El gran estancamiento

Los líderes opositores deberían estarse preguntando ahora qué hacer. probablemente tengan que realizar un gran replanteamiento estratégico.

Vayamos directo al grano, y me disculpan si sueno brusco. La causa opositora encabezada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia luce paralizada y desorientada. Durante meses, antes del 10 de enero, estuvo creando grandes expectativas sobre el primer mes de 2025, empezando por un supuesto regreso del propio González Urrutia a Venezuela, para hacer valer el reclamo opositor sobre las elecciones presidenciales de julio pasado. Mi lectura sobre lo que terminó ocurriendo en aquellos días, ya fue presentada en una emisión de esta columna, con un balance mixto.

“Mixto” implica que así como hay un componente negativo, hay uno positivo. El positivo permitía a la base opositora mantener la fe en que la dirigencia, podía prevalecer en última instancia, incluso a pesar de que el oficialismo, realizó su toma de posesión sin sobresalto alguno.

Pero ahora estamos aquí, casi un mes después, sin que la causa opositora haya tenido algún avance verdaderamente trascendental. Ni siquiera hay certeza de que la dirigencia sepa lo que está haciendo. Parece que de verdad esperaban que hubiera una fractura en la élite gobernante entre el 9 y el 10 de enero, que precipitara negociaciones de verdad y, luego de que no se diera, aunque tengan la disposición a seguir reclamando, no saben cómo. Honestamente no sé por qué creyeron que aquello iba a ocurrir. No había ninguna presión sobre Miraflores que esta no hubiera soportado antes.

Las democracias del mundo interesadas en que el problema venezolano tenga un final feliz, estaban a la espera de que Donald Trump tomara posesión para ver qué haría al respecto Estados Unidos, que tiene la mayor capacidad para incidir en la cuestión. Sin embargo, nunca hubo garantías de que Washington, hiciera algo más contundente que lo que ya ha hecho, ni de que hiciera algo siquiera (en breve, más sobre eso).

Mientras, las masas opositoras en Venezuela estaban en buena medida desmovilizadas, luego de una represión sin precedentes. De manera que lo sensato era asumir que, como mucho, las manifestaciones convocadas en torno al 10 de enero, podían ser el punto de partida para una nueva etapa de presión interna. No que iban a ser lo que precipitara un cambio inmediato.

Machado y otros dirigentes en Venezuela, han estado durante semanas enviando mensajes de aliento a la población. Pero no han hecho ninguna otra convocatoria que implique acciones por parte de ciudadanos comunes. Ni siquiera hay señales de un plan para movilizaciones intermitentes. Obviamente tales llamados nunca son fáciles de hacer, debido a las represalias que el gobierno toma contra quienes asisten. Pero la sensación de estancamiento actual, hace ver a la oposición agotada, sin rumbo e ineficaz. Si no hay siquiera un intento de resistencia, pues la élite gobernante avanza y hace lo que quiere, sin costo alguno.

González Urrutia, encabeza la movida internacional con una gira por varios países americanos. Pero, igualmente, no se sabe qué acciones concretas va a producir eso, si es que alguna tiene efecto, más allá del simbolismo de sus reuniones con jefes de Estado o ministros. Al principio, todo parecía un problema de timing.

A duras penas, otros países van a tomar medidas concretas sobre la situación venezolana sin ver primero qué hace Estados Unidos. Pero Washington está consumido, en este momento, por el regreso de Trump al poder, y la falta de democracia y de Estado de Derecho en Venezuela, no es de ninguna manera una prioridad para el nuevo Presidente. De ahí se pudiera explicar que durante su visita a Washington, González Urrutia no tuviera una audiencia en la Oficina Ovalada. Sí hubo una reunión con el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, con lo cual podía decirse que la estadía de González Urrutia en la capital norteamericana algún fruto dio.

Sin embargo, me pareció un tanto frío el hecho de que la reunión se diera de forma virtual, considerando que Rubio ha sido por mucho el político estadounidense más interesado en Venezuela y más empeñado en identificarse como némesis del chavismo. Esta semana, el diario panameño La Estrella reportó que González Urrutia y Rubio tuvieron un encuentro en persona en Ciudad de Panamá, del que no se conocen más detalles.

Pero ahora hay indicios de que las cosas son mucho más graves para la oposición en materia internacional. La semana pasada fue una larga sucesión de eventos que mostraron que Trump pudiera mandar al demonio a la oposición venezolana y entenderse con Nicolás Maduro, para así resolver problemas de Estados Unidos, relacionados con Venezuela sin que haya un cambio político aquí.

Vimos así, el fin del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés), que otorgó el gobierno de Joe Biden a cientos de miles de venezolanos y la visita de Richard Grenell, enviado especial para Misiones Especiales en el ejecutivo de EE.UU., a Caracas para gestionar la liberación de ciudadanos norteamericanos detenidos en Venezuela y el comienzo de vuelos de repatriación de venezolanos indocumentados en el país del norte.

La pregunta que surge naturalmente es: ¿A cambio de qué? No lo podemos saber con certeza, pero a mí me cuesta muchísimo creer que todo eso sea solo gestos de buena voluntad por parte de Maduro. Tampoco me convence la tesis de que Miraflores hizo aquello por “un ultimátum” de Estados Unidos. De haber sido así, ¿por qué otros ciudadanos estadounidenses tras las rejas en Venezuela siguieron presos? No. Yo creo que Trump está cuanto menos evaluando desentenderse de la causa democrática venezolana, para así deshacerse rápido de venezolanos que no quiere ver en su país.

Con todos estos problemas internos y externos en mente, lo que los líderes opositores deberían estarse preguntando ahora es qué hacer. Probablemente tengan que realizar un gran replanteamiento estratégico. No los envidio. La oposición ha intentado prácticamente todo lo posible para lograr una transición democrática por vías cívicas. De manera que responder a aquella pregunta ahora es extremadamente difícil. No me voy a anotar al coro de burlas. Nunca me voy a mofar de quienes corren riesgos, por el bien del país, que yo no estoy corriendo.

Mucho menos secundaré acusaciones de «falsa oposición». Varios de los colaboradores más íntimos de Machado están presos o asediados en una embajada. A González Urrutia le están persiguiendo su familia. Pesos que casi nadie está dispuesto a soportar. 

Pero nada de lo anterior quita que, en la medida en que pase el tiempo y el statu quo se mantenga, la base opositora puede perder la paciencia y dejar de prestar atención al liderazgo. Eso fue lo que le pasó a Juan Guaidó, poco a poco. Tal vez Machado y González Urrutia no terminen con la aversión inmensa que hoy genera el otrora “presidente interino”, porque ellos no están al frente de una estructura que maneja recursos públicos sobre cuya suerte quedaron dudas. Pero sí pudieran sufrir una pérdida masiva de interés.

Si esta situación no cambia pronto, me temo que habrá una nueva despolitización de las masas y que cundirá rápido. Eso: despolitización. No crean que habrá un regreso masivo al fetichismo electoral. La gente no querrá saber nada de política. Escogerá entre quedarse en Venezuela a dedicarse únicamente a sus actividades privadas, o huir. Así, hasta que surja una nueva oportunidad de cambio político… Quién sabe cuándo.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.