El 4F, dos Venezuelas, del golpe a la diáspora
Testimonios de una asonada militar 33 años después...
Hoy se cumplen 33 años de aquel día, ese que marcó una nueva era política, las promesas «cumplidas» y las fallidas. Hoy también se cumplen décadas de desencantos y un abismo de desigualdades. Venezuela es un país que sufre su más profunda crisis y enfrenta también su reto más controversial, recuperar la libertad y la democracia.
El deterioro del nivel de vida y la pobreza, habrían sido los motivos, en aquel entonces, del golpe militar dado por el Teniente Coronel Hugo Chávez. Nadie sabía lo que venía… Hoy la grave situación del país, ha generado un éxodo masivo de personas que buscan refugio y mejores oportunidades en otros países. Una estampida, millones han huido procurando una vida mejor o tan siquiera, una vida normal. La mayoría, como ya se sabe, se encuentra refugiada en países de América Latina y Estados Unidos.
El día en que pensaron que un golpe no podía ser verdad
José David López tenía solo 21 años y cursaba el segundo año en la Academia Militar, en Fuerte Tiuna, aquella madrugada este joven rompió las reglas y se fue a dormir sin quitarse el uniforme. Para él todo empezó el 3 de febrero. Ese día transcurría con normalidad. Como siempre el toque de silencio era a las 9:00 pm. Pero él se quedó hasta las 11:00 p.m. despierto, porque tenía un examen al día siguiente.
Ya pasadas las 11:00 p.m, José David escuchaba disparos desde El Valle, pero eso no era algo extraño, todo lo contrario, era muy habitual. Aquella noche su compañía estaba de guardia. La sexta compañía de cadetes.
“Me fui al dormitorio después de ir a las aulas y me quedé en uniforme violando las normas, pero lo hice para pararme más temprano antes del toque de diana y no estar con ese corre- corre con los escasos cinco minutos que te daban”, agrega.
El sueño no le duró mucho, a las 2:26 am las luces de la habitación fueron encendidas y José David lo primero que hizo fue cubrirse con las sábanas, para que no vieran que dormía uniformado. “Pensaba que era una ronda para pasar revista pero no, nos tumbaron de las literas”, dice.
A José David lo mandaron a salir, a sacar armamento y no le dieron tiempo de ponerse las botas. Él sacó su fusil y cinco cargadores y al regresar a buscar sus botas, el director de la Academia de ese entonces, Jose Manuel Delgado Gainza lo mandó a reunirse junto con su grupo en el patio. Ahí les informó que estaba ocurriendo un golpe de Estado y que pasarían a la orden del comandante de compañía para el plan de defensa.
33 años después, José David expresa que como él, muchos de sus compañeros creían que todo se trataba de un simulacro, para evaluar las reacciones y el actuar de los cadetes, ante una situación como esa. No obstante, lo que parecía un simulacro fue real, cuando en la academia dieron la orden de disparar a cualquiera que intentara saltar la cerca. No podía ser un simulacro, un procedimiento en el que alguien terminara muerto, pero ese pensamiento lo guardó con él y fue, al pasar los años ya graduado en la academia, que varios compañeros le confesaron que pensaron igual.
A su compañía le correspondía la reserva en un dormitorio ubicado en el sótano, por lo que sí había un ataque y militares de baja, él y los suyos serían los reemplazos.
Entre la confusión y la falta de sueño, José David estaba agotado así que decidió ir en contra de la norma y dormir, reposar, abrazarse a su fusil con fuerza y dejarse vencer por el sueño. El sonido de un helicóptero lo despertó y se sintió desorientado sin recordar dónde estaba, pero de inmediato le vino a la mente el simulacro y ahí vio a unos compañeros escuchando una radio de forma clandestina y oyó, cómo hablaban de un descontento. Era la primera vez que lo hacía.
Este descontento partía de unas declaraciones del presidente Carlos Andrés Pérez, quien decía que 10% del Golfo de Venezuela le pertenecía a Colombia, lo que generó mucha desazón en las Fuerzas Armadas, por su tradicional carácter nacionalista y fue una de las gotas que derramó el vaso.
