
Sin libertad no hay voto posible
En Venezuela, los derechos humanos se vulneran a diario, y el voto no es la excepción. Sin libertad, el voto pierde su sentido.
Los derechos humanos deberían estar garantizados, de modo que las libertades y facultades de las que gozamos solo por ser personas, que suponen la garantía de un trato y una vida digna, no dependan de la discrecionalidad de quien ejerce el poder. Es un enorme retroceso que los derechos a la educación, a la salud, a la libre expresión y a elegir a nuestros gobernantes hayan entrado en el filtro de un sistema que decide la posibilidad de su ejercicio y con eso, también la sanción por retar la injusticia de sus decisiones. En Venezuela tenemos leyes que reconocen los derechos humanos y sin embargo, mueren cada día, porque el Estado las vulnera con absoluta impunidad. Eso lamentablemente incluye el voto universal y secreto.
¿Cómo se vulnera el derecho a elegir?
Votar es elegir y hacerlo presupone libertad. Si ésta no existe, el voto pierde sentido, por lo que la libertad y las garantías jurídicas para el ejercicio del voto y el respeto a los resultados son inherentes al acto de votar. El voto es efectivo cuando se basa en la voluntad colectiva, pero las libertades para ejercerlo tienen que estar garantizadas tanto en la ley como en la práctica. Hablo de las libertades de expresión, información, reunión, asociación y participación, de la libertad para protestar por lo que no está bien, a tener acceso a los mismos recursos y oportunidades, a no ser perseguida por expresar mi opinión y denunciar lo que está mal, exactamente lo que callan todos los defensores del voto “como mecanismo de expresión”, sin crítica, pasivo…

No somos libres de postularnos
Ser disidente en Venezuela es una condición que determina la posibilidad de que una persona sea hostigada, perseguida y sancionada. Más grave aún, es que se haya instrumentalizado la justicia para arrebatar la identidad y el manejo de tantos partidos políticos, mientras el régimen creó una oposición a la medida de sus requerimientos: no desafían ni critican, solo equiparan la culpa de lo que nos ocurre entre “ambos lados” (por eso existe el término ‘ambosladista’); normalizan la injusticia (por eso también se les llama ‘normalizadores’), y resumen su postura ante el fraude electoral del 28 de julio de 2024 desde una perspectiva supuestamente pragmática que supone aceptar que ya pasó (por eso no discuten sobre el fraude), que no es posible cambiarlo (como si se tratara de una variable más dentro de este maremagno de injusticias), y que la vida debe seguir con la gente fingiendo normalidad, aunque no exista ningún incentivo razonable para hacerlo.
Por eso el voto no es libre
Que el voto sea libre significa que nadie debe interferir en la voluntad del votante, y que solo la persona debe decidir por cuál opción se inclina, en función de su propia valoración, pero si los principales dirigentes opositores tienen causas judiciales abiertas, son sujetos de persecución o ya viven en el exilio, ¿quién puede postularse para los cargos? Los que no representen una amenaza para el poder real. Un paso más allá: incluso logrando la postulación, ningún franco opositor tendrá acceso al sistema de medios públicos y privados, porque la censura y la autocensura son determinantes en un país donde la verdad se castiga y se impone la propaganda. Entonces, ¿tienen chance en la competencia los que no se plieguen a esta injusta circunstancia? No, pero eso tampoco lo dicen los defensores del voto como mecanismo de expresión.
Para que vayamos a votar
El voto sirve para que escojamos entre distintas opciones. Para que el voto tenga sentido y no sea una simulación, es necesario que ocurran al menos tres cosas: que las opciones por las que podamos votar sean reales, que las personas podamos elegir libremente conforme a nuestras preferencias y que las autoridades respeten el resultado de la elección. La participación y la expresión de la voluntad personal a través del voto es apenas un paso, porque es imprescindible que al tomar la decisión colectiva gane la opción con mayor número de votos y que las autoridades reconozcan la victoria, respalden el anuncio de resultados con pruebas y que esas pruebas sean accesibles para todos los votantes. Sin transparencia ni trazabilidad el voto no sirve ni siquiera como el mecanismo de expresión al que desean reducirlo ahora que no sirve para elegir. Por eso voy a repetirlo: si el voto no sirve para tomar decisiones colectivas libre y ordenadamente entonces pierde sentido y valor; porque el voto no es una pancarta, un tuit ni un mensaje en WhatsApp.
Entonces, ¿por qué quieren que votemos?
