“Progreso”, la excusa de los poderosos para acabar con la casa de Arturo Michelena

"La demolición del inmueble evidencia la barbarie y la decadencia de una modernidad mal enfocada que mutó a una agresión artística patrimonial", dicen los expertos.

En la avenida Díaz Moreno del centro de Valencia a escasos metros del Capitolio la gente transita con normalidad frente a dos negocios, una quincallería china y una venta de artículos para bebés. Todos pasan sin advertir que a su lado, alguna vez se erigió la casa del pintor más célebre de Venezuela, Arturo Michelena.

Es difícil descubrirlo, no hay indicios de una casa, lo único que hay es una vieja placa de color marfil incrustada en la pared que pasa inadvertida. Y aunque en efecto las letras de la placa casi no se leen por su color, el problema principal es que los comercios con sus puertas y cajas cubren las letras en las que se lee. “Aquí nació el reconocido pintor Arturo Michelena”.

Raquel Perdomo una transeúnte que se dio cuenta que el equipo de La Gran Aldea hacía fotos a la placa se sorprendió por el descubrimiento.

“No sabía que ahí estuvo la casa de Michelena. Es más, nunca me había preguntado en donde vivió, uno sabe que es de Valencia pero… son cosas que nunca nos planteamos”.

Raquel observaba con dificultad la placa. Unas cajas con dibujos de manzanas y caligrafía del medio oriente dificultaban la labor, hasta que el parquero de la zona intervino.

Remigio lleva algunos años trabajando como parquero en la calle Díaz Moreno y quita las cajas al ver que alguien le está prestando atención a la placa.

“Es indignante que hayan tumbado esa casa y que lo único que te hace saber que la casa existió, esté en las condiciones que esté, y esto es aún peor. Yo he ido a varios países y en esos lugares jamás ocurriría ese desprecio. No nos interesa la historia”, expresa Remigio mientras algunos se le quedan viendo al hablar.

Pero, la opinión de este parquero no está muy distante de la realidad, por eso la historiadora Rebeca Figueredo asegura que el gobierno mediante las instituciones pertinentes debería hacer algo con la placa.

Por un lado, llevarla al mismo sitio donde están otras placas de importancia en la ciudad. En este caso la Casa Páez. Ahí, en su patio trasero hay dos paredones llenos de placas entre las que aparecen nombres como Miguel Peña y Henrique Tejera París.

Otra opción que da Figueredo, es colocarla en otra parte de la calle donde verdaderamente pueda tener una puesta en valor y llame realmente la atención.

Sin embargo, la simple idea de una placa junto a un montón de comercios sin trascendencia es cruel, porque refleja la desidia gubernamental en Venezuela, no solo en las dos décadas del chavismo-madurismo, sino de los tiempos de la Cuarta República y ese caracascentrismo tan marcado.

98-76

Esa también es la crítica principal del casólogo de la Academia Carabobeña de la Historia, Francisco Cariello. Con su registro de las 1600 casas demolidas y en pie del casco histórico de Valencia, Cariello conoce al dedillo la historia de la vivienda natal de Michelena. Por eso le detalla a La Gran Aldea que la edificación se ubicó exactamente en la Avenida Díaz Moreno, entre calle Paéz (Antigua calle Sol) y Comercio (antigua calle del Mercado).

La casa de Michelena obedecía a la nomenclatura 98-76 y la describe como una casa de una familia modesta, sin embargo hace hincapié en que la casa no era de una familia de bajos recursos, ya que tenía al menos cinco ventanales y esto era un indicio de prestigio.

“En la época de la colonia podías saber que una casa era de alguien adinerado por la cantidad de ventanas que tenía”, dice.

Cariello además puntualiza que la casa natal de Arturo Michelena pertenece al período hispánico.. A diferencia de otras viviendas, esta tenía la particularidad de ser más larga que ancha. En su frente estaba la puerta de entrada y un gran ventanal que conectaba el salón en donde los Michelena impartían clases. Después, seguía un portón con un zaguán que finalizaba en un anteportón con conexión al patio interno, en el cual se podían observar otros salones.“El salón familiar, el comedor y la cocina”.

La casa perteneció a la familia Michelena desde 1850 cuando fue adquirida por el general Juan Antonio Michelena, abuelo del célebre pintor, quien además fue fundador del Partido Liberal y compartió vida con su esposa, doña Trina Olivo, de cuya relación nació el pintor Juan Antonio Michelena.

Michelena padre, permaneció una larga cantidad de tiempo en la vivienda donde desarrolló un reconocido taller de pintura en el que célebres artistas estudiaron y aprendieron diversidad de técnicas, como el escultor Andrés Pérez Mujica.