Sin embargo, su atención se perdió cuando los llamaron para la formación del desayuno. A él y a su equipo lo llevaron a las columnatas. Ahí vio que había una formación de tropas de paracaidistas sin boinas y con las mangas abajo, lo que en aquel entonces significaba que estaban presos. “Eso ya no es así, pero los llevaban hacia el gimnasio de la academia donde estaban recluidos los paracaidistas”-recuerda.
Ese día suspendieron todas las actividades y pasó algo que lo marcó, no tanto porque fuera un hecho de gravedad o de violencia, sino más bien por los simbolismos. Tenía que ver con la tradicional bajada de bandera que se hace al principio de cada mes.
“Aquel domingo cuando fueron a bajar la bandera, esta se rasgó de cuajo y solo fue la parte roja y lo vimos como un presagio de todo lo que vendría ligado a ese color”, advierte el entonces cadete.
El rojo fue desde siempre el color-dice- con el que se identificaron los golpistas que luego llegarían al poder de la mano de Hugo Chávez Frías.
Sin embargo, la tradición de aquel momento en la Academia Militar de no tocar temas políticos, mantuvo a los cadetes y a buena parte de los que ahí se encontraban aislados de la realidad. Es decir, aquellos sucesos que ocurrieron en sitios como El Palacio Blanco o Miraflores, estarían a su disposición tiempo después, exactamente en marzo cuando tuvieron un escueto permiso de salida.
Lo que siguió al 4 de febrero en la academia fue una paranoia perenne que duró meses. Las guardias que normalmente se hacían cada cuatro días se volvieron diarias, cada noche. Sumado a la directriz obligatoria, de no preguntar por nada de lo que ocurrió aquel día.
“No me pregunten sobre cómo está la calle porque todo está bien”, era el discurso repetitivo de los profesores en las aulas, cuenta José David López.
Luego, vino aquel atropellado permiso de marzo, el cual fue cortado de cuajo tras la noticia de que el teniente, Raúl Álvarez Bracamonte se había robado unos fusiles. “Nos acuartelaron nuevamente y el paso a tercer año fue complejo, por esa sensación de que algo podía ocurrir”, dice José.
Y en efecto ocurrió, puesto que todo se estaba orquestando para dar pasó al 27 de noviembre de 1992.
La lucha entre hermanos en Carabobo.
Mientras tanto en Carabobo, desde el poder, no se creían que ocurría un golpe de Estado, al menos así lo veía el secretario de seguridad del entonces gobernador de ese estado, Henrique Salas Romer, general Humberto Seijas Pittaluga. “Era algo como pasado de moda, muy de antes, de los años 50 y no podíamos creer que fuese viable que a las puertas del siglo XXI, estuviera ocurriendo algo así”, comenta.
Entre la medianoche y las 3:00 a.m. de aquel 4 de febrero, el teléfono de Seijas sonó y al otro lado escuchó a Salas Romer decir una frase que él entendió a la perfección. coup d’etat, es decir, golpe de Estado.
De inmediato el secretario de seguridad ordenó al gobernador moverse por la ciudad y buscar un sitio seguro donde esconderse, ante las posibilidades de un ataque, como luego ocurriría en el Zulia con Oswaldo Álvarez Paz.
“Yo me fui a Defensa Civil y luego cuando llegué a la policía en la calle Navas Espinola, cerca del río Cabriales, eso estaba rodeado de tanques, yo quedé entre dos de esos y me tuve que salir. Puse un puesto de mando alterno, pero duró poco, porque los insurgentes cortaron la señal de las antenas, ubicadas en el cerro El Café (municipio Naguanagua)”, expresa visiblemente conmovido.
Esto hizo que las patrullas pudieran comunicarse solo si estaban a escasos metros de distancia, lo que limitó las comunicaciones en toda la región. Asimismo cortaron la línea conjunta del 171, que conectaba bomberos, defensa civil y varios cuerpos policiales. A este contexto, hay que añadirle que los celulares no eran parte del común. Ante esta contingencia el gobernador Salas le dijo a Seijas, que tenía que ir al Comando Regional de la Guardia Nacional. Eran las 6:00 a.m. y esto era un riesgo que el general le advirtió. “Piénselo bien gobernador”.