En países donde no imperan libertades ni existe la democracia, lo hacen para aparentar que se toma en cuenta la opinión de la mayoría a la que vulneran con pésimas políticas públicas, restricciones y amenazas. Es una forma de lavarse la cara y tratar de ganar algo de legitimidad, no en el país, sino en el escenario internacional. Pero todos sabemos que las votaciones trucadas, en las que un árbitro abiertamente parcializado (de hecho, militante del partido de gobierno) demanda que los resultados que decida comunicar sean aceptados por adelantado y sin presentar pruebas que los respalden, limita el rol de los ciudadanos, incluso si solo entienden el voto como un mecanismo de expresión. No decirlo con claridad es hacerle el juego a quien desea instrumentalizar la elección.
Responsabilidad
Ser responsables supone responder por nuestros actos ante las demás personas. Quienes organizan una elección, postulan candidatos o presentan ideas para supuestamente estimular el voto, tienen la responsabilidad de documentar las condiciones en las que está ocurriendo la elección y sus implicaciones. Todos los defensores del voto a ultranza en este contexto tienen el deber de advertir que el Estado no está dispuesto a ofrecer condiciones para que las personas emitan un voto libre y razonado, con partidos libres y líderes no perseguidos, sin riesgo a ser sancionados por reclamar lo justo, y que incluso el ejercicio cívico de roles como miembros de mesa o testigos electorales puede acarrear consecuencias a su libertad. Tendrían que decir que el voto mayoritario no se traducirá en victoria (salvo que hayan negociado cuotas de cargos con el poder) y que los votos ya no son el respaldo de una decisión colectiva, sino un mecanismo de expresión frente a un régimen tan corrupto y cruel, como para castigarnos por ganarles.
Para no incomodar al poder
Todos los que vivimos en Venezuela hemos soportado décadas de conflicto político. Quien te invite a aceptar que solo el conflicto nos define, o que la culpa es de lado y lado, te considera además de estúpido, manipulable. Es una obviedad que transformar un país devastado será complejo, pero modelar el lenguaje para no incomodar al chavismo, reducir el fraude electoral a decir que solo es un “incumplimiento”, y tratar la imposición del perdedor como una vulneración más, facilita que los defensores del voto como mecanismo de expresión, pero que no elige, no hablen de lo trascendental: la corrupción, la violación masiva, sistemática e impune de los derechos humanos; los crímenes de lesa humanidad ni las centenas de personas inocentes que permanecen en prisión como presos políticos. Los venezolanos somos conscientes de las limitaciones que ha impuesto el chavismo desmantelando cualquier rastro de institucionalidad, por es que el discurso sobre un sistema pluralista y transparente tienen que dárselo a quienes lo desmantelaron, no a sus víctimas. La crisis que nos agobia es responsabilidad del chavismo, por lo tanto sus normalizadores deberían ahorrarse su falsa neutralidad y asumir que la unidad opositora ha expresado con claridad las condiciones mínimas necesarias para que haya participación.
El chantaje de obligar al régimen a hacer trampa
Decidir participar en pésimas condiciones, sin partidos, candidatos, árbitros neutrales, observación internacional y bajo una represión brutal, no es sinónimo de defender nuestros intereses y puntos de vista. No tener contrapresos institucionales marca todo el escenario público en este momento. Entonces no es la masividad lo que definirá si los impostores deciden o no por nosotros. Eso ya lo hicieron, se impusieron por las armas y el costo en vidas y libertades ha sido enorme. Quienes votamos el #28J seguimos defendiendo nuestra victoria so pena de la persecución del régimen. Ante una verdadera elección, los votantes no nos sentimos amenazados cuando expresamos nuestras preferencias ni cuando reclamamos que los resultados oficiales no se corresponden con la voluntad popular. Por eso proponer que participar sería obligar nuevamente al chavismo a robarse otra elección, no es el mejor incentivo del voto. Suena más bien a la invitación que haría un cómplice de la burla y el secuestro de la democracia.
Vivimos una versión de país en la que habiendo ganado ampliamente, ya el poder y sus aliados ignoraron nuestra decisión y nos castigaron por reclamarlo. Busquen votantes en el universo ficticio de los que quieren transformar el conflicto sin incomodar al chavismo, repartiendo culpas de lado y lado, considerando al voto un modo de protesta y no un instrumento jurídico para que la mayoría decida el cambio. Eso es vaciar de contenido los derechos de la gente. La elección del 28 de julio fue posible porque se superaron injusticias, se presionó por condiciones, se trajeron observadores para evaluar estándares de transparencia y se presumía que el chavismo tenía suficientes incentivos para respetar a la ciudadanía. Pero todo fue arrebatado. La paz, la justicia, los derechos, la transición pacífica y el bienestar, comienzan con la libertad de elegir, de votar para elegir, de votar para cambiar, porque si es solo para expresarnos ya tenemos otras tribunas. Queremos elegir, no votar para fingir.