Juan Antonio en este espacio desarrolló retratos, daguerrotipos y pinturas religiosas al óleo que fueron su especialidad. Su talento le llevó a desarrollar un vínculo estrecho a nivel laboral con el presidente del Estado Carabobo, José Félix Mora y una de sus pinturas más importantes, reposa cerca del altar mayor en la Catedral de Valencia.

Relaciones como ésta, así como la de su esposa, Socorro Castillo, nieta del pintor de los murales de la casa Páez, Pedro Castillo hicieron de esta dinastía, una saga artística vinculada al mundo de la pintura y de la poesía, así como también de los círculos de poder. De ahí que sea complejo referirse a los Michelena como modestos.

Fue en dicha casa donde nació el reconocido pintor Francisco Arturo Michelena Castillo, el 16 de junio de 1863.

Pero, hay que puntualizar que la historia de la familia Michelena no inició en esa vivienda, sino en dos zonas del casco histórico. De hecho, la casa no era propiedad de ellos originalmente, sino del abuelo materno de Michelena, Pedro Castillo y pasó a ser una herencia de Socorro Castillo.

Los Michelena tenían su casa matriz en la calle Colombia, la más importante de la ciudad, por ser la puerta de entrada a Valencia para aquellos que venían de la capital. Asimismo, otra parte de la familia vivía en la zona de la Candelaria.

Aunado a esto,  hay que destacar que el taller que hizo célebre a los Michelenas tardó casi una década en abrir sus puertas. Cariello estima que en 1859 comenzaron a recibir alumnos. Lo que sí no puede precisar es hasta qué momento estuvo abierto. Sin embargo, el casólogo opina que pudo mantenerse hasta la muerte del padre de Michelena; es decir 1918 o unos años antes de su deceso.

El esplendor ligado al pintor

Aun así, hay que puntualizar que la época de mayor esplendor viene ligada a Arturo, ya que sus primeros pasos están unidos a su aprendizaje en la casa y a una época cuando Valencia rebosaba en cultura.

Este dato es importante para entender el desarrollo de Michelena como artista, dice el investigador historiográfico y educador, David Osío. “Valencia era llamada la ciudad de los pintores”.

Pero hace hincapié en que el arte que se veía en Valencia era muy básico, fue el abuelo materno de Michelena, Pedro Castillo quien abre las puertas al mundo artístico con la implantación del estilo neoclásico. Además, los estragos de la guerra Federal recién concluída con el nacimiento de Arturo, dejaron a la ciudad en ruinas y con un hermetismo social que impidió que las ideas de otras ciudades permearan en ella. No obstante, la meta de Valencia era igualar a Caracas o superarla.

Mientras tanto el arte también se diversificaba en lo musical, y en las poesías que resonaban en los cuantiosos bares del casco histórico, algo que no se veía en otras zonas del país.

Aún así hay que destacar que durante la estadía de la familia en la casa 98-76, ocurrieron grandes eventos para la historia nacional.

“Su infancia, pasó por la transición del Presidente Mariscal Juan Crisóstomo Falcón, hasta llegar a vivir el proceso de modernizacion del estado venezolano, con el Presidente Guzmán Blanco, lider del Partido Liberal Amarillo, donde se dió una transformación urbanística en Valencia, mediante cambios de una arquitectura hispánica a una más afrancesada, ecléctica, neoclásica, de mucha ornamentación y elaboración que le daba majestuosidad, elegancia y buen gusto a las construcciones de la época y eso se reflejo en las artes plásticas, hasta que el gobierno del General Joaquín Crespo en 1885, le otorga la beca de estudio en Francia”, describe Cariello.

La gloría que vendría no llegó a la casa

Antes de ese célebre momento, su primer gran trabajo fueron 10 ilustraciones para el escritor, periodista y exministro de Fomento, Francisco de Sales. Estas aparecerían en su libro Costumbres Venezolanas. El trabajo fue hecho en lápices, crayones y acuarela. De Sales, impresionado por la técnica de un Arturo Michelena de 13 años, decidió tener un gestó icónico en su vida, detalla Osío en una frase dicha por el político. “Quiero asociarme a tu gloria futura regalándote los primeros pinceles”.

De Sales no se equivocó y tampoco lo hizo Constance de Sauvage, joven francesa discípula del pintor Eugéne Devéria, quien orientó a Michelena en el uso de colores y la luz, dos aspectos que marcaron el impacto del trabajo del autor en diversas obras durante su madurez artística. Es en ese momento con Constance cuando se vislumbran las inclinaciones neoclásicas y romanticistas

La partida de Michelena a Francia, marca el final de ese esplendor histórico de la casa, puesto que no se puede entender la vivienda sin Arturo Michelena, ya que en poco tiempo el pintor logró desarrollar una cantidad de obras robustas que hoy permanecen, en buena parte, en la colección pictográfica de la Galería de Arte Nacional, el Museo homónimo del artista, colecciones privadas y bóvedas bancarias.

