
El poder de la antiironía
Los Oscars son una representación del cine inherentemente imperfecta, y nunca van a poder existir como un reflejo verdadero de la cinematografía.
El pasado domingo 2 de marzo se celebró la edición 97 de los Academy Awards, conocidos casualmente como los “premios Oscar”. La verdad es que yo favorezco no otorgarle más importancia a estos premios de la que amerita – muchas veces no nominan a excelentes películas, y que una película sea nominada o incluso gane un premio no garantiza su excelencia o su calidad. Más allá de ser un evento televisivo entretenido, los premios de la academia son una celebración del cine Americano, y un indicador de la perspectiva de la industria acerca de si misma. Y si en efecto utilizamos a la edición 97 de estos premios, como un indicador de algo, ese algo podría ser que volvió la celebración sin ironía de la gran pantalla.
Empecemos, pues, hablando de Conan O’Brien. El anfitrión de los Oscars es el elemento que más cambia de forma obvia al pasar de los años, y cuando una ceremonia es recordada años en el futuro, el anfitrión es quien da mayor nostalgia inmediata. Cuando un anfitrión de los Oscars es bueno, es fácil darlo por sentado (como le pasó a Billy Crystal, de los mejores que tuvieron la suerte de hacer este rol varios años seguidos, por ejemplo), y cuando el anfitrión es malo, es muy fácil que descarrile el resto de la ceremonia, simplemente por la atmósfera que se genera.
Jimmy Kimmel fue el presentador en las dos ceremonias pasadas, y aunque hizo un trabajo funcional y práctico, Kimmel no posee el carisma para convencer a la audiencia de que los premios de la Academia son especiales. Ese es el truco que tiene que generar el anfitrión. En su mejor día, los premios de la academia son una celebración no solo del cine norteamericano, sino del cine como medio artístico legítimo. En su peor día, los premios son una ceremonia de las élites de Hollywood celebrándose a sí mismas, con un cinismo profundo, y una falta de apreciación por el arte. Gracias a Conan O’Brien, los premios de la academia volvieron a dar la impresión de ser una celebración del cine en general, y no necesariamente un intento cínico de alabar a los actores y productores de Hollywood.
El humor de Conan se basó en chistes genuinos acerca de las películas nominadas, con un ojo no cínico, sino de un comediante bastante “old-school”, buscando hacer chistes acerca de todos sus sujetos con una gran variedad. Se dirigió a Timothee Chalamet varias veces, creó un segmento referenciando el vestuario de Adam Sandler en su monólogo, y en términos generales habló del cine con una perspectiva muy poco irónica.

En cuanto a premios, esta fue la noche de “Anora” sin lugar a duda. El filme dirigido por Sean Baker estaba nominado a 6 premios, de los que ganó 5: Mejor Actriz Principal, Mejor Guión Original, Mejor Dirección, Mejor Edición y Mejor Película. Si queremos utilizar los premios de la academia como un indicador de la temperatura, del estatus del cine americano, entonces este año representa una victoria para el cine independiente, de menor escala. “Anora” es una película con un presupuesto de 6 millones de dólares, lo cual es particularmente bajo. Sean Baker ha estado dirigiendo por mucho tiempo, y varias de sus películas han sido nominadas – luego de casi 10 años desde que salió “Tangerine”, la película con la que su cine empezó a agarrar impulso, Baker finalmente ha ganado varias estatuillas de los Oscar.
Es un cambio interesante, pues el año pasado “Oppenheimer” ganó la mejor película. Dirigida por Christopher Nolan, esta tuvo un presupuesto de 100 millones de dólares, por lo que podemos establecer que la victoria de “Anora” representa un re-establecimiento del cine más low-key y menos explosivo. En lo personal, hubiese preferido que la excelente “Nickel Boys” se llevara el premio a mejor película, pero la campaña simplemente no estaba allí, y que una película con tan solo dos nominaciones ganara el mayor premio de la noche era muy poco probable.
“El Brutalista” ganó Mejor Actor, Mejor Música, y Mejor Cinematografía, todos los premios que más se esperaba. “La Sustancia” ganó Mejor Maquillaje, “A Complete Unknown”, no ganó ningún premio, lo cual no es necesariamente sorpresivo para una película que tanto da la impresión de haber sido generada por comité ejecutivo.
La controversial “Emilia Pérez” ganó los dos premios que tenía más asegurados, Mejor Actriz de Reparto y Mejor Canción, y obtuvo la mayor cantidad de nominaciones de la noche – 13 en total. Es difícil saber si “Emilia Pérez” ya estaba destinada a la pérdida, antes de que su actriz principal, Karla Sofía Gazcon, se viera involucrada en una serie de controversias relacionadas a su pasado, pero sin lugar a duda, “Emilia Pérez” existe como otra indicación de que quizás el progreso hacia unos Oscars más internacionales se está logrando – este fue el primer año en la historia de los premios de la academia, en el que dos filmes nominados a mejor película internacional también estuvieron postulados a mejor película.
La otra película internacional fue “I’m Still Here”, la cual en efecto logró ganar el premio a la mejor película internacional. El “in memoriam” de la ceremonia funcionó, como siempre, como un recuerdo de las grandes figuras que perdimos en el último año. Empezó con un homenaje a Gene Hackman, quien falleció recientemente, y continuó (con una selección de música bastante confusa) como una expresión de las personas que han hecho del cine un medio tan especial.
En lo personal, me hubiese gustado un homenaje más extenso a David Lynch, quien es de los directores más importantes en la historia del cine. Algunas figuras relucieron por su ausencia como Martin Mull, Bernard Hill o Tony Todd, pero en términos generales elegir a quién poner en el “in memoriam” es, quizás, una tarea imposible, por lo que me inclino a darles el beneficio de la duda. Si queremos sacar una conclusión final de la edición 97 de los premios de la academia, es que la antiironía, la celebración del cine como expresión artística, es un mensaje que aún tiene poder. Los Oscars son una representación del cine inherentemente imperfecta, y nunca van a poder existir como un reflejo verdadero del cine. La gestión de Conan O’Brien como anfitrión de los Oscar transmitió un amor al medio que, luego de tantos años con un humor casi anti-arte, resultó ser bien refrescante. Si me tocara tomar la decisión, Conan sería, como mínimo, el anfitrión de la edición 98.