿qué haríamos si supiéramos que es nuestro último viaje? Y, más importante aún: ¿cómo acompañamos a los que amamos en el suyo?

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.