Lo que viene después de la partida de los Michelenas de su residencia, es una decadencia continuada evidenciada en la transformación de una casa familiar-taller, a una pensión que tuvo el nombre de San Ramón. “Funcionó muy poco tiempo”, puntualiza Cariello, para añadir que luego se convirtió en un antro hasta su fecha de demolición.

Aún así, la importancia de Michelena para la vida cultural y artística importó poco a los fines progresistas, que para aquel entonces envolvían a una Venezuela ávida de modernidad y edificios que rasgaran el cielo.

Nada rasgó el cielo

Es en 1957, cuando los últimos dueños de la casa deciden que era más rentable demoler la vieja casona que ya mostraba los indicios del deterioro causado por los años. “Para ellos no tenía ningún valor y mucho menos con esa vislumbrada modernidad”.

Pero, toda demolición en el casco histórico necesitaba de una aprobación de la Cámara Municipal de la Alcaldía de Valencia que funcionaba en aquel entonces. “Tenían la potestad jurídica de decidir la suerte de un inmueble. Si los concejales por mayoría, consideraban que el inmueble no tenía declaratoria, como monumento histórico nacional o patrimonio histórico local o regional, o de protección, simplemente otorgaban el permiso de demolición, como así ocurrió”.

Luego de tantos años y en un momento en que la identidad de Valencia como ciudad, se ha perdido ante la desaparición del capital industrial, Cariello destaca cómo estas ayudarían a preservar, a dar una puesta de valor a la memoria de la ciudad.

Lo que vino luego de 1957 fue una demolición masiva de viviendas que llevó a una pérdida de simetría y originalidad arquitectónica en el centro de Valencia, explica el casólogo. “Se perdió el gentilicio histórico para ser sustituido por un tipo de construcción no avalada por los cánones de las escuelas de arquitectura nacionales e internacionales”.

El proyecto que para entonces se pensaba en la zona del desastre era la construcción de enormes rascacielos que igualaran a zonas como Manhattan en Nueva York, pero en menor escala. Se buscaba destruir la antigua identidad de la ciudad para hacer de Valencia una metrópolis de primer mundo.

Dichas pretensiones no llegaron muy lejos, porque en un sistema centralizado como el venezolano, la idea de una capital de región sobresaliendo más que la capital o igualando su grandeza era impensable, así que los fondos nunca fueron otorgados. Incluso, a lo largo de la avenida Díaz Moreno hay escasos edificios que lleguen a los 20 pisos.

“Los proyectos se engavetaron y al gobierno no le quedó más que tumbar las casas y transformarlas en estacionamientos o realizar edificaciones de tan baja calidad. Ambas cosas le ocurrieron a la casa de Michelena”.

La baja calidad a la que apunta Cariello en el caso de lo que hoy en día se erige en donde estuvo la casa 98-76, resalta no solo por la inconsistencia en cánones de fina arquitectura, sino que tampoco se crean comercios de trascendencia. “Te hablo de que son locales que tienen una vida útil marcada en el tiempo, puede ser una zapatería, una quincallería. No hay nada especial, es una más de tantas que seguramente no durarán ni 10 años y si lo hace tampoco tendrá una trascendencia porque el sistema es así”.

En este sentido, Cariello considera que la demolición de la casa de Michelena así como otros edificios como el antiguo Concejo Municipal evidencian la barbarie y la decadencia de lo que él llama “una modernidad mal enfocada” que mutó en una agresión artística patrimonial de suma importancia y que dejó una herida abierta en la memoria histórica de una ciudad que es casi imposible de cerrar.

Y no mienten, la evidencia del olvido y la ignorancia se palpa a diario cuando miles de Valencianos transitan frente a la placa sin siquiera preocuparse en leer lo que dice ahí. Así se pierde el patrimonio material e inmaterial de un artista al que Carabobo le debe más que una avenida y una urbanización obrera.

“Siempre he sido de la idea, que aunque ya no tengamos su morada natal, se llegue adquirir, algún día, uno de esos caserones, que se encuentran en el Centro y quizás con un uso adecuado y cristalizar formalmente un sueño, el  llamado «Museo Arturo Michelena», parecido al que se encuentra en La Pastora en la ciudad de Caracas, pero… No es posible hicieron un museo en honor a Mandela, pero a Michelena nada”, concluyó diciendo el casólogo Francisco Cariello.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.