Pero ya había directrices por parte del presidente Pérez de conversar con los insurgentes.
Al amanecer, Seijas solicitó al jefe de Defensa Civil preparar un helicóptero para sobrevolar Valencia y hacer una evaluación panorámica de la realidad de la calle. “Pero en defensa civil estábamos rodeados por un pelotón comandado por el teniente Aarón Levy”-acota.
Este teniente es el mismo con el que Salas Romer se entendió y con quien negoció el cese de la violencia, sigue su relato contando que “en la conversación el teniente le dijo al gobernador que no había intenciones de agredir, ni tampoco era un descontento con Carlos Andrés, sino con las malas condiciones que vivían los militares de bajo rango”.
Eso en cierto modo le dio calma a Seijas, puesto que pasadas las horas y llegado el mediodía el secretario de seguridad consideró pertinente que Salas, regresara a su casa puesto que allí estaría más seguro.
Pero la historia no termina ahí, aún quedaba un flanco sin resolver. A las 9:30 a.m. Seijas había sido informado de que unos estudiantes de la Universidad de Carabobo, asaltaron el concesionario ACO y robaron dos camionetas. De ahí partieron a la Avenida Bolívar Norte de Valencia, donde asaltaron una armería a escasos metros de la Cámara de Comercio.
“Se llevaron escopetas y fueron a cazar policías, pero antes se enrumbaron a la Brigada Blindada y ahí los mismos militares les dieron más armas. Hablamos de casi 50 muchachos”, señala.
El recorrido fue extenso unos 15 kilómetros a lo largo de la avenida más importante de Valencia, donde hicieron disparos al aire e invitaron a la ciudadanía a unírseles para hacer una insurrección popular. Sin embargo, Seijas puntualiza que el valenciano no le prestó mayor importancia, más que el susto dado por el sorpresivo suceso.
El destino, fue el Módulo Canaima, un puesto de policías ubicado en el barrio del mismo nombre en el sur de la ciudad y ahí empezaron a matar policías en un combate desigual, entre una cuarentena de hombres con escopetas y fusiles y unos policías débilmente armados con revólveres de seis municiones.
Sin embargo, aquella desigualdad no duró mucho puesto que antes del mediodía y con el Comando Regional de la Guardia Nacional recuperado, se hizo una alianza entre la Dirección Nacional de Servicios de Inteligencia y Prevención y la Guardia Nacional para neutralizar a los rebeldes. De ese enfrentamiento resultaron ocho muertos, tres policías, tres estudiantes, un soldado que venía con los estudiantes y una mujer que no recuerda a qué bando pertenecía.
Al verse sobrepasados, tomaron unos autobuses de la Universidad de Carabobo que ya habían sido secuestrados y huyeron hacia el Campo de Carabobo (Municipio LIbertador).
Esto desencadenó un intercambio de disparos liderado por los insurgentes quienes desde el autobús, buscaban repeler a las patrullas que los seguían como acto desesperado para vencer. Una de las balas mató a una muchacha que estaba dentro de la unidad, murió producto del impacto de uno de los proyectiles de sus compañeros.
Luego de todo el caos, cuando la situación fue controlada dos aviones Mirage sobrevolaron valencia y rompieron la barrera del sonido, como una muestra de poder y para asustar a los rebeldes. A las 2:00 p.m. Carabobo estaba de vuelta a la normalidad y el golpe había sido repelido.
Humberto Seijas, 33 años después, sigue pensando que la intentona golpista fue el reflejo de un descontento por parte de esos militares de bajo rango, sin embargo para José David López, el cadete, es todo lo contrario, él no tiene dudas en que Chávez siempre tuvo intenciones de tomar el poder. “Nosotros comíamos bien y el dinero nos rendía, la intención era mostrar su fuerza y dar un mensaje de que ellos iban a gobernar y al final lo lograron, al final se cumplió el presagio de la bandera rasgada, el rojo ganó”, argumenta López quien hoy es profesor universitario.
Más allá de las motivaciones de estos sucesos, Humberto prefiere no llamar al 4f como un golpe militar, sino más bien una “asonada cuartelera que intentó dar un golpe de Estado”.