Dato mata relato

Si mañana cae la tiranía, pasado mañana se acaban las sanciones. Todos los males que aquejan al país comenzarán a desaparecer cuando haya democracia y libertad.

Pasado mes y medio de la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, el gobierno de Estados Unidos ordenó la liquidación de operaciones de Chevron en Venezuela. Para ello, el Departamento del Tesoro emitió la Licencia General 41A para reemplazar la Licencia General 41 con efecto inmediato. La nueva licencia permite únicamente la liquidación de operaciones relacionadas con las empresas conjuntas de Chevron en Venezuela hasta el 3 de abril de 2025. Esto evitará, entre otras cosas, el pago de impuestos, regalías y dividendos a PDVSA, incluyendo los dineros entregados a la tiranía «por debajo de la mesa».

Primer punto a resaltar: no funcionó el lobby ni la propaganda del chavismo.

A raíz de este anuncio, bastante predecible, la maquinaria de propaganda chavista —incluyendo como siempre a quienes todavía se auto perciben como “analistas” o incluso “opositores”— ha salido a la carga para buscar, como siempre, achacar la precaria situación del país a las sanciones y jamás a quienes tienen 26 años en el poder —de estos, al menos una década por la fuerza. En este contexto, bien vale usar el poder de los números para enfrentar, como siempre, a la barbarie y sus colaboradores.

El Impacto de Chevron y las regalías

Desde la emisión de la licencia por parte del gobierno de Joe Biden, Chevron ha exportado, aproximadamente, 150.000 barriles diarios de petróleo, generando unos 3.200 millones de dólares al año en ventas. De ese monto, el Estado venezolano recibió alrededor de 1.100 millones de dólares anuales por concepto de regalías (33.3%). Es decir, el régimen logró amortizar su deuda con Chevron mientras recibía dinero fresco.

Estos números son una estimación de analistas y expertos del área. No hay cifras oficiales, pues los contratos y acuerdos hechos entre Chevron y el régimen venezolano son secretos. Este punto no es menor, pues todas estas licencias se dieron bajo el marco de la llamada Ley Antibloqueo, lo cual significa que ese monto de ingresos no tiene control alguno. Los manejan Nicolás Maduro y su régimen cleptocrático como si fuera una caja chica personal.

La corrupción en cifras

Como el ejercicio de comparación es uno de los mejores para el cerebro humano, invito a comparar los 1.100 millones de dólares de regalías anuales que le quedan al régimen (aunque estimados) con solo algunas de las cifras de la cuantiosa corrupción chavista:

Caso Administradora Atlantic (2012): Se denunció un desfalco de unos 5.000 millones de dólares a PDVSA durante la gestión de Rafael Ramírez. Este caso involucró acuerdos de préstamos entre PDVSA y varias empresas fachadas. Este desfalco equivaldría a unos cuatro años y medio de regalías provenientes de Chevron.

Contratos con sobreprecios en la Faja del Orinoco (2010-2016): Se descubrió un esquema de contrataciones con sobreprecios que provocó una pérdida de más de 2.000 millones de dólares. Esto equivaldría a unos 22 meses de ingresos por regalías de Chevron.

Caso Raúl Gorrín (2018): El magnate de la propaganda chavista, Raúl Gorrín, fue acusado en Estados Unidos de lavar más de 1.000 millones de dólares, desviados de PDVSA a través de sobornos y esquemas de cambio de divisas. Esto significa que solo Gorrín lavó lo correspondiente a casi un año entero de regalías de Chevron. Si ustedes ven que a Globovisión solo son invitados “encuestadores”, “académicos”, “dirigentes” y “empresarios” que culpen a las sanciones de todo y a la tiranía de nada, ya entenderán la razón.

El caído en desgracia Tareck El Aissami: Durante el año 2023 (o sea, con las licencias activas), el propio chavismo en una de esas acciones que ejecutan los Estados mafiosos (Moisés Naím dixit) para “poner orden” internamente, llevó a cabo la “operación anticorrupción” y el principal afectado fue el, hasta entonces, ministro de Petróleo, Tareck El Asissami, y con él varias de sus fichas que pasaron de la Columbia roja al overol naranja. Lo que dijo el fiscal chavista, Tarek William Saab, es que el tamaño de este entramado de corrupción fue de, al menos, USD 23.000.000.000. Ese monto, para que se hagan una idea más clara, equivale a casi cuatro veces el costo total de la creación y remodelación de los ocho estadios del Mundial de Qatar; el más caro de la historia (USD 6.000.000.000). Pero, además, ese monto equivale a, al menos, ¡20 años de regalías de Chevron! ¿Usted ha usted visto a alguno de los propagandistas indignarse con esto? Yo tampoco.

Destrucción de PDVSA y caída de la producción

Por supuesto que, hablando de números, no podemos dejar de mencionar que cuando el padre de la desgracia, Hugo Chávez, llegó al poder en 1999, Venezuela producía aproximadamente 3.5 millones de barriles diarios de petróleo, según datos de la OPEP y otras fuentes oficiales. El punto más bajo de la producción se registró durante el régimen de Nicolás Maduro: en junio de 2020, cuando cayó a aproximadamente 339.000 Mbpd, según datos de la OPEP y la Agencia Internacional de Energía (AIE). Esta caída histórica fue provocada por años de desinversión, corrupción y un proceso de purga en el que se reemplazaron a profesionales con personas sin experiencia. No fueron las sanciones. Desde entonces, la producción ha tenido una leve recuperación, pero sigue estando muy por debajo de los niveles de finales de los años 90. El chavismo ha sido bueno manteniendo el poder por la fuerza, pero no es, ni de lejos, un sistema que sirva para la gobernanza. Es un régimen tiránico y kakistocrático por igual.

Contra la propaganda de la barbarie y sus cómplices

Las sanciones, por sí solas, nunca han derrocado un régimen. Sí han ayudado, en diferentes ocasiones, a que esto ocurra (pueden consultar lo que dijo Nelson Mandela sobre ello). Lo mismo sucede con las —falsas— elecciones: no sirven, por sí solas, para ponerle fin a una tiranía. Pueden servir para organizar a la población que quiere ser libre y para deslegitimar al régimen de facto; pueden ser un punto de inflexión, como ocurrió el 28J en Venezuela, lo cual fue algo novedoso en la lucha contra la barbarie. E incluso las movilizaciones de calle, por sí solas, salvo en circunstancias puntuales, no son suficientes para lograr un quiebre.

Todo lo que mencioné es casi una perogrullada, sobre todo cuando se trata de regímenes resilientes y largos como el chavista. Lograr avanzar hacia una transición a la democracia no ocurrirá haciendo «solo una cosa». Hay que conjugar varias estrategias a la vez, además de generar quiebres internos. Y ello no ocurrirá mientras la “coalición ganadora” (Bruce Bueno de Mezquita y Alastair Smith) siga generando ingresos legales e ilegales para mantener su estructura de terror. En regímenes como el chavista, predominan las instituciones extractivas (Daron Acemoğlu y James A. Robinson), cuyo objetivo principal no es el desarrollo del país, sino la perpetuación del poder y el control. El dinero jamás es para la gente, sino para su pequeña élite. Por eso en Venezuela ocurrió una Emergencia Humanitaria Compleja (por diseño), mucho antes de las sanciones.

Adam Przeworski, en su estudio sobre transiciones (estudio real, basado en pruebas, resultados y datos), le da más relevancia a factores como la economía y, desde luego, la conveniencia para una parte de la élite gobernante de avanzar en la transición que a los procesos electorales mismos. Si el sistema colapsa por no poder mantener su estructura, es más fácil golpear en las grietas para derrumbar el muro.

¿Qué ocurre, además, con el caso de las sanciones en Venezuela? Cuando los propagandistas —esos que en 24 horas publicaron más tuits sobre Chevron que sobre el robo del 28J en meses— dicen que «las sanciones van a golpear al pueblo», obvian deliberadamente tres puntos:

1. Nada ni nadie, como la tiranía, es quien golpea a los venezolanos de todas las formas posibles, siendo la económica una de las principales. Y esto es un diseño político. La Emergencia Humanitaria Compleja es una decisión de quienes están en el poder.

2. Las sanciones no ocurren porque «lo pidió la malvada oposición», sino porque otros países, como Estados Unidos, ven en el chavismo un peligro para su propio sistema financiero (lavado de dinero ilegal) y por sus violaciones flagrantes de derechos humanos. De hecho, las primeras sanciones (personales) fueron impuestas por el gobierno de Obama.

3. Las licencias otorgadas por el inocente gobierno de Biden se dieron en el marco de una «negociación» en la que la tiranía debía cumplir con requisitos mínimos de respeto electoral y de derechos humanos. ¿Qué pasó? Incumplieron, como siempre. Perdieron unas elecciones 70/30, dieron un golpe de Estado y ahora son una fuerza de ocupación. Secuestraron a más de dos mil inocentes (incluyendo niños y extranjeros), asesinaron a más de 40 personas (cuatro de ellas dentro de centros de tortura) y un largo etcétera que los «lobby-analistas» prefieren ignorar. Esa es la verdadera razón por la que las sanciones se revocan. La responsabilidad es, entonces, de la tiranía, de nadie más.

Las sanciones son el argumento favorito de quienes buscan desviar la atención de los verdaderos responsables. No hablan de corrupción, crímenes de lesa humanidad, tierras expropiadas hoy inutilizadas ni del tráfico de oro y drogas que llevan a cabo grupos como el ELN en complicidad con el Estado-Mafia de Venezuela. Eso sí, jamás han podido explicar cómo durante estos años de licencias ni las escuelas, ni los hospitales, ni las carreteras, ni los servicios básicos han mejorado siquiera un poco. No pueden explicarlo porque no tienen argumentos y porque no sufren lo que sufre la mayoría de los venezolanos, a quienes usan en su discurso de manera oportunista.

Si mañana cae la tiranía —el grito mayoritario del 28 de julio—, pasado mañana se acaban las sanciones. Todos los males que aquejan al país comenzarán a desaparecer cuando haya democracia y libertad. Es una verdad evidente para todos, lo que sucede es que hay un pequeño pero ruidoso grupo que vive de la tragedia venezolana. Identificarlos es fácil: solo hablan de sanciones pero jamás de libertad.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.